GRINGO CASTRO. LA TERNURA ORGANIZADA

Por: Paula Abal Medina

El Gringo Castro es Secretario General de un sindicalismo de nuevo tipo, dispuesto a dar la discusión política y económica que el mundo despedazado del trabajo ya no puede posponer escudándose en la utopía perdida del pleno empleo. ¿Cómo se construye organización laboral y territorial a partir de la exclusión? ¿Cómo se organiza el trabajo en la Economía Popular? ¿De qué modo se avanza en un país donde los derechos se conquistan en la calle? ¿Por qué en algún momento hay que articular lo sindical y lo político? ¿Por dónde pasa la identidad trabajadora hoy? Fotos: Mayra Llopis Montaña y Facundo Nivolo.

Esteban Castro tiene 53 años y se reconoce como parte de una generación cortada: “Entre los 10 y los 17 años viví en dictadura”, dice, y durante buena parte de su vida el tráfico habitual del espacio público era pura antipolítica. Charlamos largo y tendido en un bar de Montserrat.

Es Secretario General (SG) de la Confederación de Trabajadores de la Economía Popular desde su creación a fines de 2010. Todo el mundo le dice “El Gringo”. Su cualidad principal es que está, banca. Además tiene una condición inusual entre dirigentes varones: escucha.

Al comienzo de un nuevo gobierno peronista, el triunvirato de San Cayetano –todas las organizaciones que constituyen la CTEP más Barrios de Pie y la CCC– que selló la unidad de acción en movilizaciones contra la política macrista ahora se reúne en una única y gran estructura sindical que se presume volverá a golpear las puertas de Azopardo 802. Formarán la Unión de Trabajadores de la Economía Popular (UTEP), y el Gringo será su SG.

Castro se casó con Mariel Fernández el 12 de diciembre de 1997. Viven y militan en Moreno desde los primeros días juntos. Pertenecen al Movimiento Evita. Llevan más de dos décadas impulsando la creación de centros culturales, una recicladora, un secundario, un comedor, cooperativas de construcción de vivienda y un jardín de infantes. Esa fue la malla territorial y gremial que logró el milagro: el reconocimiento electoral. Mariel Fernández acaba de ganar el municipio y lo hizo por casi el 60% de los votos. Será la primera intendenta mujer nacida y criada en una vivienda precaria de Moreno.

Hablamos por más de dos horas de su familia, del mundo de los trabajadores en cada etapa de su vida, del trabajo territorial y la religiosidad. También del peronismo. Su viejo comenzó a trabajar durante el segundo gobierno de Perón: “Él me contaba que cuando era pibe había sufrido tuberculosis y hambre, y cuando llega Perón pudo tener sus primeras zapatillas. Nos contó que se las dio Evita. Unas de lona de marca Flecha. Ya no existe más Flecha. Con Perón consiguió su primer laburo en una fábrica y con ese salario si él quería se podía comprar todas las semanas un traje: era lo más tener un traje en esa época. Yo era chiquito y me enteré de todas esas cosas, lo admiraba y le dije ‘yo quiero ser peronista como vos. Hincha de San Lorenzo y peronista’”.

Por su representación en el gremialismo de la economía popular, Castro fue convocado para ocupar una silla en el Consejo Federal “Argentina contra el Hambre” creado por el presidente entrante, Alberto Fernández. Hubo polémicas y alguna acusación por la presencia de figuras resonantes que pudieran farandulizar el hambre. Narda Lepes recogió el guante y escribió una minuta con sus impresiones del encuentro, publicadas en La Nación: “Esteban Castro contó cómo se viven desde el llano la pobreza y el hambre desde cerca, emocionando a casi toda la sala”.

Cada situación de hambre que escala tiene un recorrido. El hambre del preperonismo sucedía cuando éramos el “granero del mundo” y creció durante la década infame. El gran antídoto fue el peronismo de la patria trabajadora. El dispositivo realmente capaz de saciar el hambre se organiza en base a un sentido de justicia complejo. La historia social de las últimas décadas tiene dictaduras, hiperinflaciones, quiebras industriales, desempleo masivo, asalariados reconvertidos en trabajadores informales, bolicheros, contratistas y subcontratistas. ¿Cuánto se parece tu historia a la de tu país? Es una obviedad pero hay que decirlo: la historia de un país no se imprime con la misma intensidad en todas las familias. En la del Gringo hay mucho de la Argentina.

Puede narrar el significado material del hambre porque es parte fundamental de “su ocupación” diaria. Pero es de punta a punta un dirigente sindical. El hambre es el eterno retorno si la atención no se concentra en los trabajadores, el valor que producen, la sociedad que arman con la economía popular, la institucionalidad laboral que necesitan asegurar ahora.

Según nos cuenta, las cosas comenzaron así: “Emilio (Pérsico) me llama. También me reuní con Luis Cáceres, ya habíamos discutido en otro espacio de debate político y empieza a surgir esta idea. ¿Cómo construir un sindicato de nuevo tipo? Yo tuve toda la vida otra idea de estructura sindical en la cabeza. Hasta que me cae la ficha cuando Juan (Grabois) me cuenta lo que hicieron con los cartoneros. Cuando yo llegué ya estaba medio elaborada la idea. Y dije ‘¡esto es lo mío! Qué lo parió, por qué no me lo dijeron antes’.”

Según nos cuenta, las cosas comenzaron así: “Emilio (Pérsico) me llama. También me reuní con Luis Cáceres. ¿Cómo construir un sindicato de nuevo tipo? Yo tuve toda la vida otra idea de estructura sindical en la cabeza. Hasta que me cae la ficha cuando Juan (Grabois) me cuenta lo que hicieron con los cartoneros. Cuando yo llegué ya estaba medio elaborada la idea. Y dije ‘¡esto es lo mío! Qué lo parió, por qué no me lo dijeron antes’.”

Fundirse con el país

-Nos gustaría que cuentes tu historia laboral y familiar en general.

GC: -Yo de pibe iba a Lanús Oeste, donde mi viejo tenía el taller. Era una pyme que siempre había sido contratista del sector privado que fabricaba muebles de oficina. Él iba a la fábrica pero laburaba por su cuenta. Se encargaba de un grupo de trabajadores. Era un contratista dentro del sector privado. Él no tenía galpón ni fábrica ni máquinas, pero era soldador y un groso en la fabricación de muebles de oficina, porque en esa época que te cerrara bien un cajón era algo artesanal. Después él mismo se puso una fabriquita, y yo de pibito iba ahí. Esto fue antes de la dictadura, yo tendría 7 u 8 años, y durante la dictadura también, hasta que en el 80 se funde. Era como un industrial peronista pero chico. Después, a mí me toca la colimba y cuando salgo de ahí quiero laburar formalmente. Yo me dedicaba a todo lo que es armado para que él pudiera soldar. Despuntaba, doblaba, marcaba y se lo entregaba para que él lo soldase. Como se había fundido en el 80, empezó a laburar para otro tipo de la misma forma, como contratista, haciéndose cargo de los empleados. Una cosa rarísima: los empleados ganaban muy bien porque, como era peronista, quería que los empleados ganaran muy bien. Yo no tenía el formato del hijo del patrón, era un laburante más, no tenía ningún tipo de privilegios, laburaba y eso era muy importante, porque vos te vas haciendo como un laburante. La idea era que si yo no era un buen laburante mi viejo perdía autoridad entre los trabajadores y no podía mandar. Pero avanzó ese proceso de concentración económica y nos volvimos a fundir en 1989, cuando fue la hiperinflación. Ahí fue la devastación. A mi viejo le agarra cáncer y se muere, como le pasó a miles de pequeños empresarios que tenían un proyecto de pequeña empresa que no pudieron sostener. Después enganché otros laburos. Empecé a trabajar de preceptor y en el medio fui vendedor ambulante, entre tres o cuatro años, incluso siendo preceptor salía a vender.

Avanzó ese proceso de concentración económica y nos volvimos a fundir en 1989, cuando fue la hiperinflación. Ahí fue la devastación.

-¿Vendías cosas que hacías vos?

-No, no, vendía lo que podía. Durante un tiempo vendí huevos y miel, casa por casa. En otro momento quise vender en el tren pero me tenía que cagar a piñas todos los días. Me di cuenta de que no podía entrar. Después vino el proceso de privatización del tren y pudimos entrar todos a vender. Con mi viejo, hacia el final de su vida, tuvimos una pelea porque yo empecé a ser muy crítico del menemismo y él bancaba el proceso de las privatizaciones. Nosotros viajábamos en tren y se viajaba pésimo. Entonces él, como muchos, decía “bueno, que lo privaticen”. Mi mamá después me dijo que en realidad él tenía miedo de que a mí me pasara algo como militante, como les pasó a muchos compañeros –porque él militaba en el peronismo, en una fundición–. Era autodidacta, había leído a José Ingenieros, a Perón, el último libro que leyó fue Mi hijo el Che. El último tiempo estábamos en conflicto, pero bueno, todo ese proceso les pasó a muchas personas de mi generación.

Durante un tiempo vendí huevos y miel, casa por casa. En otro momento quise vender en el tren pero me tenía que cagar a piñas todos los días. Me di cuenta de que no podía entrar.

El barrio

-¿Cómo decidiste la militancia en el barrio si venías más de la actividad en fábrica?

-Cuando fui preceptor decidí estudiar Historia. Pero siempre fui malo para estudiar. Así conocí a algunos compañeros del PC, a otros peronistas, etc., y fuimos dando debates. Yo nunca me corrí del peronismo, soy de concepción peronista pero tengo muy buena relación con compañeros de otra extracción. Yo venía de un sector más de clase media, con estas características que te acabo de comentar. En realidad fuimos clase trabajadora porque nosotros nunca tuvimos auto. Con todo el laburo que tenía, mi viejo llegó a hacer su casa en Padua. Hoy no te la podrías hacer. Pero nunca se pudo comprar un auto. Características distintas a las de ahora. Mientras me pongo a estudiar, mi decisión ya era estar aprendiendo en un barrio. Yo había elegido el barrio popular como un lugar de militancia y de aprendizaje. Porque acá había algo raro. El tema de las privatizaciones. Estaban pasando cosas muy raras. Y tomo la decisión de estar al lado de los más pobres. No sé por qué. No soy muy católico.

-Eso te iba a preguntar, si habías llegado por una vía más religiosa.

-No, en ese tiempo no tenía esa característica, tenía los valores que me habían inculcado mi viejo, mi abuelo materno y mi vieja.

-¿Tu abuelo materno?

-Era peronista pero del campo. Él vino de Italia a los 11 años, medio fundido, en un barco. Su familia llega acá y alquila tierra. En un momento ya estaba para entregar la tierra porque no le daba ganancias. No podías ni mantener a tu familia y viene Perón con la Ley de Alquileres y los alquileres bajaron muchísimo. Mi abuelo nunca se pudo comprar campo, no sé por qué, pero se pudo hacer una casa en el pueblo. Después integró una cooperativa agropecuaria. Un tano peronista. Todo eso me influyó. Creo que los valores cristianos te los van transmitiendo. Mi viejo nunca se definió como cristiano. Yo hice la comunión por mi vieja, pero no había una transmisión.

-¿Y tu vieja a qué se dedicó?

– Mi vieja, en el pueblo de ella, era una peluquera muy reconocida.

-¿Cuál es el pueblo?

-San Cayetano. Le digo pueblo pero es ciudad, porque hoy tiene 8000 habitantes. Estoy muy conectado con la familia materna. Como pareja mis viejos decidieron ir a Padua. Yo viví ahí de los 5 a los 12 años. Vivíamos muy ajustados, alquilábamos, teníamos un lugar muy chiquitito, yo dormía en un catre, éramos cuatro hermanos. Mucho esfuerzo hasta que pudieron hacer la casa. Mi vieja siempre laburó generándose un ingreso desde su casa: costura o peluquería o cualquier cosa, cuidando cuatro hijos. Imaginate la típica estructura de una sociedad salarial, industrial, patriarcal, machista. Tenían muchas discusiones con mi viejo porque los dos tenían carácter y se sacaban chispas. Mi mamá estaba muy atrás nuestro, para que estudiáramos, para que fuéramos a la universidad. El único que no terminó fui yo. Todo esto es para decirte que, en la etapa que nos toca a nosotros, todo el tiempo nos planteamos “¿qué hacemos con esto?”, “¿qué hacemos con lo que queda afuera?” Porque se había logrado pleno empleo, se habían logrado derechos para todos y empezaba a quedar una capa cada vez más grande de trabajadores. ¿Viste que en la carta abierta a la dictadura Rodolfo Walsh dice que “el 8% de desocupación es genocida”? ¡Imaginate ahora! Con Perón vivo, en el setentipico, la distribución de la riqueza, tengo entendido, llegó a ser del 52% para los trabajadores.

Si bien las decisiones son políticas, como nosotros vivimos acá y tenemos las características que tenemos, los pasos a seguir eran: o convencés a quien dirige el país que desarrolle una estrategia para incluirnos a todos, o construís como se construye en este país, que es desde el concepto del trabajador, derechos para el trabajador, derechos laborales, nuevas formas de producción.

-De esta caracterización surge la teorización y las realizaciones de la economía popular. ¿Podés desarrollar tus ideas sobre esto?

 

-Claro, el punto de partida fue preguntarnos cómo carajo hacemos para que todo lo que queda afuera vuelva a ser parte del pleno empleo. Durante el kirchnerismo se mejoró el nivel de ingreso y la distribución de riqueza respecto a los noventa, pero no llegamos ni a la distribución de la riqueza de Alfonsín. ¿Se entiende? De alguna forma vos creés que el sistema te va a dar respuestas, que nos va a incluir a todos, que ese 30% de trabajadores que nosotros definimos como economía popular pero que en realidad es economía de subsistencia, va a poder entrar. Que si nosotros manejamos determinadas variables vamos a lograr que todo el mundo tenga trabajo. Ese es para mí el nudo del debate de esta sociedad y de la sociedad a nivel mundial: o lográs el pleno empleo porque tu país es un país que invade con sus mercaderías a otros países, y se cagan todos en otros países, o te auto mentís. Ese es el núcleo del problema para mí. Es el tema que no se discute en la sociedad. Discutimos de inflación, discutimos del dólar, de la deuda, pero el problema de la producción y del trabajo no se discute. Lo discuten algunos grupos de izquierda que están planteando bajar la cantidad de horas de trabajo para redistribuirlo. Pero cualquier empresario te va a decir: “Escuchame, los tengo a los chinos produciendo como bestias y vos querés que por cuatro horas yo te pague, ¿cómo hago? ¿Cómo compito? No tengo manera.”

Porque nadie quiere parar el avance tecnológico. No me acuerdo quién fue, algún groso de esos multimillonarios, que propuso hacer un pacto tecnológico para detener el avance de la tecnología y los demás le dijeron “¿Por qué te vamos a creer que vas a parar?”. Eso no para, no frena. Si bien las decisiones son políticas, como nosotros vivimos acá y tenemos las características que tenemos, los pasos a seguir eran: o convencés a quien dirige el país que desarrolle una estrategia para incluirnos a todos, o construís como se construye en este país, que es desde el concepto del trabajador, derechos para el trabajador, derechos laborales, nuevas formas de producción. No puede haber trabajadores que tengan derechos distintos a otros trabajadores, y para eso la decisión fue construir un sindicato diferente, de trabajadores sin patrón visible. Aunque siempre hay una terminal de lo que vos haces. Cualquier cosa que un trabajador venda en la vía pública, alguien la produjo. Aunque no tengan una relación laboral, el que produce es patrón del que vende.

Trabajadores, no pobres

 

-¿Cómo pensás la lucha o incluso la negociación sindical cuando la trama productiva está deshilachada, cuando se multiplican las formas de informalidad y de precariedad?

-Los grandes grupos económicos necesitan un nivel mayor de precarización laboral. Son las grandes corporaciones que quieren mandar al muere aun a aquellos que yo no quiero (me refiero a determinados sectores de la economía que tienen algún nivel de concentración, pero que al lado de los grandes grupos no existen). Entonces, nosotros, para construir un nuevo tipo de sindicato, necesitábamos discutir la producción en el trabajo: qué hacen los trabajadores que son capaces de crear estas nuevas formas de trabajo o de producción.

Cuando te ponés a trabajar en las peleas que das, por ejemplo el salario social complementario, cuando organizás centros culturales donde trabaja gente, cuando trabajás en la producción de viviendas, comedores: es la extensa economía invisible. Compañeras que les han salvado la vida a miles y yo te diría a millones de pibes y están invisibilizadas. Todo eso es trabajo que hacen las mujeres para cuidar a los hijos. Empezamos a ver todo lo que era trabajo y que no era tenido en cuenta como tal. El vendedor ambulante no es trabajo, el carbonero no es trabajo, las cooperativas no es trabajo. Visto desde el sector de la burguesía que tenemos en nuestro país y desde los trabajadores formales, se trata de un grupo al que hay que asistir. Y ahí yo siempre recuerdo la frase del Papa Francisco que, cuando fuimos al encuentro de los movimientos populares, dijo: “Los pobres ya no esperan a nadie: trabajan, estudian y se organizan”.

Por eso la decisión fue construir un sindicato diferente, de trabajadores sin patrón visible. Aunque siempre hay una terminal de lo que vos haces. Cualquier cosa que un trabajador venda en la vía pública, alguien la produjo. Aunque no tengan una relación laboral, el que produce es patrón del que vende.

Esa definición de la iglesia, que no era la visión que yo escuchaba o entendía hasta ese momento, pone a los trabajadores de la economía popular en el lugar de artífices de su propio destino y además los saca del lugar de pobrecitos a los que hay que asistir. Aunque vivo en un barrio popular de la periferia vengo de otro sector social y siempre trabajé mucho este problema para no caer en eso de ver a alguien como un pobrecito. En definitiva todos somos trabajadores y todos desarrollamos alguna cualidad. Después resulta que por algunas otras cualidades o por algún don que Dios te dio encajaste como dirigente pero en realidad yo conozco infinidad de compañeros que viven en nuestros barrios que han desarrollado cualidades increíbles. Hay mucho progresismo que se cuida de tratarte verbalmente como pobrecito, pero en su práctica política te trata así. A mí me parece que esa definición ayuda mucho a entender que se trata de un problema que nadie va a resolver por nosotros. Algunos creen que hacemos pobrismo. En la CTEP hacemos sindicalismo. Construimos una organización sindical de nuevo tipo.

Compañeras que les salvan la vida a miles y yo te diría a millones de pibes y están invisibilizadas. Todo eso es trabajo que hacen las mujeres para cuidar a los hijos. Empezamos a ver todo lo que era trabajo y que no era tenido en cuenta como tal.

Cuando sea necesario el planteo político habrá que construir otra herramienta política. Si vos no te mostrás y no salís a la calle no construís alianzas ni construís poder y los que mandan te siguen tratando como pobrecito: “A este pobrecito vamos a darle el plancito social y que se fije cómo hace para vivir”, ¿no? Así este pobrecito recibe el plan, la asignación, etc. Para mí no es así. Para que no te traten de pobrecito tenés que construirte una herramienta de tipo sindical y gremial. Que nadie se confunda. Nosotros no salimos a pedir planes. La definición de salario social complementario es a propósito de eso. Los compañeros se generaban un ingreso, sobre todo durante la etapa kirchnerista, después fue cada vez más difícil. Necesitaban un complemento salarial que les permitiera llegar a fin de mes, tener una obra social, aportes previsionales, etc. Eso no es estrictamente político, es sindical. Ahora, cuando empezás a construir eso, te juntas con otros trabajadores, con trabajadores organizados y empezás a discutir con compañeros que están peleando en Atucha, con compañeros que están sufriendo en los hospitales, con los docentes, etc. y decís “che, acá, la verdad es que se necesita otro proyecto de país”. La CTEP no es una herramienta política sino sindical. Yo tengo mi espacio político en el Movimiento Evita.

El vendedor ambulante no es trabajo, el carbonero no es trabajo, las cooperativas no es trabajo. Visto desde el sector de la burguesía que tenemos en nuestro país y desde los trabajadores formales, se trata de un grupo al que hay que asistir. Y ahí yo siempre recuerdo la frase del Papa Francisco que, cuando fuimos al encuentro de los movimientos populares, dijo: “Los pobres ya no esperan a nadie: trabajan, estudian y se organizan”.

-Pero está la tensión, porque la CTEP es también una Confederación de Movimientos Populares. Uno va ahí y está presente el Evita, el MTE, La Dignidad…

– Por eso. Va a ser un proceso, quizás yo ya no estaré, no importa eso, pero va a ser un proceso donde se construya esta nueva forma de estructurar un sindicato. Cada responsable de esta nueva rama va a tener mucho poder o se van a armar mesas de las ramas. Pero lo central es no sacarle el cuero a la pelea, hemos estado juntos en todos los conflictos, toma de tierras, toma de fábricas. Te vas hermanando en la lucha. Para mí todos los que luchan son mis hermanos y mis hermanas. Pero caminar juntos no es fácil. No es fácil construir consenso.

-¿Cómo es la radiografía que tenés hoy en mente?

-Por ejemplo, de lo que es la vía pública hay una rama que es la de reciclado, cartoneros. Muchos trabajan en la vía pública y en el conurbano se trabaja en recicladoras. En algunos lugares se trabaja con carreros, que tienen caballos. Todas esas ramas tienen sus problemáticas. Vendedores que compran y venden o vendedores artesanos que producen, ferias, armado de ferias, disputa con la mediana y pequeña industria por el espacio público, etc. Esa es una disputa jodida y tenemos que ir caminando juntos para resolver el problema.

-¿Cómo es ese conflicto?

– Ahí hay varios problemas para discutir con la clase media, porque cuando los compañeros cobraban asignaciones, salarios, salario social, muchos comerciantes estaban a las puteadas con la gente porque cobraba eso. Pero en la Argentina ese sector del pueblo gasta sus ingresos en el comercio. Después querés seguridad, y no hay mayor seguridad que la gente en la calle. En la época del pleno empleo, los que la vivimos ahí con lo justo, como yo que tendría 8 años cuando murió Perón y vivía en un lugar de clase media, en realidad vivía en la calle. El patio delantero de mi casa era la calle. Estábamos todo el día jugando a la pelota, todo tipo de actividades, a lo sumo tus viejos te obligaban a dormir la siesta, pero estábamos todo el día ahí. Hoy vas a esos lugares y no hay nadie, lo único que hay es rejas. La estrategia de sacarnos de la calle, nosotros la tenemos que romper ganando la calle permanentemente. Estando en la calle, tomando mate. Los comerciantes putean contra el compañero que vende algo. Lo único que tenemos para discutir es “Che, no vendas lo que vendo yo”, “¿Dónde lo compras?”, “¿Cómo te doy una mano?”, “Ocupame un lugarcito, organicemos el espacio público para que trabajemos los dos”.

Toda esa lógica es la que nos tendría que permitir ponernos a discutir cómo y cuál es la estrategia. ¿Que haya cada vez más gente afuera? ¿Que esa gente tenga cada vez menos derechos? ¿Empujarlos cada vez más a ciertos niveles de marginalidad, generando espacios de represión que no dejen a uno vivo? Eso no es un proyecto de país. Ese debate es el que se tienen que dar los trabajadores, entre los cuales estamos nosotros. Y eso quizás se hace afuera de la fábrica. Se hace con la política, se hace con los partidos políticos, pero tiene que haber una presencia de los trabajadores muy fuerte en los espacios políticos que disputen el poder, si no, no hay disputa del poder. Quienes tienen la decisión política te dicen “vos no podés”, “puedo yo”; te muestran permanentemente que son un desastre, pero vos no podés. Los trabajadores tienen que formar parte de los partidos y tienen que estar discutiendo proyectos de poder, que es el estadio posterior a lo que se discute en la CTEP.

Es muy llamativo, porque ellas son capaces de dar la vida en el barrio, pero no aparecen en los discursos políticos y eso es algo que hay que modificar. Las compañeras tienen que jugar en política seriamente porque con esa ternura revolucionaria no hay forma de romperla, de quebrarla.

La religiosidad popular

 

-¿Cómo juega la iglesia y la religiosidad de los sectores populares? ¿Hasta qué punto está el riesgo de la despolitización, de que los reclamos se vuelvan ante todo reclamos de asistencia?

-El proceso de la militancia me enseñó a dar estas peleas. No sé si prestaste atención a que Chávez, cuando hablaba, mencionaba constantemente a Jesús. Para mí eso tiene que ver con la integralidad del discurso de Chávez. Eso es lo que tienen que hacer los trabajadores, lo que tiene que hacer el Estado y también lo que hay que hacer con la espiritualidad o religiosidad del pueblo. No tiene que ir por caminos separados. No tiene que haber discriminación hacia esas unidades de pensamiento. Hay una decisión de la Iglesia de separar la lucha de la fe. Entonces vos vas a la iglesia y te despolitizás y, por otro lado, estás en medio de la crisis y querés pelear. Esas cosas deben ir juntas, no es necesario separarlas. Por ejemplo, en el barrio, conozco a muchas compañeras que no van a la iglesia todos los domingos y que sin embargo pasan al lado de una ermita con una virgen y la besan o hacen la señal de la cruz. Eso significa que tienen incorporada la religiosidad popular a su vida. O, por ejemplo, cuando muere alguien juntan guita y se encargan de ir a buscar al cura. Eso está presente en la CTEP porque allí están los sectores populares que se sienten interpelados por el Papa Francisco. Y también están los evangelistas, los umbanda, etc. La espiritualidad está incorporada a la vida cotidiana y ayuda a la discusión que hay que dar sobre la forma de producción del trabajo. La idea de la integralidad es lo que hace nuestro pueblo, así que basta mirarlo, no tenés que analizar cosas muy extravagantes. Llegar a esas conclusiones a mí me llevó años. Otro ámbito en el que se ve la integralidad es en las fiestas populares en las que se baila cumbia, chamamé, cuarteto, murga y rock and roll. Las fiestas populares son los lugares donde más me divierto. Todo eso hace para mí a la discusión que hay que integrar sobre la producción y el trabajo; ninguno de estos aspectos debe ser dejado de lado. Es una lucha permanente porque hay fuerzas dominadas por el capital financiero, los grandes CEO, que necesitan que perdamos la memoria, que pensemos casi en el marco de la desintegración social. Pero el pueblo se las arregla para zafarse. Yo creo que ahí hay mucho de Evita y de Perón. Hace poco me acordaba de una experiencia que le escuché contar a Miguel Ángel Estrella: una vez alguien le preguntó por qué se hizo peronista y él le respondió que cuando era chico y vivía en Tucumán llegó Evita en tren y un grupo de pibes entre los que estaba él la recibieron. Mientras ella les hablaba, se le caían las lágrimas y los acariciaba, y así fue cómo se hizo peronista a pesar de no venir de una familia peronista.

Cuando ves todo de un saque te conmueve, te rompe todo. Eso era lo que tenían y eso es lo que te permite pelear. Yo tuve muchas discusiones internas mías cuando daba la pelea por no tener la integralidad. Dudas pequeñoburguesas que me las resolvían mis propios compañeros. Por ejemplo, en el centro cultural que organizamos, cada año hay un corso, y yo planteaba que tenía miedo de que pasara algo. La verdad es que nunca pasó gran cosa, y la única vez que pasó algo se cortó el corso. Es decir, se tomaban todas las medidas, pero nunca dejaban de hacerlo. Y para mí había que buscar otras formas; se me planteaba toda una discusión ideológica que no era ideológica; era por no tener integrado el concepto de la lucha del pueblo, por no entender que eso también forma parte de la lucha y que las contradicciones que se generan en una fiesta popular también forman parte de la lucha. No es solamente cuando te enfrentás en el Congreso con la policía.

Por ejemplo, en el barrio, conozco a muchas compañeras que no van a la iglesia todos los domingos y que sin embargo pasan al lado de una ermita con una virgen y la besan o hacen la señal de la cruz. Eso significa que tienen incorporada la religiosidad popular a su vida. Eso está presente en la CTEP porque allí están los sectores populares que se sienten interpelados por el Papa Francisco. Y también están los evangelistas, los umbanda, etc. La espiritualidad está incorporada a la vida cotidiana y ayuda a la discusión que hay que dar sobre la forma de producción del trabajo.

Yo me cuestioné mucho por qué tenía esos temores y los compañeros no. Hasta que un día hice el clic. El problema es que yo no tenía un pensamiento integrado. El poder trabaja para desintegrar pero los militantes que han surgido de nuestra organización tienen una integralidad superior. Es cierto que tenemos el gran problema del desarrollo teórico de eso. Nunca lo escribimos en ningún lado. Me refiero a compañeras y compañeros que conozco que estaban en la ruina y hoy son cuadros políticos. Y cuesta mucho más que salga un cuadro de un barrio que de una universidad. Cómo hacer esa mixtura y cómo lograr que el pibe que va a una universidad y que tiene mucho más bagaje histórico no se crea que va a un barrio y puede conducirlo. Y que el pibe del barrio no sienta repulsión por ir a la universidad porque se siente sapo de otro pozo. Algo de esto se trabajó durante el kirchnerismo con la generación de nuevas universidades. Muchos pibes accedieron al estudio, y eso para mí fue un hecho revolucionario que todavía no pueden romper.

Lucha gremial, lucha política

-Contanos algo sobre las experiencias de trabajadores organizados de la economía popular que más se destacan o que más recordás ahora.

-Hace muy poquito, tal vez un mes, fui a Chaco, y conocí una pareja de chicas muy pobres que empezaron a cobrar el salario social y empezaron a producir verdura, animales, cabritas. Además hacían ladrillería y me llevaron ahí como para probarme lo que pueden hacer. Tres cuestiones productivas de un mismo grupo. Y con cartoneros yo vi una organización gremial, de la calle. Eso fue contundente. En los noventa había puteadas, pedradas, cortes de ruta pero no había politización. Nos habían robado la política, no hacíamos política, era lucha gremial permanente. Yo creo que nosotros empezamos a agregar nuevamente la política. Donde viví muchos años, en Cuartel V, organizamos una recicladora social, un secundario, un centro cultural, un jardín de infantes, cooperativas de construcción, a lo largo de veinte años. Cuando empezamos con el Centro Cultural enseguida trabajamos las cuestiones educativas desde una perspectiva de ida y vuelta más o menos como lo plantea Paulo Freire. Conocí muchas experiencias de compañeras que armaron jardines de infantes populares. Compañeras que no tuvieron formación académica, que no estudiaron para magisterio y lo fueron armando sobre la marcha. En el Evita había compañeras que no tenían dónde dejar los pibes y se fueron armando los jardines de infantes populares. Mi hijo iba a uno. También hay escuelas de gestión social, que les cobran una cuota a los pibes (porque si no, no las pueden mantener), donde hay un tratamiento preferencial por los pibes, están atrás de los problemas, y eso fue muy empujado por compañeras que yo conocí. Esa es la ternura revolucionaria. Es muy llamativo, porque ellas son capaces de dar la vida en el barrio, pero no aparecen en los discursos políticos y eso es algo que hay que modificar. Las compañeras tienen que jugar en política seriamente porque con esa ternura revolucionaria no hay forma de romperla, de quebrarla.

-Te hemos escuchamos decir que resolver el hambre se asocia con la idea de la vuelta al campo.

-Es otra cosa que hay que debatir, que lo escuché de parte de compañeros del Movimiento Nacional de Campesinado Indígena y que Emilio tomó con mucha fuerza cuando fue secretario de Agricultura Familiar, es la idea de potenciar a las organizaciones campesinas, porque hay un proceso de concentración económica brutal, hay cuatro o cinco empresas en la Argentina que definen quién come y quién no. Nosotros tenemos que salir a dar la discusión fundamentalmente desde ese pensamiento de ternura revolucionaria, para volver al campo, cómo sería la vuelta, o la marcha. Nosotros no podemos seguir discutiendo control de precios, nosotros tenemos que discutir producción de alimentos, una producción que garantice la soberanía alimentaria, pero también una alimentación digna, que no te enferme. Para eso tenés que fundar nuevas ciudades, no digo refundar la Argentina, sino fundar nuevas ciudades. El Estado tendrá que comprar tierras, no digo que vamos a ir a sacárselas a alguien. Habrá que comprarlas, se la pagaremos a los premios, pero hay que dar ese debate en la Argentina, con los compañeros y las compañeras que estamos en condiciones de plantearlo. Y vamos a discutir la alimentación. Somos un país que produce alimentos para 400 millones de personas y no podemos garantizar que 40 millones coman todos los días.

Nosotros no podemos seguir discutiendo control de precios, nosotros tenemos que discutir producción de alimentos, una producción que garantice la soberanía alimentaria, pero también una alimentación digna, que no te enferme.

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