LA VERDAD LÁCTEA

Por: Cecilia Anigstein

Amelia y Nahuel, dos trabajadores de la planta de La Serenísima de General Rodríguez e integrantes de la Juventud del gremio ATILRA, repasan la historia reciente de la conformación gremial en la empresa, sus desafíos y dificultades, y el peso de la pandemia en las conquistas y cuentas pendientes del movimiento obrero.

Llegamos a territorio fronterizo entre el conurbano y el interior de Buenos Aires. A 60 km. de CABA, en una localidad que creció como satélite del gigante lácteo, se encuentran las  mayores plantas de las empresas Mastellone Hermanos y Danone, que albergan alrededor de 3000 trabajadores y trabajadoras.

El calendario del pueblo rodriguense se reinició a principios de los noventa. Mientras se multiplicaba la población y el desempleo, Pascual Mastellone, el empresario paternalista, se aggiornó al mandato neoliberal. En 1996 el grupo francés Danone compró la línea de yogures y postres La Serenísima y hubo una ola de despidos. Se instaló como regla la precariedad, los bajos salarios, la contratación de pasantes, personal temporario por agencia y el requisito del secundario completo aun para los puestos operativos de menor calificación.

La larga década kirchnerista fue el terreno fértil para la consolidación gremial en la planta, que muy pronto se derramó en el territorio y se politizó. En buena medida este proceso se explica por la vacancia material y simbólica que significó el abandono de la política de gran familia por parte de los Mastellone. Hoy, el sindicato hace parte de la vida cotidiana del laburante y del pulso de la política local. Desde parrilladas de más de 200 metros de extensión para las celebraciones del 1 de mayo hasta la creación de un partido político vecinal que catapultó la candidatura del intendente de la ciudad electo en 2019 por el Frente de Todos.

LNT conversó con Amelia Benavídez y Nahuel Rodríguez, trabajadores de la industria láctea en la planta de La Serenísima de General Rodríguez e integrantes de la Juventud ATILRA (Asociación de los Trabajadores de la Industria Lechera de la República Argentina).

Herencia intangible

Nahuel Rodríguez se crió con sus abuelos en el Barrio Parque Irigoyen de General Rodríguez. Guarda militancia barrial en su ADN: “Mi tía tuvo una participación activa en la creación del jardín del barrio, fue mentora de la capilla del barrio, es una herencia de participación social que tengo de ellos, que son mis padrinos”. La infancia fue futbol. Cuando cumplió 8 años entró al Club Social, Cultural y Deportivo Parque Irigoyen, y ahí se quedó: “Mi tío fue presidente de la institución desde la creación, hace 20 años, y a partir de este año me pasó el legado a mí”.

Cuando terminó el secundario estudió periodismo deportivo y se convirtió en entrenador de su equipo, y más tarde se comprometió con la directiva. Hoy asisten al club más de 140 niños y niñas, cuenta con equipos masculinos y femeninos. Se autofinancian con rifas, polladas y buffet en los campeonatos.

Trabajó cortando pasto como changarín hasta que ingresó a la fábrica por agencia como personal temporario, hace 8 años. Se afilió al sindicato en el minuto cero y a los siete meses quedó efectivo.

En la fábrica alcanzó la categoría de maquinista en el sector manteca, pero una hernia de disco le impidió continuar con su tarea. Este año se concretó su traslado al sector Ultra, en el que se elaboran los sachet de leche y donde desarrolla una tarea de responsabilidad menor, pero sosteniendo su categoría y salario como indica el convenio colectivo.

La conversación cambia de rumbo y de repente estamos en 2019: “Fue complicado en Moreno cuando pasó lo de Sandra y Rubén, particularmente los graves problemas de infraestructura que tenía el Instituto Rojas. Fue un año de mucha lucha a nivel trabajador y también cuando incursioné como estudiante, por los dos frentes. Porque la educación y la clase trabajadora fueron las dos variables de ajuste más grandes que tuvo el gobierno neoliberal de Mauricio Macri”.

Oveja negra

La historia de Amelia está marcada por el trabajo en la planta de La Serenísima. Su papá ingresó en la fábrica a los 18 años como repositor. Sobrevivió una a una a todas las reestructuraciones y llegó a ser gerente de Ventas. Fue despedido durante el macrismo, a pocos años de tramitar su jubilación. Amelia ingresó en el área administrativa como pasante también a los 18 años. Casi 4 años después quedó efectiva. Hoy es una jefa de hogar de 32 años que convive con sus dos hijos de corta edad, y reparte afanosamente su tiempo entre el trabajo, la crianza y la militancia.

La afiliación al sindicato supuso una ruptura con las expectativas que su familia había depositado en ella. Desafió los mandatos que más le pesaban. Pero sobre todo repercutió en su lugar de trabajo y en su proyección profesional: “Mi gerente me decía: no te afilies porque eso acá está mal visto. Hasta que un día dije: si yo quiero, ¿por qué no lo voy a hacer? Cuando volví ese día a mi casa me llamó mi viejo, me dijo que lo había llamado el Director para preguntarle a él por qué su hija se había afiliado a ATILRA”. Y ahí empecé a ser la ovejita negra del sector administrativo”.

La afiliación al sindicato de Amelia supuso una ruptura con las expectativas que su familia había depositado en ella. Desafió los mandatos que más le pesaban. Pero sobre todo repercutió en su lugar de trabajo y en su proyección profesional: “Ahí empecé a ser la ovejita negra del sector administrativo”.

Después de que nació su primer hijo Amelia fue trasladada a otro sector de la fábrica, en la administración del comedor: “Pasó que de estar ahí en la administración, que sería como el primer mundo, pasé a estar en el comedor. Mis compañeros de antes no me saludaron más, porque de estar vestida común digamos, cambié a estar vestida con uniforme.”

La pandemia sumó tareas adicionales, cuenta Amelia: “En la juventud estamos haciendo ollas en los barrios y meriendas a partir de colectas de plata y alimentos que hacemos entre los compañeros de la fábrica. Nosotros preparamos la comida en la seccional para alrededor de 500 personas y la distribuimos en los barrios”. 

Balance 2020

Tanto Amelia como Nahuel coinciden en que la pandemia dificulta el balance sobre el primer año del gobierno de Alberto Fernández: “Los trabajadores estamos adonde tenemos que estar, en el territorio, bancando la situación del país. Tenemos la herencia macrista más la situación del Covid, y la verdad es que no podemos evaluar nada porque es una situación rara, fuera de lo normal”, asegura ella.

Nahuel agrega: “La economía venía asfixiada y la pandemia le puso una soga al cuello. Tengo un balance positivo del gobierno, y me cuesta decirlo porque soy parte de una industria que no cambió la forma que venía trabajando, al ser producto de primera necesidad. Pero todos esos trabajadores que venían precarizados de la etapa anterior quedaron fuera de las protecciones como las licencias para personas de riesgo, la doble indemnización y demás”.

Nahuel confirma que sus expectativas con la gestión están en el mismo punto de partida posterior al triunfo electoral: “De este gobierno espero lo mismo que al inicio. Que se pueda reactivar la economía fundamentalmente, que se pueda generar empleo, que se puedan reivindicar un poco a los jubilados y que mejore la perspectiva para los que vienen de abajo. Y pretendo también que haya un cambio a nivel educativo, que creo es algo de fondo que puede resolver el tema de la inseguridad”, afirma.

También mantiene su fe albertista intacta: “Me convertí en un albertista de núcleo duro cuando se paró frente a los empresarios y les dijo: muchachos les tocó la hora de que ganar menos. Ya veníamos defendiendo un modelo, un proyecto de país, que es el que trajo Néstor y el que profundizó Cristina, y que nosotros esperábamos que Alberto continúe. Quizás no éramos tan seguidores de Alberto, sino que era la cara que iba a defender el proyecto. Pero con esas cuestiones me generó por un lado mucha ilusión de ver lo que iba a pasar, y por otro lado orgullo de lo que había hecho con mi voto. Lo que no quiero escuchar más es quejas de la herencia recibida, quiero que nos empiecen a explicar cómo vamos a salir de este quilombo”.

El movimiento obrero y la reconstrucción del país

“Tenemos que ser piezas importantes y protagonistas, pero no pagar los costos. El movimiento obrero le tiene que marcar la agenda a Alberto. Ahora que tenemos elecciones legislativas también quiero ver si se le da lugar a la clase trabajadora para que sea parte de las listas. Con más trabajadores adentro del Congreso la cosa debería equilibrarse de alguna forma”, advierte Nahuel cuando se le pide una reflexión sobre el papel que debería jugar el movimiento sindical en la crisis post pandémica.

Amelia diferencia la base de la conducción: “El movimiento obrero a nivel base está unido siempre. Nosotros estamos donde tenemos que estar, estamos solidarizados con trabajadoras y trabajadores de distintos lugares. Pero siempre a nivel  de dirigentes ponen los intereses personales por delante de los intereses de las trabajadoras y los trabajadores. La unidad se puede dar, siempre y cuando estén en la línea de los trabajadores y no solo cuidando sus intereses personales”.

Su compañero sugiere que no todos los dirigentes son iguales y rescata que la construcción de la CGT debe realizarse con los dirigentes que conformaron la Corriente Federal de los Trabajadores, “que es la CGT que lucha”. “Nosotros cada vez que tuvimos que salir a ganar la calle, vimos a nuestros dirigentes en la primera fila junto a los trabajadores, para no perder los derechos y las conquistas que conseguimos con el kirchnerismo”, advierte.

Sobre el Impuesto a las grandes fortunas, Amelia cuestiona que sea por única vez y traza una analogía con el Impuesto a las Ganancias. “Nosotros los trabajadores tenemos el mal llamado impuesto a las ganancias, porque ganancias no tenemos, es solidario y todos los meses. Yo creo que para las grandes fortunas tiene que ser igual”.

Nahuel reclama del gobierno “un gesto con estos compañeros y compañeras que realizan una tarea importante y que vienen a tapar los agujeros a los que el Estado no puede llegar”, en alusión a los y las trabajadoras de la economía popular. “Considero que es un brazo del Estado el compañero que sale a colaborar con aquel que está desamparado”, agrega, y Amelia acota: “Para salir adelante tiene que existir un salario para todos los que no tengan acceso al sistema laboral. Tienen que por lo menos cubrir las necesidades básicas para poder vivir”.

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