LOS INFORMALES

Por: Mariano Abrevaya Dios y Martín Rodríguez

En momentos en que la palabra “crisis” remite a un escenario de trabajadores pobres, Nación Trabajadora fue en busca de historias de vida que reflejen cómo se arma un bolsillo en la economía informal: el delivery, el remisero, la cajera de supermercado, el repositor, las personas que facturan como proveedoras cuando deberían ser registradas. El crossfit de llegar a fin de mes.

“Se necesita delivery!!!”, “Se solicita personal para mostrador”, “Se busca repositor”. Lo vemos a diario en la urbe. Los cartelitos no atenúan el efecto de la crisis, sino, en tal caso, la condimentan con su particularidad. La palabra “crisis” no la podemos despegar de esas imágenes: pobres pero ocupados. La crisis nos tiene locos y tiene un problema semántico, ¿cómo llamarla, cómo entenderla? ¿Crisis con guita en la calle, crisis sin crisis de empleo pero con inflación galopante, crisis de deuda, restricción externa? El crossfit de llegar a fin de mes. Un empresario de una Pyme de plástico de San Martín lo dice: “la gente se queda sin laburo, agarra el auto y se aplica en Uber”. Más que el Estado, a veces la red la da ese mercado. El circulante es guita, gente, el hormigueo de Mercado Pago: todos afuera, en la informalidad. ¿Cuál es el espejo? ¿1989, 2001? El espejo es sí misma. Las crisis tienen sus arrastres y sus novedades.

Esta vez fuimos a buscar historias de cómo se ganan el mango los trabajadores más informales, los trabajadores golondrinas de la economía de servicios y no tanto. ¿Cómo se arma un bolsillo?  Mientras la superestructura política del peronismo en el poder tiene forma de jura, fotos y declaraciones, en la calle la situación económica sigue difícil, en especial, la escalada inflacionaria castiga duro los bolsillos de los trabajadores y trabajadoras, y particularmente a los sectores que subsisten de la economía informal, esos que como dice Paula Abal Medina en su veta tanguera, no saben qué timbre hay que tocar. De distintos rubros y actividades en su mayoría esenciales, cuánto trabajan, en qué condiciones y con qué privaciones, para llegar a fin de mes. En la mayoría de los casos, con un ingreso que ronda la cifra que fija el Salario Mínimo, Vital y Móvil. Empecemos.

Aldo, remisero

Aldo tiene 32 años, es remisero y vive en Ciudad Evita, partido de La Matanza. Junto a su compañera, que de manera intermitente realiza tareas de limpieza y cuidado en casas particulares, tienen tres hijos de 10, 8 y 5 años. “Me gustaría darles más de lo que podemos, pero lo nuestro es el día a día, y por lo menos se visten, no andan descalzos”, dice y también comenta que a veces, si en casa no tienen para comer, almuerzan en el colegio.

Aldo trabaja para la agencia de remises Joel,  en la calle 700 y el cruce con la Avenida Central (17 de octubre), de lunes a sábado, entre las seis de la mañana y las seis de la tarde. Si hace falta trabajar un rato más, lo hace. “Yo tengo que hacer así, porque si no, no me alcanza”, cuenta. Vive a dos cuadras de la remisería, y como no tiene auto propio, tiene que alquilar un Siena, un Duna, el coche de su cuñado, el que sea, y debe repartir la ganancia. En promedio, gana unos 5.000 pesos por día, de los que le quedan limpios 2.500, y en el mes suma 50.000. “La plata ni la ves, te la come el día a día”, plantea Aldo.

El remisero aclara que no cobra ningún plan, aunque en su casa, a través de su mujer, reciben la AUH por dos de los tres hijos. Tiene el secundario completo y hasta el analítico, aparte de un registro profesional, y aún así, no consigue un trabajo formal. En el asiento del acompañante del coche de turno siempre tiene un par de currículums impresos, y los va tirando. ¿Uber le resta laburo a la remisería? “En una época, al principio, sí, porque eran más baratos que los remises, pero como chorearon a unos cuantos, gracias a Dios, hoy ya no laburan por acá, y ni entran al barrio”.

Cajera y repositor

Alan Escobar y María José Chávez son pareja. Él tiene 22 y ella, 20. Trabajan en el mismo supermercado Chino, sobre la avenida Crisólogo Larralde, de Saavedra. Ella es cajera y él repositor. Ella ingresó primero, y después de recomendarlo, entró él. Hoy trabajan juntos doce horas por día, con una de descanso, y un franco cada quince días, por 75 mil pesos mensuales, sin obra social, ni aportes previsionales, pero sí las vacaciones pagas. Si faltan, les descuentan el día.

María trabaja en el Chino hace un año, e ingresó gracias a cajera anterior, que antes de irse a probar mejor vida a España, le avisó que dejaba el puesto vacante. 

Viven juntos en la casa de la madre de María, en el Barrio Mitre, detrás del DOT, el Centro Comercial. Ahí comparten con su madre, su padre, su hermana y sus tres hijos, y a veces también la hija de su hermano, que junto a su pareja también migraron a España en busca de trabajo.  ¿Están muy apretados? “No, estamos bien”, contesta ella en una placita seca del barrio, a eso de las diez de la noche, a la salida de su trabajo.

Alan es de Burzaco, pero vive con María y su familia para no tener que comerse dos horas de viaje de ida, y otras dos de vuelta, todos los días. Están noviando hace cinco años y por ahora no tienen pensado ser padres. “Sin un trabajo fijo y con un buen salario es muy dificil , no se puede”, plantea él. 

Si bien no pagan alquiler, hacen un aporte en la casa materna, y con el ingreso por el trabajo, se dan algún gusto, como un celular, o hace poco, un sommier, en el negocio del barrio, un fin de semana que aprovecharon una oferta del Hot Sale. No hacen un trabajo extra, porque no les queda tiempo. “A la noche yo estoy liquidada mentalmente”, explica ella. Con los patrones el trato es bueno, no se quejan. No tienen un delegado, y cada uno hace su arreglo con los chinos.

Alan terminó el secundario y ella no. Quiere cerrar esa etapa, pero no le alcanza el tiempo, y aparte está enfocada en ahorrar. En el Chino, al año de trabajo, les pagan un aguinaldo completo. Un sueldo más. Y aparte, los estimulan con el aviso de que por cada nuevo año trabajado, habrá nuevos beneficios. Se sabe, se ve en la calle: en los supermercados chinos el recambio de personal es permanente.

“No se puede pensar mucho en el futuro porque no sabemos cómo va a seguir todo esto. Hay mucha incertidumbre”, dicen Alan y María.

¿Proyectos juntos? “Sería piola acceder a un trabajo en blanco, y retomar la carrera de ingeniería electrónica en la UTN, que tuve que suspender por la pandemia. Ahora me quedo en el Chino hasta fin de año, y luego veré”, cuenta él. 

“Yo quiero terminar el colegio, después estudiar veterinaria y tener un refugio para los animales”, suma ella. ¿Qué expectativas tienen con respecto al país? “No se puede pensar mucho en el futuro porque no sabemos cómo va a seguir todo esto. Hay mucha incertidumbre”, contestan.

Cecilia en el call center

Cecilia Orbes tiene 25 años y trabaja en el Centro de Atención al Cliente –telefónico- que, gracias a la firma de un convenio, tiene el Banco Nación dentro del predio de la Universidad Nacional de La Matanza (UNLaM). Junto a unos cien operadores, ella trabaja de manera presencial seis horas por día, de lunes a viernes. Les pagan 480 pesos la hora, y al llegar a fin de mes suma unos 50 mil pesos, sin contar las dos horas extras por día que tiene la posibilidad de agregar. No está contratada, sino que debe presentarle a la universidad, todos los meses, una factura.

La joven vive con sus padres, y cada vez que cobra su salario, realiza un aporte económico en su casa. Su madre trabaja en un geriátrico como auxiliar de enfermería, y el padre, aparte de realizar trabajos de herrería, es un beneficiario del Programa Potenciar Trabajo, con el que recibe un salario social complementario de parte del municipio. En el hogar, hay dos hermanos más.

En la casa de Cecilia son peronistas y en 2019 votaron al Frente de Todos. “En mis redes sociales Milei está por todos lados. Ahí sí se iría todo el carajo”, dice.

En 2014, Cecilia se graduó en el Lola Mora de Lugano 1 y 2, en Villa Lugano, un colegio secundario con orientación hacia las Bellas Artes, y hoy, aparte de trabajar, está cursando el tercer año de un profesorado de educación primaria, en San Justo, para dedicarse de lleno a esa vocación que tiene desde chica.

Con respecto a la realidad del país, Cecilia opina: “La situación está complicada, y se hace muy difícil proyectar, porque uno vive el día a día, con lo que nos alcanza”, y en relación a los próximos meses, el año que viene, cuenta que no ve cambios significativos. En su casa son peronistas y en 2019 votaron al Frente de Todos. “En mis redes sociales Milei está por todos lados. Ahí sí se iría todo el carajo”, dice Cecilia.

Fumigando la malaria

Juan es fumigador. Hace once años trabaja para una empresa y no tiene encuadre sindical. Todos los días se sube a la moto desde Virrey del Pino y llega a Belgrano o al Microcentro, donde se juntan la mayoría de los edificios que recorre. “Gano por mes 60 lucas, pero se me van 20 en gastos.” La moto, el almuerzo, entre otras cosas se llevan ese pedazo del sueldo. Le pasa plata al hijo, que está ya cerquita de cumplir los 18. Y vive solo con su mujer.

¿Cómo completa un ingreso más digno? “Changas”, dice. Todo lo que sea albañilería. Y es una lotería: le acaba de entrar un contrapiso y zafó con eso ya para dos meses. “Partamos de la base de que son todos chorros”, dice para hablar de política. “Igual como trabajador me pongo a pensar y digo: ¿quién inclina más la balanza para los empresarios y quién más para los laburantes? Y aunque no crea mucho, voto así.” Cortito y al pie su razonamiento. Vota con el bolsillo. No le pidan amor, pídanle la sana conveniencia. 

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