DESTINO LADRILLERO

Por: Marcelo Ohienart

Un breve recorrido por la historia de los hornos ladrilleros de la Ciudad de Buenos Aires y su relación con las olas inmigratorias que pisaron la Argentina y promovieron el desarrollo de oficios, hoy ya industrializados.

Tengo las manos partidas

De hacer ladrillos ajenos

Se está metiendo en mi sangre

El barro del pisadero.

Hay días que me parece

Chapalear en un chiquero

Mirando aquellas casonas

Que se han hecho con mi esfuerzo

Y yo que no tengo ni un rancho

Pa’ decir aquí me muero.

Cada quincena que pasa

Se me viene abajo un sueño

El patrón no me asujeta

Más siempre le estoy debiendo.

Tan solo me limpio el barro

Cuando me tiño de vino

Mirando pasar la vida

Hecha carga rumbo al pueblo

Y pensando que se llevan

Mi sudor en los ladrillos.

En veces paso jornadas

Sin mirar como es el cielo

Me estoy mezclando en la tierra

Me estoy sepultando vivo.

Cada vez me cuesta más

Llenar el molde barrero

Será que estoy tan cansado

De andar hundido en el suelo

Humedad cancha de lodo

Donde se amasa mi tiempo

Tal vez…

Tal vez, cuando me haga barro

Me tire en el suelo bueno

Y Dios quiera que me traigan

Ya fundido en el terrero

En el carro de algún horno

Tierra vendré al pisadero

Igual que un sueño de greda

Guachos de amor y recuerdos

Pa’ que se queme en la hornalla

Mi destino…

Mi destino ladrillero.

“Destino ladrillero” Marcelo Berdel

Fue y es el sueño de muchos; fue y aún es, una inversión; fue moneda de acopio; fue aquella vieja frase “invertí en ladrillos pibe, es lo más seguro”. ¿Qué es un ladrillo?: es una pieza de tierra y/o arcilla, cocida en un horno, que previamente la mano del hombre materializó en un rectángulo de unos 24x11x5cm. Su proceso de fabricación es milenario: en un “pisadero”, se mezclan tierra, aserrín y agua para formar una pasta homogénea, la que, a fines del siglo XIX, principio del XX, se realizaba mediante la pisada de caballos hasta lograr un verdadero fangal. Luego, esa mezcla se traslada en carretillas a las “canchas de tierra”, donde los obreros le dan su forma llenando los moldes según el tipo de ladrillo a realizar. El paso siguiente es el desmolde: cada pieza se coloca en un sector denominado “secadero”, para que, sin lluvias mediante, pierda toda su humedad. Una vez secos, se apilan para formar, unos sobre otros, un horno, que normalmente llega a los 4 metros de altura.

Lo primero que debe ejecutarse en el apilamiento son “los túneles” donde se colocará la leña, combustible primario que encenderá al carbón mineral ubicado entre las primeras filas. Una vez conformado el horno, que normalmente toma la forma de trapecio, se encenderá la leña y se alimentarán los túneles durante 12 horas, para que el carbón alcance con sus llamas las últimas filas.

Luego de ese lapso, se ciegan los túneles y se deja ardiendo su interior por unos siete días. Después de ello, comienzan el desarme y el palletizado para su comercialización.

Los ladrillos y tejas –de una construcción similar– se producen y emplean en nuestro país desde comienzos del siglo XVII, pero es entrado el siglo XVIII que las humildes viviendas (chozas) de adobe y paja empiezan a ser reemplazadas por casas más seguras construidas con estos materiales. Dicen que para 1730 había en Buenos Aires unos sesenta hornos de tejas y ladrillos.

Los ladrillos y tejas –de una construcción similar– se producen y emplean en nuestro país desde comienzos del siglo XVII, pero es entrado el siglo XVIII que las humildes viviendas (chozas) de adobe y paja empiezan a ser reemplazadas por casas más seguras construidas con estos materiales.

Pero, ¿dónde estaban esos hornos de ladrillos, o los que subsistieron, para fines de 1800? Para enterarnos de ello, recurrimos a varios historiadores locales, aquellos que se ocuparon de rescatar la historia de sus barrios capitalinos. Según El Arcón de la Historia, el 12 de noviembre de 1608 el vecino Francisco Álvarez, de profesión tejero (fabricante de tejas), presentó ante el Cabildo una solicitud para construir un horno de ladrillos. El Cabildo aprobó sin más la solicitud, atento a la precariedad de las construcciones existentes, otorgándole un predio frente al Riachuelo y sus barrancas para tal fin. No existe más información del horno, pero sin dudas a partir de él, la pequeña aldea debe haber cambiado sustancialmente su arquitectura.

Remontándonos hasta la época de la colonia, lo que hoy conocemos como los barrios de Flores, Soldati y Lugano, supo ser la “Chacra de Las Angustias”, propiedad del vasco Francisco Antonio de Latamendi, quien llegó a nuestras tierras a fines del siglo XVIII y fue un activo participante durante las invasiones inglesas de 1806 como capitán de milicias y contribuyó en 1807 en el equipamiento de las tropas. Participó del Cabildo Abierto del 22 de mayo de 1810, íntimo amigo de Santiago de Liniers, y para 1811 ya era dueño de la citada chacra, de unas 1000 varas sobre el Riachuelo y media legua de fondo. Y si bien en sus comienzos cultivó la tierra, para 1830 se dedicó de lleno a la fabricación de ladrillos. Según el censo de 1895, otra serie de inmigrantes vascos también habían desarrollado sus hornos de ladrillo: Los Estebarena, Altube y Anzola y Zalazar.

Según el censo de 1895, otra serie de inmigrantes vascos también habían desarrollado sus hornos de ladrillo: Los Estebarena, Altube y Anzola y Zalazar.

De la Vasconia al Piamonte: Villa Pueyrredón

Según relata Ignacio Di Toma Mues, Don Carlos Felipe Ottone, quien llegó a nuestro país en 1904 apenas con lo puesto y un pequeño baúl, deambuló sin rumbo por la ciudad hasta que, al pasar por una pensión, identificó voces que hablaban su mismo idioma y allí se instaló. Enterado de que había otro Ottone en la actual zona de Villa Pueyrredón, fue a su encuentro, y si bien no eran parientes, Carlos terminó casándose con la hija de Don Lorenzo Ottone. Crearon la firma Carlos y Lorenzo Ottone dedicada a la fabricación de ladrillos. El horno estaba ubicado en unas tierras próximas a la Avenida General Paz y la estación Migueletes, y como eran tierras fiscales, la municipalidad le permitía sacar tierra negra hasta llegar a la tosca para fabricar ladrillos. Don Carlos tuvo dos hijos, Luis y Rolando, y fue éste último quién heredo la fábrica de ladrillos, la que con el tiempo se convirtió en un corralón de materiales.

En la calle Cuenca y el actual puente ferroviario supo existir un espejo de agua, donde se llevaba a bañar a los caballos de los pisaderos de los distintos hornos que empezaban a instalarse en Villa Pueyrredón. Además de Ottone, se suman los hornos de Sanguinetti y Zunino, otro que se ubicó en la manzana formada por Sudamérica –hoy Artigas-, Cochrane, Zamudio y Larsen perteneciente a Delpini, el de Habana y Constituyentes de Milani y el de Virginio Luchetti en Constituyentes y Albarellos.

Floresta y Monte Castro

En la vecina Floresta, el camino de Gaona o Gauna y Alvarez Jonte, fue por muchos años el sitio de tránsito de chatas con la producción de los distintos hornos que se instalaron allí. En una recopilación de la-floresta.com.ar se cita que para 1913, en sus pagos existían:

> Segurola e Indio (Elpidio González). Esteban Guassotti y Cia., Vicente Lucianio y Cia., Luis Posca y Cia.

> Segurola al 1100. David Ghibaudi

> Segurola al 1300. Delfino, Damonte y Mounza

> Segurola y Médanos (Agustín García). M. Marcucci y Luciani Hnos, E. Marcucci e Hijo, Marceletti

> San Matías (Alejandro Magariños Cervantes) entre Segurola y B. Blanca. Juan Brambilla y Cia., E. Palestro, J. Barberis y Cia., A. Farina, Magnaghi, J. Fontana y Cia.

> Segurola y San Matías (Alejandro Magariños Cervantes). Esteban Podestá

> Bahía Blanca y San Blas. P. Ascacibar, O. Conti y Cia.

> Indio 4022 (Elpidio Gonzalez). Demoni, Cavallari y Cia.

> San Julián (Cesar Díaz) y Moctezuma. Corradini Hnos y Nebbia

> Monte Dinero (Luis Beláustegui) y Bahía Blanca. E. Cademartori

> Camarones y Bahía Blanca. Juan Ghibaudi

> Indio (Elpidio González) y Bermúdez. S. A. de Trabajo, Producción y Consumo

Existieron hasta 1931, año en que el intendente José Guerrico se hizo eco del clamor de los vecinos y cerró los hornos, ya que cada vez que soplaba viento, los pisaderos, la bosta de caballo y el humo, hacían irrespirable el aire.

Caballito

Todos alguna vez caminamos por el Parque Centenario; muy pocos y me incluyo, sabemos que esas tierras formaban parte del “Estanco de Gaona”, una chacra con un perímetro de 16 cuadras, con plantaciones muy valiosas, de la que sobresalía un monte con 33.000 árboles de duraznos y una capilla. Pero resulta que, al oeste del mismo, para 1898, el lugar ya estaba semi urbanizado, instalándose en la zona alfalfares, quintas y hornos de ladrillos, con pésimos caminos que se tornaban intransitables ante las lluvias por las formaciones de grandes pantanos, sin más calles que Gaona y Martín de Gainza, antes Caballito.

Seguro hubo más instalaciones de hornos en CABA, vaya entonces esta breve síntesis, como un recuerdo de los pioneros ladrilleros y sírvase de homenaje para ellos.

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