UN POCO MÁS DE RESPETO

Por: Ignacio Budano

La escuela pública en la Argentina es el dispositivo estatal por excelencia, siempre atravesado por la crítica liviana del “afuera” que la considera una institución anacrónica en la que cada vez se aprende menos”. Pero a partir de las múltiples y desconocidas realidades que conviven en el “adentro”, se fue construyendo como un lugar más ameno para todxs. Las quejas se mastican y se sigue adelante. Ya se sabe que las condiciones objetivas para el ideal que se le exige nunca están dadas.

Años atrás, en el patio de una escuela, con la mirada perdida como quien cuida un recreo, después de soportar algún reproche que creíamos injusto y los gritos de parte de una madre, una directora nos decía a un grupo de docentes: “Es parte del juego, es acá adentro y tenemos derecho a réplica, jodidos son los que hablan desde allá afuera de lo que tenemos que hacer; en la tele o en cualquier lado: gente con cara de preocupada que si le ponés un guardapolvo no llega al primer recreo”.

 

Acá adentro, la comunidad educativa es un movimiento demasiado amplio que incluye a todo el arco ideológico, a todas las profesiones, a todas las condiciones, a los pañuelos de todos los colores, a todas las miradas sobre la infancia. Para quienes somos docentes y tenemos hijas e hijos en edad escolar el grupo de familias Whatsapp nos permite ser como Harún al-Rashid, el califa de Persia, cuando simulaba ser un ciudadano de a  pie: sabemos que va a haber quejas por mucha o poca tarea, por mucho o poco límite, por abordar o no un contenido. Ser docente hoy significa habitar ese espacio e intentar construir algo. La realidad se mastica, se digiere. Y a seguir. Enojarse con la realidad sin intervenir hasta que sea otra es excusa para la falta de compromiso. Las condiciones objetivas nunca están dadas.

Acá adentro, la comunidad educativa es un movimiento demasiado amplio que incluye a todo el arco ideológico, a todas las profesiones, a todas las condiciones, a los pañuelos de todos los colores, a todas las miradas sobre la infancia.

Allá afuera (ese espacio inexistente para la escuela) se escuchan sentencias demasiado instaladas como para que alguien se anime a cuestionarlas: que “cada vez se aprende menos y que la escuela es una institución anacrónica” son verdades que ni siquiera necesitan de una investigación que las sostenga. En eso hay que estar de acuerdo y si no, la intemperie.

 

Nuestra formación crítica nos hizo recitar de memoria: que  la escuela es el aparato ideológico del Estado, que la escuela normalista buscaba homogeneizar a la población, que la obligatoriedad fue una forma de control social. El Padre Nuestro de la pedagogía nacional. Algunas mentes lúcidas y comprometidas en plena praxis se animaron a darle algunas vueltas a esas tuercas sobre una idea central: la educación no es una obligación sino un derecho. Entonces a arremangarse. A buscar a esas infancias que están fuera de la escuela que son también las que peor la pasan. La escuela es con todas y todos adentro. Y es la base para armar el contrato social. A democratizar contenidos sin nivelar para abajo con lo que hay.  Tenemos  la institución más importante de la modernidad, con sus virtudes y defectos. Quizá con  muchísimos defectos. Pero convengamos que con algún  compromiso de quienes la habitamos la fuimos convirtiendo en un lugar más ameno para todas y todos.

 

Sin embargo  a la izquierda y a la derecha de la pantalla se sentencia que la escuela es anacrónica, que así como está no sirve, que no se aprende. Entonces hay que innovar. Y si las y los docentes somos piezas de la máquina de picar carne tenemos que dejar que innoven por nosotras y nosotros. Somos parte del fracaso. Que opinen todas y todos. Que florezcan más pedagogos que directores técnicos de la selección. Porque así no sirve y hay mucha gente que tiene una idea de cómo debe ser la escuela del mañana: los pedagogos, los panelistas de TV, los economistas, las fundaciones, las ONG, los psicólogos, las iglesias, Tonucci y Cris Morena. Que quede claro nadie quiere invalidar la opinión de quienes no son trabajadoras y trabajadores de la educación. Que a la escuela la construimos entre todos no debe ser un significante vacío. Pero como dice Erasure, “un poco más de respeto”. Quizá a  una maestra de inicial que trabaja sola con treinta chicos y chicas en una sala de tres se la podría habilitar para opinar  sobre cuestiones educativas.La escuela, con algún  compromiso de quienes la habitamos, se fue convirtiendo en un lugar más ameno para todas y todos. Sin embargo, a la izquierda y a la derecha de la pantalla se sentencia que la escuela es anacrónica, que así como está no sirve, que no se aprende.En educación hay gente que  habla  porque le importa, gente que habla porque es gratis y también hay gente con intenciones políticas. No digo nada nuevo. Se dijo de muchas formas. Algunas veces de manera muy clara como en el caso de Adriana Puiggrós: “El argumento central que sostiene a las políticas educativas neoliberales es que los grandes sistemas escolares son ineficientes, inequitativos y sus productos de baja calidad. De tal afirmación se deduce que la educación pública ha fracasado y se justifican políticas de reducción de la responsabilidad del Estado en la educación, presentadas como la única reforma posible.

 

En relación con el diagnóstico de ineficiencia de la inversión que se realiza en la educación pública, las soluciones propuestas no tienden a mejorarla sino a reducir paulatinamente la inversión, cuando no a eliminarla. Un conjunto de medidas que tienen ese objetivo son presentadas al público como un discurso pedagógico cargado de atributos técnicos y de un lenguaje organizacional”. También hay grandes negocios atrás de algunas sentencias. Y si no alcanzan las sentencias hay pruebas estandarizadas. Métodos que cuantifican una supuesta calidad (o baja de calidad) cuyos resultados ya fueron escritos antes de arrancar.

“En relación con el diagnóstico de ineficiencia de la inversión que se realiza en la educación pública, las soluciones propuestas no tienden a mejorarla sino a reducir paulatinamente la inversión, cuando no a eliminarla”, sostiene Puiggrós.

Sabemos que quienes quieren reducir al Estado a su mínima expresión son capaces de citar a Foucault o a Althusser para que nos demoremos en procesar sus intenciones. La escuela pública en la Argentina es el dispositivo estatal por excelencia; si pasa de caserío hay una escuela primaria. Mientras los 90 podían con casi todo lo público, la escuela resistía. Le tiraban la Ley Federal pero contenía a las y los que se caían de la fiesta.

 

Qué será de ella en el 2021 vaya a saber. A veces analizamos en profundidad o creemos hacerlo. Registrar que queremos aquello que extrañamos es un sentimiento demasiado elemental para no tomárselo en serio. Nadie lo va a admitir y está bien que así sea, pero a la escuela se la extraña. Con el súper poder simbólico de hacer llorar a todas las familias de las y los que se sueltan de la mano para empezar primer grado. No hay ser racional que pueda controlar eso. Porque eso que estamos tan seguros que hay que mejorar sigue siendo el mejor abrigo social. Y la vamos a discutir, reconstruir y resignificar las veces que haga falta.

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