FEMINISMO EN TIEMPOS DE CUARENTENA: RECLUSIÓN Y CUIDADOS

Por: Paula Lenguita

Hace un siglo, con el brote de la pandemia del virus influenza A de 1918, las feministas sufragistas denunciaron al mundo cuánto las afectó la desmovilización y el pasar a la primera línea de cuidados. Como si nada hubiese cambiado, las denuncias hoy se repiten con otros significados. No es el sufragismo el que alerta sobre el confinamiento y la desmovilización, sino que son las actuales luchas que se libran por la injusticia en las tareas reproductivas y la brutalidad de la violencia patriarcal en el hogar las que alzan su propia voz. Fotos: Gala Abramovich.

¿Un feminismo en reclusión?

En una reciente reseña de Alisha Haridasani Gupta para el The New Nork Times, se recuerdan una serie de declaraciones de las sufragistas sobre cuánto afectó la pandemia del siglo pasado a su lucha y militancia. “Everything conspires against women suffrage. Now it is the influenza”, se lamentó una sufragista en el The New Orleans Times para comienzos de siglo. Y el paralelismo es evidente. Hoy se emplean otros medios para reclamar y alertar, pero los métodos de confinamiento y la explotación femenina en los cuidados han sido los emblemas de una movilización feminista internacional que hizo tambalear al mundo entero el pasado 8 de marzo.

En la actual reseña, el relato nos ubica en un brote epidémico marginal de la localidad china de Wuhan, que luego se volvió pandemia cuando en tan sólo tres meses supo replicarse en los cinco continentes. La velocidad del contagio y la letalidad de la epidemia fueron los signos distintivos de la transformación profunda de las relaciones sociales en todo el mundo. La vida cotidiana de las personas confinadas cambió y está modificando radicalmente la percepción de la realidad. Es posible imaginar que esa misma mutación operó hace cien años, cuando además, en aquel momento las relaciones de cercanía y los contactos presenciales eran las maneras exclusivas de comunicación entre las personas, sin las herramientas de comunicación que hoy proliferan y permiten tomar contactos mediatizados de manera permanente y concreta.

Hoy se emplean otros medios para reclamar y alertar, pero los métodos de confinamiento y la explotación femenina en los cuidados han sido los emblemas de una movilización feminista internacional que hizo tambalear al mundo entero el último 8 de marzo.

Como en el pasado, las tácticas sanitaristas advierten de la virulencia de la enfermedad sugiriendo también la metodología del confinamiento para enfrentar los contagios. Más allá de ciertos zigzagueos de algunos gobernantes o incluso subestimaciones de otros sobre la naturaleza de la epidemia desatada, el flagelo está siendo afrontado como hace un siglo, por el más rudimentario método de barrera sanitaria: la reclusión hogareña de las personas. También como ayer, los principales medios de prensa, haciéndose eco de los discursos gubernamentales, dan cuenta de los riesgos del colapso del sistema sanitario, tanto en su infraestructura pública como privada. Cuando las fronteras entre los países comenzaron a cerrarse, el método de confinamiento pasó a ser el apropiado para evitar la crisis sanitaria, según ese mismo razonamiento. Aun cuando hay un importante sector de la población, sobre todo mujeres, como en el pasado, en la primera línea de cuidados. Una situación que se replica, ya sea dentro de ese sector visibilizado de la estructura sanitaria como en los ámbitos comunitarios de barrios populares, expuestos al hacinamiento y la falta de recursos mínimos, y en los propios hogares.

La obligatoriedad o no de esta restricción es expresión de las disputas en las orientaciones políticas de los distintos países. Llama la atención cómo en los casos de gobiernos que adoptaron restricciones rígidas, las oposiciones acompañan esas modalidades, pero no ocurre lo mismo a la inversa. Más aún, ante estos zigzagueos o disputas de poder y sus poco claras orientaciones sobre qué hacer, las poblaciones se refugian en la cuarentena, independientemente de su obligatoriedad. Queda claro cómo esta crisis epidemiológica viene a explicitar un conjunto de desigualdades que hace posible la adopción del confinamiento para las capas sociales con recursos, pero lo hace más difícil en sectores donde los recursos no están.

Sin ánimo de adoptar una terminología epidemiológica, tan poco conocida hasta la pandemia actual y hoy tan corriente en la prensa internacional, presento una mirada feminista sobre las consecuencias de la reclusión pandémica y, fundamentalmente, sobre las políticas de cuidados, en sus distintos territorios y formas de enfrentar la crisis civilizatoria a la que conduce esta enfermedad.

Es ese hemisferio del cuidado, tan vilipendiado por los voceros capitalistas y patriarcales, por conseguirse mayoritariamente en el ámbito invisibilizado de los hogares, el que hoy tiene tanta relevancia política y mediática como soporte fundamental en esta pandemia particular. La incertidumbre demostrada por la falta de plazos para la reclusión social, está evidenciando la enorme crisis en la que están los sistemas remunerados de cuidados, y cómo tienen que salir en su lugar aquellos invisiblizados por siglos: la comunidad y el hogar. Queda claro que ese debilitamiento se observa más aún en estos cataclismos, como sucedió en la pandemia del siglo pasado, en cada una de las salidas de las guerras mundiales y por la propia política neoliberal en la actualidad, tan impiadosa en volver raquíticas las esferas públicas para el cuidado de las personas.

La incertidumbre demostrada por la falta de plazos para la reclusión social, está evidenciando la enorme crisis en la que están los sistemas remunerados de cuidados, y cómo tienen que salir en su lugar aquellos invisiblizados por siglos: la comunidad y el hogar.

La develación organizativa del cuidado

La pandemia de 1918 fue devastadora para la historia de la humanidad. En sólo dos años  se calcula que perdieron la vida entre 50 y 100 millones de personas (1). En el caso de la pandemia del nuevo coronavirus, las abrumadoras cifras brindadas por la Organización Mundial de la Salud – tres millones de personas infectadas y 200 mil fallecidas en todo el mundo-, se han vuelto una señal de alarma para pensar el mundo en el que vivíamos. Y reflexionar introspectivamente sobre qué creíamos importante y qué secundario en aquellos días, cuando la pandemia todavía no se había desatado. La reclusión es una estrategia generalizada para controlar o amecetar la propagación del coronavirus. Por consiguiente, el imperativo de “quedate en casa” está escrito en la mayoría de las lenguas por las campañas que los gobiernos centrales están haciendo sobre la cuestión. En momentos como este, donde ya la mayoría de los países padecen contagios comunitarios, la reclusión general avivó clásicos interrogantes del problema de la crisis reproductiva.

Desde hace medio siglo, las feministas alzan la voz para señalar esta desigualdad para hacer frente al cuidado de la vida. La sobrecarga que esas tareas reproductivas suponen para las mujeres, cuando además son desvalorizadas como trabajo, y por ende, invisibilizadas como actividad productiva. Evidentemente, esta pandemia puso el eje en lo importante de ese trabajo y brindó luz sobre sus desventajas. Porque dejó al descubierto su vínculo y tensiones con el resto de los territorios de cuidados: la familia, la comunidad, el Estado y el mercado. El carácter inédito de esta crisis sanitaria ha desnudado, como nunca antes, los aciertos feministas a la hora de señalar la crisis reproductiva en la que se hallaba el mundo. La debilidad de los sistemas públicos y privados de cuidado, que han obligado al confinamiento, les dan la razón. Y el sistema capitalista que venía dándole la espalda a los cuidados reproductivos, por no suponer mayoritariamente trabajo remunerado, hoy se sirve de ellos para tentar una reanimación productiva de la economía en el futuro. Dicho de otra manera, lo fundamental ha sido puesto de relieve con esta pandemia. Tal como lo proclamó Silvia Federici por décadas, la reproducción social es la que sostiene al modo de producción capitalista, aun cuando éste entra en crisis, por el actual confinamiento ante la pandemia.

El carácter inédito de esta crisis sanitaria ha desnudado, como nunca antes, los aciertos feministas a la hora de señalar la crisis reproductiva en la que se hallaba el mundo. La debilidad de los sistemas públicos y privados de cuidado, que han obligado al confinamiento, les dan la razón.

Sin vacunas, como hasta ahora, la única salida está en la organización del cuidado. Ante esta catástrofe, la vida humana vuelve a cobrar otro sentido, en donde la crisis reproductiva tiene una oportunidad para alzarse y ocupar su lugar de predominancia, de una vez y para siempre, con el fin de desafiar al capitalismo depredador en el futuro. Mejor dicho, sin vacunas el único antídoto eficaz es la reclusión domiciliaria de la mayoría de la población mundial, y la crisis reproductiva tiene una oportunidad para desafiar al capitalismo conocido.

Mientras las dificultades de los mercados que ofrecen servicios de cuidados son evidentes, y el Estado se ve colapsado por esa inaptitud privada, los territorios de cuidados comunitarios logran cada vez más visibilidad y los hogares se han vuelto el ámbito elegido por esta pandemia para la reproducción social. Dicho mejor, el escalofrío que causa el mercado y sus deficiencias establece una sobredemanda en el sistema público, poniéndolo en riesgo de colapso. Mientras tanto, a contraluz, la familia y la comunidad vuelven a alzarse como recursos no mercantilizados, en cuanto páramo de mayorías. Sin embargo, para algunas mujeres, los hogares son también un riesgo. Los femicidios muestran la peor cara de un sistema patriarcal que anida su violencia misógina en las propias familias. Y la organización comunitaria de cuidados mayoritariamente viene a suplir ese conjunto de problemas, ineficiencia privada, colapso estatal y violencia patriarcal en el hogar. Cuando denuncia en su propia geografía las formas más brutales de la intersección de la desigualdad: feminizada, racializada y clasista.

El escalofrío que causa el mercado y sus deficiencias establece una sobredemanda en el sistema público, poniéndolo en riesgo de colapso. Mientras tanto, a contraluz, la familia y la comunidad vuelven a alzarse como recursos no mercantilizados, en cuanto páramo de mayorías.

En fin, el confinamiento en esta pandemia ha desnudado problemas fundamentales, que el feminismo viene denunciando hace más de un siglo. La crisis pandémica actual muestra una vez más el carácter civilizatorio de las cuestiones expuestas por las feministas. En ese sentido, la generalización del confinamiento frente a la virulencia del contagio fue el método rudimentario y transitorio empleado para preservar la vida, hoy y en el pasado. Aun cuando suena paradójico, porque la versión patriarcal del capitalismo que conocíamos desoyó, subestimó e incluso ocultó las matrices de cuidados no mercantiles, que han sostenido la reproducción social por fuera de los mercados y de la órbita del Estado. Por ende, tenemos la oportunidad de poner a la organización del cuidado y la reproducción social de la vida en el lugar fundamental que ocupa, aun cuando el capitalismo menosprecie su importancia.

Los femicidios muestran la peor cara de un sistema patriarcal que anida su violencia misógina en las propias familias.

En resumen, después de los años 80´ las variantes neoliberales del capitalismo afectaron el sistema público de cuidados, creando un mercado de desprotección global, como nos muestra esta pandemia. En ese sentido, estamos en cada territorio de cuidados con desafíos distintos. Donde las mujeres son el extremo exacto entre el cuidado doméstico no remunerado, el cuidado comunitario invisibilizado por el Estado, y el cuidado estatal negado por los mercados. En esa interacción, la crisis civilizatoria, expuesta por la pandemia, muestra como nunca un sistema patriarcal que violenta a las mujeres en cada uno de estos órdenes de producción, imponiéndoles una disciplina extrema hasta el punto de la violencia genocida, hoy conocida como femnicidios.1. Carbonetti, Adrián (2010) “Historia de una epidemia olvidada. La pandemia de gripe española en la Argentina, 1918-1919”, Desacatos (32): 159-174.

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