ESO QUE LLAMAN VOCACIÓN ES TRABAJO NO PAGO

Por: Iván Stoikoff

Una bitácora del incendio escolar, historias del último mes del año en las aulas, donde el statu quo le gana por varios cuerpos a la idea siempre postergada de “jerarquizar la práctica”. Una docente, su alumna desafiante, la catástrofe edilicia, la mamá de Yoni, transitan por los márgenes de un sistema que contribuye a estigmatizar a la escuela pública. El autor sugiere sobre el final un objetivo: “Habrá que ‘arar en el mar’ de los prejuicios y el desconcierto, y planificar a mediano plazo el balanceo entre la práctica áulica y el desarrollo intelectual”.

Brenda, la alumna que todo lo subleva, exige, con tierna violencia, que se termine la actividad de matemática en la biblioteca porque ahí sí andan los ventiladores. El pedido es denegado: no habrá mudanza, otro grado les ganó de mano y no caben todxs.

 

9:30 de la mañana del primer viernes de diciembre 2019, el principio del fin ya puede avizorarse.

 

La seño Ana tiene en la agenda una fecha marcada en rojo. Se le presenta agobiante el recordatorio de la entrega de las “tomas de escritura” de 3° grado. La corrección es la última del año, la cima de las definiciones pedagógicas con vista al 2020. No es dejadez ni arbitrio lo que la apesadumbra, todo lo contrario. Es el contexto y la imagen apabulladora sobre su escritorio: la montaña es la montaña. Varias decenas de cuadernos y hojas que esperan. No hay margen de tiempo. Corrobora además que lo agendó (sólo agenda en el año los deadlines del último bimestre escolar).

 

Hoy se lleva trabajo a casa: eso que llaman vocación es trabajo no pago.

 

El aula está ubicada en el primer piso de la escuela, justo encima de la cocina. El escritorio es coincidente en la planta superior con el horno industrial donde se cocen todos los almuerzos del año. La onda calórica se propaga ascendente mientras las horas de diciembre se agolpan sobre el final del ciclo lectivo. La entrada de luz supo ser una cascada matinal desde avenida Centenera pero ahora es un resplandor homogéneo debido al alero esmerilado que bordea el aula, el cual, en ausencia de una circulación enfrentada de aire y bajo temperaturas estivales, produce un efecto invernadero que arrastra a la siesta masiva.

El aula está ubicada en el primer piso de la escuela, justo encima de la cocina. El escritorio es coincidente en la planta superior con el horno industrial donde se cosen todos los almuerzos del año. La onda calórica se propaga ascendente mientras las horas de diciembre se agolpan sobre el final del ciclo lectivo.

La luz entra lábil y mortecina y se desparrama en las baldosas que hacen las veces de losa radiante por generación espontánea. Quienes trabajan en una escuela Cacciatore se aproximan involuntariamente a una matriz colectiva sobre el espacio, una percepción compartida de las distancias, los materiales y el eco de algunas propagaciones. Acá no te hace distintx tu lugar de trabajo: el bloque de hormigón armado con sus distribuciones panópticas es un lenguaje incrustado en el sistema de representaciones escolares.

 

El edificio escolar y el imaginario colectivo de quienes lo habitan, puede ser entendido como ese espectro ampliado y algo “vago” -en términos epistemológicos- de la trama subterránea de lo instituido en la escuela. Un aspecto del curriculum oculto como lo describe Flavia Terigi -«los factores no prescriptos que inciden en la eficacia de lo prescripto»retomando el aporte trascendental al campo de la pedagogía de Phillip Jackson. Lo que decimos es que, si cierran los ojos van a ver el trazado perpendicular de la luz, la ceguera frente al pizarrón y el baldosado oscuro con pintitas blancas. Y, por supuesto, el sudor que se expande bajo la martingala del guardapolvo.

Memorias del incendio

Ana habla con lxs chicxs de la sensación térmica. Brenda, con su tupe forjado a desencuentros, se empaca y anuncia que no va a hacer nada. La docente le pide que por lo menos no haga lío. Pacto social en el aula es básicamente acordar con Brenda para que no vuele todo por los aires. Moncloa, un poroto. Ella es la clase de alumnas que cuando llegan a segundo ciclo y estudian las huelgas obreras de la segunda revolución industrial se convierten automáticamente en luditas y, además, cuando ven a Chaplin en Tiempos Modernos, entienden que también se puede montar el caos con desparpajo.

Ana habla con lxs chicxs de la sensación térmica. Brenda, con su tupe forjado a desencuentros, se empaca y anuncia que no va a hacer nada. La docente le pide que por lo menos no haga lío. Pacto social en el aula es básicamente acordar con Brenda para que no vuele todo por los aires. Moncloa, un poroto.

Como la sensación térmica no es un contenido para 3° grado, la exposición se presenta de manera aleatoria. Hoy no hay asidero para sus pequeñas verdades ni la docente cuenta con la energía para terciar de manera tal que el tema se apoye en el poder argumentativo y la otredad. Dadas las condiciones materiales, el constructivismo “enrolla sus banderas” y se guarece a la espera de nuevos contextos. Ana suda, el calor que hace es espantoso.

 

La charla es unilateral. Un docente sabe –o debe saber- que a un intercambio mal organizado le puede crecer un enano fascista. Un intercambio grupal es una dinámica reflexiva producto de la planificación. Si no se articula en virtud, los chicos se pueden convertir en una suerte de parlamentarios infantiles del “Modelo ONU” pero en la lógica anti-argumentativa de Intratables. Nada más peligroso y a la vez cercano a la noción de disidencia y debate que lxs chicxs traen de sus casas. Por lo tanto, acá habla –solo- la docente, divaga lo lógico, cierra el tema con ademán de manos evocando de manera antojadiza a un director de orquesta despeinado y neurótico.

 

Ana se bajó una app que mide, más menos, la temperatura ambiente: 43°C a las 10:15 en la boca que da al interior del salón. Lo escribe en cursiva en el pizarrón y los chicxs le preguntan si hay que copiarlo en el cuaderno. Claramente no terminan de dimensionar la gravedad del asunto.

 

Ahora está sola ordenando los legajos. No hay margen, solo flechitas en rojo. Mira la agenda y ve la seguidilla de fechas tope, lo que la lleva inútilmente a montar escenarios contrafácticos donde se queda medio sábado corrigiendo. En esa confusión, rememora que hasta hace unos días, noviembre era su línea Maginot y hoy pertenece a un recuerdo que no tiene anclaje cronológico ni respeta causalidades. A la “memoria didáctica” que se escribe en diciembre, donde queda sentado el plan de operaciones del año, debería agregársele una pestaña que verse acerca de todo lo que se intenta, fracasa y se olvida; una “desmemoria didáctica”.  A cuento de esto, Ana googlea un fragmento de una novela de Rodrigo Fresán que leyó en el verano: «La memoria es una máquina del tiempo en reversa tan potente como lo es -siempre hacia adelante, o en múltiples direcciones alternativas- esa otra máquina del tiempo que es la imaginación».

A la “memoria didáctica” que se escribe en diciembre, donde queda sentado el plan de operaciones del año, debería agregársele una pestaña sobre todo lo que se intenta, fracasa y se olvida; una “desmemoria didáctica”.

Todos los años piensa que debería escribir una bitácora personal, pero es sabido que lo urgente suele tapar lo necesario.

 

Si la tuviese hoy acá escribiría: 5 de diciembre / Brenda no cumplió con el pacto y le pegó con un cuaderno en la cabeza a su compañero de banco.

Pedagogía de lo administrativo

El viernes figura en rojo: entrega de boletines, último ensayo del acto escolar, entrega del anexo 6, reunión con la madre de Yony.

 

Un tema recurrente en vísperas navideñas es la mirada sobre los compromisos laborales de final de ciclo. La mirada es personal y contra-intuitiva, ya que la institucional brega solo por el cierre sin rebordes de los asuntos administrativos. Durante el año se cumplimentan los requerimientos formales a ritmo sostenido, salvo en el sprint final, que se convierte en una carrera de gente cansada y con oficio. Se dedican muchas horas a tareas de las que –vale sospechar- nadie termina de reparar ni de incorporar como instantáneas de la progresión pedagógica. Eso atenta, en primera instancia, contra el estado de ánimo, luego aliena y finalmente se transforma en el paisaje habitual: el statu quo escolar.

Un tema recurrente en vísperas navideñas es la mirada sobre los compromisos laborales de final de ciclo. La mirada es personal y contra-intuitiva, ya que la institucional brega solo por el cierre sin rebordes de los asuntos administrativos.

Sobre este nudo, no hace falta desovillar el asunto de la tecnificación de la carga de datos. Es un aspecto atendible y transversal si el norte fuese el mejoramiento de la tarea docente; sucede que actualmente es el hecho distractivo de directivos encandilados y, además, es el caballito de batalla donde va montada la Ministra Soledad Acuña. No es una referencia a hechos aislados, sucede en gran parte de las escuelas porteñas: la revolución tecnológica es su caballo de Troya, diseñado por la nueva robótica escolarizante, que en sus adentros no esconde más que incongruencias.

 

Por eso, el “punto ciego” es el aspecto pedagógico de la confección administrativa. Esto amerita ser reformulado. No se trata de rivalizar el tiempo pedagógico contra el administrativo, ya que el desenlace de poner blanco sobre negro no dejaría líneas nuevas por ser escritas.

 

Posiblemente sea tarea –por qué no- de los propios docentes de grado el asunto de jerarquizar la práctica, pero el camino de incumbencias comienza en la torre. Faltan mecanismos institucionales de cierre de tareas donde el Ministerio de Educación ponga el foco en la formación continua, tomando como punto de partida la lectura y la escritura reflexiva. Habrá que volver sobre los textos de pedagogía o didáctica general, complementando lo que ya se hace en formación situada por área, para construir nuevos significados sobre lo hecho. Habrá que “arar en el mar” de los prejuicios y el desconcierto, y planificar a mediano plazo el balanceo entre la práctica áulica y el desarrollo intelectual.

 

De fondo, como redireccionamiento del paradigma de formación profesional, los docentes tienen que aportar al campo teórico con sus producciones escritas. Estamos hablando, en definitiva, de que se pague el tiempo para un aprendizaje integral.

 

El interés por los temas nuevos y sus portavoces “rueda por un talud” aunque esto no sea responsabilidad estricta del docente: si preguntás en sala de maestros cuándo se leyó por última vez a Michele Petit, Manuel Becerra o Pablo Pineau, la respuesta no sorprende.  El cambio de paradigma es ubicar a los docentes como investigadores de su propio ejercicio. Escribir más, aportar al corpus, ser parte de la construcción teórica.

Posiblemente sea tarea –por qué no- de los propios docentes de grado el asunto de jerarquizar la práctica, pero el camino de incumbencias comienza en la torre. Faltan mecanismos institucionales de cierre de tareas donde el Ministerio de Educación ponga el foco en la formación continua, tomando como punto de partida la lectura y la escritura reflexiva.

En los márgenes del sistema, pervive el sueño húmedo de dinamitar el postulado burocrático de que sí es necesario dejar sentado en la historia institucional un detalle concreto de la práctica. Pero es prudente decir que es un sueño de hastío e intolerancia de gente comprensiblemente cansada. Citar a Max Weber o ser sunnitas de lo mecánico, son caminos que chocan de frente contra la realidad y manosean el registro de lo que se hace a diario.

 

Hoy, por ósmosis, la acción educativa se ve debilitada en detrimento del papeleo, y este fenómeno trae consigo el achatamiento y la posterior mansedumbre de quienes construyen y sostienen las escuelas.

 

Ana va tachando los deadlines viejos y repara en cuantas cosas hizo a medias, con abulia, confiadísima en que nadie jamás lo verá.

Hoy, por ósmosis, la acción educativa se ve debilitada en detrimento del papeleo, y este fenómeno trae consigo el achatamiento y la posterior mansedumbre de quienes construyen y sostienen las escuelas.

La mamá de Yoni

El 23 de diciembre la mamá de Yoni finalmente fue a buscar el boletín de su hijo, charlar con la seño y pedir el pase. Se le pasaron los días, pero aunque a algunos les suene descabellado, el “escaparse” del laburo para ir al acto escolar de su hijo le sale bien a la clase media. Ella no pudo zafar del mercado, pero llamó y avisó.

 

Se vuelven a Santa Fe, sigue la primaria en su pueblo. Junto al boletín, se entrega el legajo completo de todo lo que se trabajó en el año (diagnósticos, cuadernillos, tomas de escritura, promoción acompañada, etc).

 

– ¿Qué tengo que hacer con esto, Ana? –  le pregunta Claudia, mientras de fondo el ventilador paleta de la biblioteca se mece y amenaza con venirse abajo.

 

– Lo tenés que entregar en la dirección de la nueva escuela- le dice breve, con sensaciones encontradas sobre el futuro de esos registros.

 

Se dan un abrazo y la mamá de Yoni le agradece. En las escuelas los padres agradecen o juzgan, hay pocos matices. Ella le agradece a Ana, pero a la que le agradece es a la escuela pública. El 2019 ya es cenizas.

La mamá de Yoni finalmente fue a buscar el boletín de su hijo. Se le pasaron los días, pero aunque a algunos les suene descabellado, el “escaparse” del laburo para ir al acto escolar de su hijo le sale bien a la clase media. Ella no pudo zafar del mercado, pero llamó y avisó.

*Maestro de escuela primaria y licenciado en Educación de la Universidad Nacional de Quilmes (UNQ).

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