SOLAPAS ILUSTRADAS: EDUARDA MANSILLA

Por: Lucas Nine

Esta selección de las grandes frases de la literatura universal, ilustradas por Lucas Nine, nos fue presentada por su autor como una “revisión gráfica del canon literario, realizada de coté yen librerías de segunda mano”. Con ustedes, los dudosos resultados.

Primera página de Pablo o la vida en las pampas (1869)

Eduarda Mansilla (1834-1892) fue una escritora y periodista argentina. Las reseñas biográficas suelen afirmar que fue “precursora en su género”, sin aclarar si se refieren a su condición de mujer o a las novelas que escribió, y que “su obra mereció el privilegio de ser traducida a otros idiomas” cuando, en realidad, parte de esa obra, escrita originalmente en francés, tuvo el privilegio de ser traducida luego al castellano. Esta complicación extra puede explicar el olvido al que fue relegada durante el siglo XX.

Aunque opacada por su famoso hermano Lucio (siempre de excursión con los indios ranqueles), Eduarda compartió con él su genio inclasificable y cierto rol de aduana cultural entre la Argentina y Europa, dato curioso si se piensa que Mansilla padre había sido el general a cargo de la defensa del Paraná en la batalla de Vuelta de Obligado.

Lucio contó en sus Causeries cómo su llegada desde Francia en vísperas de la caída de Rosas le valió la ingesta de siete platos de arroz con leche consecutivos, servidos por el mismo Juan Manuel para bajar humos cosmopolitas. Años más tarde, Eduarda devolvió el convite. Acompañando a su esposo diplomático en misión a París, presentó a los franceses una novela que describía la vida en las pampas argentinas.

Se llamaba Pablo, ou la vie dans les Pampas (1869). Escrita en francés por la misma Eduarda, recibió el elogio de figurones locales como Víctor Hugo y tuvo luego una versión en castellano, aparecida en capítulos en el diario La Tribuna. De manera que Pablo o la vida en las pampas es una novela argentina que tuvo que esperar a ser traducida para que la leyeran los argentinos. Ante mí tengo la primera página de esta obra (en la traducción de Lucio). Las imágenes que barrunto son simples, más bien elementales, y para fijarlas me alcanza cualquier pared de baldío y un pedazo de carbón. Que tomen nota las autoridades.

Capítulo 1. “La papeleta” (fragmento)

Una llanura vasta y abierta se extiende en todas direcciones a la manera de inmensa sábana. La mirada se pierde por doquier en lejanos horizontes, cuyas líneas azuladas se confunden con las del cielo; y en la bóveda gigantesca y límpida de ese cielo no aparece ni la sombra de una nube.

Es mediodía.

El sol del hemisferio austral en todo su esplendor vibra sus rayos con fuerza sobre la tierra.

El calor es sofocante, el silencio absoluto.

Parece que la pampa dormitara; a esas horas todo calla en el inconmensurable desierto.

Con una línea alcanza, porque parece que Eduarda describiera la pampa apelando no a lo que hay en ella…

Un pasto corto y duro, medio disecado por el calor, cubre el suelo y de distancia en distancia, algunos cardos colosales y descarnados levantan con dificultad sus calvas cabezas.

Ni un soplo de aire agita esa masa de copos blancos y sedosos, que la más leve brisa transporta a tan grandes distancias, y que como la nieve, vase amontonando por capas sucesivas, a medida que la planta se diseca.

El terrible Pampero, compañero del invierno, no ruge; el viento del Sud-Oeste tiene que hacer su camino.

… sino a lo que no hay en ella.

No se ve ni un árbol a cuya sombra el viajero fatigado pueda disfrutar un momento de reposo; sólo tal cual pita verde aceituna, levanta gallardamente acá y allá su vástago hacia el cielo, como desafiándolo con la rectitud y elevación de ese gajo único coronado de flores color de oro.

Ni una nube, ni un sonido, ni un soplo de aire, ni el Pampero, ni un árbol. No hay nada, nada de nada, en esa pampa.

Las pitas aumentan la desnudez del paisaje, haciendo la soledad más visible; colocadas ahí como jalones, le sirven al ojo humano para medir la inmensidad que lo rodea y darse cuenta de ella. Así el mar nos parece más dilatado cuando vemos aparecer en el horizonte el mástil de un buque.

Esa naturaleza gigantesca y severa, esa tierra llana y sin accidentes, ese suelo blando y desnudo, donde los grandes árboles no han tenido tiempo de crecer, que las aguas indecisas en su curso unas veces inundan con lluvias copiosas y otras lo dejan en seco, parece un bosquejo.

De aquí mi bosquejo en carbonilla. La pampa de Eduarda es entonces como uno de esos dibujos donde hay que conectar los puntos para descubrir todo lo que falta. Apelo a su imaginación, lector.

Ni un pájaro surca con su raudo vuelo en la hora terrible del mediodía esa pampa desierta y silenciosa.

En su descripción por la negativa, Eduarda se adelanta unos sesenta años a los vértigos sustractivos de Ezequiel Martínez Estrada y su Radiografía de la Pampa. Otro pergamino de precursora que podemos sumar a cuenta de la autora.

Porque se sabe: la pampa tiene al ombú… y a Eduarda.

Y aquí tenemos una imagen del paredón completo. Bonito, ¿verdad?

Ahora debo partir, dado que el dueño de la librería viene en mi dirección, harto de mis fingidas vacilaciones. Los espero en una próxima entrega de “Solapas Ilustradas”, dispuestos a desafiar nuevamente la paciencia de la humanidad.

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