SOBRE RUEDAS

Por: Martín Rodríguez

Tres trabajadores del cinturón industrial del norte del conurbano bonaerense, uno de los pocos territorios argentinos donde todavía pisa fuerte la figura del “obrero”, cuentan su perspectiva de la pandemia y analizan el gobierno de Alberto Fernández. Los miedos, los cuidados y la continuidad del ingreso, en el centro de sus testimonios.

En el inolvidable 2014 a un amigo historiador lo quisieron contratar de una empresa para la formación del personal de recursos humanos porque, según le habían dicho, “no sabían qué hacer con los troscos”. ¿Qué había ocurrido? El incremento del conflicto en las empresas y la suma de nuevos delegados requería un paseo por la biblioteca marxista, un picoteo de sus lenguajes: fuerza de trabajo, plusvalía, choque, derechos. Lucha de clases en el cielo con diamantes, volvió la contradicción principal. Patronales y trabajadores.

La Panamericana fue uno de los puntos geográficos de esa marca de época. Y el corredor industrial sobre el que se asientan empresas autopartistas y clásicas multinacionales mostraba ese cambio por abajo. Por ejemplo, el día que cientos de trabajadores y sus mujeres se plantaron en la autopista para resistir los despidos de la Multinacional Lear Corporation. Cien despidos inadmisibles. Era julio del año 2014. La mañana del día que Alemania hundió con siete goles a los brasileños en el Mundial. Así describía Fernando Rosso esa zona en 2015: “La región que rodea a la autopista Panamericana es el más importante centro de gravedad del conglomerado industrial nacional: la columna norte del ejército en reconstrucción de la clase obrera argentina.”

Puede sonar a “segmento del segmento”, pero quizá valga la pena decir que gran parte del voto a partir de 2011 fue casi unidireccional en las plantas de las automotrices de Zona Norte. Muchos trabajadores que habían votado al Frente para la Victoria hasta entonces ahora votaban en las urnas contra el Impuesto a las Ganancias. Estructura (económica) y superestructura (electoral). La realidad no será determinista, pero nadie come vidrio y consideraban un destrato la vocación por desoír ese reclamo (“el salario no es ganancia”) que hacía sistema con otros (la dificultad para dar una respuesta a ese jamón del medio, lo encarne quien lo encarne). Y esos representados del histórico gremio SMATA eran, junto a los empleados de la electrónica fueguina, partes de las ramas más protegidas de la industria de aquella década y de aquel modelo. El humor de esa aristocracia obrera empezó a hacer sistema con otros sectores anti kirchneristas. La fuerza del no, cuando esos “no” empiezan a agruparse.

Sobre esa intuición pivoteó Hugo Moyano y sus cuitas, quien plantó el primer paro nacional desde su disidencia a Cristina. Fue en el temprano 20 de noviembre de 2012. Exactos doce días después de la protesta del 8N que había inundado las principales ciudades del país. Ahí hizo base Sergio Massa, otro peronista disidente que triunfó en las elecciones bonaerenses de 2013. E hizo base (aunque con menos peso) ahí también el voto a Macri, aunque, diríamos, por default.

Toda promesa electoral contra el impuesto a las ganancias sonaba difusa porque se anclaba a las necesidades de caja (que sólo se conocen cuando se tienen las llaves de la caja), pero algo de ese castigo emanaba de ese abajo, digámoslo rápido: de los trabajadores industriales contra el kirchnerismo, los que estaban más atentos a las 12 cuotas en Frávega que les mejoraban un cachito la vida que al posicionamiento último sobre Venezuela o Irán. Y en medio de ese matete –que hacía de algo que podía tener un dejo de sensatez un cruce de broncas entre asalariados, golpeados legítimos, algunos ahorristas que querían dólares hasta para empapelar sus baños, republicanos tuiteros, etc.- estos trabajadores bajo convenio sentían que “el relato” los dejaba afuera de su horizonte. De arriba a abajo y de abajo a arriba: la raíz de todos los problemas. Representación y billetera.

Tras cuatro años de macrismo pasó lo que pasó: de la discusión sobre el impuesto pasaron a la discusión sobre la fuente de trabajo. Un retroceso en la conversación que repuso las condiciones para ensayar lo nuevo para el peronismo: la unidad. El Frente de Todos logró en 2019 saldar esa unidad estructural. La cuenta que repetía el politólogo jesuita Rodrigo Zarazaga acerca del por qué de la fragmentación de la dirigencia peronista (resumida en: “está roto por arriba lo que está roto por abajo”). Más allá de las proporciones electorales de cada sector, la cuenta era suficiente para establecer que pisos altos y techos bajos de votos, sumados a un modelo de disputa basado en la grieta, eran pura ganancia para el macrismo. Unidad fue el nombre de la transformación posible para (si no salir) correrse de la grieta.

Tras cuatro años de macrismo pasó lo que pasó: de la discusión sobre el impuesto pasaron a la discusión sobre la fuente de trabajo. Un retroceso en la conversación que repuso las condiciones para ensayar lo nuevo para el peronismo: la unidad.

Pero a la solución política a los problemas argentinos del triunfo del Frente de Todos se le mojaron los papeles porque sucedió algo peor que la herencia amarilla: se vino el mundo abajo con la pandemia. Un virus demasiado humano, como dice Jean-Luc Nancy, que comprimió las posibilidades de reactivación, que cambió los modelos de organización del trabajo, que arrasó los bolsillos, que achicó ese “de la casa al trabajo y del trabajo a casa”, y que, en definitiva, nos cagó un poco la vida a todos (pero no a todos por igual).

Lo que sigue son tres testimonios de trabajadores de la industria automotriz. Historias que se parecen un poco entre sí. Sin edulcorante: son historias comunes de la planta de Volkswagen de General Pacheco. Trabajadores industriales de buena formación que fueron de los menos perjudicados por los efectos del Covid. Zona Norte del Gran Buenos Aires, la planta que queda en la calle Henry Ford 3101. ¿Cómo pasaron el año? ¿Qué piensan y sienten sobre este tiempo? ¿Se contagiaron? ¿Apoyan el impuesto a las grandes fortunas? ¿Cómo ven al presidente… que votaron?

Facundo tiene 38 años. Trabaja en la automotriz hace más de diez. Entró abrazado a la esperanza de una capacitación que le permitiera dejar atrás la puerta del bingo donde tenía la parado su remís. Amante de los fierros, llevaba en los genes el amor por ese Valiantceleste que era la joya de su familia de San Miguel.

Este año lo empezó con mucha incertidumbre, “no sabíamos qué iba a pasar”, dice. “No sabíamos si este virus era recontra letal, menos letal. Lo vivimos con miedo. Pero vimos que hubo que arrancar a laburar con la cabeza pensando en la familia, sin saber qué iba a pasar. Hay que adaptarse a los nuevos modelos de vida que se vienen. El tema del Covid por suerte en casa no estuvo. No llegó. Sí en la cabeza de uno a veces pasan los síntomas. Cada tanto te agarra el fantasma: no sabés si lo tenés o no lo tenés, vas a la cocina a la mañana y te calmás al sentir algún olor. Te da miedo que la familia pase por un trastorno de estos y no tenés nada. Es difícil eso.”

Los primeros meses con la pandemia el miedo desplegaba sus círculos: miedo a perder un familiar, a un amigo, a un compañero de trabajo. “Pero bueno, de a poco te vas olvidando un poquito del tema y le vas poniendo más onda. Ya venís a trabajar sin estar pensando tanto en contagiarte o contagiar a un familiar. El sueldo lo seguimos cobrando, gracias a Dios. Tenemos una fábrica grande, SMATA es un buen sindicato. Cobramos ATP dos o tres veces.”

¿Y el aporte extraordinario de las grandes fortunas? Su respuesta tiene la fuerza natural que a veces el propio gobierno desconoce: “La verdad que es algo que no hay que discutir mucho. Al pan pan y al vino vino: pasó en todo el mundo que ellos mismos querían pagarlo, fueron quienes tiraron la idea y acá, como siempre, hay un vivo. La tele te embarulla un poco, gente que no sabe ni lo que es la cantidad de plata ésa y lo oís defendiéndolos”.

Sobre Alberto dice que lo votó y lo volvería a votar. “Me siento cómodo, lo escucho. Hay que darle un poquito de tiempo. Cuando se estaba poniendo la pilcha para salir a la cancha le tocó bailar con la más fea.”

“Al pan pan y al vino vino: pasó en todo el mundo que los ricos querían pagar el impuesto a las grandes fortunas, fueron quienes tiraron la idea y acá, como siempre, hay un vivo. La tele te embarulla un poco, gente que no sabe ni lo que es la cantidad de plata ésa y lo oís defendiéndolos”.

Marcelo trabaja en Volkswagen como operario y tiene 55 años. La pandemia la pasó a resguardo y un poco preocupado, no tanto por su salud sino porque estaba “encargado” de hacer los mandados y andar en la calle, entonces “tenía mucho cuidado de no llevar esta peste a mi casa”, dice. “A medida que fue pasando el tiempo descubrí que, gracias a Dios, tenemos un buen trabajo. Nos resguardaron dos, tres meses, cobrábamos del sueldo un 79%.”

En su familia nadie tuvo Covid, sólo tuvieron miedo y precaución. “Los primeros meses los viví viendo mucha tele, mucha serie, tratando de leer y compartiendo un poco más con mis hijas y mi señora.” El ATP lo cobró tres veces, y el resto lo pagaba la empresa. Sobre el impuesto a las grandes fortunas dice: “Estoy totalmente de acuerdo porque es hora de que la gente que tiene el poder económico pueda aportar algo para ayudar al resto de las personas.”

Juan pasó todas las etapas emocionales en la pandemia. Al principio mucha angustia, hasta llegar a estar en el supermercado comprando y que se le caigan las lágrimas viendo a la gente que, cuando estaba muy cerca entre las góndolas, se miraban todos de reojo. “La verdad que los primeros meses fueron de muchísima preocupación. Después uno va acomodándose, iniciando el trabajo, y acostumbrándose a saludarnos, a relacionarnos, a cuidarnos con los elementos de protección personal, con el alcohol todo el tiempo higienizándonse las manos. Fue todo un desafío. Y cuando arrancó el trabajo y ya pasó todo el miedo uno se acostumbró. Hoy darse la mano o darse un abrazo resulta lejano. Ni lo pensás: la rutina de trabajo es otra, sin mate, más de lejos, con el alcohol en gel todo el tiempo dando vueltas.”

Lo que parecía difícil (el distanciamiento, los ingresos, no poder bañarse, el tema de la ropa del trabajo y llegar a la casa) fue más fácil, se acostumbraron rápido y se cumplió con eso. Pero Juan sí tuvo Covid. “Fue terrible porque mi señora y mi suegra son de alto riesgo y tuve que estar encerrado en mi casa sin siquiera salir al patio para no acercarme a ellas. Es una locura que vos mismo traigas el peligro a tu familia. Estamos en el mismo terreno pero lo primero que hice fue decirle a mi señora que se vaya a la casa de la madre. Aún así, cuando se fue ya se había contagiado pero por suerte la pasamos. Fueron quince días de mucha angustia sin poder movernos de casa.” El ATP, como sus compañeros, lo cobró tres meses. Y supone lo mismo que todos: que sobre el aporte de las grandes fortunas no debería haber discusión. “Debía salir rápido. Sin tanta demora.”

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