Para muchos resulta la expresión más fiel y menos ligera de Francisco en la Iglesia argentina. De hecho, recién en 2018 volvieron estar cara a cara en Santa Marta. Gustavo Carrara, obispo auxiliar de Buenos Aires, administra con paciencia la expectativa creada alrededor del colectivo de “curas villeros”, los que hacen pie en las villas de la ciudad de Buenos Aires, a los que Francisco, siendo Bergoglio, convirtió en Vicaría y que resultan una de las voces de la ciudad invisible: la de los porteños que viven en asentamientos y villas. Por todo eso, cuida las palabras, sabe que su voz no es sólo su voz, aunque sabe que su voz está unos pasitos delante. Lo que sigue es un breve intercambio a siete años del “Habemus papa” que sonó como nunca antes en el país del fin del mundo y que vino a nombrar del mundo una de sus evidencias: la crisis. Si Francisco no existiera, habría que inventarlo.