UN MUNDIAL POLÍTICO, TECNOLÓGICO Y SOFOCANTE

Por: Alejandro Caravario

El VAR, los derechos humanos, la identidad de género, el negocio millonario, el daño ambiental: todo convierte al fútbol de Mundial de Qatar en el más “contaminado” que se recuerde. Hasta los resultados imprevistos -como el mal trago que se llevó Argentina- parecen fruto de un juego de ciencia en el que la pelota y la creatividad de los jugadores aparecen condicionados por la tecnología.

“Hoy me siento qatarí, hoy me siento árabe, hoy me siento africano, hoy me siento gay, hoy me siento discapacitado, hoy me siento un trabajador migrante”, dijo el presidente de la FIFA, Gianni Infantino, poco antes de que empezara el Mundial. La frase parece describir un brote de humanismo frenético, pero se ajusta mejor a la flexibilidad de la que es capaz la institución que preside el ítalo-suizo con tal de salirse con la suya. Porque el Mundial de Qatar tuvo oposiciones justificadas y de toda índole desde que fue elegida como sede, hace ya doce años, en una decisión escandalosa, atravesada por la corrupción y los favores políticos.  

Qatar competía con Estados Unidos (que luego se tomaría desquite con la persecución judicial bautizada con escasa originalidad FIFA Gate), Australia, Japón y Corea del Sur. Y, a pesar de sus nulos antecedentes deportivos, del clima que obligó a postergar seis meses el inicio de la competencia (hasta el invierno de 40 grados) y del aluvión de denuncias por violaciones a los derechos humanos y de los boicots más o menos enérgicos surgidos sobre todo en Europa, se quedó con el Mundial. La construcción de los estadios (injertos híper modernos que por estos días ostentan más prodigios tecnológicos que fervor de los hinchas-turistas) concentró las críticas más duras, debido a los muchos obreros migrantes (solo el 20 por ciento de la población qatarí es nativa) que murieron debido a las condiciones demenciales de explotación en las que trabajaron. Los informes más detallados (y desoídos) estuvieron a cargo de Amnistía Internacional y pueden consultarse fácilmente en la web.

También se objetó la legislación que discrimina abiertamente a la mujer y criminaliza la homosexualidad. De la apertura cultural prometida por el emir qatarí Tamim bin Hamad Al-Thani, los especialistas occidentales en Medio Oriente solo observan tenues rastros. Si bien Infantino se declaró empáticamente gay –no estaba saliendo del closet, ya se dijo, sino ilustrando la versatilidad del fútbol para montar su escenario más allá de las ideologías y también de la ley–, la movida prevista por ocho equipos europeos de solidarizarse con la comunidad LGBTQ+ fue descartada por temor a represalias precisamente del presidente de FIFA. La idea, finalmente frustrada, consistía en que los capitanes de Inglaterra, Países Bajos, Bélgica, Dinamarca, Alemania, Francia, Suiza y Gales usaran un brazalete “One Love”, una iniciativa impulsada por los Países Bajos en 2020 con el fin de solidarizarse con las minorías en términos de orientación sexual e identidad de género. Pues bien, el bonito corazón multicolor quedará para otra oportunidad y otro lugar (imaginario) donde no llegue el poder omnímodo de la FIFA. 

La movida prevista por ocho equipos europeos de solidarizarse con la comunidad LGBTQ+ fue descartada por temor a represalias precisamente del presidente de FIFA.

Los ingleses “protestaron” colocando una rodilla en tierra antes de su primer partido, un gesto que alude a la violencia policial racista y que, en el contexto del Mundial, tiene una vaguedad indolora. Los alemanes fueron más drásticos y posaron para la foto del partido con Japón con una mano sobre la boca, en clara referencia a la mordaza impuesta por las autoridades. Los jugadores no están solos en esta demanda. La federación alemana expresó su repudio a la censura con el siguiente comunicado: “Con nuestro brazalete de capitán queríamos dar ejemplo de valores que vivimos en la selección: la diversidad y el respeto mutuo (…) No se trata de un mensaje político: los derechos humanos no son negociables”.

“Las críticas por el Mundial son hipócritas. Por lo que los europeos hemos hecho durante los últimos tres mil años deberíamos estar pidiendo perdón los próximos tres mil años antes de dar lecciones de moral a los otros”, arremetió Infantino con toda razón, corriendo por izquierda y acusando de etnocentrismo a los críticos de Qatar y, por extensión, de la cultura islámica. El que esté libre de pecado, que se atreva a arrojar la primera piedra contra la expansión de los negocios de la FIFA.

Si el sucesor del sinuoso Joseph Blatter (el suizo, dicho sea de paso, tardíamente se arrepintió de haberle dado el Mundial a Qatar) imagina el fútbol como fase superadora del capitalismo (al menos una versión más entretenida y con respaldo de un público masivo), el emir Al-Thani no le va en zaga. Al igual que otros monarcas del mundo árabe, orientó miles de millones de la renta producida por el petróleo y el gas de su feudo hacia un club de fútbol. Desde 2011 –casualmente un año después de que el lobby de la Francia de Nicolas Sarkozy resultara determinante para llevar el Mundial a Qatar–, controla a través de un fondo de inversión el PSG, que reúne a los futbolistas mejor cotizados del planeta, entre ellos Lionel Messi. Aunque el equipo domina con holgura la liga francesa, todavía no pudo ganar la ansiada Champions League. La inversión no parece muy rentable por sí sola, pero acaso rinda sus frutos en un mapa más complejo en el que se mezclan los negocios diversificados y la política internacional. 

Otro tanto podría pensarse del Mundial en curso, cuyos costos superaron los 200.000 millones de dólares. Qatar 2022 es, por lejos, el torneo más caro de la historia: entre los gastos de infraestructura, sobresalen los estadios refrigerados para combatir la temperatura sofocante, considerados un derroche “energético y ambiental”. Un pecado muy menor, de todas maneras, comparado con otros daños climáticos que se le imputan al país asiático, sobre todo por las faraónicas edificaciones realizadas. 

Pero, decíamos, Al-Thani acaso saque provecho de tales dispendios a otra escala y logre hacer más digerible su imagen tanto para occidente como para sus vecinos (Arabia Saudita, en especial), con los que mantuvo algunas rispideces. Qatar ha sido acusado de apoyar el terrorismo por sus buenas migas con la Hermandad Musulmana, organización de armas tomar y conexiones con Hamas. El emir Al-Thani desmintió hace poco esa imputación y resaltó su amistad con Estados Unidos, que cuenta con una importante base aérea en el país asiático, lo cual no impide que su principal comprador de gas sea China. Un equilibrio que suena trabajoso y que se hace más visible ahora que, por una breve temporada, Qatar está en el centro del mundo.  

Pero la magia del juego es más fuerte. Y en cuanto arrancaron los partidos, las críticas amainaron o pasaron a un segundo plano. Sin embargo, la politización de la competencia registra pocos antecedentes y contradice los deseos de la FIFA de tener un Mundial incontaminado, de puro espectáculo y generosos auspicios.

La politización de la competencia registra pocos antecedentes y contradice los deseos de la FIFA de tener un Mundial incontaminado, de puro espectáculo y generosos auspicios.

La sofisticación del producto fútbol no se verifica hasta el momento en ninguna revolución táctica. Por más que se vislumbran algunos muy buenos equipos, con Francia y España a la vanguardia, la estrella es por el momento la tecnología. Esperemos que, en instancias avanzadas del torneo, sea desplazada por el dramatismo propio de las definiciones. 

El chiche más reciente es el VAR automático, un dispositivo que, gracias a una unidad de medición colocada en la pelota, más un despliegue de cámaras ad hoc y la inteligencia artificial, permite detectar el offside de inmediato y “tomar decisiones más rápidas, precisas y confiables”. La jerga –y las imágenes mediante las cuales se analizan las acciones– parecen de la narrativa futurista. La tecnología, en cuyo veredicto se confía ciegamente, se consolida así como fuente de legitimidad de los resultados y veredicto inapelable de todas las jugadas de ataque. Por el nuevo VAR se han invalidado goles –la selección argentina lo sabe muy bien– cuando nadie había visto, ni desde dentro del campo ni desde las tribunas, ninguna posición adelantada. Es probable que el porvenir del fútbol, según los anhelos de la FIFA, sea un juego-ciencia en el que los equipos no intenten vencer al adversario de turno, sino al sistema de controles ejecutado desde el panóptico donde deliberan los asistentes del referí. El tribunal supremo. Como esos conductores que tratan de burlar las estratégicas cámaras urbanas destinadas a hacer fotomultas. Es decir, el hombre o el equipo de fútbol contra la última generación de computadoras.  

Aunque, contradiciendo los deseos del Mejor de Todos los Tiempos, la pelota a veces sí se mancha, igual sigue rodando y movilizando pasiones incontrolables. A los argentinos le tocó arrancar con una sorpresa inverosímil. Un chasco deportivo ante el a priori accesible equipo de Arabia Saudita. No hubo nada para rescatar, pero a esta altura –se viene el partido con México–, la autoestima ya se ha restablecido. Hacer un poco de memoria nos permite ilusionarnos con la Scaloneta y con que Messi –más maduro y sobre todo más consciente de su dimensión simbólica– goce y nos haga gozar finalmente de su Mundial.

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