POR LA VIDA DIGNA: LA PLANIFICACIÓN EN CHINA

Por: Esteban Magnani

El Programa de Reducción Focalizada de la Pobreza de China (RFP) movilizó cerca de tres millones de miembros del Partido Comunista, profesionales y estudiantes organizados en 255 mil equipos que convivieron y trabajaron junto a campesinos, funcionarios locales y voluntarios en aldeas seleccionadas. A principios de 2021, China anunció al mundo la erradicación de la indigencia. Pero el programa implementado es mucho más que la superación de un umbral mínimo de ingresos ya que transformó condiciones estructurales vinculadas con el acceso al trabajo, la vivienda con servicios, la educación y la salud. ¿Cómo fue posible? ¿Qué tipo de sociedad se involucra y sostiene un plan de esta magnitud? ¿Qué puede enseñar esa experiencia a la búsqueda de recuperación social en América Latina?

Las noticias que llegan desde el otro lado del mundo siempre tuvieron un atractivo vinculado con lo mágico, con lo improbable o lo directamente incomprensible. Desde los tiempos del mítico Preste Juan, supuesto gobernante y sacerdote de un reino cristiano en Asia, la información fluye infinita, pero la lejanía no se mide solo en kilómetros. La historia de China, una nación milenaria en la que hace unas décadas se formó la República Popular, nos resulta extraterrestre vista desde un neoliberalismo que se reproduce incontenible dejando tierra arrasada e inmovilizando a los gobiernos democráticos que no siguen sus preceptos. Y, aun así, resulta necesario hacer el esfuerzo por entender.

¿Qué ocurrió en China? ¿Cómo se explica este país, uno de los más poblados del mundo, que pasó de representar aproximadamente un tercio de la economía global al comienzo del siglo XVIII, al 5% en 1949 y en la actualidad, un 13,04%? ¿Cómo enfrenta los traumas de crecimiento? ¿Cómo disciplina a corporaciones tecnológicas mientras sus pares occidentales (norteamericanas, a decir verdad) solo desaceleran su paso cada tanto para pedir perdón antes de volver a acelerar? Cada tanto llegan noticias que dan cuenta de profundas diferencias, pero ninguna de ellas impactó tanto como el anuncio reciente de que este país logró erradicar la pobreza extrema que alcanzaba a cerca de 100 millones de personas, en menos tiempo del planificado y movilizando para ello a varios millones de personas.

¿Libertad de mercado vs. planificación?

La incapacidad de comprender lo distinto no es patrimonio de la actualidad. En 1925, luego de una visita a la flamante Rusia comunista, John Maynard Keynes escribía en Una breve mirada sobre Rusia: «Odiamos tanto el comunismo como religión que exageramos su ineficiencia económica; y estamos tan impresionados por su ineficiencia económica que la subestimamos como religión». En ese mismo texto mostraba una gran fe en el afán de lucro de su país para generar crecimiento, algo que debe haber cuestionado un puñado de años después, luego del crack de la bolsa de 1929 en EE.UU. Si Keynes hubiera vivido un par de décadas más podría haber visto los satélites rusos en el espacio y comprender cómo había subestimado a Rusia.

Lo cierto es que en la década del 30 la confianza de algunos economistas occidentales en el laissez faire decayó y las miradas se volvieron con preocupación hacia los países que, con una economía fuertemente centralizada, comenzaban a crecer a toda marcha. Una de esas experiencias era el desarrollismo bélico de Hitler, que todos sabemos cómo terminó. Pero un poco más allá estaba el régimen stalinista capaz de llevar a la Unión Soviética a las patadas (por decirlo suavemente) desde el semifeudalismo a la carrera espacial. ¿Es que la organización centralizada de la economía era más eficiente que la libre competencia de mercado? La desocupación y el hambre reinantes en este hemisferio parecían afirmarlo. Ya sea por resignación o por mera supervivencia, los países desarrollados llegaron a una respuesta mixta de la mano de las propuestas de, justamente, Keynes, para quien el Estado solo debía estimular al mercado hasta alcanzar el pleno empleo.

En definitiva, existen paralelos con el escenario actual en el que la obscena desregulación neoliberal ha devuelto la economía occidental a la inestabilidad de los años 30. Keynes había dicho, también en 1925, sobre la némesis de entonces: «Es extraordinariamente difícil ser imparcial acerca de Rusia. E incluso con esa imparcialidad, ¿cómo podría formarse una verdadera impresión de algo tan poco familiar, cambiante y contradictorio acerca de lo cual nadie en Inglaterra tiene un recorrido de conocimientos o experiencia?». Lo mismo podría decirse hoy en día sobre China.

Disciplinar el crecimiento

Como periodista especializado en tecnología y sociedad, llevo años mirando con preocupación el creciente poder de las tecno-corporaciones y su enorme capacidad para producir todo tipo de daño social, político y económico gracias a una combinación de lo peor del capitalismo  (desde el dumping, la concentración, la manipulación de los mercados o la precarización laboral) combinado con innovadores algoritmos alimentados con ingentes cantidades de datos que permiten no solo conocer lo que está ocurriendo en tiempo real sino también anticipar lo que va a ocurrir para comercializarlo en «mercados de comportamientos futuros», como los llama la investigadora Shoshana Zuboff.

Frente a esos tecno-monstruos, difíciles de comprender en su mutación permanente, parece que los gobiernos se ven incapacitados de reaccionar pese a toda la evidencia acumulada. En las regulares interpelaciones que sufren los CEOs de Google, Amazon, Apple, Microsoft y, sobre todo, Facebook (ahora Meta) en el Congreso de los EE.UU. queda claro que los Senadores están excedidos por la complejidad y las múltiples facetas del problema que enfrentan, desde la concentración económica hasta la manipulación de la opinión pública, desde la tasación dinámica de los servicios según el cliente, hasta la depresión de los adolescentes.

Por eso resulta tan sorprendente cuando llegan noticias de China en las que se explica que, por cuestiones de salud pública, se limitará el tiempo que los menores pueden permanecer conectados a juegos de red a no más de una hora los viernes, sábados y feriados. O que AliPay, el brazo financiero de la mega corporación AliBaba, deberá pagar enormes multas y sufrir una serie de controles, entre otras cosas, porque la facilidad con la que da crédito está endeudando a buena parte de la población que no puede afrontar esas deudas. O que se bloqueará a Didi, una plataforma para servicios de transporte, por salir a la Bolsa pese a las advertencias del régimen. O que se prohíbe la educación complementaria con fines de lucro para igualar las posibilidades de los ciudadanos a la hora de prepararse y dar el examen de ingreso a las universidades. Todo esto se combina, por supuesto, con la llegada de noticias sobre las condiciones laborales extremas en algunos sectores de la economía (aunque el gobierno parece estar también ocupándose de ello), los sistemas de control social basados en un ranking casi omnisciente, las preocupantes noticias sobre los Uhigures y augurios de que el ciclo de crecimiento comienza a agotarse.

La lista podría continuar, pero vale la pena hacer foco en el mayor desafío enfrentado por China con éxito, nada menos que contra la pobreza extrema, ese mal que horroriza pero que se acepta en Occidente con una triste resignación, muchas veces impostada, como si fuera algo que no puede cambiarse por muy buena voluntad que se ponga. La erradicación de la pobreza vuelve una y otra vez a las campañas políticas como algo supeditado al desarrollo o, en términos más meritocráticos, a un cambio de mentalidad de los pobres que se condenan a sí mismos con sus necias prácticas.

Pero, ¿cómo lo hizo China?

Lo imposible

A principios de 2021, en pleno contexto pandémico, China anunció al mundo la erradicación de la indigencia. El logro no era tanto producto del impresionante crecimiento económico de ese país de las últimas décadas sino, sobre todo, de la movilización de cerca de seis millones de personas hacia las áreas rurales más empobrecidas del oeste del gigante asiático. Equipos de funcionarios, docentes, empresarios, estudiantes, médicos y trabajadores sociales se instalaron entre uno y tres años en poblaciones rurales para acompañar el profundo proceso de cambio económico.

A principios de 2021, China anunció al mundo la erradicación de la indigencia. Equipos de funcionarios, docentes, empresarios, estudiantes, médicos y trabajadores sociales se instalaron entre uno y tres años en poblaciones rurales para acompañar el profundo proceso de cambio económico.

El plan excedió largamente el desarrollo económico o el asistencialismo. Solo fue posible gracias a una sociedad con una mentalidad muy distinta a la occidental, centrada más en la comunidad que en el individuo, y también a la mano visible del Estado. El extenso informe “Servir al pueblo: la erradicación de la extrema pobreza en China” del Instituto Tricontinental de Investigación Social, con sedes en Argentina, Brasil, India y Sudáfrica, reúne información oficial, entrevistas y visitas al territorio para dar cuenta de las múltiples estrategias empleadas durante el ambicioso proyecto.

Hagamos un breve repaso sobre la historia China para comprender mejor el contexto. El siglo XIX es conocido en China como el «Siglo de la humillación», castigada sin piedad por las potencias coloniales, sobre todo Inglaterra y Francia, durante las guerras del opio. El siglo XX no arrancó mucho mejor: en 1931 se produjo la invasión japonesa de Manchuria. El otrora orgulloso gigante asiático era doblegado por cualquiera que lo intentara. En ese sistema quebrado avanzó la revolución, cuyos primeros tiempos no fueron fáciles. No estaba nada claro que el comunismo podría resolver los serios problemas de ese país, el tercero más pobre de Asia en términos de ingreso per cápita.

Durante el liderazgo de Mao, desde la revolución de 1949 y 1976, se dieron hambrunas brutales, pero el país venía de una situación tan difícil que la expectativa de vida creció 32 años. Según un informe de The Lancet, la mortalidad materna descendió de 1500 casos cada 100.000 partos en 1949 a 17,8 en 2019; en países como Brasil llega a 60, en Argentina a 39 y en EE.UU. a 19 según datos del Banco Mundial de 2017. El analfabetismo pasó del 80% al 16,4% en áreas urbanas y al 36,4% en las rurales. Como dice el informe de la Tricontinental «China pasó de no poder fabricar automóviles en 1949 a lanzar su primer satélite al espacio exterior en 1970″.

Tras la muerte de Mao, quedaba claro que para seguir creciendo en un país de casi mil millones de habitantes se necesitarían inversión y tecnología. De la mano del presidente de entonces, Deng Xiaoping, se decidió abrir las puertas a la inversión extranjera. El resultado es conocido: entre 1978 y 2017 la economía china creció un 9,5 por ciento anual promedio gracias a la instalación de empresas que aprovecharon la mano de obra barata pero se vieron obligadas a hacer transferencia tecnológica, con resultados que están a la vista: China ya disputa el liderazgo en áreas como la inteligencia artificial o el 5G. Gracias al veloz crecimiento de la economía, la pobreza extrema se redujo de 770 millones en 1978 a 122 millones en 2011, número que aún representaba un 9,1 por ciento de la población.

Pero, explica el informe, el índice Gini que mide la desigualdad había empeorado de un 29% en 1981 a un 49% en 2007, para bajar apenas al 47% en 2012. Es decir, que el precio del crecimiento era un notorio aumento de la desigualdad. En 2017 en un congreso del Partido Comunista, el presidente Xi Jinping aseguró no estar contento con los resultados: “A medida que el socialismo con características chinas ha entrado en una nueva era, la principal contradicción que la sociedad china enfrenta ha evolucionado. Ahora nos enfrentamos a la contradicción entre desarrollo desequilibrado e inadecuado y las necesidades siempre crecientes del pueblo de tener una vida mejor […] El principal problema es que nuestro crecimiento es desequilibrado e inadecuado. Esto se ha convertido en el principal factor de restricción para satisfacer las crecientes necesidades de la población de una vida mejor”.

Así fue que se lanzó el Programa de Reducción Focalizada de la Pobreza de China (RFP), la estrategia nacional pensada para llegar a los sectores que habían quedado marginados del crecimiento económico de las décadas anteriores. Xi pidió que «no utilicen una granada para matar una pulga», es decir, que las políticas fueran focalizadas en las familias que realmente las necesitaran y que se hicieran a la medida de sus situaciones concretas. Por otro lado, existieron razones económicas para el proyecto, como la necesidad de apoyarse en la demanda interna para suplir la que ya no provenía de una alicaída economía global.

Paso a paso

China resumió el ambicioso RFP en una frase: “Un ingreso, dos seguridades y tres garantías”. Primero se estableció que el ingreso mínimo para considerar a alguien por encima de la pobreza estaba en los 2,30 dólares diarios, arriba de los 1,90 propuestos por el Banco Mundial.

Las dos seguridades a alcanzar son el alimento y la vestimenta. Las tres garantías, servicios médicos básicos, vivienda (con agua y electricidad) y educación gratuita y obligatoria. Cada uno de estos objetivos requirió estándares determinados de medición. Por ejemplo, el acceso al agua potable debía ubicarse a no más de veinte minutos de ida y vuelta y debía ser segura.

Una vez definida la pobreza y qué se necesitaba para abandonarla, era necesario saber cuántos pobres había y con qué características. En 2014, 800 mil miembros del partido salieron al campo e identificaron personas en pobreza extrema en 128 mil aldeas. Luego, dos millones de personas verificaron los datos y depuraron los listados. El número final de indigentes a los que debía sacar de la pobreza extrema era de 98,99 millones registrados en un enorme y complejo sistema informático que hacía un seguimiento detallado de los indicadores.

Con los datos y los objetivos claros, cerca de tres millones de miembros del partido, profesionales y estudiantes organizados en 255 mil equipos partieron de sus hogares para vivir de uno a tres años en las aldeas seleccionadas, donde convivirían y trabajarían junto a los campesinos, funcionarios locales y voluntarios. El vínculo personal, la escucha y la confianza resultaban fundamentales para poder producir cambios. El trabajo de los enviados era remunerado y, sobre todo para los miembros del partido, también una oportunidad de ascender en caso de tener un buen desempeño. Los métodos principales para la erradicación de la pobreza extrema eran la industria, la reubicación, la compensación ecológica, educación y asistencia social.

En el mismo período se invirtieron cerca de 246.000 millones de dólares para construir rutas, dar internet a zonas rurales, renovar o construir viviendas, escuelas, centros de salud, etc. Pero el Estado no lo hizo todo: miles de empresas se asociaron con proyectos puntuales para dar asistencia a algunas aldeas en particular. Se crearon parques industriales y agrícolas, además de proyectos focalizados en el turismo local. Según el informe, entre 2015 y 2019 los talleres para formar centros de producción de pequeña escala en tierras ociosas o en hogares ayudaron a triplicar el ingreso per cápita.

Pero el Estado no lo hizo todo: miles de empresas se asociaron con proyectos puntuales para dar asistencia a algunas aldeas en particular. Se crearon parques industriales y agrícolas, además de proyectos focalizados en el turismo local.

Casi diez millones de personas en situación de indigencia que vivían en zonas muy inaccesibles migraron hacia nuevas comunidades urbanas que contaban con guarderías, escuelas, hospitales, centros comunitarios, de atención a la tercera edad y centros culturales. La inmensa mayoría consiguió trabajo y decidió quedarse en tanto que algunos, sobre todo los más ancianos, prefirieron volver a su lugar de origen. En estos nuevos pueblos, los trabajadores sociales visitaban a los recién llegados para familiarizarlos con tareas como utilizar ascensores o cruzar la calle. Cerca de mil centros de salud se vincularon con hospitales de primera línea y miles de trabajadores de ese sector viajaron para capacitarse. Otros proyectos se enfocaron en intentar recuperar la salud del ambiente con empleos en el sector ecológico: 1,1 millones de personas comenzaron a trabajar como guardabosques y casi cinco millones de hectáreas de tierras agrícolas fueron reconvertidas a bosques o campos de pastura.

Cerca de un millón de profesores se acercaron a diecisiete millones de maestros rurales para darles capacitación. En algunas universidades, entre 2011 y 2018, el 70% de los estudiantes eran los primeros de sus familias en acceder a estudios de grado. Cuarenta y cuatro universidades se instalaron en distintas zonas para llevar adelante proyectos en el territorio con investigadores, docentes y estudiantes de distintas áreas.

La Federación Nacional de Mujeres de China (FNMCh), una organización de mujeres dirigida por el Partido Comunista, tuvo también un rol clave en la lucha por mejorar las posibilidades de los más marginados: según un estudio de 2010 las mujeres de las regiones más pobres sufrían mayores tasas de pobreza y analfabetismo que los hombres. Para focalizar en las políticas de género gestionaron 900.000 grupos de WeChat para llegar a las organizaciones de base de las aldeas.

Las iniciativas también combinaron el uso de tecnologías. Por ejemplo, se incentivaba a los pobladores a realizar videos y subirlos a una red social como Yishizhifu. De acuerdo a la cantidad de visualizaciones que generara se compensaba a los autores con distintos productos. El objetivo de la iniciativa era conectar el campo con la ciudad, generar empleos e ingresos adicionales y fomentar la confianza en la cultura de los sectores campesinos empobrecidos.

Para verificar los resultados obtenidos en esta ambiciosa campaña, se hicieron evaluaciones de distinto tipo. Por ejemplo, las distintas provincias se monitorearon mutuamente para verificar la información aportada. El grupo coordinador del plan también fue al territorio a chequear de primera mano los resultados y se realizaron controles aleatorios por parte del partido.

La corrupción es un gran problema de China y su erradicación forma parte de una de las principales promesas del actual presidente. En el caso de la lucha contra la pobreza, en 2020 se detectaron 161.500 casos de corrupción. Dieciocho funcionarios de alto nivel fueron señalados. Según la nueva política contra la corrupción, los responsables de controlar el trabajo de sus subordinados son señalados si alguno de ellos comete un delito, aunque no hayan participado directamente. La iniciativa llega a todos los rincones del país y se han creado sitios web específicos para que la población denuncie irregularidades.

Cómo lo hicieron

Resulta difícil imaginar desde Occidente que millones de personas se movilicen para colaborar en la lucha contra la pobreza, un problema que suele ser visto como una responsabilidad del Estado y ajeno al ciudadano promedio. Los militantes que participaron de esta tarea y que abandonaron sus vidas por años, ¿realmente tenían opción? ¿Es el compromiso con la sociedad tan grande que sería poco honroso rechazar los pedidos? «Sí, sí: definitivamente la gente podía elegir», explica Tings Chak. Coordinadora del Departamento de Arte de la Tricontinental, miembro del Colectivo de Noticias Dongsheng. Chak, quien nació en Hong Kong, vivió en Brasil y ahora vive en China, es consciente del escepticismo occidental sobre su país y aclara: «Tal vez los miembros del partido designados para ciertas tareas tenían menos posibilidades de elegir, pero eso no quiere decir que no la vieran como una tarea honorable y de su responsabilidad, aún si era muy dura. Pero los otros que participaron, ya sean profesores, estudiantes o trabajadores del ámbito empresarial, por supuesto que tenían opciones. Tal vez existía cierta presión social porque este era el objetivo colectivo principal, pero no fue forzado».

Con respecto a las mujeres que recibieron la ayuda y se empoderaron, Chak asegura: «Podría compartir historias de la gente que conocí, especialmente las mujeres de las zonas rurales pobres y me encantaría traducir bien el orgullo que sentían y la confianza que ganaron haciendo esto». Para Chak la pobreza que vio en China no es la misma que pudo conocer en Brasil: «La pobreza en sí puede parecer similar, pero una diferencia es que el partido (en China) está reconstruyendo su presencia en las comunidades. Por ejemplo, en cada casa o familia hay un miembro del partido. En Brasil, en cambio, viví en la periferia urbana y pude constatar que el Estado, los movimientos sociales, los partidos habían perdido su conexión con las masas. Los pentecostales y tal vez el crimen organizado ocuparon ese lugar».

Un profesor de la Universidad Agrícola de China explicó a los investigadores de la Tricontinental: “Es muy difícil para las personas fuera de China entender la campaña de reducción de la pobreza de los últimos ocho años, y en particular cómo se organizó y sobre todo la notable movilización. La pregunta más difícil que me hizo mi amigo fue: ‘¿Cómo consiguió el gobierno convencer a todo el mundo de que aportara recursos y fuera a las zonas pobres?’ Esto es lo que siempre intentamos articular en nuestra sencilla declaración. Esta es la institución política especial de China. La sociedad china es muy diferente de las sociedades occidentales porque se basa en lo colectivo y no en lo individual. Esto se refleja en la forma de organizar la sociedad. El gobierno trabaja con organizaciones sociales, las redes políticas y sociales se funden en un todo, en una fuerza dirigente, organizada vertical y horizontalmente, que permite que todo el mundo se una a esta campaña social”. Otra cuestión, nada menor, es la simbiosis entre el Estado chino y el Partido Comunista Chino (PCCH) que cuenta con más de 95 millones de miembros.

“La sociedad china es muy diferente de las sociedades occidentales porque se basa en lo colectivo y no en lo individual (…); las redes políticas y sociales se funden en una fuerza dirigente, organizada vertical y horizontalmente, que permite que todo el mundo se una a esta campaña social”.

Gracias a los valores fuertemente comunitarios de la cultura china, una militancia comprometida y una gestión capaz de mostrar resultados rápidos, el Estado no parece ser visto por la mayoría como algo ajeno y peligroso sino como una herramienta que permite resolver enormes problemas, algo bastante distinto de lo que llega a través de los medios occidentales y que el PCCh viene rebatiendo por medio de distintas publicaciones oficiales en las que señalan lo paradójico de las críticas provenientes de Occidente, su incomprensión sobre los mecanismos de representatividad de ese país y las contradicciones de quienes acusan. Por otro lado, muchos de los indicadores sobre pobreza son avalados por organizaciones internacionales poco cercanas a la política china, desde el Banco Mundial a la OMS. No es el objetivo de esta nota determinar hasta qué punto estas afirmaciones son ciertas, pero no queda duda de que el crecimiento económico y la movilidad social son los mejores cohesionadores sociales acá y en la China.

Un ejemplo de esto lo da el estudio de 2020 de la Universidad de Harvard “Comprender la resiliencia del PCCH: encuestas de opinión pública china a lo largo del tiempo”. El trabajo fue realizado entre 2003 y 2016 y fueron encuestados 31 mil residentes urbanos y rurales. Entre esos años, la satisfacción de la ciudadanía china con su gobierno aumentó del 86,1 por ciento al 93,1 por ciento. En las zonas rurales en las que la aprobación era de solo el 43,6 por ciento pasó al 70,2, especialmente entre los residentes de menores ingresos. Resulta difícil pensar que el éxito en la planificación y ejecución de tareas titánicas como la erradicación de la indigencia extrema se podrían realizar sin el apoyo de una buena porción de la población.

Por otro lado, entre los pliegues institucionales se van colando algunas miradas lúcidas desde el territorio como los del doctor en Sociología y YouTuber español Jabiertzo que actualiza lo que va ocurriendo allí con ejemplos concretos y una mirada que nunca deja de ser crítica.

La ñata contra el vidrio

Si bien, como se insistió aquí, resulta muy difícil sacar conclusiones cerradas sobre China, lo cierto es que los resultados se observan con envidia desde este rincón del mundo, con nuestras democracias seriamente limitadas para transformar las cosas, encorsetadas por los poderes fácticos, sus propias limitaciones y, muchas veces, por los intereses corporativos de la clase política. En este contexto se torna urgente la necesidad de comprender cómo lo hace China, aun si sus mecanismos no resultan posibles o siquiera deseables desde aquí.

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