SOLAPAS ILUSTRADAS: MARECHAL

Por: Lucas Nine

Esta selección de las grandes frases de la literatura universal, ilustradas por Lucas Nine, nos fue presentada por su autor como una “revisión gráfica del canon literario, realizada de coté y en librerías de segunda mano”. Con ustedes, otra entrega de estos dudosos resultados: fragmentos del Libro VII del Adán Buenosayres (1948) de Leopoldo Marechal.

Marechal es conocido hoy sobre todo por su primera novela, Adán Buenosayres, cascoteada al principio por la crítica. Tuvo que esperar a 1965, cuando el éxito de su segunda incursión en el género (El Banquete de Severo Arcángelo) hizo que el “Adán” fuera reeditado, leído y admirado.

El ataque se explicó por su adhesión al peronismo, intolerable para el aparato cultural argentino. Cabe también la sospecha de que los críticos no hubiesen entendido el libro.

Por las páginas de Adán Buenosayres circulan, con sus nombres cambiados, los viejos compañeros vanguardistas del escritor (el grupo de “Florida”, agrupado en torno a la revista Martín Fierro). Jorge Luis Borges, Jacobo Fijman, Xul Solar o Raúl Scalabrini Ortiz son escoltados por la sombra atenta de Oliverio Girondo y aún la de Norah Lange, dama que disparó más de una cosmogonía.

El relato se divide en siete «libros»: los cinco primeros narran el periplo del poeta Adán Buenosayres durante alguna semana santa de la década de 1920. Los libros VI («El Cuaderno de Tapas Azules») y VII («Viaje a la Oscura Ciudad de Cacodelphia») funcionan como apéndices y están contados en primera persona por el personaje central. La obra insinúa que toda la experiencia de la cultura humana puede resumirse en algunas calles del barrio de Villa Crespo. No se necesita más para encrespar a un salame.

Marechal propone al final un gigantesco descenso a los infiernos, en el cual encontramos una multitud de figurones públicos y privados. En fin, El Dante también tuvo que correr por estas cosas.

Me imagino entonces un gigantesco friso vertical, transitable mediante escaleras, todo realizado en baquelita y capuchones de biromes usadas. La última parte debería hundirse en las entrañas de la tierra. Puede funcionar una pizzería en el tramo final: lo ideal es que haga mucho calor.

Propongo ubicar esta obra en el interior del obelisco, así aprovechamos de paso para exorcizar a ese monumento nefasto. Tomen nota las autoridades.

Es el Infierno el que me interesa, con su Círculo de la Gula. Una vaharada que surge de las páginas del libro me dice que me aproximo al lugar donde Adán Buenosayres, guiado por el astrólogo Schultze (encarnación literaria de Xul Solar), llega a sus puertas. Leo:

—Advierto que ambas hojas insisten demasiado en lo comestible. Me da muy mala espina.

— ¿Por qué?

—Porque no dudo que detrás de esta puerta me mostrará usted algo así como un Infierno de la Gula. (…) Por entre mugrientas cortinas de sarga me llevó a una plataforma desde la cual el Tercer Infierno, en toda su anchura, se reveló súbitamente a mis ojos, a mis oídos y a mi olfato. En realidad, acabo de invertir el orden en que se dieron mis sensaciones; porque las primeras en ofenderse fueron mis narices, al recibir una tufarada nauseabunda que me hizo pensar si Schultze no habría reunido en aquel antro todos los bodegones de la cortada Carabelas, todas las cantinas de La Boca, todas las churrasquerías de los Mataderos, todas las lecherías de la Paternal y todas las pizzerías del Paseo de Julio. (…) —Las cocinas están a la derecha —me sopló Schultze—. Los vomitorios a la izquierda.

(…) al llegar a la línea de la penumbra, me detuve de pronto ante uno, dos, tres personajes asombrosos que, sentados en sendos wáter closets aguardaban sin duda su retorno a la mesa. (…) Tanto contrastaba la seriedad de aquellos hombres con la posición indecorosa en que se veían, que me volví hacia Schultze, ardiendo por soltarle un comentario. Y lo habría hecho si el astrólogo, que al ver a los héroes del wáter closet daba muestras de gran agitación, no me lo hubiera impedido enérgicamente:

— ¡Chist! —me susurró—. ¡Un mal encuentro!

En puntas de pie, con el índice todavía en los labios, imagen viva del sigilo, trató Schultze de alejarse. Pero no había dado tres pasos cuando el homúnculo dejó de roncar súbitamente:

—Buenas tardes, joven Schultze —ronroneó, entreabriendo su ojo derecho.

Al oír aquella voz el astrólogo se detuvo, como petrificado. —Señor don Celso —tartamudeó—, si en esta hora grave me fuera posible…

Don Celso cuenta su historia: se trata de un amor juvenil tronchado por una brutal exhibición de gula.

El sacerdote no se queda atrás y narra una  fábula donde toda vocación sacramental es desterrada por un apetito implacable.

Interviene la tercera figura. Se trata del Gourmet.

(…) —Perdón —le dijo Schultze—. ¿Tengo, acaso, la dicha de hablar con un «gourmet»?

—Usted lo ha dicho —contestó el vejete—. Y presumo que el inventor de esta risible arquitectura infernal debe de ser un chambón, un media cuchara, incapaz de ver los matices que diferencian un caso de otro. Si me fuera dado volver arriba durante un minuto…

—¿Qué haría usted?

—Pues nada —cacareó el viejito—: darle un golpe de teléfono a Macoco Funes, el senador, para que clausurara este odioso clandestino.

Pero el relato del Gourmet es suspendido por la aparición de dos cíclopes, a cargo del establecimiento. Sus nombres son Seleuco y Crisanto. Dicen que Seleuco se halla modelado según la efigie del líder radical Marcelo Torcuato de Alvear, conductor de la facción opuesta a Yrigoyen.

(…) Sin más ni más el desalmado Seleuco nos agarró de las solapas, nos alzó en vilo y nos apretó contra sutórax gigante. Inútilmente nos resistimos a manotazos y a patadas: el monstruo, sin advertir acaso nuestra resistencia, había girado sobre sus talones y nos llevaba rumbo a lo desconocido.

Y rumbo a lo desconocido debo partir yo también, dado que el dueño de la librería viene en mi dirección, harto de mis fingidas vacilaciones. Los espero en una próxima entrega de “Solapas Ilustradas”, dispuestos a desafiar nuevamente la paciencia de la humanidad.

***

Leopoldo Marechal (1900-1970) fue un poeta, novelista, ensayista y dramaturgo argentino. También fue bibliotecario, maestro de escuela, profesor universitario. Ejerció como “poeta depuesto” a partir de 1955.

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