PELEAR PARA VIVIR: EL BOXEO COMO TRABAJO

Por: María Ullivarri

El boxeo contiene un universo laboral difícil de catalogar. Los sentidos otorgados por los pugilistas a lo que hacen se parecen mucho a las historias de redención. Las condiciones de trabajo sacrificadas se justifican porque la fe en el boxeo tiene siempre una esperanza de recompensa. Este ensayo toma el caso del equipo de Mataderos, Pura Sangre, para trazar una radiografía de una práctica en la que conviven fuerza física, inteligencia táctica, habilidad técnica, y una estructura emocional entrenada para el arte de atravesar el miedo y el dolor. Fotos de Javier González Toledo

El boxeo a veces es pensado como una anomalía de la civilización. La práctica tuvo desde su origen un status legal inseguro y, en mayor o menor medida, siempre suscitó resquemores en las autoridades. Históricamente formó parte de esa conexión trasnacional que vinculó a América Latina con el Reino Unido a través de sus puertos y de sus empresas de servicios, como los bancos o ferrocarriles.  Marineros y empleados de compañías inglesas fueron los primeros boxeadores que llegaron al país. Los diarios británicos mostraban el orgullo de haber traído a la Argentina no solo tecnología, industria, razas vacunas y ovinas, sino también el gusto y la pasión por los deportes, entre ellos el boxeo.

Los inicios de su práctica en el país fueron complejos. Las autoridades consideraron muy tempranamente que con su popularización existía la posibilidad de que esa violencia contenida resulte material de emulación fuera del ring. Brutalidad, prostitución masculina y profunda incultura eran las formas elegidas para discutir la reglamentación del boxeo en los tempranos años veinte del siglo pasado. Estas ideas revelaban los miedos y las ansiedades de una sociedad que se transformaba con la inmigración y la democratización y, con ellas, las prácticas corporales de los nuevos sectores que se incorporaban a la vida de la ciudad. Así, a pesar de que se pensaba que la gimnasia podría “restringir el espacio para los desvíos,” había deportes y prácticas que no podían permitirse, porque competían con los usos productivos de esos cuerpos. En esas interdicciones no solo se hablaba de los pugilistas, sino también de las nuevas pasiones que se generaban en los espectadores.

Más temprano que tarde la popularidad del fenómeno y los logros deportivos internacionales comenzaron a dar al boxeo nuevos aires. Este no es un dato menor porque el boxeo es el deporte que más medallas olímpicas ha traído al país (24 medallas) y tiene una historia de 41 campeones mundiales profesionales y 29 campeonas. También forjó ídolos populares de enorme trascendencia cultural y me atrevería a decir que la pelea de Firpo y Tracey en 1922 fue uno de los primeros espectáculos de masas en la ciudad de Buenos Aires, con más de 60 mil espectadores.

El boxeo es el deporte que más medallas olímpicas ha traído al país (24 medallas) y tiene una historia de 41 campeones mundiales profesionales y 29 campeonas.

Lejos de las fotos de KO (knock out) masivos que aparecían en las tapas de las revistas deportivas de las primeras décadas de práctica, en la actualidad el boxeo es un deporte muy regulado y las equivalencias son estrictamente fiscalizadas. Sin embargo, no goza de la misma popularidad que tenía en otros tiempos. Los nostálgicos marcan un quiebre con el cierre del gimnasio del Luna Park en 1987, pero de vez en cuando algún campeón argentino de la talla del Chino Maidana, Lucas Matthysse, Brian Castaño o Maravilla Martínez hace saltar las taquillas. Por eso es posible pensar que el boxeo se construye de momentos estelares y momentos de calma.

A nivel nacional la cosa es más compleja, porque la industria del boxeo no es ajena al escenario económico y está cerrada sobre compartimentos estancos -las empresas promotoras- que trabajan para buscar plata en el exterior. Esa metodología de trabajo dificulta la distribución de oportunidades y no hay un continuum de boxeo argentino como show porque la economía del boxeo no garantiza la reproducción adecuada de su fuerza de trabajo. Hoy en la Argentina están trabajando aproximadamente 1000 boxeadores y 150 boxeadoras profesionales.

Es sobre esa fuerza de trabajo que nos interesa contar una historia, para pensar el boxeo no como meros espectadores o jueces morales, sino para entender qué sienten los que trabajan adentro, por qué se dedican a una tarea tan sacrificada y en qué consiste ese trabajo. El pugilismo es un universo laboral que está poblado de diferentes tipos de trabajadores y por eso es muy difícil pensar una narrativa única para sus experiencias. Elegimos un pequeño equipo de Mataderos, Pura Sangre, dirigido por Federico Balmetti, para contar lo que Carbón Pérez, Bruni el Rayo Paraguayo Venialgo Arguello, el Matador Ríos, Papelito Santillán y Pinino Areco piensan y sienten sobre su profesión y sobre la industria que les da trabajo.

Es sobre esa fuerza de trabajo que nos interesa contar una historia, para pensar el boxeo no como meros espectadores o jueces morales, sino para entender qué sienten los que trabajan adentro, por qué se dedican a una tarea tan sacrificada y en qué consiste ese trabajo.

La economía social del boxeo

Papelito aceptó una pelea donde tenía todas las de perder. “Peleamos con todo en contra, no solo con el contrincante”, me dijo.  Él y su equipo aceptaron la pelea tres días antes y en otra categoría”. Papelito es un welter (hasta 66,67 kg) con esfuerzo y tenía que subirse al ring con un superwelter (hasta 69,85 kg) más armado. En el pesaje dio la categoría porque estaba pesado, pero ese registro no era su peso habitual de pelea. En deportes de combate la equivalencia de peso es fundamental porque hay una relación directa entre masa y fuerza. Siempre los boxeadores compiten con el límite de la balanza, intentando alcanzar el peso más bajo posible para no dar ventajas. Pero la pelea era por un título, era televisada, y tenía un componente central: la urgencia por cubrir la velada de la que se había bajado el rival del fondista. Ese conjunto de factores le permitió a Papelito negociar una buena bolsa (dinero acordado por la pelea), la mejor de su carrera y, quizás también, nuevas oportunidades. “Es otra plata”, me contó.

Por esa plata Papelito perdió por primera vez por KO. Siempre había fantaseado sobre cómo sería ser noqueado, y un día esa fantasía se hizo realidad. Para él fue un antes y un después. “Perder por KO te hiere el orgullo porque te matás para que eso no pase. Me pusieron KO en el tercer round -cuenta con un gesto de tristeza. De todas formas, me puse en la cabeza que nunca más, nunca más me voy a subir ni por plata, ni por orgullo, ni por querer medirme con el otro contrincante, me voy a subir al ring cuando esté al 100% física y también mentalmente. Agarré porque quería pelear por un título, pero vino rápido y se fue rápido.”

Papelito vive en Monte Chingolo, trabaja como operario de limpieza en un ministerio. Se levanta a las 4 de la mañana y trabaja hasta las 14. Apenas termina se sube al 126 y se apura para llegar al local del Sindicato de la Carne, en Mataderos, donde entrena con el equipo de Pura Sangre. Vuelve a su casa ya cayendo la noche y sale a correr. Tiene 24 años, 3 hijas y una mujer.

El caso de Papelito no es una rareza, la mayor parte de los boxeadores trabaja de otra cosa y la mayoría de ellos de cualquier cosa que les permita entrenar, porque no están dispuestos a dejar de boxear. En Argentina son muy pocos los y las boxeadoras que pueden vivir del boxeo. Algunos lo logran por contratos con promotores que les permiten cubrir los gastos mínimos, o el esponsoreo de algún sindicato, intendente o municipio que les garantiza los recursos para dedicarse a entrenar o por lo menos acelerar los tiempos para lograr un contrato. Otros, los menos, tienen una carrera de éxitos en el exterior y logran convertir al pugilismo en su principal fuente de ingresos. Pero el porcentaje sobre el total de trabajadores del boxeo es insignificante.

Papelito vive en Monte Chingolo, trabaja como operario de limpieza en un ministerio. Se levanta a las 4 de la mañana y trabaja hasta las 14. Apenas termina se sube al 126 y se apura para llegar al local del Sindicato de la Carne, en Mataderos, donde entrena con el equipo de Pura Sangre. Vuelve a su casa ya cayendo la noche y sale a correr. Tiene 24 años, tres hijas y una mujer.

Los privilegiados deben “romperse el lomo para sostener esa banca”. Demostrando que son capaces de llegar a algo y “hacer lo que dicen que pueden hacer”. Estas palabras se acoplan con las del ex campeón del mundo y entrenador de Atlanta, Marcelo Domínguez, quien está convencido de que trabajar de otra cosa funciona en el mundo del boxeo, porque garantiza cierta disciplina. Y recuerda haberse negado a dejar de trabajar. Me reafirma su hipótesis contándome que sus compañeros de promotora que sí eran mantenidos por la empresa, no llegaron a ser campeones y él, en cambio, llegó trabajando. “Cuando te dan de arriba, te quedás”, afirma Domínguez.

Hoy el boxeo argentino tiene cinco grandes empresas promotoras a nivel nacional y muchos pequeños promotores a nivel regional. Los promotores comparten el mercado a partir de un sistema de competencia y cooperación sostenido por la negociación, donde están involucrados los actores más poderosos del negocio y el pilar fundamental que es la televisión. El boxeo es un sistema económico complejo en medio camino entre el espectáculo y el deporte. Y no puede entenderse por fuera de la lógica interna que lo regula ni de las posibilidades sociales que los contextos de vulnerabilidad económica le ofrecen a la mayor parte de los y las jóvenes que lo practican.

En Argentina son muy pocos los y las boxeadoras que pueden vivir del boxeo. Algunos lo logran por contratos con promotores que les permiten cubrir los gastos mínimos, o el esponsoreo de algún sindicato, intendente o municipio que les garantiza los recursos para dedicarse a entrenar o por lo menos acelerar los tiempos para lograr un contrato.

A pesar de la ansiedad teórica y también moral que genera esta práctica en el ojo no entrenado, el boxeo es una actividad altamente calificada. El virtuosismo y la belleza son significados inscriptos en los combates que, como dice Joyce Carol Oates, hay que saber descifrar. La riña y la violencia constituyen dos de las imágenes morales más fuertes del boxeo. Sin embargo, son necesarios muchos años de preparación para saber boxear. Este deporte requiere el manejo de un conjunto de habilidades corporales y emocionales muy sofisticadas. El boxeo es un enfrentamiento de estrategia que por su complejidad requiere de fuerza física, inteligencia táctica, habilidad técnica, que muchos llaman “científica” y una estructura emocional entrenada para trabajar, sobre un ring elevado e iluminado, el arte de atravesar el miedo y el dolor.

En ese escenario también se deben descifrar las herramientas del contrincante y adaptar las propias a ese enfrentamiento planteado. Por eso el combate es una experiencia física y emocional muy difícil de describir y quizás por eso la literatura haya sido siempre mucho más sagaz para narrar la inclemencia emocional que atraviesa un boxeador durante una pelea. Norman Mailer habla de “experiencias ocasionalmente inmensas, comunicables solo para boxeadores de magnitud, o para mujeres que sufrieron un parto angustioso”.

El boxeo es un enfrentamiento de estrategia que por su complejidad requiere de fuerza física, inteligencia táctica, habilidad técnica, que muchos llaman “científica” y una estructura emocional entrenada para trabajar, sobre un ring elevado e iluminado, el arte de atravesar el miedo y el dolor.

El drama del boxeo además está construido sobre la inmanencia del tiempo, no solo porque sus acciones se desarrollan estratégicamente en un tiempo determinado, sino también porque es la estructura temporal la que le da ritmo al combate, y el tiempo de las acciones y movimientos, el sentido. Esa temporalidad también ordena cierto patrón de jerarquías internas. Esto es, los boxeadores pelean según su experiencia 4 a 6 rounds de tres minutos para boxeadores preliminaristas, 6 a 8 para semifondistas y 8 a 12 para fondistas. En el caso de las mujeres, los rounds en Argentina son de dos minutos.

Para avanzar en estos escalafones, los boxeadores deben sumar peleas y mejorar su récord (número de peleas divididas en ganadas, perdidas y empatadas). Es el récord lo que les permite a los boxeadores negociar bolsas y combates en mejores condiciones. En la economía del boxeo nacional, el trabajo por el récord es una inversión para poder salir a pelear afuera o enfrentarse a algún título internacional, que es donde realmente está el dinero. Osvaldo Príncipi, una de las personas que más sabe de boxeo en el país, afirma que quizás cierta impaciencia por conseguir peleas afuera pueda ser una de las causas que expliquen la baja en la popularidad del boxeo, en tanto la mayoría de las experiencias internacionales fracasa por la falta de rodaje interno y peleas equivalentes. En otras palabras, los boxeadores salen crudos del país porque para cuidar el récord los mejores no pelean entre ellos.

Cada promotor funciona como un sistema cerrado de construcción de récords para luego poder conseguir peleas afuera. “Ser sacado afuera” es la aspiración de los boxeadores, porque en el país las bolsas o las pagas son muy pequeñas. En ese sentido, es importante señalar que las peleas de boxeadores profesionales son esporádicas. La mayoría de ellos pelea una vez cada dos o tres meses, dependiendo de los resultados obtenidos. Nadie puede vivir con esa plata.

 

Una vez cumplidos los requisitos del amateurismo, las carreras de los boxeadores se inician en clubes, organizadas por sus managers o entrenadores para conseguir algo de plata y experiencia sobre el ring. La gran mayoría viene de carreras amateurs más o menos exitosas, pero el boxeo profesional es un deporte mucho más duro y riesgoso, tanto que según estimaciones de la Federación Argentina de Box, aproximadamente el 80% de los amateurs “llega” a profesional. Las peleas se realizan con guantes más pequeños, un vendaje semi rígido que parece yeso y se combate sin cabezal de protección.

Es importante señalar que las peleas de boxeadores profesionales son esporádicas. La mayoría de ellos pelea una vez cada dos o tres meses, dependiendo de los resultados obtenidos. Nadie puede vivir con esa plata.

Cuando los boxeadores adquieren cierta proyección suelen ser contratados por los promotores, e incluso algunos entregados a determinados entrenadores que trabajan para las empresas de promoción. Cada promotor tiene su equipo “rincón rojo” y contrata “rincones azules”. Si los boxeadores cumplen con los requisitos necesarios de talento y posibilidades, formarán parte del equipo “rincón rojo”. Mientras que aquellos menos afortunados serán los rincones azules, que usan el boxeo como para “sumar un pucho”, pero en realidad están ahí para hacerles la carrera a los rincones rojos. Estos son los asalariados libres del boxeo, que “atienden el teléfono” a todos los promotores.

El boxeo está construido sobre categorías de trabajadores. Los boxeadores del rincón rojo son los protegidos, los prospectos, “trabajan de boxeadores”. Los boxeadores rincón azul, también conocidos como probadores, jornaleros, obreros del ring, están fundamentalmente destinados a perder para construir el récord de los rojos. De vez en cuando pueden y deben ganar. En definitiva, un rincón azul es un boxeador que puede pelear con cualquiera, sostener una pelea y dar un show sin perjudicar la carrera de un boxeador con proyección.

El boxeo está construido sobre categorías de trabajadores. Los boxeadores del rincón rojo son los protegidos, los prospectos, “trabajan de boxeadores”. Los boxeadores rincón azul, también conocidos como probadores, jornaleros, obreros del ring, están fundamentalmente destinados a perder para construir el record de los rojos.

En este proceso, los resultados son fundamentales para conservar la licencia activa. El Reglamento Argentino de Boxeo estipula que se puede suspender la licencia de boxeadores con baja performance, especialmente si pierden por KO. Entonces ser rincón azul también implica mantener una modalidad de trabajo que permita sostenerse en el tiempo. Muchos han peleado con grandes boxeadores, pueden atravesar peleas sin salir heridos y por eso son centrales en el negocio. Cobran para perder y muchas veces cobran bastante más que el rincón rojo. Muchos de ellos tienen el oficio.

-¿Qué es el oficio?- le pregunto a Domínguez. Me explica categóricamente que tener oficio no necesariamente es compatible con saber boxear. Un boxeador con oficio sabe lo que tiene que hacer sobre el ring, sabe pegar, esperar, moverse. No siempre gana, pero resulta fundamental para mover el mundo de los combates. Muchos boxeadores además trabajan de sparrings para garantizar el entrenamiento de otros boxeadores y cobran bastante bien su esfuerzo. Por último, en el conjunto de trabajadores del boxeo también hay boxeadores envejecidos, sin talento o simplemente buscavidas del ring, que reciben su paga para tirarse, perder desprolijamente o realizar cualquier tarea necesaria sobre el cuadrilátero.

La estructura ocupacional que sostiene la economía del boxeo es amplia. Esta variedad también está atravesada por los estilos, cada boxeador tiene un estilo definido, estilista, pegador, fajador, contragolpeador. Y esos estilos moldean los combates. En ese universo de veladas, los matchmakers que trabajan para promotoras o por su cuenta, son los armadores de peleas, son los arquitectos de la industria porque facilitan la acumulación de dos tipos de capital, el pugilístico y el económico. Deben conseguir enfrentamientos entre boxeadores que garanticen experiencia sobre el ring, un buen espectáculo e ingresos, y para eso tienen que articular encuentros que sean rendidores. Estos procesos de acumulación funcionan con márgenes de negociación muy amplios. Las peleas son acuerdos de negocios que se discuten sobre la premisa de que tienen que satisfacer las necesidades de hombres que si bien están enfrentados, son mutuamente necesarios. Allí se discute el número de rounds, el peso, el lugar, los viáticos, próximas peleas, contratos. El boxeo conserva todavía esa impronta de toma y daca que lo caracterizó desde su surgimiento en el siglo XVII.

La estructura ocupacional que sostiene la economía del boxeo es amplia. Esta variedad también está atravesada por los estilos, cada boxeador tiene un estilo definido, estilista, pegador, fajador, contragolpeador. Y esos estilos moldean los combates.

El romance del pugilismo

El ámbito de producción del boxeo es el gimnasio. Allí se construye lo que Wacquant llama el homo pugilisticus, un ser humano que tiene dos cosas fundamentales: la habilidad para pelear y el deseo de pelear. En ese lugar también se delinean las estrategias de carrera a un nivel más pequeño.

El equipo de Pura Sangre es un ejemplo de esto. Al convertirse en pugilistas todos ellos están sometidos a una preparación casi monástica para garantizar la posibilidad de subirse al ring de manera más o menos segura. Nadie está exento de una tragedia, pero las posibilidades de evitarla se construyen en el entrenamiento.

Los sentidos otorgados por estos boxeadores a lo que hacen se parecen mucho a las historias conocidas como de redención. Papelito, por ejemplo, considera que el boxeo es su profesión y sueña con ser campeón. Bruni, el rayo paraguayo (medio pesado, hasta 79,38 kg), está contento con haber llegado porque nadie creía en él. Mientras que Pinino (supergallo, hasta 55,3 kg) que está por debutar y tiene una ansiedad que le atraviesa el cuerpo, me cuenta que está en el boxeo porque quiere cambiar su vida. “Hacerme una casita en mi pueblo, regalarle una casa a mi hermana y hacerme un gimnasio, quiero ser profesor”.

Los boxeadores viven de una expectativa, porque el boxeo está validado sobre la idea de que el hombre que lucha puede ascender socialmente. Pinino relata que como no estudió nada, el boxeo es el único camino que tiene para llegar a ser alguien, pero sonríe y me dice – “peleo también porque me gusta”. Y le gusta tanto que toma seis colectivos diarios para llegar de Marcos Paz, donde vive, a Mataderos.

 

La historia de ser “alguien” se repite en cada uno de los boxeadores con los que hablé. Las condiciones de trabajo tan sacrificadas se justifican porque la fe en el boxeo tiene siempre una esperanza de recompensa. Pero también por algo más. En casi todos los casos esa recompensa tiene que ver con la posibilidad de obtener un reconocimiento que trasciende lo monetario.

Papelito me dice que no boxea para salir en la tele o tener una foto en Facebook con un título. “Quisiera ser reconocido por haber entrenado once años, el esfuerzo, el sacrificio, privarme de cosas. No voy por la plata”. Carbón (Superliviano, hasta 63,5 kg), por ejemplo, me cuenta que en el barrio lo saludan porque saben que es boxeador. Y ese detalle no es menor. El boxeo construye una profesión cargada de historia, tradición y gloria, accesible para hombres y mujeres que, en la mayoría de los casos, proceden de hogares sin demasiadas posibilidades de obtener reconocimiento social. Cada uno de ellos se convierte en un engranaje más de un linaje de guerreros sobre el que se referencian constantemente. Papelito encuentra consuelo pensando que él fue noqueado, por ejemplo, pero que también grandes campeones han perdido por KO.

Pinino relata que como no estudió nada, el boxeo es el único camino que tiene para llegar a ser alguien, pero sonríe y me dice – “peleo también porque me gusta”. Y le gusta tanto que toma seis colectivos diarios para llegar de Marcos Paz, donde vive, a Mataderos.

Hay toda una ritualidad plebeya que convierte al boxeo en una representación verdadera de la fuerza y la destreza. Esa construcción social del respeto, del coraje y la profesión de boxeador, tiene implícitos ciertos requisitos asociados al peligro de exponerse a riesgos. Lo que en la jerga se conoce como “corazón”. Estas narrativas se presentan como ejemplos de un valor esencial e inalterable, reproducido en gran parte de las historias sobre boxeadores, que son las condiciones de posibilidad del éxito para personajes que tienen un sinfín de adversidades para alcanzar sus sueños. En ese sentido, estas posibilidades generan una suerte de democratización de las oportunidades, porque ese camino está sostenido sobre un “capital corporal” cuya distribución es relativamente independiente de otras formas de capital o poder que circulan en la sociedad y de las cuales muchos sectores sociales han sido históricamente excluidos.

Ese capital les permite elegir un destino distinto, trabajar sin depender de nadie.  Esa es una paradoja central en la industria del boxeo, porque una de las críticas fundamentales que recibe esta actividad es que estos hombres son víctimas de una “picadora de carne”. Sin embargo, para los de adentro -aunque no sin críticas- significa la posibilidad de tener control, aunque sea pequeño, del proceso de trabajo. Pinino me cuenta que siempre trabajó de albañil y que ahora rechazó un buen trabajo para dedicarse a boxear. “No quiero laburar para los giles, entonces tengo que cagarme a piñas para vivir.”

Frente a esto, el balance de riesgos y beneficios da solo positivo para hombres y mujeres de un sector social muy definido. Los boxeadores deciden dedicarse al boxeo porque es una opción mejor que lo que encuentran a su alrededor, por eso son los boxeadores de lugares recónditos en las provincias o del conurbano más alejado, los que subsisten en el sistema. Siguen en el boxeo porque conviven con menos oportunidades y necesitan pelear para ganar un mango. A veces no hay laburo que les vaya a dar más de lo que el boxeo les da, me cuenta Balmetti. También pensando que como contrapartida, estos lugares suelen tener municipios que aportan a las carreras de muchos boxeadores, a diferencia de los que están en la ciudad de Buenos Aires, donde el boxeo no tiene mucho acompañamiento.

Una de las críticas fundamentales a la industria es que estos hombres son víctimas de una “picadora de carne”. Sin embargo, para los de adentro -aunque no sin críticas- significa la posibilidad de tener control, aunque sea pequeño, del proceso de trabajo.

Con menos oportunidades de ayuda, Papelito se considera un “obrero del ring”. “Un obrero porque intento trabajar con esto, intento vivir de esto. Muchos promotores te ofrecen un contrato donde solo te dan peleas a cambio, nada más. Te casás con ellos por nada. Pero si no estás con ellos a veces no te quieren programar”. Ser obrero de un promotor es una forma de encaminar una carrera, pero no la que quieren estos boxeadores Pura Sangre. Papelito se sabe “rincón azul” en las grandes ligas, pero planea, con ayuda de su técnico, hacer carrera independiente en su peso y tratar de llegar lo más alto en su categoría.  Es difícil, me dice, porque ser “Lado B” o “Rincón Azul” implica entrenar y conciliar esa vida con la familia, para poder dar el batacazo y ganarse el lugar.

El boxeo es una profesión de clase obrera, y en el caso de la gran parte de los “obreros del ring”, es un medio para complementar sus ingresos. “Qué va a hacer el pibe si no sabe hacer nada más, el pibe va a pelear”- me dice el técnico Balmetti- “Los pibes tienen hambre, tienen hijos. Sueñan con ser campeones, pero saben que no lo van a ser. Igual tienen una esperanza, un sueño”. Domínguez me dice que es necesario convencerse de esa posibilidad para poder lograrlo, para poder subirse al ring. Hay pibes que están muy rotos y a ellos el boxeo les da un sueño. La idea del batacazo construye la esperanza de seguir. Domínguez lo dice porque “llegó”, fue campeón mundial crucero CMB y campeón argentino.

No sé si es relevante pensar en qué momento los boxeadores se dan cuenta de que “no van a llegar”. Pero sí es importante saber que es justamente esa incertidumbre con la que aprenden a vivir, la que a cambio les abre un universo de posibilidades. Pinino me cuenta que él estaría preso si no fuera por el boxeo. Y cuando habla del boxeo se refiere a Pura Sangre. Y en una línea similar sus compañeros de entrenamiento sostienen que una vida lejos del boxeo sería una cornisa de desencuentros con la ley. El gimnasio funciona entonces como un ordenador de conductas, consolidando la ética ocupacional de la profesión, en tanto sostiene reglas estrictas sobre los comportamientos tolerados, la disciplina y el uso de la violencia. Domínguez afirma que el gimnasio permite canalizar y regular la pulsión de agresividad humana que todos tenemos y orientarla técnicamente hacia el combate.

El boxeo es una profesión de clase obrera, y en el caso de la gran parte de los “obreros del ring”, es un medio para complementar sus ingresos. “Qué va a hacer el pibe si no sabe hacer nada más, el pibe va a pelear”- me dice el técnico Balmetti.

En esas condiciones, también el boxeo les permite sostener una vida vinculada a la familia, tanto desde el lugar de la contención necesaria para prepararse para la pelea como desde los motivos expuestos para soportar los sacrificios que impone la vida de boxeador. Los pugilistas necesitan un entorno familiar ordenado para poder aferrarse a la catequesis disciplinaria y la responsabilidad que implica el entrenamiento y la preparación necesaria para subirse al ring.

Pelear cuerpo a cuerpo da cuenta de deseos carnales y emociones -enfrentamientos físicos y demostraciones de fuerza y destreza- que a veces vienen incorporadas en estos trabajadores, pero no necesariamente. Pinino y Carbón pelearon siempre en riñas callejeras y lograron encontrar en el boxeo una identidad que diera forma a esa pulsión. Bruni, en cambio, deseaba ser boxeador desde el deporte porque “los golpes no son alimentos, el cuerpo te queda todo dolorido, pero mi hermano me dijo que no iba a llegar, entonces quise llegar y llegué.”

Pinino me cuenta que él estaría preso si no fuera por el boxeo. Y cuando habla del boxeo se refiere a Pura Sangre. Y en una línea similar sus compañeros de entrenamiento sostienen que una vida lejos del boxeo sería una cornisa de desencuentros con la ley.

En estas historias cruzadas el boxeo y el gimnasio representan espacios de contención fundamentales. Carbón me explica que su situación económica es muy compleja, pero que encuentra en los compañeros toda la ayuda que necesita. Bruni, que está lejos de su familia, armó una estructura afectiva muy sólida en torno al grupo de entrenamiento que lo contiene y lo asiste. Pinino cuenta que lo mejor del boxeo es compartir con “los reales” y con sus compañeros. “Antes, cuando peleaba en Carhué, en el rincón me alcanzaban la botellita de agua nomás”. Ese boxeador solitario y con un rincón desconocido, que describe Pinino, desapareció con Pura Sangre, donde ahora encontró una familia.

¿Pero podemos pensar que es solo eso lo que convierte a estos trabajadores en adoradores del vértigo? El boxeo es un trabajo de riesgo y por eso está enredado con estímulos y percepciones sensoriales que provocan químicamente sensaciones de placer, éxtasis y dolor inalcanzables para los no practicantes. El boxeo les devuelve experiencias y vivencias que convierten a la profesión en un espacio de deseo y de sufrimiento. Por eso, solo una profunda relación de amor entre el boxeo y el boxeador puede explicar la sostenida vocación se sacrificio que estos hombres abrazan. Wacquant llama a esto pasión, entendida en su doble acepción, la del amor y la del sufrimiento.

Los Pura Sangre definen el boxeo como “verdad”. Esa construcción tiene varias aristas, por un lado refiere a que cada boxeador “tiene dos manos” y con ellas puede golpear, ganar, noquear, salvarse luchando o perder. Pero por otro lado se articula con los valores de masculinidad, honorabilidad y entrega que conforman el coraje, la disciplina y la camaradería que reina sobre el ring. “Te cagás a trompadas y cuando termina te das un abrazo- dice Pinino- Acá nadie habla mal de nadie”.

*Historiadora

Quisiera agradecer Federico Balmetti, Antonio Santillán, Antony Pérez, Bruni Venialgo Arguello, Rodrigo Areco y Brian Ríos del equipo de Pura Sangre; a Marcelo Domínguez que dedicó tiempo valioso para contarme los trasfondos de ser un campeón del mundo a Facundo Neira de la FAB (Federación Argentina de Boxeo) y a Manuel Vilariño, también de la FAB y conocedor profundo del funcionamiento del boxeo profesional, por la ayuda prestada para esta nota.

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