GANARSE LA VIDA

Por: Julieta Quirós y María Inés Fernández Álvarez

Economía popular, pluriactividad y soberanía, asuntos para la agenda política. Ilustración: Martín Vega.

En la Argentina del siglo XXI decir Economía Popular es hablar de una realidad mixta y porosa. En ella se nombra un conjunto heterogéneo de trabajos y trabajadores, y un proyecto político de re-posicionamiento y valorización de aquello que hasta hace poco las mayorías no entendían ni como “trabajo” ni como “trabajadores”. La economía popular (EP) es de esas cosas que, como ha dicho Martín Rodríguez, nombramos porque existen y al mismo tiempo para que existan, es decir, con la voluntad política de hacerlas existir. Desde luego, no es que la existencia de la EP dependa de su nominación, pero debemos admitir que cada vez que la nombramos arrastramos también el intento de delimitar sus contornos: según el último análisis del Centro de Innovación de los Trabajadores (Fernández Álvarez, Natalucci, et al 2021) hablamos de 4.192.655 trabajadore/as, es decir, un 32.4% de PEA, pero, ¿dónde empieza y dónde termina la EP?

En una feria metropolitana podemos encontrar el puesto de los estudiantes universitarios que vende verdura agroecológica producida en un ex terreno baldío de la ciudad -ahora huerta comunitaria-, y al lado, el puesto hortícola de la familia de origen boliviano que cultiva en el cinturón peri-urbano y completa sus ingresos mensuales en la actividad ladrillera. Los dos “venden lo mismo” y en condiciones técnicamente similares (“producción artesanal”, “baja capitalización”, “informalidad”); sin embargo, como población socio-laboral, “no son lo mismo”. ¿Qué hacemos?, se pregunta el sociólogo, el militante de la organización social, y el director del programa municipal de fortalecimiento de la Economía Popular. ¿Entran todxs? ¿Hacemos discriminación positiva y recortamos la geografía de la feria en sector “EP” y “no-EP”? ¿Dónde empieza y dónde termina “lo popular” de la Economía Popular?

Según el último análisis del Centro de Innovación de los Trabajadores hablamos de 4.192.655 trabajadore/as, es decir, un 32.4% de PEA, pero, ¿dónde empieza y dónde termina la EP?

La porosidad de la EP se presenta no solo en relación al espacio social –cómo trazar el “corte de clase”-, sino también al tiempo histórico. En la genealogía social y política más consensuada, la EP es datada como fenómeno reciente: efecto colateral de los procesos de acumulación y desposesión de los años 90, con la consolidación del desempleo y la precariedad como rasgos estructurales del mercado laboral argentino, la crisis de 2001 y la post crisis. A la pregunta “quiénes son los/as trabajadores de la EP”, solemos responder: gente que en las últimas tres décadas quedó desafiliada de la sociedad salarial que alguna vez supimos conseguir o casi conseguir. 

Esto es así, pero también es cierto que la EP abriga hoy poblaciones “pre-existentes” a ella misma: trabajadores que, históricamente y en el auge de esa edad que imaginamos como “sociedad de pleno empleo”, han desarrollado su actividad por fuera del mercado laboral formal y a la intemperie de todo sistema de seguridad social. Para estos trabajadores, el arte de “inventarse el trabajo”, como bien lo resume hoy la Unión de Trabajadores de la Economía Popular, ha sido regla.

Escribimos estas páginas para hablar desde estas poblaciones, en la medida que nos invitan a poner en agenda cuestiones todavía poco habladas sobre la EP, que creemos necesario incluir en el horizonte de afirmaciones y derechos de sus trabajadores y trabajadoras, tanto en el ámbito de la política pública como en el de sus procesos de agremiación y organización colectiva. Veamos.

Pluriactividad(es) y soberanía(s) en los modos de ganarse la vida

Como antropólogas venimos desarrollando procesos de investigación e intervención junto a trabajadores urbanos y rurales cuyas actividades “pre-existen”, como hemos propuesto arriba, a los procesos históricos en los que usualmente datamos la conformación de la EP. Entre los rasgos estructurales que estos trabajadores comparten, nos interesa detenernos en el siguiente: sus modos de “ganarse la vida” -como nos gusta decirlo, haciendo nuestra la expresión y abordaje antropológico de la economía que proponen Susana Narotzky y Niko Besnier (2020)- dependen de estar en movimiento.

Hablamos, por ejemplo, de los vendedores ambulantes de la región del AMBA, cuya trayectoria en la actividad se remonta a por lo menos tres generaciones: para ellos ganarse la vida depende de moverse en el espacio público, como también de movilizar una plasticidad especial para producir oportunidades de generación de ingresos allí donde no las había. De ahí que se reconozcan y reivindiquen como buscas.

Hablamos también de los trabajadores rurales y rurbanos de los interiores de nuestro país, hoy llamados “agricultores familiares” por el Estado, “campesinas/os” o “trabajadores de la tierra” por las ciencias y organizaciones sociales que abogan por sus derechos, y en general “gente de campo” por ellxs mismxs. Para estas poblaciones ganarse la vida depende de una plasticidad análoga a la de los buscas, y se plasma en estrategias de (re)producción que los expertos del mundo rural suelen llamar “pluri-activas” o de “pluri-actividad”.

¿Qué es esto? Trabajadores/as que combinan y alternan, a lo largo de un ciclo anual, labores agropecuarias dentro del predio familiar y fuera de él, changas y empleos estacionales o temporarios, tanto en sectores productivos como de servicios (rurales, turísticos, construcción, servicio doméstico), rebusques comerciales en la propia unidad doméstica (quioscos, despensas, panaderías, venta de comidas y reventa de productos por catálogo).

Esta convivencia de espacios y tiempos heterogéneos de trabajo no es tarea fácil: no se imaginan el incordio que puede ser para un ayudante de albañil del noroeste cordobés hacerle entender al patrón de la obra que el día anterior no pudo presentarse a trabajar porque se le embichó un ternero, o porque la majada de cabras volvió a perdérsele en el campo.

El rebusque y la pluriactividad son las soluciones, tan inestables como cristalizadas, con las que estos y otros sectores trabajadores han hecho frente a condiciones sistémicas de precariedad y explotación que signan, al día de hoy, los mercados laborales efectivamente disponibles -es decir, las posibilidades e imposibilidades, tanto de empleo como de trabajo por cuenta propia, realmente existentes para ellos. Condiciones de precariedad que, como hemos analizado en otras oportunidades, se tornan también precarizantes y habilitan diversas formas de violencia y desposesión. 

Sin embargo, entender estas soluciones exclusivamente en términos de precariedad es dejar afuera una dimensión vital: el hecho de que el rebusque y la pluriactividad habilitan y ponen a circular, también, posibilidades de autonomía, o lo que proponemos entender como soberanías sobre las formas de ganarse la vida. Poder decidir sobre modalidades y tiempos de trabajo (cuándo y cuánto se trabaja en cada cosa); poder no-quedar-sujeto a relaciones de explotación, humillación y enajenación del tiempo propio (para sí) que caracterizan al empleo asalariado realmente existente (Quirós 2021).

Entender estas soluciones exclusivamente en términos de precariedad es dejar afuera una dimensión vital: el hecho de que el rebusque y la pluriactividad habilitan y ponen a circular, también, posibilidades de autonomía.

Para los productores familiares y trabajadores pluriactivos que acompaña Julieta Quirós desde el interior cordobés, trabajar “bajo patrón” representa tanto una posibilidad de “progreso” (en estabilidad, previsión de ingresos, proyección) como una renuncia: “Trabajás para otro, y no para vos”, como saben decir. Los niveles extracción de plusvalor que caracterizan al grueso de las posibilidades laborales históricamente disponibles son parte de las razones que explican que estos laburantes busquen la manera de asegurarse siempre alguna “puerta de salida” a la dependencia salarial: mantener la labor agropecuaria doméstica o familiar, privilegiar el pluri-empleo parcial, de modo de no quedar sujeto a un único empleador, entre otras alternativas.

Para lxs vendedores ambulantes que acompaña María Inés Fernández Álvarez en la región del AMBA, moverse en la calle es un medio de producción pero también un modo de vida reivindicado como tal, inclusive en términos de sus prestaciones públicas: “Nosotros le brindamos un servicio al pasajero”, “Garantizamos el acceso de productos populares a precios populares”, suelen explicar los y las vendedoras. De ahí que la principal demanda del sector sea, precisamente, su regularización como “vendedores”, de manera de ser reconocidos como trabajadores y poder desarrollar su actividad “tranquilos”: no ser tratados de delincuentes, no tener que pagar coimas, no ser interrogados para constatar identidad o tener que huir para evitar decomisos de mercadería o detenciones policiales.

Hablamos de soberanía, entonces, para hacer lugar a una disposición y voluntad política en estado práctico, en virtud de la cual estos (y otros) trabajadores gestionan cotidianamente medios para garantizar capacidades y derechos de (auto)gobernar y (auto)conducir sus vidas (de trabajo y fuera deltrabajo). Soberanía, como propone nuestra colega Julieta Gaztañaga (2020), entendida como el derecho a tomar decisiones sobre las cosas que hacen digna a la vida de cada quien.

Para los casos que estamos presentando aquí esa aspiración requiere, entre otras cuestiones, asegurarse el margen de plasticidad social y materialmente necesaria para que ciertas actividades vitales -es decir, constitutivas de la existencia material, colectiva y subjetiva, como pueden serlo la venta ambulante y la actividad agropecuaria- sean fácticamente posibles.

Desafíos de política pública y organización colectiva

Sabemos que hablar de soberanías y voluntades soberanas para referir a la vida y trabajo de sectores precarizados que ocupan una posición subordinada -cuando no objetada- dentro de la clase trabajadora argentina (en términos de niveles de ingreso, acceso a derechos y valorización social), puede sonar un contrasentido, o incluso ser “mal leída”. Somos conscientes de la provocación y la defendemos por dos razones:

  • > primero, porque creemos necesario continuar ensanchando la pluralidad de capacidades y necesidades implicada en las distintas poblaciones de la economía popular, resistiendo a su “normativización” en el modelo salarial o el modelo empresarial -es decir, en la ilusión social y gubernamental, aun arraigada, de que la verdadera “inclusión” (vía “empleo genuino” o “emprendedores exitosos”) llegará el día en que la economía popular sea (por fin) reabsorbida por la economía “de verdad”.  

  • > segundo, porque creemos necesario contestar a la distribución desigual -clasista- de aspiraciones soberanas socialmente habilitadas: ¿qué sujeto social está autorizado a anhelar “independencia” y “autonomía”, a querer “manejar sus tiempos” y “trabajar para vivir y no vivir para trabajar”? La respuesta más corta bien podría ser: todos menos los trabajadores de la EP.

La figura del emprendedor nos sirve aquí de contrapunto -¿se acuerdan del “menos cartoneros y más emprendedores” de Miguel Ángel Pichetto?-. El sujeto emprendedor está socialmente autorizado a la voluntad soberana porque su definición no es solo económica sino también moral: puede ser chico en tamaño (“microemprendedor”), pero acredita tener o cultivar la cualidad del progreso a través de un modelo de desarrollo específico, el de la empresa -y de ahí que suele hablarse, como quien habla de un don que se tiene o se despierta, de “espíritu emprendedor”-. Por fuera de ese modelo la aspiración de soberanía no está socialmente validada: “¿No te digo? ¡No quieren laburar!”

Es por esto que hablar de soberanías en, desde y para la economía popular, nos resulta una tarea política urgente. Una tarea afirmativa que incumbe a por lo menos dos agendas de intervención, la de la gestión pública y la de los procesos de agremiación:

  • > A la política pública le cabe el desafío de diseñar y fortalecer instrumentos específicos de fomento, protección social y derechos laborales para trabajadore/as que viven-de el movimiento y la pluriactividad. Esto implica, entre otras cosas, poner en cuestión el sentido común que jerarquiza la especialización como productiva y la diversificación como improductiva.

  • > Los procesos de agremiación, por su parte, tienen la oportunidad de alentar y robustecer modalidades de asociación y dispositivos colectivos de bienestar (Fernández Álvarez 2016) capaces de alojar autonomías individuales y familiares, tiempos y dinámicas de trabajo heterogéneas y versátiles. Entre los vendedores ambulantes y trabajadores rurales pluriactivos a los que hemos referido en estas páginas, identificamos experiencias de organización notablemente prósperas allí y cuando la producción de “lo común” es capaz de abrigar flexiblemente, y sin rollo, las singularidades y diferencias, es decir, los espacios de “lo no-común”, como proponen desde las tierras altas jujeñas Francisco Pazzarelli y José María Miranda (2020).

En definitiva, nuestra invitación a hacer un lugar (público y político) a las soluciones pluri-activas y las voluntades soberanas de la economía popular implica tomarnos verdaderamente en serio lo que millones vienen haciendo a fuerza de ingenio: encontrarle la vuelta al arte de inventarse el trabajo, que no es otra cosa que el arte de inventarse una vida.

Referencias

Fernández Álvarez, María Inés (2016). “Experiencias de precariedad, creación de derechos y producción colectiva de bienestar(es) desde la economía popular”. Revista Ensambles en sociedad, política y cultura. Número 4, Año 3, Edición doble n.4 y 5, pp. 72-89

Fernández Álvarez, M.I.; Natalucci, A; Di Giovambattista, A.P.; Fernández Mouján, L.; Mate, E. y Sorroche S. (2021). “La economía popular en números. Bases metodológicas para una propuesta de medición”.Apuntes de economía popular N° 1. Ciudad Autónomade Buenos Aires. CITRA [Archivo digital, PDF] Recuperado de: https://citra.org.ar/apuntes-n1/

Gaztañaga, Julieta (2020). “No son los monstruos, es la violencia. Etnografía del sobernanismo vasco para garantizar vidas que merecen ser vividas”. Cuadernos de Antropología Social, N 51, pp: 153-168

Narotzky, Susana y Besnier, Niko (2020). “Crisis, valor y esperanza: repensar la economía”. Cuadernos de Antropología Social, N 51, pp: 23-48.

Pazzarelli Francisco y José María Miranda (2020). “Sobre lo no-común: singularidades familiares, organización indígena y conflictos medioambientales en las tierras altas jujeñas”, Quid 16Nro 14, pp:15-41

Quirós, Julieta (2021). “Todo fuego es político: soberanías y desposesiones en campo cordobés no-pampeano”. La Tinta, Abril 2021, https://latinta.com.ar/2021/04/todo-fuego-es-politico/

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