MOVIMIENTO OBRERO, ELECCIONES Y PERONISMO: UN DEBATE RECURRENTE

Luego del cierre de listas, circularon muchas notas sobre cuántos precandidatos de origen sindical habían entrado, atendiendo principalmente a las de diputados y senadores nacionales por la provincia de Buenos Aires -la llamada madre de todas las batallas-. Aunque a priori parece no haber muchas novedades, hay algunos aspectos de la construcción de la “unidad” del Frente de Todes que dejan entrever una “elitización partidaria” y sobre los que vale el esfuerzo detenerse.

El “poroteo” lo hicieron todes: periodistas, dirigentes políticos, sindicales y de las organizaciones sociales y de la economía popular. Depende desde dónde se cuente, cómo se evalúa el resultado. Pero creo que “sólo contar” omite tres cuestiones centrales para la coyuntura y las perspectivas del Frente de Todes.

La primera está relacionada con la transición del peronismo de una lógica movimientista a la de una coalición. Claramente las ramas del movimiento, que en tensión son equilibradas por el o la líder, no pueden extrapolarse mecánicamente a una coalición. Una coalición no es un movimiento, tiene socios mayoritarios y minoritarios en función de su caudal electoral, extensión de su militancia o de su capacidad de daño. Estos socios a su vez están conformados sobre armados inestables, que también tienen tensiones y no siempre mecanismos definidos para dirimirlas. Y además cada uno de estos sectores no responde por antonomasia al jefe del Ejecutivo, sino que sigue haciéndolo a su jefe político.

Ahora bien, esa transición del movimiento a una coalición no está resuelta, no es producto de un fuerte consenso interno, más bien es resistida como lo estuvo en los ochenta el intento de partidizar el peronismo. Una de las preguntas emergentes entonces es: ¿cómo adaptar el siempre persistente imaginario del 33% correspondiente a cada rama a la lógica de coalición? Según ese imaginario, a la élite política le correspondía un tercio, ¿y ahora en la coalición como se distribuiría?

La segunda cuestión remite a la complejidad y fragmentación que reviste hoy el campo sindical. Haciendo un conteo rápido, en puestos expectantes identificamos cuatro dirigentes como precandidatos; tres de los cuales (Vanesa Siley, Walter Correa y Hugo Yasky) renuevan su mandato iniciado en 2017 en tiempos de Unidad Ciudadana. El cuarto es Sergio Palazzo. Ni en CABA ni en las listas provinciales de la PBA hay dirigentes en puestos expectantes, excepto en Córdoba y en Santa Fe, PASO mediante. Si indagamos sobre las pertenencias de origen, todes participan del mismo socio de la coalición, el kirchnerismo. En palabras de un dirigente, la sobrerrepresentación de ese nucleamiento acarrea complicaciones para la unidad del movimiento obrero. Recordemos que en la renovación de autoridades cegetistas de 2016 había tres lugares en la Secretaría General para cuatro nucleamientos sindicales. En acuerdo con esto, otra dirigente manifestó sobre la importancia de la diversidad en la representación. Ambas declaraciones se inscriben en una decepción que empieza a generalizarse en varios sectores sindicales sobre la expectativa de que Alberto Fernández -no el Frente de Todes, sino el presidente- le diera protagonismo al movimiento obrero a través de sus dirigentes, canalizando sus demandas con la expresión institucional, de política laboral y legislativa respectiva. Asimismo, esta sobrerrepresentación abre un marco de incertidumbre respecto de una posible intervención gubernamental en la pendiente renovación de las autoridades cegetistas. Que vale recordar nunca terminó bien ni para la CGT ni para el peronismo. Esta preocupación sindical ha estado mutando en los últimos días hacia un rápido reordenamiento del esquema de poder interno. Lo que en principio implicó la definición de un cronograma electoral, la difusión de los posibles candidatos a secretario general y la novedad de la paridad en los cargos del Consejo Directivo, puede pensarse también como un intento de reposicionar a la CGT en un lugar con mayor centralidad.

La última cuestión es la dificultad para extrapolar ese conteo a momentos de revitalización política del sindicalismo como sucedió en el otrora kirchnerismo. La gran diferencia es el contexto defensivo que hoy viven los y las trabajadores/as que vivieron la crisis provocada por el gobierno de Cambiemos, la crisis producida por la pandemia y la crisis provocada por las características que asumió el ASPO sin la implementación de todos los mecanismos de contención necesarios por parte del actual gobierno. Los números del INDEC son tan contundentes que no me voy a detener sobre ellos. Pero sí quisiera advertir que lo preocupante no es sólo el aumento de la pobreza, sino también el profundo deterioro de las condiciones de vida. La precarización que hoy atraviesan muchas actividades económicas es de hecho, no se modificó ninguna ley, ni se implementó abiertamente una ley de reforma laboral y, sin embargo, todes les dirigentes consultados afirmaron que su actividad está atravesando algún proceso de degradación de la calidad de sus condiciones laborales y salariales. Este deterioro afecta tanto al sector privado como al público, de diferentes maneras, pero con un hilo común que va del exceso de cantidad de horas de trabajo a la subocupación, el recargo de tareas de cuidado que tuvieron principalmente las mujeres durante el ASPO, la pérdida de poder adquisitivo en un contexto donde los precios van por el ascensor y los salarios por la escalera para parafrasear una conocida cita. De nuevo, la percepción sindical indica que al gobierno no sólo le falta política laboral, sino que tampoco convoca a las organizaciones representativas para su definición, implementación y control. Está claro que una política laboral eficiente no es sólo un conjunto de postulados generales en torno a “cuidar el empleo”, sino el desarrollo de las capacidades estatales para su cumplimiento.

La precarización que hoy atraviesan muchas actividades económicas es de hecho, no se modificó ninguna ley, ni se implementó abiertamente una ley de reforma laboral y, sin embargo, todes les dirigentes consultados afirmaron que su actividad está atravesando algún proceso de degradación de la calidad de sus condiciones laborales y salariales.

Este contexto defensivo va en detrimento de la capacidad de los dirigentes de involucrarse en cuestiones más allá de lo corporativo/sectorial. Se escucha más preocupación por el cierre de paritarias, la flexibilización de las condiciones en los puestos de trabajo y licencias, la cantidad de horas de trabajo, y el financiamiento del mal llamado “home office”. La pregunta es clave: ¿puede haber acción política-partidaria en contextos de este tipo? Pareciera que no, siempre las luchas las llevaron adelante los obreros mejores pagos y con mejores condiciones. Cuando hay que parar la olla parece que no queda mucho resto.

Dicho todo esto, me interesa retomar una observación que me hizo una dirigenta respecto de no reducir todo el fenómeno de la representación al plano electoral. Y no está de más aclarar que lo electoral no se reduce a la lista ya conformada, sino también a los mecanismos para la selección de candidatos, la organización de la campaña electoral propiamente dicha y la elaboración de un plano prometeico, donde persuadir, convencer y convocar a otres.

Modo electoral on

El modo electoral on que se observa en la elite partidaria se deja traslucir en dos cuestiones. Por un lado, la ya mencionada poca cantidad de dirigentes sindicales en las listas, no sólo de la nacional de la PBA, sino también en listas de otras provincias y en los consejos deliberantes. Por otro lado, una frase recurrente de los consultados es que sus nucleamientos no sólo no pudieron incluir precandidatos sino tampoco pudieron opinar sobre la conformación de las listas ni participar de la construcción de la propuesta política, la construcción de una agenda, etc. Una muestra de verticalidad forzada desconociendo la complejidad de la composición del FdT y su electorado.

Al respecto, se escucha lo mismo que ya hemos escuchado en otras oportunidades: que las elites partidarias privilegiaron el armado de las listas incluso en detrimento de puentes que se vienen construyendo con diferentes sindicatos para la discusión de las actividades económicas sectoriales. Al respecto, sigue prevaleciendo una lógica instrumental del movimiento obrero -que podría hacerse extensiva a las organizaciones sociales, territoriales y de la economía popular- por la cual deben poner el cuerpo para enfrentar a los gobiernos neoliberales, pero luego al momento de la gestión y de la participación electoral son dejados de lado.

Sigue prevaleciendo una lógica instrumental del movimiento obrero -que podría hacerse extensiva a las organizaciones sociales, territoriales y de la economía popular- por la cual deben poner el cuerpo para enfrentar a los gobiernos neoliberales, pero luego al momento de la gestión y de la participación electoral son dejados de lado.

Estas decisiones electoralistas pueden tener varias consecuencias. Una evidente es la ruptura de esos puentes que mencionamos y con ello el refuerzo de la autorreferencialidad de la elite política, en un contexto ya complejo. Otra consecuencia es el desacople entre la campaña, sus propuestas y consignas respecto de los diferentes sectores sociales. Al respecto, es sumamente llamativa la consigna “La vida que queremos” en un momento donde lo que está en duda es qué vida queremos y cómo sostenerla en una especie de guerra de todes contra todes en un aislamiento larguísimo -que sólo se levantó ante la inminente contienda electoral- con la superación de más de 100 mil muertos por COVID y una crisis económica que no parece tener piso. Con pocas excepciones, no se encuentran dirigentes políticos que adviertan sobre el padecimiento social que vive la sociedad mientras la política juega otro juego.

La idea de que “el candidato es la unidad” es una expresión de este proceso descrito, donde se prioriza la unidad de las cúpulas a partir de la rosca sin traccionar procesos representativos más amplios. En 2015 pasó algo parecido, sólo que en ese entonces “el candidato era el proyecto”. Creo que no hace falta recordar cómo terminó.

Ahora bien, podría decirse entonces que no hay novedad alguna; sin embargo, esta auto referencialidad es más preocupante hoy no sólo por el siempre latente “que se vayan todos”, sino porque venimos de un año y medio de suspensión del espacio público. Yo me dedico a estudiar la protesta social, su dinámica y efectos; y una pregunta recurrente al analizar los datos cuantitativos de las protestas es si no hay procesos de articulación y coordinación de los conflictos porque hay conformidad o porque no se puede salir a la calle sin desafiar abiertamente a un gobierno del que se es parte. Una pregunta recurrente en contextos de gobiernos populares. Tal vez la marcha por San Cayetano del 7 de agosto o el reciente paro por tiempo indeterminado -extendido casi una semana- en Autopistas Buenos Aires por parte del SUTPA (Peajes) contra la precarización laboral quiebren la tendencia.

Dicho todo esto, ¿quién va a militar la campaña, cómo y con qué ideas? No pensemos que eso sucederá por efecto de magia. Para eso está la política, para organizar, proponer, y convocar no sólo al electorado sino a la fuerza propia.

Nota metodológica

Quisiera contar un poco el backstage de esta nota. Hace muchos años que hago este ejercicio de mirar las listas, para lo cual hago entrevistas muy cortas a modo de consulta a los protagonistas. Para esta nota consulté a dirigentes y dirigentas de todos los nucleamientos sindicales. Me llamó la atención que todes me pidieran reserva de su nombre, su justificación era para cuidar la unidad construida hace dos años en el Frente de Todes, que permitió volver al gobierno bajo un frente anti-neoliberal.

La ofensiva neoliberal que vivimos entre 2016 y 2019 fue de tal magnitud que podemos sentir todavía el temor que nos provoca esa permanente pérdida de derechos que experimentamos. Sabemos por experiencia histórica que los frentes anti-neoliberales son importantes para ganar elecciones, pero no necesariamente son igual de eficaces para gobernar para las mayorías populares, muchas veces por la heterogeneidad de su armado.

Me quedo pensando en una devolución que me hizo un dirigente en un ida y vuelta con un borrador de esta nota: ¿y si ese temor a la vuelta del neoliberalismo por el que sólo se prioriza la unidad termina fortaleciendo la auto referencialidad de la elite política? Y agrego: si confundimos la unidad como medio a la unidad como fin, ¿dónde queda el gobierno? No sé si la respuesta o un deseo sea que la contienda electoral se constituya como una oportunidad para dejar de priorizar la convivencia de los socios de la coalición y se empiece a recrear una representación política para todos, todas y todes, que no mire para el costado, sino de abajo a arriba, de la periferia al centro. Esta inquietud no está pensando en las elecciones de medio término donde poco está en juego, sino en las perspectivas para 2023.

* Investigadora CONICET (CITRA/UMET) y profesora de la Facultad de Ciencias Sociales (UBA).

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