PITU SALVATIERRA: “HAY QUE TENDER PUENTES ENTRE LA ECONOMÍA POPULAR Y EL EMPRESARIADO ARGENTINO”

Por: Mariano Abrevaya Dios

Alejandro Pitu Salvatierra habla del presente en los barrios populares de la Ciudad, el escenario político electoral y las posibilidades de la economía popular para integrarse de otro modo en el mercado.

Foto: Celeste y Ramiro Abrevaya

Alejandro “El Pitu” Salvatierra recibe a Nación Trabajadora (NT) en su oficina del Instituto Villero de Formación “Padre Mugica”. Lo acompaña Débora, la compañera de toda su vida y madre de sus tres hijos. Hay mate y facturas. Barbijos. Camperones. Un entusiasmo todavía contenido por el frío, la mañana, por conversar sobre la realidad del barrio, la Ciudad, la coyuntura nacional y, en especial, la economía popular.

Débora es la responsable del comedor que funciona en el Instituto. Él dice: “En épocas de crisis son las mujeres las que tienen mayor fortaleza y capacidad para batallarla, fijate acá, en los comedores, están ellas, nosotros somos más básicos, buscamos laburo, lo perdemos, nos deprimimos, nos drogamos y hasta capaz que nos suicidamos”. Al ingresar a la sede, tres mujeres cargaban tres cajones de verduras por un pasillo con olor a lavandina. Desde el fondo, ahora, se escuchan voces, movimiento. En un par de horas, repartirán el almuerzo para unas quinientas personas. 

Allí mismo, en un par de ambientes que acondicionaron como aulas, desde hace cinco años funciona una escuela de adultos, gracias a un convenio que firmaron con la Universidad Nacional de Avellaneda (UNDAV), entidad que baja al territorio el programa FinEs, para terminar el secundario. El Instituto pone los salarios para los docentes y la planta de alumnos y alumnas, unos sesenta vecinos y vecinas del barrio.

¿Cómo está la situación social en el barrio?

– Y mirá, en principio extrañamos los mejores años del kirchnerismo. Habíamos dejado atrás la década del 90, el 2001, para mí la etapa más oscura para los sectores populares, no solo por el desempleo y la miseria sino también por las consecuencias en la salud y psicológicas de toda una generación que se volcó al consumo de drogas para tolerar sus frustraciones. A partir de 2014, tengo que ser sincero, creo que no le encontrábamos el agujero al mate, y se empezó a complicar. Después ya sabemos, vino Macri, que en poco tiempo hizo mucho daño en lo económico, pero no tanto en la autoestima de los nuestros. Cuatro años más hubiesen sido fatales.

Y llegó la pandemia.

– Tal cual, cuando creíamos que íbamos por la recuperación económica, explota la pandemia, y con la primera cuarentena, en abril, mayo del año pasado, la preocupación más urgente fue que nuestra gente vive al día, y si no trabaja no come, y pensamos que se iba a pudrir todo, pero el gobierno nacional hizo dos movimientos muy inteligentes, que fue adelantar el pago de los beneficios sociales, primero, y sacar el IFE después, medidas que durante ese tiempo de confinamiento más duro, permitieron que la gente se bancase más o menos bien. Cuando se empezó a estirar, y complicar, nos reunimos con el Gobierno de la Ciudad para plantearles nuestra preocupación, ya que la gente se estaba volcando a los comedores. Antes de la pandemia le dábamos de comer a 300 y ahora son 500. Hablamos de incrementos de casi el 100 por ciento en la demanda.

¿Obtuvieron alguna respuesta?

– A mitad del año pasado, ponele, y a partir del impulso de una mesa de emergencia que se armó con todas las organizaciones que laburan en el barrio, logramos que comenzasen a bajar bolsones de comida. En una villa en la que viven unas 30 mil familias, a nosotros nos empezaron a dar 2.500 unidades alimentarias por semana (una unidad era una caja de mercadería para unos diez días, aclara).

“La Ciudad dejó en manos de las organizaciones la responsabilidad de repartir la mercadería, y eso es jodido, porque queda en vos la decisión de quién recibe la comida y quién no. En nuestro caso fue complicado, porque nos conocen todos. Relevamos 10 mil familias en tres días y armamos una base de datos enorme, con una especie de puntuación o ranking de necesidades. O sea que nuestra experiencia previa resultó fundamental para el manejo de la crisis. Si sos madre soltera, con cuatro hijos, y alquilás, por supuesto sos la que primera va a recibir la mercadería. Y así laburamos durante un buen tiempo, casa por casa, contándole a todo el mundo cómo fue que el criterio que usamos para distribuir la comida, todos los viernes”.

En noviembre hubo una movilización y acto en la puerta del Ministerio de Desarrollo y Hábitat, para denunciar que el gobierno porteño había recortado la ayuda alimentaria.

– Sí, porque desde el gobierno no solo disminuyeron la cantidad de mercadería, sino también la calidad. Luego se acomodó un poquito, pero nunca terminó de ser lo que era al principio, la regularidad en la entrega, la calidad de la comida.

Luego de recibir un mensaje, Débora se levanta y sale de la oficina. El Pitu aprovecha la pausa para meterle dos mordiscones a una factura con crema pastelera. Debajo de la campera lleva un buzo con los colores de Boca. Por las rendijas de una persiana americana se puede ver la calle Simón Guerrero, angostita, pavimentada, que en forma de medialuna conecta las avenidas Piedrabuena y Eva Perón, por detrás del edificio vidriado de la cartera de Desarrollo, una mole que contrasta con el aspecto del barrio, lleno de ladrillo a la vista, pasillos, gente empujando carros, ladrido de perros, cables y antenas surcando el cielo.

En este barrio El Pitu vive desde principios de la década del noventa, cuando llegó sin nada, junto a su familia, luego de andar un tiempo en la calle. Sufrió la miseria y la exclusión, y en poco tiempo su vida dio un giro drástico al tirarse de cabeza en el ambiente del consumo de drogas y la delincuencia. En el barrio, llegó a ser un adolescente temido.

– La pandemia aparte nos trajo otras complicaciones -retoma-, como por ejemplo que los comerciantes nos venían a pedir mercadería, y el vecino se quejaba, porque decía que le dábamos azúcar a uno que después se las vendía a ellos, y a su vez, el comerciante, nos decía vos al remisero no le das la rueda o el criquet para que pueda comer, le das la mercadería. Tuvimos que lidiar con este tipo de complejidades, de las que en general el Estado se corre y las deja en manos de las organizaciones.

Alejandro grafica con dos experiencias:

– A muchos comerciantes comenzamos a recibirlos en el comedor, y estaban avergonzados, no querían hacer la cola, se sentían humillados y se enojaban con nosotros y el resto. Se sentían más pobres de los que eran. El clima se puso re denso. Y fijate esto: durante la mayor parte del año pasado, la única plata que circulaba en el barrio era plástica, a través de las tarjetas de la Alimentar, el salario social complementario, la AUH, la IFE, y la gente se las gastaba en el Coto, a veinte cuadras. Fuimos y le dijimos al gobierno porteño, escuchame, ponele unos posnet a los comerciantes, así la plata se queda en el barrio. Logramos que bajen unos cincuenta, y ahí aprovechamos para dar una discusión histórica dentro del barrio, que es la suba que le ponen los comerciantes a algunos artículos, en una jugada que acá llamamos el “IVA villero”. Y en muchos casos, lo sacaron.

¿Qué tal la relación entre el barrio y el Ministerio de Desarrollo que está acá a la vuelta, en el terreno donde estaba el Elefante Blanco?

– Con respecto al Elefante Blanco, siempre nos pareció bien que se lo cambiase por el Ministerio, pero con la condición de que avanzasen con un plan de obras para el barrio, que si bien todavía tiene algunos puntos pendientes, en algo se avanzó. El gobierno fue hábil, porque se quedó con un pedazo del barrio que era nuestro, pero hay que decir que ahí estaba el nicho de pobreza y exclusión más bravo del barrio. También hay que decir que los trámites cotidianos, como hacer un subsidio habitacional, se siguen haciendo en Entre Ríos y Pavón, y no acá, y recién ahora se empieza a ver cierto movimiento gastronómico en la zona gracias a la gente que labura en el edificio. Aparte, varios pibes del barrio consiguieron laburo en el Ministerio, y eso está bueno.

Acá no hubo un proceso de urbanización, ¿no?

– No, solo de algunas obras cloacales y pavimentación de calles, pero te digo que Larreta tiene cosas que a mí me descolocan. Justamente con los procesos de urbanización de algunos barrios, que excepto el de la Villa 31, me parecen intachables. En la Rodrigo Bueno, por ejemplo, o en la villa 20, acá en la comuna. Las viviendas son de calidad, generan progreso, y yo no esperaba eso de un gobierno neoliberal. Le podemos buscar la quinta pata al gato, pero el laburo fue bueno, ayudó a mucha gente, y las organizaciones del territorio, en general, quedaron conformes.

Hace unos días acá en la Ciudad se lanzó el Frente por una Ciudad Justa y Solidaria. ¿Qué te parece iniciativa?

– Me parece muy bien, sí, en especial porque leo como un avance que organizaciones sociales nucleadas en la CTEP formen parte de la mesa. Así se tendrá más fuerza para hacer oír los reclamos de mayor asistencia para los comedores, un IFE porteño y conectividad para los barrios, por ejemplo.

En 2001 Alejandro perdió su libertad, y estuvo recluido en un penal federal durante siete años. Al volver al barrio, se encontró con una nueva realidad, más pujante, más esperanzadora. Su primer trabajo fue con las Madres de Plaza de Mayo, que estaban construyendo viviendas en la villa. De esta manera, comenzaba no solo una nueva vida, sino también una carrera política.

¿Qué lectura hacés de la disputa interna en Juntos por el Cambio?

– Creo que identifican que tienen que matarlo a Macri para poder seguir adelante, y que Larreta hoy se perfila como el gran candidato del espacio. Acá hasta tienen un ala progresista en su ministra de Desarrollo y Hábitat, María Migliore, un hecho inédito para la fuerza política, con la que lanzaron una agrupación y con la que le intentan mostrar una cara amigable a cierto electorado. Están dejando atrás ese pseudo cooperativismo tránsfuga y mafioso que servía nada más que para hacer negocios, porque les resultaba muy caro y no les dio los resultados electorales que esperaban, y ahora están probando con otras maneras de hacer política en el territorio, quizá más parecidas a las nuestras.

¿Cómo lo ves al gobierno nacional de cara a las elecciones?

– Me parece que la política viene perdiendo la capacidad de convencer. Muchos, por lo menos acá, van tomando decisiones electorales a medida que huyen de malas experiencias. Macri ganó en 2015 porque los últimos dos años de Cristina se pusieron difíciles, y Alberto ganó en gran parte porque Macri fue un desastre. Creo que hoy hay que salir de esa lógica de pegarle al otro, la gente ya sabe todo el mal que hicieron y representan, y está bien que lo remarquemos cada tanto, pero no me parece que haya que ir solo por ahí. Como decía antes, nuestro gobierno no me termina de enamorar al cien por ciento, aunque soy consciente de que estamos sufriendo una pandemia. Ahora tenemos que seguir vacunando, poner en funcionamiento la economía y hacer el mejor papel posible en las elecciones.

¿Y acá en la Ciudad?

– Creo que la elección no va a ser muy distinta a la del 2019, aunque el Frente de Todos tiene una gran posibilidad ya que en Juntos por el Cambio hay una transición muy caótica, más disputada, y eso generara fraccionamientos internos y una merma en la performance electoral del oficialismo, que puede darnos la posibilidad de conformar una legislatura más pareja.

Qué te parece el asunto de la unidad, en términos políticos y conceptuales.

– Me parece que la unidad es primordial para poder sacar al país de donde lo dejó Macri, y que muchas veces es positiva y que otras se convierte en una mochila para aquellos que queremos que algunos procesos se definan más rápido, teniendo en cuenta que muchos estamos cansados de esperar, esperar y esperar. Desde la muerte de Eva Perón para acá, el destino de los sectores populares fue muy duro. Entendemos la unidad y la necesidad de ser amplios, y que es este el espacio al que pertenecemos, en especial porque ella -Cristina- está ahí, pero como decía antes, nos duele lo que falta, y lo que falta es mucho.

En diciembre de 2010 cientos de vecinos tomaron tierras del Parque Indoamericano, muy cerca de la Villa 15, en la misma comuna. Alejandro entró a la toma para buscar familiares y con el correr de las horas y los días se terminó convirtiendo en uno de los referentes de un episodio dramático y con repercusión nacional. Medio país le conoció la cara y la rabia que le inflamaba las venas. La política lo fue a buscar. Luego de militar un tiempo con el dirigente gremial docente Tito Nenna, pasó a ser el referente del Frente de Villas de La Cámpora.

Hace unos días se produjo una discusión hacia el interior del Frente de Todos acerca de la tarjeta Alimentar y las políticas sociales a largo plazo. ¿Cómo la ves vos?

– Nosotros creemos que la tarjeta Alimentar es una necesidad primaria y urgente, porque la gente tiene que comer. Eso hay que hacerlo, y está muy bien, pero alguna vez nos tenemos que pensar en lo importante y no en lo urgente, porque la Alimentar no va a resolver el hambre. Creemos que la economía popular es la salida más rápida y dinámica que tienen los sectores populares para reconstruir su propia economía.

¿Cómo sería eso?

– Mirá, la economía popular tiene la capacidad de incorporar a un montón de actores que otros sistemas laborales no tienen, porque ahí no te preguntan si vivís en manzana y casa, si tenés antecedentes penales, si terminaste el secundario. En el sistema formal de empleo, la cantidad de puestos de trabajo que nosotros necesitamos, y a la velocidad que lo necesitamos, no va a suceder nunca. Nosotros decimos: si el Estado invirtiera la misma cantidad de recursos que pone en la tarjeta Alimentar para potenciar y consolidar proyectos productivos en el barrio, las familias generarían sus propios recursos para alimentarse.

Hace algo más de un mes Alejandro es columnista invitado del programa Segurola y Habana que conduce la periodista Julia Mengolini en Futurock. Su rol y aporte: narrar la realidad de los barrios, o por lo menos el suyo. Dos programas atrás, la conductora organizó una campaña solidaria entre los oyentes para darle una mano al Pitu con uno de sus proyectos productivos.

– Con un par de amigos y compañeros del barrio estamos armando una cooperativa, y elegimos el plástico como elemento de desarrollo, porque se trata de un material que luego de un proceso de tratamiento incrementa mucho su valor, y nuestra idea es armar una planta de tratamiento que nos permita pagarle mejor el plástico al que saca el material del tacho de basura. Ya tenemos un galpón y necesitábamos un molino para procesar el plástico, que ya conseguimos (por medio de la campaña solidaria que realizó Futurock).

Y ahí podría aparecer el Estado para hacer esa primera inversión.

– Exacto, en lugar de entregarle a los compañeros de la cooperativa la tarjeta Alimentar, con ese molino ahora molemos plástico, lo vendemos y esos pibes tienen un ingreso garantizado. También hay que decir que el Estado ya está dando una mano, porque estos pibes tienen una base garantizada de 20 mil pesos por medio del programa Potenciar del Ministerio de Desarrollo Social de la Nación. Hoy la producción de la planta le permite a cada uno de ellos incrementar en 12 mil pesos más su salario. Dentro de menos de un año la idea es que tengamos la capacidad de darle laburo a unas veinte personas, sin depender del Potenciar. Este es el camino de la economía popular. Autogestionado y sustentable.

En 2016 El Pitu volvió a perder la libertad por una causa de drogas que tramitó el juez federal Claudio Bonadío. Fueron tiempos difíciles, por la recaída en el consumo, por volver a pisar el penal de Ezeiza, por la persecución política. Fue poco tiempo, pero le sirvió para dar un par de volantazos. Ese mismo año armó el Instituto Villero junto a Débora y un grupo de militantes con lo que viene laburando desde siempre. Un año después, lo convocaron desde el Movimiento Evita, espacio político al que hoy pertenece.

La oficina está decorada con imágenes de Eva Perón, Diego Maradona y un cuadro que le regaló un compañero en el que un nene pobre observa un afiche callejero en el que están los presidentes argentinos, desde la recuperación de la democracia a la fecha. Tanto en la calle, como en el interior del instituto, es incesante el movimiento de gente.

Inquieto, apasionado, Alejandro profundiza sus ideas:

– Hay que tender puentes entre la economía popular y el empresariado argentino, y con eso tiene que ver mi participación, desde hace cuatro años, en el Coloquio de Idea, donde me muevo con bastante soltura y donde caigo bastante bien, a pesar de ser morocho, y a donde voy para que rompan prejuicios y nos conozcan, que nos entiendan, para justamente tender puentes a favor de la economía popular.

“Si nosotros logramos que las empresas de este país nos permitan incorporar los proyectos productivos territoriales a la cadena de valor de esas empresas, nosotros podemos promover muchos emprendimientos autosustentables, y para eso al empresariado le tenemos que ofrecer lo que más les interesa: mejores costos”.

El Pitu pone de ejemplo los cuatro resortes que la automotriz Toyota necesita para una de las autopartes que conforman una carrocería.

– Ninguna metalúrgica se vería afectada sin la producción de esas cuatro piecitas, y a nosotros nos permitiría armar un taller en el barrio, que se dedique a fabricar esos cuatro resortes, que le de trabajo a seis o siete personas, y así podríamos hacer con otros rubros y actividades económicas.

“La economía popular tiene una potencialidad enorme, y para eso necesitamos capacitarnos y diversificarnos. Te pongo un ejemplo. Cuando acá se cobró el IFE, mucha gente puso esa plata en proyectos productivos, pero casi todos hicieron lo mismo: las minutas. Entonces si antes había cien que vendían sándwiches de milanesa, ahora tenías cuatrocientos, y no le sirvió a ninguno. Si nosotros hubiésemos tenido la capacidad de diversificar las propuestas, unos con dulces, otros con tortillas, otros con sándwiches, hubiera sido mucho mejor para todos”.

El Pitu aporta otro ejemplo.

– Nosotros armamos una cooperativa de conectividad, que tiene un convenio con una empresa que luego de brindar una capacitación nos permitió contratar 25 vecinos de la zona que hoy realizan el mantenimiento, la cobranza y la administración del servicio de internet. Hablamos de un grupo de pibes que no terminaron la primaria pero que saben fusionar la fibra óptica, un laburo que Fibertel te paga 85 mil pesos por mes. La empresa tiene 2.500 abonados en el barrio, que todos los meses pagan su servicio, y con ese capital la empresa paga a su vez el servicio de internet, los salarios y nuevo equipamiento para seguir instalando el servicio en el barrio. La cooperativa tiene cuatro años y hoy está facturando 5 millones de pesos por mes. Mirá si no será sustentable, si no valdrá la pena apostar a la economía popular en los barrios, que en nuestro caso, como te cuento, gestionamos la conectividad en la villa para que los pibes por ejemplo tengan internet para estudiar.

La cooperativa se llama Barrio 15 NET, y la empresa con la que trabajan, JumpNet, una pyme creada en 2003, que brinda su servicio con el formato inalámbrico, o wifi. Alejandro cuenta que la empresa no les puso peros con la supuesta morosidad en los barrios populares, como sí lo hacen las grandes empresas del sector como Fibertel o Telecentro.

– Ahora estamos tratando de replicar la experiencia en otros barrios. Yo creo que todo esto es revolucionario, y aparte la realidad es que la economía popular existe, nadie la niega, vino para quedarse, y hay que hacer algo con eso, los empresarios, el Estado para apuntalar los proyectos productivos, darle un primer empujón, y las organizaciones.

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