DESCARTABLES PARANÁ: DE LA EXCLUSIÓN LABORAL A LA AUTOGESTIÓN

Por: Mariano Abrevaya Dios

La Cooperativa de Trabajo Patria Grande Limitada, hoy parte de la CTEP, nació en el año 2001 con el objetivo de crear un espacio común de pertenencia no sólo laboral, sino también ideológico, para hacerle frente a la crisis. Hoy son trece los trabajadores que se reparten las tareas de las distintas áreas y controlan de manera democrática el capital de la cooperativa, además de participar activamente en la definición de las políticas y en la toma de decisiones.

“Arrancamos por la historia de la cooperativa, ¿les parece?”, sugiere uno, y los otros cuatro están de acuerdo. Son las 9.45 de la mañana, y afuera del depósito el cielo está tomado por una capa uniforme de nubes grises. Los muchachos improvisaron un espacio de reunión en el codo de un pasillo que conecta con una pequeña oficina. Ofrecen un lugar para sentarse. Uno de ellos lo hace sobre una gruesa bobina de papel blanco.

Los estantes del depósito de José María Paz al 4200, ocupan todo el ambiente, desde el suelo y hasta el techo, y están colmados por cientos de artículos de una parte de la mercadería que comercializa Descartables Paraná, fabricada con polietileno, un derivado del petróleo.

En marzo de 2001, Guillermo tenía veintidós años y estaba desempleado, como Santiago, un amigo de toda la vida y también vecino de Olivos. Dijeron: hagamos algo. Contaban con la indemnización que una constructora le había pagado al primero, y unos ahorros del segundo. Arrancaron con la compra y venta de artículos para kioscos. Iban muy temprano a Once, en Capital, para comprar la mercadería, que luego le vendían a un par de clientes de la zona. Como depósito utilizaban una habitación de sus casas. Un par de meses después se sumó Gabriel, otro pibe del barrio que militaba en la agrupación H.I.J.O.S.

“Con su llegada empezamos a pensar en la conformación de una cooperativa”, recuerda Guillermo. La política y la realidad social del país no eran temas ajenos para ellos, ya que solían participar de algunas actividades en Las tunas, un barrio popular de Tigre donde la militancia social y política de aquellos años tenía su trabajo territorial (mencionan al actual diputado nacional y referente del Movimiento Evita, Leo Grosso, como uno de esos militantes).

“Un tiempo después nos pasamos al rubro de la papelera, a partir de la demanda de un par de clientes que nos empezaron a pedir cada vez más artículos”, cuenta Guillermo, con el barbijo en la pera, mientras chupa un mate.

Los tres amigos tenían otro rasgo común: habían nacido entre los años 1976 y 1977. La dictadura, el genocidio argentino y la impunidad que por aquellos años reinaba en la Argentina tampoco les era ajena.

Se sumaron nuevos compañeros, atraídos por la posibilidad de ganarse un mango en un espacio que tenía una impronta política, ideológica. Uno de ellos fue Julio, que ahora interviene desde un costado, sentado sobre una silla, con una voz grave, firme: “Yo cuando entré a la cooperativa lo hice por necesidad, más que por una convicción ideológica. En la sucursal de Mister Luna (medialunas) donde trabajaba, me pagaban diez pesos por día, y acá en la cooperativa me ofrecían 12.50”. 

“Fue más tarde que empezó a ganar peso la figura de una sociedad, la ayuda mutua, la idea de la pertenencia a un espacio común para hacerle frente a la crisis, siendo todos excluidos del sistema en una época en la que había colas larguísimas para un puesto de cadete”, desarrolla Julio, y agrega: “hubo una relación dialéctica entre práctica y conocimiento”.

“Cuando entrabas a la coope no ganabas ni menos ni más que los que ya estábamos”, retoma Guillermo, y subraya: “Lo único que tenías que aportar era tu fuerza de trabajo”.

Sumaron más compañeros

La luz de la calle se cuela con fuerza por la rendija que se arma en el pie de la persiana. El depósito está iluminado con tubos y focos, y entre las bobinas de papel, las bolsas de polipropileno, los rollos de cocina, el cartón corrugado, los potes y las servilletas, se destacan tres banderas y una foto con referentes y símbolos apreciados dentro de la cooperativa: Hugo Chávez, Néstor Kirchner, la Wiphala y la CTEP.

Dos de los muchachos toman mate, cada uno con su termo y calabaza. Los cinco tienen puesto un tapabocas.

En 2005 accedieron a su primer depósito. Un local a la calle que tenía en la parte de adelante la casa de uno de los pibes. Fue un paso importante porque pudieron empezar a concretar una jugada en la actividad: almacenar productos para venderlos en otro momento, de mejores condiciones. En la jerga: stockear. Al año siguiente se constituyeron legalmente como una cooperativa. El nombre elegido los pinta de cuerpo entero: Cooperativa de Trabajo Patria Grande Limitada. En el sitio web de Descartables Paraná hoy se puede leer uno los principios que rigen el funcionamiento interno: ”Los miembros contribuyen de manera equitativa y controlan de manera democrática el capital de la cooperativa”.

Nicolás es en la actualidad el referente del Movimiento Evita en el partido de Vicente López y también el secretario general de la CTEP en la zona norte. Desde un costado, apunta: “Nosotros comercializamos, no fabricamos, y entonces cuantos más socios y zonas de venta, más ingresos generábamos y había más reparto de excedentes entre nosotros”.

Para ellos, y para todos los cooperativistas en general, los ingresos que se llevan a casa no son un salario, sino la parte que les toca del excedente que se produjo en el mes, habiendo restado antes la plata que hace falta para hacer andar la papelera. Si hacen falta 100, y facturaron 120, será 10 la ganancia a repartir entre los trece.

Por ley, las cooperativas no pagan el impuesto a las ganancias.

Hoy la cooperativa tiene una cartera de 250 clientes minoristas y 50 mayoristas. Tres camionetas, tres depósitos, un local a la calle. Comercializan miles de unidades de por lo menos cien productos, todos los meses. Quizá por contar con esa espalda, por saberse ahora parte de una historia que será contada para afuera gracias a la visita de Nación Trabajadora (NT), en el depósito flota un ambiente de algarabía contenida. Ansiedad por hablar, por contar.

Comentan que durante el gobierno de Macri les fue bien, y Julio aporta argumentos: “Es muy difícil trazar una línea entre la cooperativa y el contexto económico del país, porque la cooperativa depende de sus recursos y asociados, y si en la administración tenés tres desastres, por más que el contexto sea favorable, la cooperativa no va a funcionar. Y a la inversa, si te gobierna el neoliberalismo y haces las cosas bien, la podés zafar, porque la cooperativa tiene esa plasticidad. No nos olvidemos que las experiencias de asociativismos, mutualismos y cooperativismos crecen en momentos de crisis”.

“Es muy difícil trazar una línea entre la cooperativa y el contexto económico del país, porque la cooperativa depende de sus recursos y asociados, y si en la administración tenés tres desastres, por más que el contexto sea favorable, la cooperativa no va a funcionar. Y a la inversa, si te gobierna el neoliberalismo y haces las cosas bien, la podés zafar, porque la cooperativa tiene esa plasticidad”.

Nicolás, con el pelo largo y atado, y un tapabocas negro, profundiza: “Tener veinte años en el mercado de las papeleras te permite tener una clientela cautiva y que la máquina se mueva sola. Durante el macrismo, y ahora con la pandemia, se nota que hay menos plata, la inflación juega en contra porque no podemos financiar a algunos clientes, pero como dice Julio, la clave es el funcionamiento interno”.

En 2015 tuvieron la lucidez suficiente para ver venir la ola amarilla y el retroceso que sufriría el país, y decidieron invertir en el ordenamiento contable y financiero de la cooperativa, que en aquel entonces estaba patas para arriba. Fue una decisión fundamental para hacerle frente a la crisis que vino después. “Durante la pandemia, al ser proveedores de la industria alimenticia, somos desde el principio parte de los esenciales. Paramos dos semanas, nomás”, apunta Nicolás. Y no perdieron a nadie en el camino, a pesar de que un par se contagiaron.

Alejandro, el más alto del grupo, y en remera de mangas cortas a pesar del frío, está armando pedidos. Va y viene por los dos pasillos del depósito, se mete dos bultos debajo del brazo, luego suma unas bandejas de aluminio, una bobina de papel, y las deja en un rincón, pero en ningún momento despega el oído de la charla. Hace una pausa para aportar un dato: “Varios de los que hoy formamos parte de la cooperativa dejamos otros trabajos para sumarnos a este proyecto”. Lo dice con orgullo. En los brazos tiene tatuados dos nombres, como el Diego, probablemente de sus hijos.

Martín trabajaba en un registro automotor de la zona y también en una farmacia, para la que hacía repartos en moto. La propuesta de sumarse a Patria Grande le llegó en un ensayo de la murga del barrio, Que Pacha Mama. “Dejo uno de los laburos y me quedo con el otro, pregunté. No, esto es a tiempo completo, me dijeron, y como los conocía, confié cien por cien en ellos, y sin dudas se trató de una de las decisiones más acertadas e importantes de mi vida”, cuenta. Ya pasaron seis años.

Los integrantes de Descartables Paraná son trece, y ninguno es empleado ni jefe. En los últimos años, por la papelera ya pasaron otras trece personas, de las que tuvieron que expulsar a tres, por motivos que para el colectivo resultan imperdonables. Fueron decisiones difíciles, pero miraron para adelante. Si hoy se presentase una situación similar, no dudan. “La prioridad es cuidar la herramienta que armaron los compañeros durante veinte años, que es la cooperativa”, señala Nicolás.

Acerca del cooperativismo

Con el tiempo se dieron cuenta de que era un asunto estratégico que todos integrantes de la cooperativa conozcan y sepan realizar todas las tareas que mantienen en funcionamiento la papelera. Si alguno se va, por la razón que sea, son varios los que tienen que poder tomar esa posta un minuto después. Hoy, entre los trece se ocupan de la venta a minoristas y a mayoristas; la logística, que implica ordenar los pedidos y realizar los repartos con las camionetas y abastecer así a las librerías, kioscos, carnicerías, verdulerías y la gran mayoría de los supermercados chinos de la zonas;  el depósito, donde hay que clasificar y ordenar la mercadería, bajar los bultos, armar los pedidos; el área administrativa, donde se realizan las compras y pagos a proveedores, el laburo contable, financiero y la facturación; y por último, la atención del local a la calle, a la vuelta, sobre Paraná.  

“Cada cooperativa es un sistema en sí mismo, un mundo”, complejiza Julio, y cita el caso de una cooperativa conocida por ellos en las que todas las decisiones las toma una sola persona y en la que el excedente no se reparte de manera equilibrada. “El desafío pasa por analizar en qué tipo de cooperativa estás, qué elementos la sostuvieron a lo largo del tiempo y también la relación que tenés con la actividad, que en nuestro caso tiene que ver con el plástico y el papel, un asunto con el que algunos compañeros estamos en crisis”.

“Cada cooperativa es un sistema en sí mismo, un mundo”, complejiza Julio. “El desafío pasa por analizar en qué tipo de cooperativa estás, qué elementos la sostuvieron a lo largo del tiempo y también la relación que tenés con la actividad, que en nuestro caso tiene que ver con el plástico y el papel, un asunto con el que algunos compañeros estamos en crisis”.

La cuestión ambiental viene pisando fuerte entre las organizaciones populares, la militancia, y en especial, un sector de la juventud. El tema parece haber llegado para quedarse y los integrantes de Patria Grande no son ajenos a esa realidad. Por lo menos la mayoría. Desde hace un tiempo esa agenda ocupa un espacio en sus plenarios.

“Somos parte del problema y no de la solución, porque tenemos esta verga que contamina el planeta”, plantea Julio, y apunta con el brazo, ojos y mentón a los anaqueles que ocupan el 90 por ciento del espacio físico del depósito, abarrotados con todo tipo de productos fabricados con polietileno y que en las próximas semanas irán a parar a comercios, industrias y casas particulares.

En un plenario reciente, los muchachos definieron que así no quieren seguir, y que lo ideal es cambiar de objeto: dejar el plástico y pasar a la tierra. Si no se pudiese, quieren trabajar con un material que no sea tan dañino. Entonces crearon una comisión para que profundice sobre el tema y plantee alternativas: “Somos conscientes de que la tierra es el principal eslabón de producción del país, y que la idea es bien compleja, porque tiene que ver con el acceso a la tierra, concentrada históricamente en pocas manos”, apunta Julio, que tiene un pañuelo tipo palestino alrededor del cuello. “Pero aun así le estamos metiendo para adelante”, asegura.

Surge el nombre de la Unión de los Trabajadores de la Tierra (UTT). Dicen que trataron de contactarlos, pero no lo lograron. Fue justamente esa organización la que el día anterior participó, junto a otros espacios de representación del ámbito rural y productivo, del lanzamiento de la Mesa Agroalimentaria Argentina. El hecho se produjo en Mendoza y puso de relieve el impulso y fortalecimiento de un sector, compuesto en su mayoría por cooperativas, que se autodenomina “el otro campo”.

“El papel y el cartón se degradan mucho más rápido que el plástico que, a su vez, puede ser reciclado”, apunta Guillermo, “pero entrás en el asunto de la educación, que se nos escapa”. “Por eso hablamos de cambiar el objeto”, refuerza Julio, “comprar algunas hectáreas de tierra y ponerlas a trabajar en un proyecto agroecológico”. “Y sustentable”, suma Alejandro desde atrás.

“Averiguamos por ejemplo que hay bolsas y bandejas compostables”, aporta Nicolás, que ingresó a la cooperativa en 2010, “pero salen cien veces más que las comunes, y aparte surge otra contradicción, que es que están hechas con maíz y otros alimentos, y a nosotros nos parece una barbaridad que con un 40 por ciento de pobres utilicemos alimento para hacer bolsas”.

De los trece integrantes de la cooperativa, once tienen familias, hijos e hijas. En algunos casos, adolescentes. Si bien tomaron la definición de cambiar el objeto de su proyecto productivo, no pueden poner en riesgo la economía de las familias.

Entre los trece integrantes de la cooperativa, solo hay una mujer. “Nos dimos cuenta hace poco y también es tema de debate interno”, asume Guillermo en nombre de todos. Nicolás profundiza: “La oleada feminista que explotó durante el macrismo también nos interpeló, y nos hacemos esa pregunta, sí. Como en las listas de la política existe la igualdad de género, ponele, o ahora el asunto del cupo en el Estado, nosotros estamos pensando en replicar y que la próxima vacante no sea para un varón”.

Entre los trece integrantes de la cooperativa, solo hay una mujer. “Nos dimos cuenta hace poco y también es tema de debate interno”, asume Guillermo en nombre de todos. Nicolás acota: “Como en las listas de la política existe la igualdad de género, ponele, o ahora el asunto del cupo en el Estado, nosotros estamos pensando en replicar y que la próxima vacante no sea para un varón”.

El último tema es el posible trasvasamiento generacional con sus hijos e hijas, si ven posible que en unos años se hagan cargo del proyecto, como sucede en otras experiencias cooperativas como Gráfica Campichuelo, donde los socios fundadores conviven con sus hijos y hasta nietos, luego de haberles enseñado el oficio. 

Dice Nicolás: “Mi hijo es chico, pero sí, me gustaría que trabaje en una cooperativa y que no sea empleado ni jefe”. Alejandro, de pie, arriesga: “Andá a saber, en veinte años nuestros pibes armaron otro tipo de cooperativa, con otra perspectiva y modo de funcionamiento, y estaría buenísimo, sí”.

Luego del choque de puños, los agradecimientos, los deseos de que se termine la pandemia, Martín hace de guía y acompaña a NT a conocer el depósito de al lado, más chico, y dedicado de manera exclusiva a almacenar los productos de papel, y luego la papelera, sobre Paraná, la calle que divide los partidos de Vicente López, donde están ellos, y San Isidro.

Del lado de afuera del negocio, que en su marquesina dice en letras de imprenta y mayúsculas, Cooperativa de Trabajo Patria Grande, Martín aporta un par de datos más sobre el proyecto. El tercer depósito es el más grande y queda en Villa Martelli: allí es donde le venden mercadería a los clientes mayoristas y el punto desde el que despachan envíos por transporte expreso hacia las provincias. Lo otro: la más moderna de las tres camionetas que tienen la obtuvieron en 2013 por medio del programa “Fuerza solidaria”, un crédito blando del Banco Provincia.

Un sexto integrante de la cooperativa atiende el local desde adentro, detrás de un mostrador improvisado. Tiene tres personas en la fila. Le piden de todo: cintas de embalar, crayones para los chicos, hilo de barrilete, plasticola, masa, papel metalizado y hasta un sacabroches. Martín muestra una foto de su hijo, en un entrepiso, detrás de una pila de enormes rollos de papel blanco. El nene sonríe, pícaro.

Ahora sí, fin del encuentro. En un rato cortan para almorzar, y quizá lo hagan en la vereda, al sol.

MÁS
NOTAS

TU OPINIÓN CUENTA

Nos gustaría que nos cuentes sobre tu experiencia en el sitio y sobre todo, acerca de nuestros contenidos.




    Suscripción