ORGANIZARSE PARA VENDER EN EL SUBTE

Por: Mariano Abrevaya Dios

El recurso individual con el que muchas personas buscaron ganarse la vida con la venta en el transporte mutó en construcción colectiva. De la mano de la UTEP y su Rama de trabajadores y trabajadoras del Espacio Público, estos trabajadores y trabajadoras accedieron a un Salario Social Complementario, una obra social y un monotributo social. Pero, sobre todo, lograron esquivar la desvalorización de su tarea y la discriminación de los pasajeros.

La organización de los trabajadores y trabajadoras de la economía popular crece todos los días. En parte, para enfrentar la crisis económica. Pero también para seguir apostando a una construcción colectiva que en los últimos años logró no sólo conquistar derechos sino también erigirse como un actor de la política nacional. Los movimientos sociales lo saben bien: organizados hay muchas más chances de sobrevivir frente a un sistema injusto y cruel.

Si uno se mueve en el transporte público verá que algunos de los vendedores y vendedoras ambulantes están sindicalizados. Se trata de una novedad del último tiempo. La pechera con la que se identifican dice en letras grandes y claras: Rama de Trabajadores y Trabajadoras del Espacio Público – UTEP.

En la línea B de los subterráneos se los puede ver patear las formaciones todos los días una y otra vez entre ambas cabeceras, a los gritos, silenciosos, con una sonrisa en los labios o más bien parcos, con movimientos de brazos y hasta algún chiste a pesar de la apatía; incluso, cada tanto, alguna agresión, pero siempre ahí, en su lugar de trabajo, ganándose el mango.

Nación Trabajadora (NT) dialogó con Lorena, una vendedora ambulante de la línea B, para conocer su realidad y también la del sector. El encuentro se realizó en uno de los bancos metálicos del andén de la estación Federico Lacroze, mano a Juan Manuel de Rosas, un lunes gélido, al mediodía.

– ¿Hace cuánto formás parte de la UTEP?

– Hace un año y medio, más o menos. Al principio teníamos dudas, no queríamos entrar en eso, porque se comentaba que, si estabas con ellos, acá –en la línea B- no trabajabas más. Entonces con nuestros compañeros decidimos no anotarnos, pero después vimos que muchos vendedores se sumaban, no solo acá sino también en los trenes y colectivos, y nos anotamos.

– ¿Y a partir de ahí?

-Tenemos un permiso para poder trabajar, sin que nadie nos joda ni nos secuestre la mercadería. Ahora estamos organizados, aunque seguimos trabajando para nosotros, y nadie nos saca un peso de nuestro trabajo. La organización nos ayuda a salir adelante y nos permite que seamos vistos como trabajadores.

“Tenemos un permiso para poder trabajar, sin que nadie nos secuestre la mercadería. La organización nos ayuda a salir adelante y nos permite que seamos vistos como trabajadores”.

Lorena tiene 28 años y dos hijas, una de diez y otra de ocho. Las tres viven en Wilde, partido de Avellaneda. Las crió sola. Durante los primeros seis meses de la pandemia no pudo trabajar. Cuenta: “Gracias a Dios tuve ayuda de los colegios de la zona, el hogar al que van mis hijas, y me mantuve con lo que cobraba de la asignación –Asignación Universal por Hijo-, y el IFE –Ingreso Familiar de Emergencia-“.

La organización que la cobijó es el Movimiento de Trabajadores Excluidos (MTE), un espacio de militancia territorial que forma parte de la Unión de Trabajadores de la Economía Popular (CTEP).

Desde el MTE, a Lorena le contaron que si bien ya existía un delegado de la organización en la línea, se necesitaba otro, y sus compañeros y compañeras la eligieron a ella. Por eso, hoy es una de las dos delegadas de vendedores ambulantes de la línea de subtes que une Villa Urquiza con el Centro Cultural Kirchner, en el bajo del centro porteño. Son trece los que ingresaron a la organización, de un total de por lo menos cuarenta vendedores/as que ofrecen sus productos arriba de las formaciones, en turnos, entre las seis de la mañana y las nueve de la noche.

Las palabras de Lorena, flaca, espigada, son tapadas casi por completo cada tres o cuatro minutos, cuando una formación irrumpe con toda su potencia en el andén, y descienden decenas de trabajadores en dirección a las dársenas de colectivos o la cabecera del Ferrocarril Urquiza, en la superficie, donde ahora hacen menos de cinco grados a pesar del sol.

Lorena arranca a trabajar muy temprano, hasta alrededor de las tres o cuatro de la tarde; y como el resto de los compañeros sindicalizados, lleva consigo un carné y una pechera. Ambos recursos sirven para identificarse y legitimarse como trabajadora, en especial, ante sus pares, en un rubro con mucha competencia, celos e incluso disputas que a veces terminan en situaciones de violencia. Con Enova y la Policía de la Ciudad, allá bajo tierra, no suelen tener problemas.

A un vendedor nuevo, que aparece de un día para otro en la línea, Lorena y sus compañeros no lo echan, ni agreden, pero sí le plantean que trabaje de noche. A otros, en cambio, puede que, con no muy buenos modales, los inviten a irse a trabajar a otro lado. “Cada uno cuida su lugar de trabajo”, justifica Lorena, y cuenta que “algunos tienen más de cuarenta años de trabajo en la línea, y las re pasaron todas”.

Lorena trabaja desde los nueve años, arrancó con su tío, que también era vendedor ambulante. Compra la mercadería que vende en negocios mayoristas de Once o de Constitución. Hoy son caramelos, pero en otros momentos hubo otros productos:

“Alguna vez vendí resaltadores, marcadores, cuadernos y hasta stickers, pero en general vendo caramelos”, detalla. Son de dulce de leche –marca Butter Toffees–, y masticables –marca Flynn Paff –. Son paquetes de diez unidades, presentados en una bolsa de nylon y una etiqueta de color fosforescente con el precio: cien pesos.

En promedio, Lorena vende entre veinticinco y treinta paquetes por jornada, una cifra que varía con la fecha del mes y la cantidad de pasajeros que haya sobre la formación. Las fiestas de fin de año, por ejemplo, o efemérides como el Día de la Madre o de las Infancias, significan para ellos el mejor momento de trabajo del año, ya que la gente gasta un poco más. Ahora, cuenta, con un contexto de crisis, cuesta juntar el mango, y por eso muchos vendedores tratan de ofrecer mercadería que no duela tanto al bolsillo: barbijos, medias, golosinas.

A Lorena le falta un año para terminar el secundario, quiere terminarlo, pero le falta el tiempo. “Yo acá a mis hijas no las traigo, así trabajo tranquila y ellas no tienen que estar acá, como me pasó a mí. Pago un micro que las levanta de casa a las siete, a las ocho entran a la escuela, a las doce las retiran, y de ahí el mismo micro las lleva al hogar “Casita de niños” –cristiano–, donde almuerzan, hacen la tarea, talleres, y vuelven a su casa a las cinco”, cuenta. Ella las recibe, luego de haber trabajado bajo tierra, en la CABA.

-En todos estos años, acá en la línea, siendo muy joven, mujer, ¿pasaste por situaciones difíciles?

– Me costó mucho la verdad, porque no es lindo llegar acá y repartir mercadería, te cuesta la vergüenza, y eso me pasa hasta el día de hoy, eh. Algunos te discriminan por ser vendedora, y otros te tratan mal, o te tiran la mercadería, y si vos te quejás te hacen un acta en la cabecera de Rosas. Yo trabajo con cuidado y respeto, pero a veces la gente te cansa, por más que pidas permiso te gritan, te maltratan, y vos tenés que tragarte todo y seguir adelante.

-¿Y en esos casos qué haces?

“Pienso en otra cosa”, contesta, y luego de una pausa en la que pone la vista en los mosaicos del andén, dice: “Me voy a casa enojada, pero con plata en el bolsillo”, y sonríe.

Fernando

Fernando milita en el MTE hace siete años, es matancero, y vendedor ambulante de puerta a puerta, o venta directa. Consultado por NT cuenta que la organización “acompaña a los trabajadores en el proceso organizativo, y brinda su apoyo en las negociaciones con los municipios, o gobernaciones, para que los trabajadores y trabajadoras puedan realizar su actividad laboral de forma tranquila y segura”, ya que es muy habitual, y esto se produce a la vista de todos, que en la vía pública sufran discriminación, hostigamiento, persecución y el decomiso de la mercadería.

Muchos de los conflictos, como plantea Fernando, se solucionarían si las distintas actividades estuviesen reguladas por el Estado municipal, provincial o nacional, una de las reivindicaciones principales del MTE. “Muchas veces es más fácil repartir palos que brindar soluciones”, señala.

Gracias a la lucha de organizaciones como el MTE, en especial contra las políticas de exclusión del gobierno de Cambiemos, el sector fue logrando que el Estado nacional les otorgue el Salario Social Complementario, que equivale al 50 % del Salario Mínimo, Vital y Móvil, también una obra social y una mutual -para los beneficiarios y sus familias-,  y un monotributo social –con costo cero para ellos, ya que lo paga el Estado- con el que aparte vienen realizando sus respectivos aportes jubilatorios.

Lorena y sus compañeros sindicalizados de la línea B, al igual que otros miles, son beneficiarios de todas estas herramientas.

Dice Fernando: “Buscamos concientizar a la sociedad, y también para adentro, con algunos integrantes de la propia organización, de que no somos ‘planeros’, ese estigma construido desde los medios de comunicación, sino trabajadores que desarrollamos nuestra actividad día a día”.

“Buscamos concientizar a la sociedad, y también para adentro, con algunos integrantes de la propia organización, de que no somos ‘planeros’, ese estigma construido desde los medios de comunicación, sino trabajadores que desarrollamos nuestra actividad día a día”.

Se trata de un sector de la población que está por fuera del mercado laboral formal, y que debe inventar su propio trabajo en una feria, vendiendo o fabricando un producto, cuidando o lavando coches, para de esa manera llegar a fin de mes, junto al dinero que aporta el Estado nacional. “Sabemos que el problema no somos nosotros, sino que somos parte de la solución”, plantea.

Aparte de la rama Espacios Públicos, en el MTE existen las ramas de Cartoneros y Cartoneras, Construcción, Textil, Liberados y Liberadas (de cárceles), Mujeres y Diversidades, Socio Comunitarias (comedores), Vientos de Libertad (adicciones) y Rural.

En todos los casos, hacia el interior de esas instancias organizativas, el MTE apuesta a que los integrantes del espacio tengan en cuenta la realidad de sus propios compañeros, y que la consigna ordenadora sea “que el último de la fila esté un poco mejor”, señala Fernando, y por eso, advierte, en el momento que pelean un permiso o militan un proyecto de ley, lo hacen por el universo completo de trabajadores del sector, y no solo por los que están organizados.

Lorena es un caso representativo de esta nueva realidad de organización y sindicalización de los trabajadores del espacio público. Se la ve y escucha conforme con su nueva realidad, expectante. Antes de volverse para el centro, cuenta que fue a un par de movilizaciones junto a sus compañeros y que por lo menos una vez por mes, tienen reuniones con integrantes del MTE.

Con respecto al presente, dice: “está muy difícil, casi tanto como con Macri”. Y en relación al futuro ruega: “Ojalá estemos mejor”.

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