EL 19 Y 20 DE LOS MOTOQUEROS

Por: Cecilia Anigstein

El Sindicato Independiente de Mensajeros y Cadetes (SIMECA) no era una organización sindical convencional. Su relación cercana con los organismos de Derechos Humanos y su intenso activismo social y político irrumpió en las jornadas de diciembre de 2001 creando un hito en la historia reciente del sindicalismo argentino. A 20 años de aquellos días, cuatro testimonios reconstruyen para Nación Trabajadora las memorias fragmentadas de la represión en las calles, donde abundan las referencias a los motoqueros en la primera línea. Fotos de Gala Abramovich.

Los mensajeros en moto prefiguraron una reconversión tecnológica que estaba a la vuelta de la esquina, hoy materializada en la juventud estibadora de las plataformas digitales, pero extendida en muchas otras ocupaciones. Desde fines de los noventa y durante los primeros años del 2000, se multiplicaron pequeñas agencias que ofrecían un servicio muy similar a los correos, pero a un costo más bajo. El negocio se sostenía en base al trabajo precarizado: se contrataba de manera totalmente informal o se falseaba la relación de dependencia bajo la figura del monotributo. Los mensajeros utilizaban sus propias motos como principal medio de trabajo; las agencias, por su parte, contaban con una infraestructura mínima: locales que funcionaban como centros de distribución y handys (hoy obsoletos) para las telecomunicaciones. El espacio donde se desarrollaba el trabajo era la calle, repartiendo. Lo característico de la actividad era esa tendencia a juntarse con el otro que estaba en la moto. El lugar de reunión, las paradas del microcentro porteño. La moneda en el aire que definía la suerte del motoquero no era para cualquiera. Una cara era libertad de movimiento y pertenencia a un colectivo contracultural, la otra era total desprotección laboral y riesgo permanente de accidente fatal.  

El Sindicato Independiente de Mensajeros y Cadetes (SIMECA) fue una de esas experiencias bisagra, entre tantas otras, marcada por los tiempos de tres transiciones superpuestas. Por un lado, la tendencia a la precarización de los vínculos laborales y por el otro lado, la reconversión tecnológica-productiva y la reorganización de los procesos de trabajo, ambos fenómenos de largo alcance y aún en pleno desarrollo. En el medio, el punto culminante de una crisis económica, social y política que puso seriamente en cuestión la hegemonía neoliberal, al menos por algunos años.

Fue el proceso de organización sindical de nuevos trabajadores en una nueva actividad, una mezcla única de contracultura rockera y de izquierda variopinta, predisposición a lucha de calles, asambleísmo y organización gremial de lo precario, en una ocupación de refugio frente al desempleo que pegaba, como siempre, más fuerte en la juventud.

Como sucedió con otras organizaciones populares gestadas en la larga crisis de la convertibilidad, SIMECA tiene una historia bastante breve, de apenas una década y monedas. En 2013, Gabriel Calvo y Leandro Morini (ex mensajeros) la convirtieron en libro – Sindicalismo con códigos mensajeros: una mirada histórica sobre SIMECA 1999-2011- luego de un trabajo colectivo de años, recopilando testimonios y registros. En ese libro se distinguen tres etapas. La primera desde el surgimiento del sindicato en 1999 hasta diciembre de 2001, cuando aún conformaban un grupo reducido y se realizaban las primeras movilizaciones del gremio. La segunda etapa se caracterizó por un intenso activismo social y político que irrumpe en las jornadas del 19 y 20 de diciembre de 2001 y se extiende hasta la inauguración del primer local propio del SIMECA, en septiembre de 2003, la apertura de un taller mecánico autogestivo y un comedor a precios populares. Esta etapa fue de crecimiento abrupto y de mucho acercamiento con los organismos de Derechos Humanos, los familiares de las víctimas de la represión del 19 y 20 y los movimientos de trabajadores desocupados: “Así como nos referenciamos mucho con H.I.J.O.S, que tenía también en la mesa de escraches toda esta cuestión asamblearia, también en ese momento teníamos una identidad fuerte con lo que era la Aníbal Verón, que dentro de los movimientos piqueteros eran los más asambleístas, y tenían esa cosa de buscar articular con experiencias como la nuestra. Ellos venían a las actividades de SIMECA, nosotros íbamos a actividades convocadas por ellos. Teníamos algunos compañeros que venían de la militancia de los MTD y participaban de SIMECA porque eran mensajeros”, reflexiona Gabriel Calvo.

En la última etapa se dedicaron principalmente a promover la regularización de los trabajadores y reclamar el reconocimiento legal del sindicato. En mayo de 2005 el SIMECA obtuvo la inscripción simple como organización sindical que otorga el Ministerio de Trabajo. Eso coincidió con el ingreso a la CTA y el comienzo de una disputa por la representación con otra organización sindical nueva, creada bajo el ala protectora de la CGT, la Asociación Sindical de Motociclistas, Mensajeros y Servicios (ASIMM).

Cuando finalmente el Ministerio de Trabajo otorgó la personería gremial a ASIMM, la experiencia de organización político sindical que había encarnado el SIMECA resbaló en la bóveda de la recomposición del sindicalismo tradicional con gimnasia para el tripartismo y se disolvió. Los mensajeros y cadetes se sumaron a la diáspora silenciosa de una generación estaqueada a mitad de la plaza. Algunos pocos continuaron trabajando en la actividad, la mayoría se insertó en otras ocupaciones.

La marca distintiva del SIMECA era su fisonomía híbrida que tensionaba lo político con lo gremial. El grupo fundador estaba ligado a distintas organizaciones políticas de izquierda, particularmente H.I.J.O.S, a quienes acompañaban garantizando tareas de seguridad en los escraches, modelo de acción que retomaban en los conflictos con las agencias. H.I.J.O.S además prestaba su sede para las asambleas y reuniones regulares, que se realizaban al margen de toda legalidad e institucionalización. A pesar de la discusión interna permanente, los unía la solidaridad entre pares que tomaba la forma de acuerdos que todos debían respetar: unidad en la acción, funcionamiento asambleario, acción directa en los conflictos gremiales e independencia de los partidos políticos.

A pesar de la discusión interna permanente, los unía la solidaridad entre pares que tomaba la forma de acuerdos que todos debían respetar: unidad en la acción, funcionamiento asambleario, acción directa en los conflictos gremiales e independencia de los partidos políticos.

La pelea por la Plaza de Mayo

Gabriel Calvo integraba un grupo anarquista minúsculo en la zona sur de CABA cuando en 1999, junto con otros compañeros, confluyeron en el SIMECA: “No estábamos organizados, no tenías cómo defenderte ante un agenciero que hacía lo que quería. Te decía mañana no vengas, dejá el handy y el bolso. Y te quedabas sin laburo, sin indemnización, sin nada”. Ciertamente, el repertorio de acciones no era pacífico y se anteponía a cualquier instancia de diálogo o negociación con los empleadores: “Nosotros hacíamos un corte y escrachábamos al tipo que quizás había amenazado a un compañero; o al flaco que en un accidente levantó las cosas de la agencia y dejó al compañero tirado nosotros le caíamos en la casa a escracharlo con 200 motos. O le prendíamos fuego la moto en la puerta de la agencia al que había amenazado a nuestros compañeros. Era duro. Y la acción no estaba mediada con ninguna fuerza, no se lo anticipábamos a nadie”.

La creación de Mensacoop, una cooperativa de mensajeros que funcionaba en el local del sindicato fue, de hecho, una estrategia de supervivencia, ya que las agencias rápidamente los identificaron y no conseguían trabajo.

El 19 de diciembre de 2001 comenzó su día como cualquier otro. Salió temprano de Mensacoop porque le tocaba un recorrido extenso por el conurbano entregando cajas navideñas de empresas. Desde la moto pudo observar lo que ya estaba ocurriendo en numerosas ciudades del país. La gente se agolpaba en la puerta de supermercados pidiendo comida, comenzaban los saqueos. Una parte del recorrido incluía entregas al interior de barrios privados en Pilar, donde se encontró con policías custodiando los ingresos. Corría el rumor (infundado) de que grupos de saqueadores se dirigían a los countries. Gabriel no entendía nada de lo que estaba ocurriendo. Mientras emprendía la vuelta en su moto, comenzó a recibir mensajes de sus compañeros. De La Rúa había decretado Estado de sitio. En ese momento se realizaba una asamblea de H.I.J.O.S y otras organizaciones. Se sumaban como SIMECA. Todo explotaba y se preguntaban qué hacer, cómo reaccionar.

En esa asamblea se tomó la decisión de participar de otra reunión que se realizaba en CTA en ese mismo momento: “Teníamos como un tironeo en la CTA. Ellos querían sumarnos y nosotros decíamos que no, que éramos independientes”, recuerda Gabriel, que fue uno de los tres compañeros que integraron la delegación que se trasladó diez cuadras hasta la sede de la central. En esa reunión también pesaba la incertidumbre y se hablaba de guardarse. Se comentaba que había compañeros en los barrios discutiendo si había que participar de las manifestaciones espontáneas y los saqueos: “Queríamos salir a lo que sea, veíamos que se pudría todo. Nosotros les dijimos ‘vamos a ver qué dicen los compañeros que están en el local’”. Pero los acontecimientos se precipitaban. En la esquina del local de SIMECA ya se prendían fuego tachos de basura para el piquete. El grupo de motoqueros salió a dar una vuelta manzana en las motos. Detrás, se fueron sumando vecinos del barrio de San Telmo, que a esa hora inundaban las calles. En la esquina de Venezuela y Piedras advirtieron que encabezaban una columna de personas de por lo menos una cuadra. Alguien propuso ir a Plaza de Mayo.

A pesar de lo sucedido, el 20 de diciembre se trabajaba, pero por la mañana ya se veía a la gente saliendo de las oficinas rumbo a Plaza de Mayo. Los mensajeros no convocaron ninguna movilización, fueron llegando espontáneamente de a grupos. Gabriel estaba junto a las Madres de Plaza de Mayo cuando fueron reprimidas por la policía montada. Los mensajeros usaron sus handys para alertar a los manifestantes ante el avance de las fuerzas represivas y para comunicarse en una jornada caótica. En 2001, el teléfono celular era un artículo de lujo. La información dependía de la presencia de móviles de radio o televisión, los rumores corrían de boca en boca. También utilizaron sus motos para trasladar personas heridas, conectar grupos de manifestantes o distribuir agua. En las memorias fragmentadas del 20 diciembre abundan las referencias a los motoqueros en la primera línea.

Los mensajeros usaron sus handys para alertar a los manifestantes ante el avance de las fuerzas represivas y para comunicarse en una jornada caótica. En 2001 el teléfono celular era un artículo de lujo.

Para Gabriel el 20 de diciembre se resume en una batalla por llegar y permanecer en la Plaza de Mayo: “La pelea fue esa, llegar a la Plaza de Mayo. Y después que ellos logran desalojar la plaza, es cuando empiezan a tirar a matar, a las 4 de la tarde, que es cuando matan a Gastón y a los otros”.

Nunca nos comimos eso de la caballería del pueblo

Sebastián Gianetti nació en la Paternal, era integrante de la hinchada de Argentinos Juniors y militante de la organización H.I.J.O.S cuando, a mitad de 2001, a sus 29 años decidió rescatarse. Un compañero le prestó plata para comprar la moto, algo que para él significaba la posibilidad de un laburo, pero principalmente libertad. Fue parte del núcleo fundador del SIMECA, y también de la agrupación Motoqueros Peronistas, cercana al Movimiento Evita, que se conformó más tarde.

Al igual que Gabriel, Sebastián estaba en la reunión semanal del SIMECA, desde donde salieron en caravana hacia la Plaza de Mayo el 19 de diciembre por la tarde, en el momento que comenzaron las protestas. Llevaba la linga para atar la moto cruzada como banda de escolta: “Nosotros íbamos con las motos y los pibes de H.I.J.O.S con su bandera. Por Paseo Colón vimos que pasaban columnas de gente camino a la plaza”. Después de la represión el grupo se replegó. Horas más tarde, ya de madrugada, recuerda que se desencadenaron incidentes con la policía en la puerta del local de la organización que incluyeron un enfrentamiento con un patrullero y un disparo en la puerta. Esa madrugada se fue muy tarde a su casa y a la mañana siguiente se quedó dormido: “El 20 de diciembre me levanto, prendo la tele y veo que están reprimiendo a las Madres de Plaza de Mayo. Agarro la moto y me voy, punto. En un momento, sin darnos cuenta de la magnitud de los asesinados, estábamos contentos porque habíamos echado a un presidente. Le habíamos doblado el brazo al poder. Después caés en la cuenta que Gastón Riva, que los 39 asesinados”.

Gastón Riva, asesinado por las fuerzas de seguridad durante la represión, había salido temprano a trabajar y se sumó a las protestas como el resto. Sus compañeros lo recuerdan de las movilizaciones, pero no integraba el grupo más militante. Particularmente había participado de dos acciones importantes del SIMECA en los meses previos: una contra los pilotes para impedir el ingreso de los mensajeros al microcentro y otra para reclamar pase libre en los peajes.

El 21 de diciembre SIMECA convocó a una movilización en el Obelisco, pero rápidamente fueron reprimidos en Diagonal Norte. Un auto de civil los atropelló intencionalmente. Entonces se trasladaron a Plaza de Mayo donde nuevamente fueron emboscados por la policía motorizada. En un forcejeo tiraron a Sebastián de la moto, quien fue trasladado en una ambulancia hasta el Hospital Argerich. Allí una vez más se enfrentaron con la policía. Por estos hechos, Sebastián fue enjuiciado, pero finalmente se logró su absolución durante el kirchnerismo.

“Hicimos lo que en realidad veníamos haciendo. A vos te verdugueaba la yuta todos los putos días, porque el que no estaba flojo de papeles, la moto la tenía hecha pelota. Nos revisaban el bolso, o si teníamos sobres, las persecuciones eran constantes”, reflexiona, y agrega; “Nos comimos un poquito la película, era fuerte llegar a una marcha y que te aplaudieran. “

Para Sebastián es un orgullo haber estado “en el lugar justo, en el momento indicado», pero al mismo tiempo identifica los límites de esa experiencia: “Juntábamos muchas motos, pero no tuvimos la capacidad de conducción para contener eso”.

Banderas rojas, banderas negras

Agustin Cascelli se inició de forma temprana en el activismo gremial como repartidor en negro de un correo privado de la zona norte del GBA, que tercerizaba cartas de otros correos más grandes. Como trabajador del correo participó en el 2000 de las movilizaciones contra la reforma laboral del gobierno de la Alianza. Si bien en esa primera experiencia lograron ser incluidos en el convenio colectivo de Camioneros con un límite de 20 kg. de peso en el bolso, el empresario desvió el trabajo a otra sucursal y despidió a todos los trabajadores en julio de 2001. Por un aviso en el diario, con moto propia y experiencia como repartidor, rápidamente consiguió trabajo en una agencia de mensajería en Villa Lynch, San Martín. En diciembre, semanas previas al estallido, se integró en las asambleas del SIMECA.

El 19 participó de la reunión semanal del sindicato y se sumó con sus compañeros a la movilización a Plaza de Mayo primero, y a Plaza Congreso más tarde. Resistió la represión con piedras y a la madrugada volvió a su casa en San Martín. Al día siguiente no llegó a la plaza, se lamenta. Como parte de su militancia anarquista en la Organización Socialista Libertaria (OSL) realizaba tareas barriales en una biblioteca popular en el partido de San Miguel, ubicada a unos metros de la Ruta 23, a pocos kilómetros del Cruce Castelar, límite con Moreno, uno de los puntos más álgidos de los saqueos a supermercados en el conurbano bonaerense: “Venían por la ruta, estaban agrupados en la Villa Mitre y se juntó gente en la esquina del barrio, tratando de ingresar al Disco. Pero los esperaba la policía con Itacas. Cuando intentaban acercarse empezaban a tirar, y la gente retrocedía. Estuvieron toda la tarde así, tratando de ingresar al supermercado, pero no pudieron. Nosotros quedamos del otro lado, atrás de la policía, en la entrada del barrio, nadie llegó ni a acercarse.”

Para Agustín, la política de privilegiar el partido antes que la organización gremial caía muy mal. La construcción de un sindicato independiente y la unidad en la acción eran los acuerdos primarios que nadie ponía en discusión. En esta línea, atribuye el vertiginoso crecimiento del SIMECA a partir de 2002 a la superación de la etapa más espontánea y al trabajo de pulir organización: “Íbamos a la mañana por las agencias a volantear, a sumar compañeros, había mucho trabajo gremial. El punto más alto fue cuando hicimos las movilizaciones al Ministerio de Trabajo, que era toda la Avenida Corrientes llena de motos (…) nadie rechazaba la acción directa ni las medidas. En los conflictos, todos los compañeros de diferentes tendencias iban a fondo, se plantaban. Estábamos todos de acuerdo”.

Pero también advierte que les faltó experiencia: “Directamente decíamos que no importaban los papeles, lo que importaba era la organización gremial y con la lucha íbamos a conseguir todo. Después vimos que cuando conseguíamos el blanqueo, los compañeros de los deliverys terminaban en el convenio de pasteleros, o si eran de mensajería terminaban en empleados de comercio, porque no había convenio para mensajeros. Ahí vimos que no podíamos conseguir delegados sindicales legales, que hacía falta empezar a hacer el registro del sindicato, llevar en el cuaderno las actas de las asambleas y todo eso. Porque no se mantenían en el tiempo las conquistas que íbamos logrando”.Mientras tanto ASIMM avanzaba con el trabajo burocrático y presentaba todos los papeles.

Martín Geli conoció a Agustín haciendo trabajo comunitario en la biblioteca popular de San Miguel. Primero lo acercó a la militancia en la OSL. Poco tiempo después se quedó sin trabajo y se compró una moto con la indemnización. Se tomó un mes para aprender a manejarla y salió a trabajar en la misma agencia de mensajería que Agustín: “Esa fue la única opción en ese momento. Mediados de 2002. Empecé a trabajar de mensajero, e inmediatamente me metí en SIMECA”.

Su memoria es la de los homenajes a los caídos el 20 de diciembre 2001: “El SIMECA no era una organización sindical convencional. La postura del mensajero era estar siempre al servicio, estar defendiendo a la gente, a los organismos de Derechos Humanos. Había una relación constante con otras organizaciones y con los familiares de Gastón Riva”.

“El SIMECA no era una organización sindical convencional. La postura del mensajero era estar siempre al servicio, estar defendiendo a la gente, a los organismos de Derechos Humanos. Había una relación constante con otras organizaciones y con los familiares de Gastón Riva”.

El 20 diciembre de 2003 alrededor de 60 mensajeros salieron en un micro escolar desvencijado escoltado por un grupo de motos en igual estado de ruina con destino a Ramallo a homenajear a Gastón Riva, el motoquero asesinado en la represión dos años antes, oriundo de esa ciudad. Acompañaban esa caravana Madres de Plaza de Mayo, miembros de H.I.J.O.S, otras organizaciones de Derechos Humanos y familiares de las víctimas: “Había un sentimiento de alegría, porque había una acción colectiva que estábamos llevando adelante que era homenajear a un compañero. Era una acción política de resistencia, de reconocimiento al compañero que había caído y un poco de reparación con la familia. Querer demostrarle que había un sector que lo reconocía. Era un ser querido, no era un número que había pasado. Había mucha alegría en el viaje, pero cuando empezamos a llegar a Ramallo era una situación triste, una mezcla de todo.”

Al calor de esa mística el SIMECA multiplicaba la participación. La mecánica del sindicato se podía sintetizar así: pasar por las mensajerías o por las paradas, charlar sobre los derechos que no tenían con los mensajeros a escondidas de los dueños e invitarlos a sumarse. Se realizaban asambleas regulares en el local (que se financiaba con aportes voluntarios de los compañeros) y en los lugares de trabajo sólo cuando había conflictos. Ahí se visibilizaba el sindicato, el resto del tiempo los activistas del SIMECA practicaban la clandestinidad en las agencias. El contexto parecía auspicioso: “Por una cuestión de reactivación económica había muchísimos más mensajeros, empezó a verse cada vez más, más, más, 2002, 2003 y 2004… y a la vez, con toda esa oferta de trabajadores ahí, había una mística del SIMECA como organización, que había defendido a las Madres, que había peleado contra la policía, que tenía un caído”.

Pero los conflictos terminaban siempre con despidos o cierre de la mensajería. A los más activos los marcaban en otras mensajerías y no los tomaba nadie. Esto era una autocrítica recurrente que parecía pasar por alto que no eran las acciones temerarias de los activistas sino las condiciones de trabajo las que determinaban el desenlace de los conflictos y suerte de los trabajadores: “Los mensajeros se morían en la calle todo el tiempo. El día que hicimos el paro en la mensajería, yo le decía a la dueña: a mí me pisa un camión y mi familia no tiene para pagar el cajón. Era todo con monotributo, pero nadie lo pagaba. No te alcanzaba con el sueldo que ganabas, porque aparte tenías que arreglar la moto”.

Biografías

Gabriel Calvo se focalizó en sus estudios y se fue retirando de su actividad en el gremio entre 2003 y 2004, pero nunca se alejó del todo. Pasó muchos años recopilando testimonios y registros sobre la organización, y actualmente es profesor de historia, Vicerrector del Liceo 3 de Barracas, ha sido delegado y continúa siendo militante en la Unión de Trabajadores de la Educación (UTE) de CABA.

Sebastián Gianetti fue contratado por una empresa productora de televisión en 2003 para trabajar con la moto, como fletero. Desde 2005 es delegado del Sindicato Argentino de Televisión (SATSAID), colabora de manera permanente con organismos de Derechos Humanos y sostiene un fuerte vínculo de amistad y compañerismo con la familia de Gastón Riva.

Alrededor de 2007, Agustín Cascelli tuvo que asumir en soledad la crianza de sus dos hijos y dejar de lado la militancia política y gremial. Cuando pudo retomó sus estudios. Sigue trabajando de mensajero en San Martín y está muy cerca de terminar el profesorado de historia, siempre en contacto con sus compañeros del SIMECA y vinculado a las experiencias de organización gremial de los motoqueros en la zona norte.

Martín Geli permaneció hasta 2007 en la actividad y en el gremio. Luego de una temporada viajando por Bolivia como músico callejero se volcó al trabajo docente. Actualmente es charanguista, sikuri y profesor de música de nivel inicial en el partido de Morón.

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