EL FIN DEL TRABAJO

Las reformas neoliberales de fines del siglo XX transformaron el mercado laboral precarizándolo y proponiendo nuevos modelos de negocios inspirados en el “sospechoso de siempre”: el paradigma tecnológico. Un desafío de la era post pandemia será elaborar estrategias que permitan sostener las nuevas formas de trabajo de mercado y doméstico, adaptándose al momento pero sin resignar las conquistas históricas en materia de derechos laborales.

Ilustración: Martín Vega

¿Estamos ante el fin del trabajo? No, vamos a tener que seguir trabajando para vivir, al menos la mayoría de todos nosotros. Lo que no sabemos, aunque podemos especular, es cuánto ni cómo vamos a trabajar. Sería bueno comenzar con una distinción entre el trabajo genérico y el trabajo de mercado. Trabajo genérico es cualquier tarea encarada por un ser humano para satisfacer una necesidad: preparar la comida, construir una represa, ayudar a un amigo a mudarse, cuidar a la abuela, son todas formas de trabajo genérico. El trabajo de mercado es aquel que produce bienes para el intercambio comercial y se paga, generalmente con dinero. La primera forma de trabajo genérico fue el trabajo doméstico, que a lo largo de la historia ha convivido con otras formas de trabajo (esclavitud, servidumbre, salario) porque obviamente no todas las tareas humanas tienen precio de mercado. Eso no las hace menos necesarias. Por ejemplo, el trabajo doméstico reproductivo, abrumadoramente femenino y no pagado a lo largo de la historia, fue la precondición para desarrollar el trabajo asalariado: una persona puede salir a trabajar a cambio de un salario sólo si otra se queda en la casa manteniendo en funcionamiento el hogar, criando hijos, eventualmente cuidando enfermos o ancianos.

No todos los trabajadores son reemplazables por máquinas. Hasta el puesto de trabajo más sencillo involucra tareas diversas que el trabajador tiene incorporadas a su práctica.

La experiencia del trabajo a distancia durante la pandemia obligó a muchas familias a rediseñar la distribución de ambos trabajos, doméstico y de mercado, dentro del mismo espacio. Sin embargo, este hecho contingente y coyuntural oculta una transformación estructural: la retracción del trabajo asalariado. Las causas son transformaciones profundas del capitalismo pero el sospechoso de siempre, como el mayordomo en las novelas policiales, es el cambio tecnológico. Una visión muy extendida entiende que los empresarios incorporan tecnologías esencialmente para reemplazar trabajadores. Pero antes de arrestarlo, entendamos la psicología de nuestro sospechoso.

El capitalismo adopta, adapta y desarrolla aquellas tecnologías que necesita en cada momento histórico determinado de acuerdo a sus necesidades. Y una necesidad constante es bajar los costos laborales. Pero no siempre una máquina es más económica que un trabajador. Por otra parte, no todos los trabajadores son reemplazables por máquinas. Hasta el puesto de trabajo más sencillo involucra tareas diversas que el trabajador tiene incorporadas a su práctica. Cada tecnología imita y mejora un conjunto específico de acciones humanas, de manera que puede reemplazar parte de las tareas de un puesto de trabajo, pero no al puesto de trabajo íntegro. Finalmente, tan o más importante que reemplazar trabajadores es controlarlos. Muchas tecnologías no pretenden desplazar trabajadores sino condicionar y modificar sus condiciones de trabajo a fin de incrementar su productividad.

En el cambio de siglo el capitalismo recibió un mercado laboral segmentado y precarizado por las reformas neoliberales de fines del siglo XX. Y sobre ese mercado desarrolló un nuevo paradigma tecnológico y un nuevo modelo de negocios: la startup, la empresa incipiente con infraestructura mínima, sin capital propio, ofreciendo servicios a través de tecnologías más cómodas o baratas y con un plantel de empleados mínimo. La figura aquí es el “colaborador”: un trabajador sin vínculo laboral con la empresa cuyas tareas están intermediadas por un app que las bonifica, premia o castiga según un algoritmo que no es transparente. Se produce así una desalarización del trabajo. El sistema ciberfísico, por su parte, permite mejorar las tareas humanas vinculadas a la gestión de información. Afecta a oficios administrativos, trabajadores de cuello blanco y rango salarial intermedio, identificados con las clases medias. Por debajo de ese rango salarial quedan las tareas manuales de baja calificación y costos. Por encima de ese rango salarial, quedan los puestos que implican creatividad o alta calificación técnica vinculada al nuevo paradigma tecnológico. El efecto neto es una polarización del mercado de trabajo.

En el cambio de siglo el capitalismo recibió un mercado laboral segmentado y precarizado por las reformas neoliberales de fines del siglo XX. Y sobre ese mercado desarrolló un nuevo paradigma tecnológico y un nuevo modelo de negocios: la startup.

Polarización y la retracción del trabajo asalariado son las tendencias del trabajo bajo el nuevo capitalismo, como antes asistimos a la retracción de la esclavitud y la servidumbre. Ninguno de los tres se extinguió por completo, ya se comprobó históricamente. Y aparecerán otras formas de trabajo de mercado. Pero el trabajo genérico, que es el que realmente nos realiza como personas, seguirá allí. Una estrategia posible ante las transformaciones del trabajo es acelerar la desalarización (que convivirá con el trabajo asalariado durante un buen tiempo) con un ingreso básico que sostenga nuevas formas de trabajo de mercado y doméstico útiles para el individuo y la sociedad del nuevo capitalismo.

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