AGROECOLOGÍA Y TECNOLOGÍA DE LA LIBERACIÓN EN VIRREY DEL PINO

Por: Mariano Abrevaya Dios

A través de su Frente Rural y del trabajo territorial de cuadros militantes como Vitico, el Movimiento Popular La Dignidad viene creando modelos basados en el desarrollo agroecológico y la capacidad organizativa de las familias en torno a la producción. El objetivo: descongestionar las barriadas, y construir política con la certeza de que otro modelo de producción y de vida es posible. Fotos: Gala Abramovich.

Un día de la semana, bien temprano, me traslado en el transporte público hasta el kilómetro 44 de la ruta 3, en Virrey del Pino, La Matanza, para conocer de primera mano el trabajo que el Movimiento Popular La Dignidad (MPLD), por medio de su Frente Rural, viene realizando en la zona desde hace un par de años. Para llegar hasta allá primero tuve que subirme a un colectivo en Liniers. Una hora y media después descendí en una parada de material, en una zona suburbana, y bajo una lluvia copiosa fui a pie hasta una remisería, donde me subí a un Renault 19 destartalado que recorrió un par kilómetros de camino de tierra, a los tumbos, hasta llegar a la tranquera de un terreno que el remisero –y todos allí en la zona- conocen como ‘Lo de Fidel’.

Vitico, el cubano de 52 años que tiene a su cargo el cuidado y la administración del campo agroecológico, me da la bienvenida en el ingreso como cronista de Nación Trabajadora (NT), despide al chofer del 19 con el brazo en alto, y me invita a realizar una primera recorrida por la finca.

Con una tonada caribeña que nunca perdió a pesar de estar radicado en nuestro país hace veinticinco años, va ponderando cada sector del lugar en el que trabaja, milita y vive: las parcelas de tierra surcadas, con y sin cultivos, un bosquecito de eucaliptus en el que hay un galpón lleno de granos de maíz, la ‘Biofábrica’, un corral con cerdos, gallinas y gansos, y por último, su casa de material de una planta, a la que me invita a pasar.

Vitico prepara unos mates en una cocinita que está integrada al comedor y al living donde hay dos sillones, una mesa ratona y, en un rincón, un altar dedicado a un puñado de santos cubanos. Un pasillo conecta dos habitaciones y el baño, y en el comedor, frente a la mesa donde nos sentamos para realizar la entrevista, hay una biblioteca angosta con algunos libros, diplomas y fotos.

Por la puerta abierta, de cara a los cultivos, ingresa un intenso olor a tierra mojada y también el sonido incesante de los insectos; el recorte que se aprecia del cielo ya no es negro tormentoso, sino una mezcla desordenada de grises.

“Con La Dignidad venimos creando modelos, en nuestro caso, de la vuelta al campo, pensado entre otros objetivos para descongestionar las barriadas, donde están todos amontonados, y eso no es vida, ¿me entiendes?”, arranca el anfitrión, ya con el mate en la mano, y el agua caliente dentro del termo.

La organización tiene desplegado su desarrollo agroecológico en tres predios de la zona: uno propio, conocido como La Foresta, un ex matadero, en el kilómetro 35 de la misma ruta 3 por la que llegamos, y otros dos alquilados: el terreno que tiene a su cargo Vitico, de diez hectáreas, y otro más, a quinientos metros de distancia, con otras cuatro hectáreas.

“Tal como suele contar mi referente Daniel Marcos, el presidente de la cooperativa y escuela La Foresta, acá trabajamos con el modelo agrecológico, no el agroindustrial de la ganadería tradicional”, apunta Vitico. “No tiramos  veneno, generamos nuestros insumos, abonos y plantineras, y aparte es un sistema integrado, que funciona en red, y que se puede implementar en una huerta, en una hectárea o en cien”.

“No tiramos  veneno, generamos nuestros insumos, abonos y plantineras, y aparte es un sistema integrado, que funciona en red, y que se puede implementar en una huerta, en una hectárea o en cien”.

Durante el recorrido, unos minutos antes, Vitico –su nombre es Víctor Pileta- contó que la organización apuesta a la diversificación y no al monocultivo, como sucede con los cereales. Por eso tiene plantado poroto negro –al que llena de elogios- maíz y calabaza. “La dieta del inca”, apunta.

Vitico es ingeniero agrónomo y se especializó en microbiología y control de plagas. Estudió y se graduó en la isla, antes de venirse para la Argentina. Ahora, mientras convida un mate y se prepara un cigarrillo armado, aporta una definición en relación al trabajo que vienen realizando en Virrey del Pino: “Se trata de un proceso más organizativo que productivo: el objetivo es ir organizando a la gente en torno a la producción”.

A los beneficiarios del Potenciar Trabajo les dan dos surcos –canteros- a cada uno, más los plantines y las herramientas para que siembren. Luego la organización les ofrece la posibilidad de comprarles la cosecha, para sumar así un nuevo ingreso al que perciben por el plan social, y también la opción de vender por sus propios medios en el barrio.

El productor del otro terreno –conocido en la zona como Parambí- tiene tres beneficiarios y Vitico cuatro, que se presentan en el campo dos veces por semana, seis horas cada día. Son vecinos de la zona, pero también reciben gente de la Villa 15 de Lugano, al sur de la CABA, que llegan en colectivo. “A veces vienen en malón, ochenta personas, para cosechar los cultivos”, explica. “Aparte les brindo capacitaciones con el objetivo de sumarlos al frente rural de la organización”.

Todos los campos de la zona son propiedad de japoneses, italianos y portugueses, tienen como mínimo una extensión de diez hectáreas –salen carísimas, impagables-, por lo menos un tractor, y cultivan cereales, que no requieren la labor de un hombre o una mujer. Por eso, el esquema de producción de hortalizas que impulsa el MPLD (organización que forma parte de la UTEP), es una novedad en esta zona. Su referente nacional es Rafael Klejzer, un militante social que tiene a su cargo la Dirección Nacional de Políticas Integradoras del Ministerio de Desarrollo Social de la Nación.

Experiencia

Vitico ingresó a trabajar en la Secretaría de Agricultura Familiar (SAF) en 2014. En ese entonces el organismo estaba a cargo del referente del Movimiento Evita, y actual funcionario del Gobierno nacional, Emilio Pérsico. Empezó siendo técnico de territorio y llegó a ser un referente para todo el AMBA. Fueron casi seis años de trabajo y militancia, en un cuerpo a cuerpo con los productores, la gran mayoría bolivianos, para desarrollar un modelo agroecológico de producción de alimentos, sano para la tierra, para ellos mismos, y para los consumidores, libre de venenos.

El trabajo en el territorio, por instrucción de Pérsico, se debía realizar a través de las organizaciones, que en aquel momento estaban encarnadas en la Unión de Trabajadores de la Tierra (UTT), la Asociación de Medieros y Afines (ASOMA) –productores de hortalizas y flores- y la Cooperativa de Tierras Rurales (CTR).

“Empezamos a acompañar a los productores, y creamos un modelo en base a la transmisión de campesino a campesino, inspirados en Paulo Freire, con la idea de que ese campesino más adelante forme a otro campesino”, destaca Vitico, mientras se arma su segundo cigarrillo y chupa otro mate.

“Empezamos a acompañar a los productores, y creamos un modelo en base a la transmisión de campesino a campesino, inspirados en Paulo Freire, con la idea de que ese campesino más adelante forme a otro campesino”

El pio de los cardenales y gorriones se cuela por la ventana abierta, al igual que la intensa claridad de un mediodía que levantó temperatura y humedad, después de la lluvia. En el cielo ahora asoma un pequeño recorte de color azul.

La UTT, que ya transitaba una etapa de crecimiento, adoptó el método, lo implementó entre sus productores de los alrededores de la Ciudad de La Plata, y esto, según la mirada de Vitico, le serviría, entre otras variables, para expandirse y ser hoy la organización más importante del sector.

Vitico habla alto, gesticula. Lleva puesta una gorra del MPLD, un mameluco marrón claro, y borceguíes. Tiene la voz grave y una mirada inquieta, vivaz. Barba de varios días, el pelo desordenado.

”Fue en esa época que arrancó la modalidad de los bolsones, en El Pato –sur del conurbano bonaerense-, y de la mano de un muchacho que se llamaba Bernardo Castillo, que era propietario de sus tierras, – ¡por fin uno!,  exclama, ríe, vuelve a mover los brazos-, un floricultor que tenía un problema de salud y que cuando escuchó la propuesta de cultivar sin veneno, se enganchó y avanzamos con todo”.

Un cubano en Buenos Aires

Vitico se graduó a finales del 94, cuando Cuba estaba transitando el peor momento del “Período especial en Época de Paz” que había implementado el gobierno a partir de 1990, luego de la implosión de la Unión Soviética. Gracias a una parte de la familia que vivía en los Estados Unidos, logró acceder a una “Carta de invitación”, y viajar a Chile.

“Al principio pensé que era un migrante político, pero con el tiempo comprendí que era un migrante económico. El hambre me había puesto reaccionario”, resalta ahora.

En Chile estuvo solo un mes. En plena incertidumbre, sin recursos –barajaba la alternativa de volver a la isla, porque a los Estados Unidos no quería ir-, una argentina que había conocido un tiempo atrás en la isla, mientras ella realizaba un viaje de turismo social, le hizo una propuesta que le cambiaría la vida para siempre. Te voy a ver a Chile, le dijo por teléfono. Una vez juntos, le propuso irse a vivir a Buenos Aires, y casarse.

La única persona que Vitico conocía en la Argentina era Mario Santucho, hijo del militante y líder del Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP), quien había sido su vecino y amigo de correrías en el complejo de departamentos Alamar. Mario sería una persona clave para los años siguientes. Fue con él que se acercó a la agrupación H.I.J.O.S., que estaba pariéndose a sí misma para luchar contra la impunidad de aquellos años de neoliberalismo.

En la Argentina, Vitico fue a varios institutos de microbiología para conseguir trabajo, pero no tuvo suerte. “Yo quería vivir de mi profesión, no quería peluquear perros o dar clases de timba”, remarca ahora, mientras enciende un cigarrillo rubio, de paquete, industrial. Esas fueron justamente las actividades a las que se dedicó durante por lo menos veinte años, para ganarse la vida y enviarle dinero a su familia. Aunque en un momento consiguió ingresar como ayudante ad honorem en la Cátedra de Fitopatología de la Facultad de Agronomía de la UBA, una actividad que sostuvo durante cuatro años.

Con su esposa psicóloga, el vínculo duró dos años. La familia de ella les había regalado un espacioso departamento de dos pisos en el microcentro porteño, pero “el choque cultural fue letal”, advierte él. Volvió a arrancar de cero, esta vez en una pensión por la zona del Mercado del Abasto.

Se ganaba la vida dando clases de timba –es un bailarín formidable, como todo cubano-, haciendo peluquería para perros, y si hacía falta también cocinaba, organizaba eventos.

Entre el 2008 y el 2011, y por medio de una pequeña agrupación que se desprendió de H.I.J.O.S., tuvo una participación en el proceso de militancia kirchnerista en la Ciudad de Buenos Aires, luego de que el entonces presidente Néstor Kirchner promoviese la creación de un espacio de juventud, detrás de la figura del nieto recuperado Juan Cabandié.

Fue de la mano de su amigo Mario -actual editor general de la Revista Crisis- que conoció a una persona del ámbito de la política que le tendió una mano para ingresar a la SAF, donde se dedicó a fomentar e implementar la experiencia agroecológica en la provincia de Buenos Aires.

“Me vino muy bien mi formación en microbiología, porque acá no había nadie que tuviese ese conocimiento”, resalta ahora. “Hay microrganismos que solubilizan el fósforo, el potasio, y entonces podés armarte un cepario (colecciones de microorganismos), que no solo te permiten contar con fuentes de recursos genéticos sino preservar la diversidad biológica”, cuenta, y agrega, entusiasmado: “Con ese activo tu puedes encarar actividades de docencia, investigación y también comerciales, y con un pomito así –y lo dibuja en en el aire con el pulgar y el índice de la mano derecha- puedo hacer, con los métodos de multiplicación adecuados, un producto para combatir una plaga en toda la provincia de Buenos Aires, ¿entendés?”.“Eso es lo mío”, sentencia.

Agua y mierda

Vitico tira un nombre: Jairo Restrepo, un colombiano que lo proveyó, al igual que a tantos otros militantes sociales y productores, de un conocimiento fundamental, asociado a los polvos de las rocas -de donde provienen los minerales-, los procesos de fermentación y las capturas de los microorganismos, que en conjunto permiten generar un producto que tiene la doble función de fertilizar las plantas y combatir las plagas.

<Con agua y mierda no hay cosecha que se pierda>, es una de las frases más conocidas de Restrepo, un hombre muy leído en todo Centroamérica y también en Europa, cuyos primeros pasos en el trabajo con la tierra hay que ir a buscarlos a la revolución sandinista de los años ochenta, en Nicaragua. Hoy es el padre de la agricultura regenerativa, vive en Colombia y viaja por el mundo difundiendo sus ideas sobre la agricultura orgánica.

“Si vos producís tus insumos, estás ante una tecnología de la liberación”, arremete Vitico, ahora de pie, frente a la mesada de la cocina, mientras prepara un almuerzo. “Nosotros acá tenemos una unidad básica de producción (la biofábrica), con cinco mil litros de extracto de ortiga y extracto de paraíso (el árbol), con el que hacemos un veneno natural muy potente”, cuenta, y extiende el brazo hacia atrás, en dirección a la biofábrica.

“Si vos producís tus insumos, estás ante una tecnología de la liberación”, arremete Vitico.

Vitico hizo un curso con Restrepo, intensivo, de tres días, hace un par de años, en la Colonia 20 de Abril de la UTT, cuando vivía allí con los productores bolivianos. En aquella capacitación también aprendió a preparar un abono sólido que se llama <Bocashi> (y que también produce en su finca).

El buen vivir

Un tiempo antes de que terminase el segundo mandato del gobierno de Cristina Kirchner, la SAF envió a Vitico a la Colonia 20 de Abril -en Jáuregui, partido de Luján-, un predio de 90 hectáreas que había sido tomado por familias productoras vinculadas a la UTT.

Vitico tenía a su cargo el control de las plagas, siempre con productos naturales, nunca con agrotóxicos, y también fue responsable del área de comercialización. Les leía y escribía los papeles que hiciese falta llenar, les oficiaba de técnico. Fue allí donde la organización comenzó a trabajar el actual esquema de los nodos.

Hoy, en la colonia -bautizada Darío Santillán- viven y trabajan 55 familias, y cada una cuenta con una hectárea para generar su propia producción. Cuentan con un centro de salud y la posibilidad de terminar la primaria y la secundaria. Se trata de una de las conquistas más preciadas y resonantes de la UTT, que muestra el lugar y la construcción política con un mensaje categórico: otro modelo de producción y de vida es posible.

La Foresta

Ya con Macri en la Casa Rosada, Vitico conoció a Daniel Marco, un militante de larga trayectoria, al que llega por intermedio de Mario Santucho. Lo conoció en Cuba, antes de la pandemia, a donde fue a repatriarse. Fueron juntos a ver dos de las fincas más importantes del país, sembradas con cultivos organopónicos, tratados por medio de un sistema de cultivo ecológico originario de la isla.

De vuelta en Buenos Aires, y por medio de Daniel, Vitico se acercó al MPLD. Vivió un tiempo en una sede de la organización, en el barrio de Once, y ahí conoció a varios militantes del movimiento (“todos cuadros”, subraya él).  Poco tiempo después, comenzaron a trabajar en la construcción del frente rural, en una porción de tierra de La Foresta, con una inversión personal de Daniel y las máquinas y herramientas que consiguieron por medio de un proyecto productivo del Ministerio de Desarrollo Social.

Armaron una huerta con el método conocido como ‘Cantero 1.20’ -de ancho, por treinta metros de largo-, una tecnología cubana –allá se la conoce como <agricultura urbana>- que no necesita del trabajo de un tractor. “Ya llevan dos años y no paran de producir”, dice Vitico, mientras condimenta con limón y sal una ensalada de repollo blanco, tomate, cebolla. “Es ideal para gente que no tiene experiencia, porque todos los años tenés que mover el suelo, para sembrar, cosechar, y alquilar un tractor te sale, treinta mil pesos”, completa. El cantero, mientras tanto, se va llenando de raíces, y eso es muy bueno, porque toda esa vida sigue trabajando debajo de la tierra. También trabajaron con la técnica del <Ruming>,  “oro en polvo en materia de microorganismos que salen del estómago de la vaca, con forma de bolo”, remarca el dueño de casa, y vuelve a besarse el montoncito de dedos.

El campo se les inundó tres veces, les robaron las bombas y las mangueras de riego, pero no solo se repusieron, sino que fueron por más, y se expandieron por medio del alquiler de otros dos terrenos: Parambí, y el que tiene a su cargo Vitico. Desde hace poco tiempo, empezaron a vender la producción en los <Almacenes del buen vivir> que tiene la organización en distintos puntos del AMBA.

Última recorrida

Luego del almuerzo, picante, sabroso, que acompañamos con una jarra de jugo y pan, y una sobremesa en la que hubo otro cigarrillo industrial, Vitico me invita a dar otra vuelta por la finca, ahora con la panza llena y la pesadez de la primera hora de la tarde.

La sinfonía de los pájaros y bichos no cesa. Bajo la reparadora sombra del bosquecito, Vitico pondera la cría y cuidado de los cerdos, una pieza clave del modelo de agricultura que impulsa el MPLD.

“El chancho hacinado no va, acá los usamos para el pastoreo”, cuenta, dentro del corral con el piso fangoso y los animales a su alrededor, enormes. Él los llama por su nombre, les juega, les palmea el lomo. “En este momento tengo catorce chanchas, siete adultas y el resto son lechonas”, detalla, orgulloso. De repente se mete el índice en la boca, pega un par de chiflidos, y desde el fondo, de manera repentina y atropellada, irrumpen media docena de crías, a una velocidad sorprendente. Tienen la piel muy rosada y reciben palabras de bienvenida y hasta caricias.

Mientras sorteamos un alambrado bajo, y nos metemos en el terreno del fondo, sin cultivar, con la tierra removida, y llena de rastrojos –resto de tallos y hojas del último cultivo de maíz-, Vitico puntea los beneficios que trae el pastoreo de los animales: menos costo para mantener el campo, te dan vuelta la tierra, hacen sus necesidades allí mismo y no en el corral, y la comida que ingieren les hace bien, porque ahora lo sabemos, es todo orgánico.

“La idea es llegar hasta las cincuenta madres, expandir también esa veta del proyecto, porque las chanchas no solo te garantizan los beneficios del pastoreo, sino que aparte los puedes vender a 500 pesos el kilo, y para navidad hacemos una buena diferencia, ¿entiendes?”, comenta él, mientras regresamos hacia el bosquecito.

Luego de mostrarme otra vez la montaña de granos de maíz que tiene para darle de comer a los animales, y los tanques azules de la biofábrica, nos frenamos frente a una montaña de tierra, de un metro de altura, dos de ancho. Vitico habla de las granjas integrales: no hay que producir solo verduras, o cereales, sino también tener gallinas, cerdos. “La resiliencia tiene que ver con la diversidad de la producción. Te va mal con los porotos, pero tenés chanchos, gallinas, gansos”, explica.

Luego de quitar un cobertor de plástico, y de pasarme una pala, comenzamos a mover la tierra hacia un costado. “Tocá, mirá”, invita, y luego de levantar un montículo la tierra, compruebo su porosidad, que está húmeda, caliente.

Sin dejar de palear, Vitico explica que el <Bocashi> (un término en japonés, que para él significa “cocinar con la temperatura de los microorganismos”, y que formalmente quiere decir ‘abono orgánico fermentado’) “está caliente porque justamente los microorganismos están trabajando, y la temperatura hace que la bosta –uno de los componentes del abono- se limpie de patógenos y que queden los celulolíticos, que son los que degradan la celulosa”.

Luego de algunos minutos, terminamos la tarea, y –con la espalda transpirada, la respiración agitada- nos dirigimos a la casa, con la promesa de juntarnos a jugar al tenis de mesa, otra de las virtudes del cubano, que sobre el final de la charla, ante la pregunta de si vive solo, contesta que sí, que así está bien, que tiene una hija de 19, con la que habla casi todos los días por teléfono. Al ratito de llamar a la remisería, en la tranquera aparece el Renault 19.

Con el remisero, en el camino de vuelta hasta la ruta, retomamos el tema que habíamos compartido durante la ida: las ventajas de vivir en el campo y la expectativa de que el peronismo, en las generales, mejore los resultados de las PASO.

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