VIENTOS DE LIBERTAD DE LA ORGANIZACIÓN COMUNITARIA

Por: Paula Abal Medina / Nodo de investigación UTEP*

Vientos de Libertad nació para brindar un refugio a miles de jóvenes expuestos a la infiltración de las drogas en los barrios populares. Es parte del MTE, una organización con sello 2001 que bajo este sentimiento de urgencia se multiplicó por todo el país. Estuvimos en Luján, en la que alguna vez fue la aristocrática mansión de la familia Alvear, justo cuando el predio dejaba de ser una montaña de escombros para convertirse en la primera Casa de Mujeres, Niñes y Disidencias. Tercer informe de Nación Trabajadora sobre el trabajo de cuidado en espacios de la economía popular. Fotos: Belén Grosso

Nació de una tormenta
En el sol de una noche
Silvio Rodríguez

Vientos de Libertad nació a principios de siglo como un espacio de acompañamiento de jóvenes que sufren consumos problemáticos: “No es una enfermedad, es un plan de exterminio que surgió en plena crisis del país, en el 2001”. El que habla es uno de los fundadores: Sebastián Sánchez. El origen de todo, como en cada experiencia comunitaria del cuidado que conocí, son las imborrables marcas propias. En 2006 Vientos se constituye formalmente como asociación civil y crea la primera casa de atención y acompañamiento comunitario. Desde entonces integra el Movimiento de Trabajadores Excluidos. Actualmente tiene ocho casas comunitarias y cincuenta y dos centros barriales distribuidos en todo el país. Un crecimiento vertiginoso.

La organización trabaja en simultáneo en los centros barriales y en las casas comunitarias. Los primeros son centros integradores, lo que buscan es trabajar en la prevención: “Entendemos que si no prevenís a una edad temprana el sistema te lleva a caer en el consumo. El sociocomunitario acompaña diferentes situaciones de vulnerabilidad, porque promueve derechos para que los pibes más chicos no caigan en las consecuencias del sistema, que los lleva como único proyecto de vida a consumir y a todo lo que circula a través de la droga”.

Al hablar de la organización, Sebastián confronta con el modelo terapéutico de internación y sus clasificaciones: la estigmatización del “adicto”, el dispositivo de hospitalización y la propia palabra granja: “No son pollos, son pibes”, se enoja. Es posible encontrar decenas de intervenciones públicas suyas en las redes: eleva la voz, es enérgico, intercala conceptualizaciones con puteadas, parece alguien violentado. ¿Cómo se consigue una reacción? ¿Qué tiene que ocurrir? He visto algunos otros referentes comunitarios y territoriales intervenir de este modo, un temperamento modelado en la gran adversidad. “Los tratamientos disponibles están destinados a las clases medias y altas, no sirven para los pibes pobres”, reitera en cada alocución.

Vientos tomó la Secretaría de Programación para la Prevención de la Drogadicción y Lucha contra el Narcotráfico, la SEDRONAR. El poco financiamiento logrado se originó en esta acción directa. “¿Cómo circula la falopa en un barrio pobre, qué es el consumo allí?” Los jóvenes necesitan un retiro, dice, acentuando la palabra en ruptura (retiro, no internación) “de un entramado muy difícil de romper. En el barrio está el soldadito, está el transa, el narcomenudeo, la policía reprimiendo”. ¿Tiene derecho a tener un proyecto de vida el adolescente de un barrio con casa sin cloacas ni gas, con goteras y violencia familiar?

“Lo principal es el momento para poder expresarse, que muchos pibes y pibas puedan tener voz, eso da poder. Esa instancia es muy importante para que puedan empezar a exteriorizar un montón de conflictos. El retiro te da esa posibilidad, espacios de terapia individual y grupal, momentos y normas de convivencia que se van planteando entre todos, momentos de reflexión para problematizar un poco su historia y lo vivido, su presente, qué es lo que quieren generar en la vida. Todo ese tiempo y esa instancia es muy rica porque termina teniendo mucha potencia a la hora de hacer, poder conectar con uno mismo para empezar a transformar. Después tenés talleres de oficio, cooperativas con iniciativas productivas, talleres de formación, muchas instancias que complementan y que van generando condiciones”.

Al hablar de Vientos, Sebastián confronta con el modelo terapéutico de internación y sus clasificaciones: la estigmatización del “adicto”, el dispositivo de hospitalización y la propia palabra granja: “No son pollos, son pibes”, se enoja.

Las tres primeras casas comunitarias abiertas por Vientos de Libertad están en General Rodríguez, Marcos Paz, Isla Silvia. Funcionan en espacios tomados. Lugares abandonados o desocupados, por lo general muy deteriorados, que con mucho trabajo cooperativas de la construcción del MTE y trabajadores de “los barriales” los volvieron habitables.

Está pendiente la escritura de la historia de los espacios de la economía popular: la compañera enorme que hace el comedor en su propia casa, el terreno abandonado donde se construye en conjunto, el club quebrado y recuperado al igual que las ruinas productivas que dejaron patrones que se fueron para nunca más volver, las tomas colectivas de lo sobrante, la comunidad armándose en el fondo de las iglesias de todos los credos, la calle misma como último tablado de lo común.

Casa de Mujeres, Niñes y Disidencias – Luján

A comienzos de 2020 voy hasta Luján para conocer otra de las casas de Vientos. Ingreso por un camino abierto, verde, extenso. Bajo la sombra de un árbol una escena, sin pasado, resulta idílica: ronda de niños y una maestra que evidentemente está narrando un cuento, en un momento carcajada general. Sigo con curiosidad hasta el impactante caserón que perteneció a María Unzué de Alvear y Ángel Torcuato de Alvear y que fue donado por el matrimonio durante el gobierno de Marcelo T. de Alvear para abrir, en 1928, un Instituto de Menores gestionado por los Hermanos Maristas. En 2006, los cincuenta menores que vivían allí tuvieron que ser trasladados por un incendio y por el deterioro generalizado de la edificación. Años después la SEDRONAR se instaló en un ala del edificio. El ala vacante sería ocupada un 8 de diciembre de 2019 para afincar en ese lugar la Casa de Mujeres, niñes y disidencias de Vientos de Libertad.

Llegamos una tarde de verano con sol radiante. Nos espera Marcia, psicóloga y militante del MTE. Me sumo a una larga mesa de trabajo, reunión semanal, de la que participan diez mujeres: coordinadoras de día, coordinadora de guardias, asistente administrativa, varias mujeres rehabilitadas -hoy trabajadoras estratégicas del proyecto asumiendo funciones de acompañamiento, psicóloga, trabajadora social, maestra jardinera, acompañante terapéutica. Están organizando las tareas de la semana, repasando la situación individual y familiar de quienes viven allí. La reunión transcurre en un jardín interno, rodeado por una edificación en forma de U. Luego nos muestran las enormes habitaciones. Subimos por una impactante escalera de mármol a nuevos espacios: algunos ambientes están siendo refaccionados en este momento, como uno de los baños. Encuentro carteles, dibujos y leyendas adornando la casa, todo muy colorido. “Hoy puede ser un gran día”. “Más allá de toda pena siento que la vida es buena”. Frases musicales mezcladas con manitos impresas en témperas realizadas por los niños del jardín, entre tantas inscripciones. Una casa apropiada y decorada por quienes la habitan.

“En septiembre de 2017 se alquila una casa en Open Door y arranca el laburo. Al principio se trabaja con una mirada similar pero a la vez podían venir compañeras con niños, se ofrecía acompañar el proceso junto a sus hijos. La casa era chica y colapsa muy rápido. Entonces empezamos a evaluar la posibilidad de tomar un espacio, siguiendo la historia de Vientos. Acá al lado funciona la SEDRONAR que labura con mujeres, con una línea muy distinta a la nuestra y unos compañeros vinieron a preguntar por una piba y se dieron cuenta que toda este ala estaba abandonada. Lo laburamos en varias asambleas, con las mujeres, con las familias y un día (28 de mayo de 2018) nos subimos las mujeres con los bolsos, los niños y nos vinimos acá en colectivo y entramos muy pacíficamente por esa escalera, abrimos la puerta de lo que hoy es la habitación de chicas y dijimos que nos íbamos a quedar. Las chicas empezaron a limpiar, a armar camas. No había luz, no había agua, no había nada. Vinieron muchas compañeras del sociocomunitario del MTE, compañeras cartoneras, compañeras que manejan merenderos y comedores de distintos barrios a darnos una mano con la comida y acompañar. En el medio quisieron desalojarnos, vino la policía y en ese momento vino Juan Grabois, como abogado de la organización. Juan habló con la policía, le dijo que acá había mujeres embarazadas, niños, que estaban haciendo un proceso que era válido y que nos íbamos a quedar. La policía se va y nos quedamos y las chicas empezaron a hacer vida acá y hacer su tratamiento mientras íbamos refaccionando y poniendo el lugar en condiciones”.

Son cerca de 50 mujeres y 28 niñes viviendo hoy en esta casa. La adicción no es nunca el punto de partida (destacan todas), el abordaje integral se mete con los derechos vulnerados de las mujeres porque además los tratamientos siempre fueron concebidos por varones para varones.

Tienen talleres de murga, arte terapia, zumba, escritura y poesía, manualidades y además producen vinchas y colitas para el pelo. Desde los inicios tienen un taller semanal de Historia dictado por un profesor que integra la militancia de la juventud del MTE. También pueden concluir la primaria y acceder al FINES. En todos los casos asisten a las instituciones educativas con acompañantes. Casi la mitad de las mujeres/disidencias que viven allí en este momento se encuentra avanzando con sus estudios.

Produjeron cuatro revistas y muchos videos: “hacen videos donde relatan su historia, es muy terapéutico. Ese material se presentó en el Artigas en la CTEP. Lo que cuentan está relacionado con la problemática de consumo, violencia de género, maternidades, pérdidas, duelos. Van hablando de todo lo que les pasó en la vida en forma más poética”. Desde aquella experiencia irradian charlas sobre consumo y violencia de género de manera itinerante, recorriendo los barriales y muchas veces complementando con charlas en escuelas.

Se organizan jornadas de trabajo solidario. Quienes están hace más tiempo, y muchas de las mujeres y disidencias que lograron su rehabilitación, cocinan en los centros barriales y organizan varias de las actividades nombradas.

Son cerca de 50 mujeres y 28 niñes viviendo en este momento en la casa. La adicción no es nunca el punto de partida (destacan todas), el abordaje integral se mete con los derechos vulnerados de las mujeres porque además los tratamientos siempre fueron concebidos por varones para varones.

El sábado es el día del amor propio: “Día para teñirse, plancharse el pelo, pintarse, depilarse… El sábado es libre para todes”. Teresita, coordinadora de guardias que también participa de la mesa de trabajo, cuenta que con este taller aprendió a valorarse a sí misma como mujer: “Es transformarse con ellas y ayudarlas es ayudarte a vos misma”.

Agrega sobre su aprendizaje: “Me da vergüenza decirlo, pero yo era parte de esa sociedad que criticaba a las personas que consumían y eso que yo tuve un hijo en tratamiento, yo decía esos drogadictos de mierda que drogan a mi hijo, me da vergüenza decirlo. Hoy estando acá entendí que es vergonzoso, pero lo reconozco, entendí que no son drogadictos, mi hijo se drogaba, pero pude entender y todos los días me critico, por qué fui así. Hoy puedo y trato de ayudar y estar con ellas y con quien necesite. Me gusta trabajar con las chicas, amo hacer esto”.

Maternidades e infancias libres: la idea se intercala a lo largo de la mañana en las distintas intervenciones. Y es el fundamento del jardín que funciona dentro del predio, el que vi cuando ingresé bajo la sombra de un árbol: “Las compañeras estaban imposibilitadas de muchas de las actividades de la casa por tener que maternar 24×7, entonces se creó un espacio de cuidados para los niños y de esta manera que las madres puedan hacer los talleres y parte del tratamiento. Y ahí comenzó un debate nuevo relacionado con que esos niños y niñas son sujetos de derecho, están acá y no queríamos que estén institucionalizados, queríamos que tengan su espacio y entenderlos como protagonistas, que su voz sea escuchada, aprender a construir con sus mamás maternidades e infancias libres”. También viven en la casa niños más grandes, en este momento el mayor tiene 15 años. Y está Aarón con 10 que además de ir a la escuela asiste a clases de fútbol. Los niños van a la escuela diariamente con las acompañantes.

Al principio la casa no tenía en su nombre la palabra disidencias. Ingresó Jack pero su identidad era Jacqueline: al final del proceso de rehabilitación se fue con el nuevo DNI y partida de nacimiento. Surgen otras historias, “la de Vivian que se fue siendo Nico y se casó” y la de Barbi que atravesó todo el proceso: “Ahora vive en Luján, trabaja en una cooperativa de alimentos del MTE y en un centro cultural. Nos prestó el sonido para hacer la fiesta de los dos años, que fue una gran fiesta”. Ahí comenzaron a circular las anécdotas, la risa contagiosa y la complicidad.

La estadía en la casa comunitaria concluye voluntariamente tras un proceso de rehabilitación. Nahir cuenta: “El cierre se hace con un fogón y para mí ese fogón es celebrar la vida, dejar atrás toda la mierda que vivieron y recibir la nueva vida”. Dice que el primer evento fue un híbrido entre fogón y piquete, con neumáticos encendidos: “Y los de la SEDRONAR, que están al lado, llamaron a los bomberos”. Otra agrega: “Lo más valioso es ver una piba llorar de emoción porque se va, porque terminó, porque su mamá le vuelva a hablar, porque recuperó a sus hijos. Acá las vemos que de no querer ver a su hijo pasan a estar jugando con ellos y te emociona”.

Otro de los rituales de la Casa de Vientos también tiene al fuego en el centro: el fogón de sueños. “Escriben en un papel lo que no quieren más y lo que anhelan. Se hace en ronda y es un ritual tranquilo, donde las chicas van tirando esos papeles al fuego. Para nosotros el fuego simboliza quemar lo que no queremos y que nazca lo nuevo. La gente piensa que hacemos un ritual y bailamos alrededor del fuego, pero en realidad estamos festejando lo que se quema de lo viejo de la vida que ya no queremos más. Y al otro día nace, con la simbolización de una maceta con una semilla, la vida nueva que uno va a cuidar”.

Como Sebastián, y acá exactamente en espejo justo en terrenos contiguos, la SEDRONAR reproduce “la mirada hegemónica en la materia, tienen el supuesto saber. Las pibas acá vienen y lo que intentamos hacer – con rondas de mates, con reuniones, con dinámica, es que saquen todo lo que traen. Allá no se puede hablar de tu vida, es medio conductista, se manejan con castigos y sanciones, hasta niegan la visita, juegan con la norma todo el tiempo. Acá eso no es así y eso también trae cierto caos. Pero para transformar nosotras entendemos que hay que hacer un clic y entender por qué están acá, que puedan ser conscientes de para qué están acá. Eso a veces lleva más tiempo. Ellos trabajan bastante con medicación, nosotros no trabajamos con medicación, sacando casos donde hay patologías de base y es necesario. La abstinencia la trabajamos de otra forma, tomando mate, conteniendo, con dulces, que lloren, largar todo afuera y no tapando con una pastilla”.

“Tenemos una chica, Solange, que llegó hace dos meses totalmente dopada, drogada, no hablaba, miraba para abajo, una menor de edad con un hombre de 50 años al lado. La ves ahora y tiene alegría, sonríe, le cambió el rostro, le volvió la vida”.

El mate se lavó, entre todas comemos una torta de ricota y un montón de bizcochitos, el día sigue hermoso, con un cielo totalmente despejado. Quise agregar en esta escritura muchas historias de vida que me contaron las trabajadoras allí sentadas. Y las de las mujeres que se acercaron una tras otra, deseosas de compartir el significado de Vientos en sus vidas y en las de sus hijos. Sin embargo, cada vez que escribí algunas anécdotas e historias sentí incomodidad. Como si estuviera anticipándome a una invalidación: ¿cómo se habla del dolor social sin que resuene como una multitud de golpes bajos?

Por eso elegí la sobriedad, el relato de la actividad desnuda, la comunidad en acción hoy y aquí en el ex Instituto Alvear. Aunque es inocultable que los espacios comunitarios alojan un sinfín de historias de víctimas que deciden rechazar en conjunto este estado de la vida. Una muestra acá, del taller de poesía.

Los barrios y los espacios comunitarios tienen esta materia prima: sufrimiento acumulado. Pilar Piedade fue componiendo un concepto: doloridad. “Hablo desde mi lugar de Mujer prieta. Feminista. Pero también hablo desde el lugar de mis ancestras. Lugar marcado por las ausencias históricas (…)” Retomando la sororidad feminista: “Un concepto contiene al otro. Así como el ruido contiene al silencio. Doloridad, por lo tanto, contiene las sombras, el vacío, la ausencia, el habla silenciada, el dolor causado por el Racismo. Y este dolor es Prieto”.  

Pandemia y reinvención permanente

Un encuentro por zoom, junio de 2021. Pasaron 18 meses. Hablamos con Ana y Marcia y fuimos actualizando noticias con Estefanía. Agustina Mayanski, militante del MTE, arma la cita y también se suma a la charla. ¿Qué pasó durante la pandemia?

“Hubo un momento de mucha incertidumbre cuando teníamos la casa cerrada y el teléfono seguía explotando de pibas que se estaban muriendo, no por COVID, sino porque el consumo las estaba matando. Quienes laburamos en esto sabemos que la burocracia de esperar no sirve, y que cuando alguien quiere salvarse la vida es el momento. Entonces empezamos a pensar y a exigir al Estado que haya una respuesta en pandemia para esta problemática y así nacieron las Casas de Aislamiento con un recurso que peleamos y construimos desde las organizaciones para que funcionen estos lugares. Se armó un equipo”, inicia Marcia.

Según Ana la pandemia agravó el consumo: “Como dice una de las chicas que está en la casa hoy, la pandemia no arrasa con la realidad, sino que la agudiza. En la calle la gente estaba consumiendo mucho más”.

La presión de las organizaciones permitió hallar una solución. Entonces se constituyó un nuevo equipo mientras, literalmente, reconstruyeron otra de las partes abandonadas de la casa. Había que adecuarla a los protocolos con cocina y baño individual. Quienes ingresaban permanecían quince días. El nuevo equipo tuvo que sumar enfermeras para realizar hisopados y para buscar formas de resguardar la salud de mujeres, muy deteriorada en muchos casos por la propia situación de consumo, en un momento durante el cual el acceso a la salud se hacía aún más difícil: “No poder ir al hospital, no poder sacar un número de historia clínica. Cuando llegan la salud de las chicas está muy deteriorada. Ese también fue un tema, porque cuando las chicas ingresan se hace un control médico y comienzan a recuperar su salud y parte de los derechos vulnerados, por una cuestión social o porque eran discriminadas cuando iban a atenderse. Eso también quedó todo parado”.

Según Ana la pandemia agravó el consumo: “Como dice una de las chicas que está en la casa hoy, la pandemia no arrasa con la realidad, sino que la agudiza. En la calle la gente estaba consumiendo mucho más”.

Las coordinadoras y referentas de la Casa no dejaron de ir ni siquiera un día desde el ASPO. Crearon burbujas, trabajaron 48 horas seguidas durmiendo en el lugar para disminuir la circulación, idearon formas de circular con el transporte del MTE.

Una rutina de trámites en diversas terminales estatales es parte determinante del trabajo de las Casas de Convivencia: “Muchas compañeras también por exclusión histórica no solo de ellas sino de sus familias, quizás nunca en su vida tuvieron un DNI y eso implica que no puedan gozar de casi ningún derecho porque no pueden acceder a ningún plan social. Todas esas cuestiones, si bien son complejas porque la burocracia de esos papeles lleva mucho tiempo, en pandemia tardaban el doble. Simbólicamente es un montón tener el carnecito que dice tu nombre, materialmente es un problema que implica no poder ir a la escuela, no poder estudiar”. Pero son muchos más los trámites: el Potenciar, la tarjeta Alimentar, los trámites de niños judicializados viviendo en hogares y, durante la pandemia, también el IFE.

Además se sumó la situación de las familias. El afuera es una preocupación constante del equipo de trabajadoras porque no hay obstáculo más invencible que rehabilitarse para salir a una realidad Sin Tierra Ni Techo Ni Trabajo. Por eso cada vez articulan más acciones para que este tránsito tenga un destino, fortaleciendo la inserción en cooperativas y construcción de viviendas.

“En los meses de la pandemia comenzó a ocurrir que las chicas comían con mucha culpa pensando que a sus familias les faltaba el plato de comida”. Esa angustia al masticar se volvió omnipresente y la Casa comenzó a trabajar con los centros barriales el abastecimiento de alimentos: “También teníamos que pensar en eso, cómo ayudar a las familias que estaban afuera, desde los merenderos, desde los comedores, alcanzar una bolsa de mercadería.  Entonces, a partir de los Centros Barriales de Vientos o de los merenderos, comedores y cooperativas de la Organización nos encargamos de garantizar que las familias de las compañeras pudieran tener acceso a un plato de comida, atención y demás”.

El afuera es una preocupación constante del equipo de trabajadoras porque no hay obstáculo más invencible que rehabilitarse para salir a una realidad Sin Tierra Ni Techo Ni Trabajo.

Finalmente llegamos al problema educativo. En la casa muchas mujeres estudiaban a través del FINES y los niños cursaban la primaria o la secundaria. Cuando se decretó el ASPO la casa no tenía ni siquiera internet. De nuevo, a través de la organización se garantizó internet (al menos en uno de los ambientes). También la comunicación con maestras y autoridades escolares para explicar la situación. “Ahí empezamos a trabajar con un equipo pedagógico que venía determinados días para ayudar a hacer la tarea. Hubo todo un trabajo con las instituciones escolares a las cuales les explicamos la realidad del sector con el que trabajamos y que los tiempos de las tareas tenían que ser otros. Pero que íbamos a garantizar el derecho a la educación”.

A fines de 2020 se aprobó el Programa Casas Comunitarias Convivenciales: “No solo es una conquista, sino que rompe con la lógica de la comunidad terapéutica y muestra que existe otra forma de trabajar la problemática, convivencialmente, que no responde al modelo médico hegemónico cerrado”.  Finalmente en septiembre de 2020 se creó el Programa Potenciar Acompañamiento, lanzado por dos ministros que ya no están en los cargos de entonces: Santiago Cafiero y Daniel Arroyo.

Todo resulta en cuantía de fondos y nivel de cobertura irrisorio. Un día más en la interminable marcha de la economía popular.

“En los meses de la pandemia comenzó a ocurrir que las chicas comían con mucha culpa pensando que a sus familias les faltaba el plato de comida”. Esa angustia al masticar se volvió omnipresente y la Casa comenzó a trabajar con los centros barriales el abastecimiento de alimentos.

* Parte de este trabajo fue elaborado en el contexto del Proyecto PISAC COVID 19 00014 «Heterogeneidad Estructural y Desigualdades Sociales – HEDeS-» financiado por la Agencia i + d + i, PISAC y CONICET, Argentina. 

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