ESTO NO ES UNA ESCUELA

Pasan los días y se multiplican las voces docentes. La rutina “circular” del aislamiento, sumada a las dificultades de la virtualidad, genera una intensa proliferación de testimonios, ideas y problemáticas. En distintos distritos, gestiones, modalidades y niveles educativos, el trastorno y el desafío está a la orden del día. ¿Qué elementos son esencialmente insustituibles en ese campo minado de representaciones que es la educación?

Juan Negri es docente universitario (UNSAM y UTDT) y piensa que “en la virtualidad hay una pérdida de humanidad”. Él, como tantxs colegas, expresa lo que sabe en el canal que tiene a mano. Sostiene que el motivo de la deshumanización es que el proceso de aprendizaje se automatiza porque “el intercambio es por bloques, muy mecánico, sin ese proceso de retroalimentación de las clases reales”. Juan es la caja de resonancia de lo que viven muchxs otrxs, expresa un sentimiento colectivo. La cuarentena, en términos históricos, va en camino a ser un hito fundacional para la educación argentina. El insumo infaltable para el futuro tiene que ser la reflexión pedagógica que emerge de manera acaudalada y desbordante, en boca de sus protagonistas: los y las trabajadoras de la educación.

Ni héroes ni heroínas, trabajadorxs

Al inicio de la cuarentena circuló un meme que, posiblemente sin buscarlo, terminó siendo un resumen para la comunidad docente. Se trata del cover de la pintura de René Magritte: “Ceci n’est pas une pipe”, en el que aparece una notebook abierta y la leyenda reza, en afirmación contraria, “ce n’est pas une école”, esto no es una escuela. El meme, en tanto lenguaje disruptivo, funciona en múltiples niveles. Su hipertextualidad es el crossover que mezcla temas, personajes, grupos sociales, coyuntura y otros elementos. No obstante, con esa fusión no alcanza: el corazón del meme es el ingenio, el humor.

Roland Barthes denominaba punctum a ese “algo” de la imagen que nos conmueve, nos moviliza, nos llama poderosamente la atención. El punctum en este meme es la afirmación.  Una síntesis perfecta de una tensión latente en el campo educativo. La educación a distancia y las instituciones educativas como garantes de la organización social. El meme, con una gran velocidad semántica, resuelve la disyuntiva. Esa computadora abierta no es una escuela.

La cuarentena, en términos históricos, va en camino a ser un hito fundacional para la educación argentina. El insumo infaltable para el futuro tiene que ser la reflexión pedagógica que emerge de manera acaudalada y desbordante, en boca de sus protagonistas: los y las trabajadoras de la educación.

Ana Laura vio el “meme de Magritte” y lo compartió animada al grupo de maestras. La escuela pública donde labura recibe buena parte de sus inscriptos de la comunidad boliviana. O son nacidos en el país hermano o en el mismo Barrio Illia del Bajo Flores. “Las bolivianas son unidas y siempre tienen una respuesta solidaria para los problemas”, afirma la docente. La escuela es del Distrito 8 de CABA, casi llegando a Av. Cobo. Ella nos cuenta que el facilitador hace un buen trabajo recepcionando lo que arman los docentes y subiéndolo al blog de la escuela. Se esperanza con “la posibilidad del desarrollo autónomo de los chicos a la hora de resolver los trabajos”. La incertidumbre de Ana es qué pasa del otro lado, en las casas, que no vuelven las preguntas. Ella sabe que no hay construcción de significados donde no hay previamente una duda. Aunque la situación social y sanitaria en ese barrio mande a la fila a los temas educativos para ocuparse de lleno en otros más urgentes, las inquietudes de Ana emergen con fuerza.

¿Dónde está el punctum en la labor docente de Ana? ¿Será que los chicos no tienen la conectividad deseada, o la propuesta escolar no invita a ocupar los espacios vacantes de la pandemia? ¿Cómo reacciona una docente cuando no les “llega” a sus alumnos?

Ana Laura se detiene, reflexiona, se siente atareada por las nuevas condiciones de su trabajo de plataformas pero comprende que no hay alternativa. Sabe además que cuenta con lo que ordena y prescribe el Estado.

La incertidumbre de Ana es qué pasa del otro lado, en las casas, que no vuelven las preguntas. Ella sabe que no hay construcción de significados donde no hay previamente una duda. Aunque la situación social y sanitaria en ese barrio mande a la fila a los temas educativos para ocuparse de lleno en otros más urgentes, las inquietudes de Ana emergen con fuerza.

Otro es el caso de las escuelas de gestión privada. Este es un universo heterogéneo donde la organización varía, muchas veces a expensas de su conducción. En el secundario donde trabaja Pablo, en la localidad de Tigre “cada uno se arregla como puede”. Trabajar se trabaja, lo que prima es la desprolijidad. Pablo relata que una profesora “durante los primeros 15 días de la cuarentena no se había comunicado ni con el colegio, y resulta que es una persona grande de más de 60 años que no tenía ni idea de cómo arreglarse”. Le costó mucho pedir ayuda y, sin respuesta institucional, se puso a tiro de la mano de sus compañerxs docentes.

Andrea es psicopedagoga en un colegio primario privado de Caballito. Explica que el nivel de exigencia fue gradual hasta la plena flexibilización horaria: “ayer estaba a las 8 de la noche hablando por teléfono con una mamá de las que colapsan fácil en este contexto”. Andrea describe las vicisitudes de no tener un marco laboral: “No hay corte de trabajo, no hay horario fijo y tenés la sensación de estar en 300 cosas al mismo tiempo”.

Sin embargo también dice algo distinto, que interpela al rol docente.Nos quejamos de las personas que hablan de lo que hacemos sólo por haber pasado por una escuela, pero al mismo tiempo queremos siempre ese reconocimiento especial por haber estado en la formación de todos”. Y agrega: “El mundo funciona gracias al buen trabajo que todos los seres humanos hagan desde el lugar que ocupen. Gracias al panadero, al colectivero, al infectólogo, al basurero, a la empleada doméstica, etc”.

Hace pocos días circuló un estudio realizado por el Sindicato Argentino de Docentes Privados de la Argentina (SADOP) que arroja algunos datos alarmantes. El 63% de los docentes privados no tiene una computadora laboral. Lo que quiere decir es que se comparte con el resto de los familiares. La consecuencia de esto también aparece reflejada en otra pregunta de esta encuesta: el 47% de los docentes trabaja más horas de las habituales. El home office educativo no tiene límite horario.

Hace pocos días circuló un estudio realizado por el Sindicato Argentino de Docentes Privados de la Argentina (SADOP) que arroja algunos datos alarmantes. El 63% de los docentes privados no tiene una computadora laboral. Lo que quiere decir es que se comparte con el resto de los familiares.

En el sur del país son otros los problemas. Ramón trabaja en el profesorado de matemática en Comodoro Rivadavia. Cuenta que aún no cobraron febrero, y que sin embargo siguen abriendo las aulas virtuales. “Mis alumnos hace unas semanas se recibieron a través de Zoom, porque tenían que dar el coloquio final de una materia. Sin que nos paguen, decidimos tomarles igual”. Con un destino incierto en materia salarial, se pregunta con una fuerza atronadora: “si no me pagan ¿cómo me pueden exigir?”

En Ana Laura la incertidumbre por el feedback, en Pablo la desorganización institucional, en Andrea la sobrexigencia laboral. En Ramón la primera contradicción de un trabajador, la que organiza cualquier otra contradicción: no hay trabajo sin salario.

La anormalidad genera una carga laboral extra, inédita. Ese estrés no es el de la escuela de antaño, sin embargo. Pese a las inclemencias, lxs docentes dan muestras de que están a la altura.

El mundo de Erik

Otra imagen conmovedora que circuló semanas atrás en las “redes” fue la conversación de una maestra y su alumno Erik. El pedido de ayuda del pibe venía acompañado de una confesión demoledora que encontraba correspondencia con el entendimiento de su maestra. La precuela de este chat no la conocemos, pero seguramente esté organizada en el mundo de las presencias, del cara a cara. Incluso sabiendo que la profe no lo conoce a Erik, es la escuela la que enmarca ese vínculo. Ese “aquí estoy” de la maestra nació del aula, aparece en un chat pero sucede bajo las normas del aula. No de un foro. No hay argumento atendible que cuestione este plano tan único que representa lo escolarizante, el acompañamiento, la dedicación.

Así como el testimonio de Erik eriza la piel, y nos deja ver vacíos y presencias, hay otros que nos dejan pensando en el rol de la familia y sus posibilidades.

Una madre de una escuela en Lugano le escribe a la seño de su hijo. “Hola, Seño. Mire, el celular a mí me anda para el culo, para qué le voy a andar dando vueltas. Yo no puedo ver las imágenes, nada. Y no me puede obligar a mí a que Luca copie todas las cosas porque no tengo un buen teléfono. Tenemos uno solo. No podemos ver nada, entonces no me pueden obligar a que Luca haga la tarea. Si fuera por mí, lo mando a la escuela, es lo que yo quiero. Por algo yo le compré todo para ir a la escuela. Por lo que ha dicho el Presidente nadie puede salir de la casa, entonces no podemos ir a un puto ciber a sacar las tareas. No, no puedo”.

El acceso a la tecnología define, en gran parte, la continuidad educativa. Aunque también los obstáculos que se presentan (en este caso una madre) ante esta escuela que no estructura, que no tiene tiempo ni espacio formal. Una escuela que no es una escuela, una seño que no está físicamente presente pero quiere acercarse. La resistencia desde las familias es una variable, no obstante lo que pone a la “seño de Lugano” en una situación de fragilidad es que no puede desplegar su rol de maestra. Se ve impedida, sin respuesta, ante la titánica tarea de que ese chico por lo menos pueda hacer un ejercicio en casa. ¿A quién le tiene que trasmitir la disyuntiva “la seño de Lugano”? ¿Cuál es el margen de maniobra de la institución escolar?

Por otro lado, ¿cómo identificar durante una clase o ante alguna consigna que un estudiante necesita el acompañamiento del docente? Erik pudo verbalizarlo. Quién sabe cuántas batallas personales hay en ese pedido de ayuda. Pero no todxs son como Erik.

La resistencia desde las familias es una variable, no obstante lo que pone a la “seño de Lugano” en una situación de fragilidad es que no puede desplegar su rol de maestra. Se ve impedida, sin respuesta, ante la titánica tarea de que ese chico por lo menos pueda hacer un ejercicio en casa.

“El WhatsApp es la herramienta que mejor funciona”, afirma Matías Moretta, maestro de grado de la escuela primaria N° 292 de Gaboto, Santa Fe, mientras saca fotos a las actividades del libro y las envía a los padres. “En Gaboto todos se conocen, pero armar la base de datos actualizada de cada familia viene siendo un quilombo”. Matías nos cuenta que muchos celulares están fuera de uso y hay mucha lentitud a la hora de confirmar la recepción de las actividades, lo que genera incertidumbre de este lado del celular.  Bruno trabaja en Rosario como docente de electrónica en un secundario con orientación técnico profesional (ETTP). Cuenta que la preparación del material didáctico no tiene nada que ver con la preparación de una clase presencial y, sobre todas las cosas, lo más complejo es acompañar a los estudiantes en su aprendizaje: “no podés saber cuándo un pibe necesita que te enfoques sólo en él”.

Ambos docentes trabajan en la misma provincia aunque en contextos y modalidades distintas. Las inquietudes tienen el mismo denominador común: la virtualidad no permite tener un seguimiento pormenorizado de lo que pasa en el aula.

Adentro de la escuela, todo; afuera de la escuela, nada

La educación transita la cuarentena entre el freno y la marcha forzada. Si bien se cumple de manera parcial el dictado de clases virtuales y la entrega de alimentos en las escuelas con comedor, la escuela como espacio todopoderoso hoy está en mute.

Los espacios educativos, tal y cual los conocemos, son los hijos predilectos de la modernidad. En ellos se inscribe una serie de inherencias que fueron legitimadas, a través de las décadas, en cada fase de la historia. La escuela tradicional y sus normas más o menos elásticas, y sus propósitos pedagógicos más o menos inclusivos. Los horarios, regularidades, símbolos y corporalidades; prescripciones ejemplificadoras o curriculum oculto: un compendio de representaciones que perviven y que hacen de las instituciones educativas los parlantes que reproducen el sonido de cada época. Esas escuelas paridas al calor de los paradigmas productivos, también son el espacio común que organiza la afectividad. Cuando una docente acompaña la historia tormentosa de un pibe, no sólo lo hace porque lo desea, lo hace porque puede, porque hay un marco de regularidades y consensos que solo pueden suceder en la escuela, con la escuela, desde la escuela.

Los espacios educativos, tal y cual los conocemos, son los hijos predilectos de la modernidad. En ellos se inscribe una serie de inherencias que fueron legitimadas, a través de las décadas, en cada fase de la historia. La escuela tradicional y sus normas más o menos elásticas, y sus propósitos pedagógicos más o menos inclusivos.

Como en el caso de Erik, la educación presencial es garante del acompañamiento y la vinculación afectiva, y esto tiene una vitalidad enorme en el tejido social y en la memoria colectiva.

Por ello, con las escuelas cerradas emerge la pregunta: ¿cómo dialoga la virtualidad con la escuela presencial? ¿Se redefinirá el rol docente post pandemia?

El aislamiento total nos hace repensar indefectiblemente una serie de supuestos que siempre están presentes en la arena pedagógica. La política de plataformas no es sólo la virtualidad como la herramienta didáctica central de este proceso pandémico, es también un arma cargada de futuro, o mejor dicho: un arma cargada de un futuro incierto. ¿Cómo se pueden construir lazos e identidades comunes a través de las plataformas digitales? ¿Cómo vamos a potenciar una escuela mejor después de esta experiencia?

En la distopía de un mundo sin aulas ni trabajadores, sin diversidad de orígenes e historias, sin pibxs necesitando un abrazo. ¿Existiría la escuela? ¿Qué elementos son esencialmente insustituibles en ese campo minado de representaciones que es la educación? ¿Es posible imaginar una educación sin escuela?

A medida que pasan los días se escuchan voces que percuten cada vez más alto. Son lxs docentes que se preguntan sobre lo que están construyendo desde la virtualidad. Por lo visto, que no depositen el sueldo, que se flexibilice el aspecto horario y temporal y que haya desconcierto, no detiene las expresiones. Más todo lo contrario.  Están dando testimonio de una época jamás vivida. Lo que brilla en sus palabras es cómo seguimos cuando se abran las puertas de las escuelas. De una u otra forma, están mirando por el umbral de estos días extraños y se están preguntando qué maestrxs seremos post pandemia y qué pibxs rescataremos tras las cenizas de este incendio, de esta anomia de la afectividad escolarizante, de esta simulación de escolaridad.

En la distopía de un mundo sin aulas ni trabajadores, sin diversidad de orígenes e historias, sin pibxs necesitando un abrazo. ¿Existiría la escuela? ¿Qué elementos son esencialmente insustituibles en ese campo minado de representaciones que es la educación? ¿Es posible imaginar una educación sin escuela?

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