SOLAPAS ILUSTRADAS: CORÍN TELLADO

Por: Lucas Nine

Esta selección de las grandes frases de la literatura universal, ilustradas por Lucas Nine, nos fue presentada por su autor como una “revisión gráfica del canon literario, realizada de coté y en librerías de segunda mano”. Con ustedes, los dudosos resultados.

“Tu pasado me condena” (1996) de Corín Tellado.

Existe una España particular, ya un poco perdida en el tiempo, a la que se dio en llamar “tardofranquista”, en la que el níveo “Espíritu de la Raza” había terminado por decantar en la más negra de las Coca-Colas. Pero este reino más bien soso de la posguerra tuvo artistas mucho más interesantes que los que cabría esperar; o que incluso resultaban interesantes en inversa proporción a la sosera general del reino que los contenía (el conocido “teorema tardofranquista”). No, no me refiero a Serrat. Estoy hablando de la primera escritora de la lengua española. Damas y caballeros, con ustedes Corín Tellado (1927-2009).

La señora María del Socorro Tellado López no suele ser reivindicada ni siquiera por aquellos sectores afectos a las reivindicaciones, si exceptuamos al Libro Guinness de los Records. Hay una razón para ello: se da por descontado que una escritora tan leída como prolífica no puede ser buena. Repasemos, a modo de ejemplo, los títulos de sus libros publicados solamente en el año 1964:

  • ¡Respetad a esa mujer!
  • «In artículo mortis»
  • …Y llegó ella
  • Adiós, Susana
  • Ahora no te quiero
  • Aquella calumnia…
  • Bendita tú
  • Como me lo contaron
  • Deja que te ame
  • Dime la verdad
  • El destino de una huida
  • El pecado de Sofía
  • Empezó sin querer
  • Empieza ahora
  • Encontré a mi mujer
  • Es inútil que me quieras
  • Felicidad
  • Futuro incierto
  • Inquietudes
  • La esposa de mi hermano
  • Luz roja para el amor
  • Mag se casó
  • Me casé con ella
  • Mi adorable embustera
  • Mi adorada pueblerina
  • Mi boda contigo
  • Mi esposo me abandona
  • Mi frívola esposa
  • Mi mala intención
  • Mi marido me espera
  • Mi marido me olvidó
  • No quiero volver a verte
  • No quisiera amarte
  • No seas orgulloso
  • No te enamores, muchacha
  • No te juzgo
  • No te vi
  • Nos casaremos
  • Nunca olvidé
  • Olvídame, Paula
  • Orgullo y soberbia
  • Otra vez contigo
  • Papá y su novia
  • Por compasión, no
  • Problema familiar
  • Quiero casarme con ella
  • Recuerdo perdurable
  • Redimida
  • Secreto matrimonial
  • Sin piedad
  • Su Alteza Real
  • Te encontré para esto

La lista es, en efecto, abrumadora, pero nadie le presta demasiada atención, porque lo abrumador es la materia misma de la que está hecha Corín Tellado. Semejante sucesión hace pensar en una serie como la de los “Caprichos” de Goya, en donde los títulos son factibles de estructurarse en un texto más extenso: “Respetad a esa mujer in artículo mortis… Adiós, Susana, no quiero volver a verte, etc.”. De haber habido alguna Secretaría de Inteligencia en la España Tardofranquista (y debió haberla) no descartaría que aquí se escondiese un mensaje en clave para uso de Anacleto, Agente Secreto. Sin embargo, en otras ocasiones, las obras parecen negarse entre sí y es así que “Nunca olvidé” es seguida por un “Olvídame, Paula”, como si la escritora tratase de agotar las hipótesis en torno a una idea, describiéndola desde las contradictorias perspectivas del mandato cubista. Es que Corín Tellado es la maquinaria infernal de “La Biblioteca de Babel” puesta en funcionamiento.

La edición -más bien barata- que tengo entre mis manos ostenta el marbete de “Las novelas del verano” (“Biblioteca El Mundo”) y en su contratapa se presenta a “esta prolífica y veterana escritora asturiana” como “la reina de corazones española”, con lo que imagino a una baraja de naipes como la forma más apropiada para ilustrar su obra.

“Tu pasado me condena” se ambienta en un Estados Unidos tan verosímil como el de los westerns de Sergio Leone, Milwaukee made in Asturias que deja a la América de Kafka como el producto de un colegial bobalicón. La trama podría resumirse en dos líneas: el brutal acosador Carl Judson es el más rico armador de todo Wisconsin. A su vida llegará Hedy Loder, misteriosa criatura surgida del fango (tal como su nombre lo indica). Finalmente, Carl reptará por las fastuosas oficinas de su imperio a cambio de una mirada de la esquiva Hedy, quien, por supuesto, resulta a su vez ser una rica heredera, etc., etc. Sospecho que la Sra. Tellado debe haber repetido esta trama en infinitas variaciones a lo largo de su carrera. Pero lo que convierte a esta obra en única son sus imágenes: por ejemplo, que mr. Judson resida en el último piso de su rascacielos personal, rodeado de una corte de empleadas que, por las noches, tiembla tras las puertas al escuchar sus alaridos de semental en celo. En fin, se hacen una idea.

Fragmentos de “Tu pasado me condena”:

Carl se levantó sin prisas. Al desdoblarse parecía imponente. Quedó erguido y miró a su madre y a su hermana de hito en hito.

  —Es absurdo que resultéis tan sentimentales, mamá. En estos tiempos que corremos, lo más práctico es ser objetivo. ¿Qué sabe hacer la chica? Fregar, seguramente.

 —Oh, no —saltó Elsa—. Creo que no es una vulgar trabajadora. Tiene unas manos muy finas. Es una muchacha jovencísima. ¿Veinte años? No sé si llegará a ellos. Sus modales son exquisitos y su voz muy bien educada.

Era una joven hermosísima. Pero aún más que hermosa, pues si sus facciones delicadas formaban un bello conjunto, observadas con detenimiento, resultaban irregulares, tenían un atractivo subyugador. Quizá su melena negra, quizás el color pardo, gris casi blanco de sus ojos, formando un bello contraste con el mate de piel y el negro de su melena lacia, semicorta, peinada al desgaire. Un cuerpo esbeltísimo, casi quebradizo, y el busto túrgido de juveniles senos.

(…)

Queda usted admitida —dijo, sin preámbulo ni comentarios—. A mi servicio. Ahí —señaló la puerta contigua—. En la oficina paralela a esta.

Hedy no contestó.

—Tendrá usted que ser puntual y le darán un apartamento amueblado en el decimosexto piso, donde vivirá de ahora en adelante. No tendrá que preocuparse del servicio, pues una vez deje su apartamento a la mañana, alguien dedicado a tales menesteres subirá, y cuando usted regrese, tendrá aseada su vivienda. Sus ingresos como secretaria particular serán… —nombró una cifra que no conmovió en absoluto a Hedy—. Viajará conmigo cuando yo viaje y se le pagarán las dietas, con lo que su sueldo será tres veces mayor. Si no responde al puesto que se le da, será despedida sin contemplaciones.

Además, era cruel y despiadado.

Era hombre que calaba.

Se le quería sin que una se lo propusiese. Tenía no sé qué. Quizá su personalidad anuladora.

Quizás aquella forma indirecta de mirar. Quizá la forma en que besaba, o tal vez por ser sólo como era, morboso y despiadado.

¿Quién dijera al mundo de Milwaukee que Carl Judson era un hombre sexual y caprichoso?

(…)

—Voy a odiarlo mucho, míster Judson.

—Sí, lo sé. Me gusta el odio de las mujeres.

—Cuanto daría por qué esa sociedad de Milwaukee, que le alaba y le pone como ejemplo… le conociese tal como es.

¿Lo hacía adrede?

Eran las once.

Paseaba la salita de un lado a otro con desesperación.

La doncella decía a la cocinera en el cuarto de la plancha, ante el pequeño televisor que instalaron allí para ellas solas:

—No sé qué le pasa hoy a la señorita. No para en ningún sitio. Creo que desde las nueve de la noche recorrió toda la casa. Ahora se halla en el salón.

—Si se casara…. —apuntó la cocinera, rezongando—. Mira, mira cómo se escapa de nuevo “El Fugitivo”.

En alguna parte, Hedy tomaba el sol, en espera de que su marido regresara del agua.

Una playa de moda.

Entre miles de seres que se divertían o sufrían… ellos gozaban.

Y aquí dejamos nosotros a nuestra querida y –sospecho– hoy canceladísima Corín, convencidos de oír en el tableteo interminable de su máquina de escribir el eco de pasadas detonaciones. Pocas veces habrá ocurrido que un escritor de folletines dé cuenta de una manera tan cabal de su propio entorno sin aludirlo siquiera. Pero la señora Tellado nos lo muestra todo en detalle, y es así que vemos desde la mosca muerta sobre las fundas de cretona hasta el retrato del uniformado con parche negro en el ojo (probablemente un hermano) que monta su eterna guardia en la pared. Un péndulo menea su rabo dorado y satisfecho en alguna parte; y a través de la ventana, una camisa puesta a secar al sol de la tarde nos saluda plácidamente, como despidiéndose de nosotros. Adiós, Corín.

 —Eres tan fascinante…. Yo nunca pensé… que los hombres fuesen así.

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