AFECTO E INTIMIDAD EN EL MUNDO DE LA PELUQUERÍA

Por: Débora Gorban*

Lejos de una pretendida banalización, el trabajo que realizan diariamente quienes se emplean en el sector de servicios de belleza muestra que detrás de la superficie se esconde una tarea de cuidado silenciosa, no reconocida, que, entre otras cosas, contribuye a un bienestar relacionado con la estima personal y con el empoderamiento.

Ana llega como siempre a las 10 hs. El salón hace rato que está abierto. Saluda a Laura en la recepción, deja su campera, y se va a acomodar en su puesto de colorista situado en el fondo del local de grandes vidrieras a la calle. Deja su cartera en el banco que está detrás de los lava cabezas. En un rato llega la primera de las nueve clientas que tiene agendadas para ese día. En el sector de color acomoda las tinturas y pinceles mientras charla con Andrés y Sofía, dos jóvenes asistentes. Suena la voz de Laura en el alta voz anunciando la primera clienta. Ana se prepara para recibirla en su puesto de trabajo mientras Sofía se dirige hacia recepción, donde saluda a la clienta con un beso y la ayuda a acomodarse la bata mientras le ofrece un café. Ana recibe a la clienta, le pregunta por su hija y por su trabajo. Ella le muestra una foto en su celular. Mientras conversan, la clienta se acomoda en el sillón de corte donde Ana le toca el pelo y lo estudia. Mirando hacia el espejo que refleja a ambas, le pregunta si quiere el color de siempre o si prefiere un cambio.

Esta escena describe el comienzo de una jornada laboral en una peluquería de un barrio de clase media alta en la ciudad de Buenos Aires. Bajo una diversidad de locaciones, precios, estéticas y modalidades, peluquerías, salones de belleza, spa de manos, bares de cejas, conforman un universo de trabajo donde se brindan servicios de cuidado y belleza a mujeres y disidencias, principalmente, y también a varones.

Un número cada vez más extendido y diverso de estos espacios se extiende por las ciudades de la Argentina. Según un estudio de L´Oréal con la consultora TNS, en 2018 la Argentina contaba con alrededor de 42.000 peluquerías -1 cada 1.000 habitantes- que suman aproximadamente unos 12.000 puestos de trabajo. En la ciudad de Buenos Aires, en la misma fecha, podían contarse 6.000 peluquerías inscriptas como tales. Desde salones pequeños ubicados en barrios periféricos, hasta afamados “estudios de peluquería”, pasando por profesionales que trabajan puertas adentro -en locales no a la calle- y peluqueras/os, coloristas y manicuras que se trasladan por la ciudad para atender a las clientas en sus domicilios particulares. Esta modalidad, que se ha extendido en los últimos años, es elegida sobre todo por muchas mujeres trabajadoras ya que les permite tener una jornada de trabajo flexible en términos de horarios, para, principalmente, conciliar con las tareas de cuidado. Para otras, significa también la posibilidad de sumar ingresos, cuando es complementada con el trabajo en un salón. Las modalidades de empleo varían entre formas de contratación por locación de servicios, en las cuales las y los profesionales facturan a el/la propietario/a del local en donde trabajan; relación de dependencia, donde perciben un sueldo compuesto por el salario mínimo estipulado en el Convenio Colectivo de Trabajadores de Peluquería, Estética y Afines más un porcentaje sobre los servicios realizados en el salón. Y también la ya mencionada modalidad “a domicilio”, como trabajo por cuenta propia.

Durante los meses de cuarentena estricta las actividades de peluquería y estética estuvieron prohibidas. Quienes trabajan en este sector –ya sea a domicilio como con contratos de sueldos básicos que dependen fuertemente de los porcentajes que cobran sobre los trabajos realizados- en muchos casos perdieron sus ingresos.

El mundo de la peluquería atrae a todos aquellos que buscan una inserción laboral con cierto reconocimiento social y la posibilidad de construir una carrera profesional en el sector. Algunos dicen que una vez que se aprende a cortar, siempre se tiene la posibilidad de laburar. “Con esto seguro que no te morís de hambre, a donde vayas vas a poder ganarte la vida”, cuenta una peinadora con más de 30 años en el oficio.

El mundo de la peluquería atrae a todos aquellos que buscan una inserción laboral con cierto reconocimiento social y la posibilidad de construir una carrera profesional en el sector. Algunos dicen que una vez que se aprende a cortar, siempre se tiene la posibilidad de laburar.

Se trata de un sector dinámico que canaliza una demanda creciente por este tipo de servicios, así como la venta de productos asociados. Quienes allí se insertan tienen como objeto de trabajo la belleza y la estética corporal.

Señalada muchas veces como banal, como algo que no entra en el orden de lo necesario, la belleza es un componente central del trabajo cotidiano que desempeñan estas trabajadoras y trabajadores. Al adentrarnos en el cotidiano de las mujeres y varones que se dedican diariamente a hacer color, peinar, cortar, maquillar y “hacer las manos”, vemos que la tarea de embellecer posee una dimensión mucho más profunda que transforma ese carácter eventual y superfluo que le es comúnmente asignado.

El arte de dar belleza

Celeste es instructora en una escuela de peluquería, pero antes de llegar a enseñar tuvo una larga experiencia trabajando en salones. Parte de esa experiencia es la que les transmite a sus alumnas a lo largo de los cursos de introducción a la peluquería que dicta. Sus mejores recuerdos de su paso por el salón tienen que ver con el trabajo que se realiza sobre la clienta: “Trasmito lo maravilloso que es trabajar en un salón, porque es muy enriquecedor que llegue una persona deprimida y se vaya feliz. O sea, cuando hacemos un buen trabajo, ¿no? O que venga una persona a disfrutar de sus ratos de placer en la peluquería. Tal vez después afuera su vida es tremenda, entonces dice: ‘Bueno, me voy a la peluquería, aunque sea una hora y media a ponerme linda’”.

Dar belleza y hacer sentir bien a las y los clientes. No solo por acceder a un cambio de look, un nuevo corte de pelo, o unas manos recién hechas sino, sobre todo, por la manera en que ese rato de cuidado personal influye en la persona que lo recibe y también en quien realiza ese trabajo. La satisfacción personal, el bienestar de un lado, y el reconocimiento del otro. Para quienes llegan a trabajar como coloristas, peinadorxs, manicuras, el contacto con lxs clientxs y el vínculo que se establece es lo más valorado.

La peluquería es a la vez lugar de trabajo y de sociabilidad, está asociada a una dimensión de placer, de cuidado, de distensión y distracción para quienes allí asisten. Para quienes allí trabajan, su tarea se sostiene, por un lado, en la técnica requerida, la habilidad manual, en el manejo correcto de los instrumentos de trabajo, en el expertise para realizar una tintura, una decoloración, sin dañar el cabello de quien allí se atiende. Pero también involucra otra dimensión central, una dimensión afectiva y relacional: la habilidad para entablar no tan solo una conversación circunstancial sino de establecer un vínculo con clientes y clientas.

Susana trabajó como operaria en una fábrica durante cinco años, y luego de un accidente laboral, a raíz del cual estuvo varios años sin trabajar, se reinsertó en el servicio doméstico. En 2017 se inscribió en un programa de formación en peluquería de una importante firma de productos cosméticos. El curso de un año de duración, gratuito, estaba destinado a mujeres, varones y disidencias en situación de vulnerabilidad social. Desde que terminó el curso intercala sus horas en la limpieza con su oficio de peluquera con el objetivo de tener su propio espacio para atender a sus clientas. Para ella este trabajo no sólo se remite a peinar o cortar el pelo, sino que fundamentalmente se trata de “ser testigo de grandes cosas en la vida del otro, de poder mejorar el perfil del otro. Acompañar a la persona en su primera cita, en el casamiento, en el casamiento de la hija, en un divorcio.”

Betina es manicura desde los 17 años, estudió en su Colombia natal. Migrar a Buenos Aires fue un desafío pero gracias a su oficio pudo empezar a trabajar y continuar estudiando. Betina trabaja a domicilio, su día a día consiste en una ruta bien planificada de viajes a lo largo de la ciudad, de acuerdo a los horarios pautados con sus clientas. Identifica el trabajo que realiza con un arte, para el cual se requiere creatividad y mucha imaginación. Describe el vínculo con sus clientas como íntimo y familiar, de respeto y cordialidad. Su tarea requiere a la vez “paciencia, dedicación y ser extremadamente detallistas en la ejecución”, cuenta. Mientras la trabajadora arregla las manos de la clienta ambas se embarcan en una conversación que involucra dimensiones de su vida personal. El tiempo de trabajo se transforma también en un momento de encuentro, durante el cual clienta y trabajadora van construyendo un vínculo que muchas veces se parece a una amistad.

Peinar, cuidar y transformar

La intimidad que se construye en este espacio de trabajo requiere de parte de los y las trabajadoras una habilidad que no necesariamente aparece objetivada como parte de la formación. Como en muchos oficios, se trata de práctica, de aprender la sutileza en el trato con lxs otrxs. La peluquería -englobando en ella a los diferentes oficios mencionados- requiere necesariamente del contacto físico con otrxs. Peinar, cortar, colorear, esculpir uñas implica trabajar sobre el cuerpo; esa proximidad física es parte del vínculo de intimidad que se crea. El cuerpo es objeto de cuidado en su dimensión tal vez más superficial, en el sentido más literal del término. Pero en esta actividad, el cuidado de lo corporal se traslada también a lo afectivo. En efecto, el vínculo que se construye circunstancialmente entre trabajador/a y cliente/a muestra que el bienestar que muchxs van a buscar en esos espacios no solo involucra la estética.

Andrés trabaja como peinador desde hace más de veinte años. Lo que más le gusta de su profesión es el contacto con sus clientxs, con algunxs se conoce desde hace más de dieciocho años: “Ya casi es amistad, es casi un amigo, yo creo eso. Al menos sin querer, conocés todo de la vida privada, ellos también conocen de la mía. Con muchos he tenido contacto fuera de la peluquería, he jugado al golf con algún cliente, también al paddle, se dio así.”

El trabajo afectivo que efectúan estxs profesionales también requiere un saber hacer específico, que consiste en un trabajo de interpretación de aquello que la o el cliente quiere. Y esa interpretación es posible sí el/la trabajador/a sabe brindar un espacio para la escucha: “Muchas vienen por un mimo, vienen porque te quieren contar algo, necesitan hablar de algo, de paso se cortan.” La peluquería desde esta mirada puede ser pensada como un espacio terapéutico.

La intimidad que se construye en este espacio de trabajo requiere de parte de los y las trabajadoras una habilidad que no necesariamente aparece objetivada como parte de la formación. Como en muchos oficios, se trata de práctica, de aprender la sutileza en el trato con lxs otrxs.

En la escuela de peluquería donde Celeste da clases, las alumnas realizan como parte de su formación acciones voluntarias que a la vez les sirven de prácticas. En ese recorrido han visitado diversas instituciones (hogares de ancianxs, hogares de niñxs, hogares de mujeres víctimas de violencia de género). Una de las más significativas entre las alumnas fue una visita al Hospital Moyano. Allí llegaron con la idea de prestar diferentes servicios de peinado, manicuría, maquillaje. La planificación que realizaron previamente se vio desbordada, todas querían hacerse todo. Algunas, al principio, estaban reticentes y se mantenían alejadas. A medida que veían el trabajo que las estudiantes realizaban en sus compañeras se fueron acercando. Médicxs y enfermerxs estaban muy conmovidxs y sorprendidxs ya que encontraban en las pacientes reacciones y sensaciones que no habían registrado en ellas anteriormente. Un caso lxs movilizó especialmente: una mujer muy viejita, con muchos años en el Hospital, y que hacía unos tres meses que se negaba a salir de la cama. Ese día, para sorpresa de todxs se levantó para que la peinen y maquillen. Otras pacientes no podían parar de mirarse al espejo luego de pasar por las manos de lxs estudiantes. Si bien lo que parecía cambiar era su apariencia, se producía en ellas una transformación más profunda, como recuerda una de las docentes de la escuela: “Les cambiaba la expresión, la sonrisa, al descubrir una nueva versión de sí mismas que quizá no conocían o no se esperaban”.

El trabajo invisible de este grupo de trabajadorxs de la belleza se observa en ese plano subjetivo, dedicadxs diariamente a peinar, colorear, maquillar a través de su profesión no solamente venden cambios en la apariencia de clientxs, sino que a través de los vínculos de afecto y empatía que tejen, descubren muchas sonrisas de reconocimiento reflejadas en el espejo.

*Investigadora CONICET/ICI-UNGS

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