LA DERIVA DE AZOPARDO

Por: Paula Abal Medina y Mario Santucho

En medio de un diciembre sin desborde popular ni ánimo festivo nos reunimos con Juan Carlos Schmid y Juan Pablo Brey para realizar el balance anual. Año que, según el ministro de economía Nicolás Dujovne, pasa a la historia porque “nunca se hizo un ajuste así sin que se caiga el gobierno”. ¿Cuál es la contracara de esta excepción? ¿Qué fue del sindicalismo en 2018? La escena macrista puso en superficie la realidad y los debates contra el futuro de los trabajadores: desde las empresas “colaborativas” y el capitalismo de plataformas, pasando por la economía popular hasta el fin del trabajo. En ese contexto de excitación posfordista visitar la sede de Dragado y Balizamiento, en el calmo barrio de Barracas, tiene algo de viaje al pasado. Sin embargo, la convivencia entre la decoración obrerista del gremio y la fuerza que emana del rol social de estos dirigentes construyen también la complejidad del presente.   Por Paula Abal Medina, Martín Rodríguez y Mario Santucho. Fotos: Mayra Llopis Montaña.

Como abriendo la ventana al clima de época, Juan Carlos Schmid inicia la charla con una referencia al feminismo. Nos cuenta que está leyendo el Atlas de la Revolución de las Mujeres. También leyó a Rita Segato. Durante el encuentro se explaya sobre la perspectiva feminista y sobre el final admite: “Estoy afilado porque estuve estudiando”.

 

Inmediatamente la conversación se concentra en la frase del año: la frase de Dujovne. Lo que dijo y cómo lo dijo. “La frase de Dujovne me parece de una extrema irresponsabilidad. El elenco gobernante puede decir que habla con la máxima sinceridad posible, pero desde el punto de vista de las expectativas políticas es una irresponsabilidad absoluta” arranca Juan Carlos Schmid.

 

-Pero lo más sorprendente es que lo que dice el Ministro es cierto: están haciendo un ajuste salvaje y las organizaciones que defienden a los trabajadores no parecen reaccionar.

 

JCS – Yo creo que hay un consenso en Argentina de que hay que sostener el sistema democrático cueste lo que cueste. Ha habido sacudones fuertes en la gestión de Duhalde, está el recuerdo de las represiones que hubo en aquel momento, cuando el derrumbe de la convertibilidad. Me da la sensación de que hay una confianza en que es a través del sistema democrático que hay que resolver los problemas que tiene el país. Lo que está en deuda es la justicia social, la igualdad, los problemas que no han sido resueltos a través de la democracia, eso está en deuda. Si uno toma algunos indicadores hay mucha gente que desconfía de las democracias o hay cada vez una desconfianza más fuerte, pero en el fondo, todo el mundo intenta que el problema social sea resuelto a través de la política.

 

-¿La contracara del exitismo de ellos es la derrota del campo popular?

 

JCS – Sí, creo que es la contracara y la falta de mirada estratégica cuando están en una posición de gobierno. El otro día estaba en un plenario con gente de la CTA y yo, para explicar una de estas cuestiones agarré una gran cartulina, hice un serrucho y pregunté ¿esto qué es? Es un gráfico de los ingresos de Argentina. Hay algunos que están acá y hay otros que están allá abajo. Ese es un tema que tiene que resolver la política pero es también un desafío para los sindicatos. Porque si queremos tener solidaridad, este serrucho tiene que ser parecido al que teníamos en 1974 cuando era mucho más parejo. Si nosotros no logramos resolver ese intríngulis va a ser muy difícil sostener la solidaridad. ¿Cómo le pedimos al que gana 16 o 18 lucas que pare 48 horas? Al que está acá arriba no le va a resultar tan difícil, siempre y cuando haya disciplina, porque lo puede soportar, pero para el que está acá abajo significa hambre. Yo estoy hablando desde el movimiento sindical de la Central Obrera, no estoy hablando desde el colectivo de cada uno de los sindicatos, estoy hablando desde la generalidad. Normalmente les respondo a los periodistas que acá no se trata de apretar un botón y sale el paro, esta es una de las dificultades que tenemos. Ahora, ¿por qué se generó ese serrucho durante los últimos 40 años? Porque la Argentina industrial que se destruyó en el ’76 no se recuperó nunca. En ese serrucho los que están en la punta son los que laburan en los servicios, la banca, algún sector energético, pero los sectores industriales se han derrumbado todos de la mitad para abajo. Tenés un enclave que puede ser el complejo automotriz y más nada. Entonces, en la derrota popular también está este paisaje, que no se ha revertido ni siquiera en el auge de recuperación de derechos de la última etapa. Hubo alguna reparación importante pero nunca se resolvieron los problemas de fondo. La clase política argentina tiene que abordar en profundidad este tema. Lamentablemente yo creo que no lo abordamos como deberíamos en las etapas de auge.

La cruda realidad

Exactamente hace un año la revista Crisis publicó una entrevista con el entonces secretario general de la CGT, cuyo título auguraba tempestades: Después de la calma chicha. Eran los días de la represión en Plaza Congreso cuando el Parlamento votaba un ajuste previsional que afectaba a millones y multitudes sufrían una represión brutal mientras el cántico más escuchado pedía “unidad de los trabajadores”. No imaginamos que la antesala de la tormenta terminaría por conducir hacia esta deriva resignada.

 

Juan Carlos Schmid hace un balance de sus dieciocho meses como triunviro de la principal central obrera y el resultado es cruel: entre movilizaciones y huelgas fueron siete las medidas de fuerza contra el gobierno y ninguna conquista. Inmediatamente después del paro general del 25 de septiembre, quizás extenuado por haber intentado empujar a ese gigante con pies de barro, Schmid renunció a la conducción.

Juan Carlos Schmid hace un balance de sus dieciocho meses como triunviro de la principal central obrera y el resultado es cruel: entre movilizaciones y huelgas fueron 7 las medidas de fuerza contra el gobierno y ninguna conquista.

El año cierra con más pobreza, más desempleo, más devaluación salarial pero sin siquiera la sombra de un nuevo paro. Schmid aprovecha para señalar a alguien más que la CGT porque los que boquearon se quedaron en el amague. A su juicio tampoco el despertar de algunas regionales llega demasiado lejos.-¿Cómo puede ser que no haya habido un quinto paro?

 

JCS Bueno, yo me retiré de la conducción porque sospechaba que no había condiciones para eso. Pero los paros –vuelvo al gráfico– tienen mucho que ver con ese gráfico. Porque cuando empieza a caer el poder adquisitivo es cada vez más difícil convencer al compañero de que hay que ir a la resistencia y de que existe alguna posibilidad de cambio, porque el problema es que cada vez que hacés un paro general no tenés ningún triunfo. Y nosotros no estamos hablando del ejército espartano, estamos hablando de gente de carne y hueso que va todos los días a laburar y lo que quiere es comerse un asado los fines de semana y ver si se puede ir de vacaciones. Entonces: 1, 2, 3, 4 paros, varias movilizaciones y no hay síntesis política después de todo eso. Es bastante complicado. A pesar de que yo comparto que hay condiciones como para ir a otro paro general, pero me imagino que los compañeros deben evaluar eso.

 

-¿Cuándo te referís a los compañeros te referís a los compañeros de base o a los dirigentes?

 

JCS –Me refiero a los que validan todas esas condiciones. Antes de ir al quinto paro general yo lo que proponía era ir a un comité central confederal para discutir dónde estamos parados. Tuvimos 4 paros, 3 movilizaciones, eso nos da 7 grandes protestas, dividido por 24 das una protesta cada 3 meses. ¿Qué tengo que hacer, paro todas las semanas?

 

-¿Por qué no hubo confederal?

 

JCS –No hubo confederal porque el consejo directivo dijo que podía terminar en una ruptura o en un escándalo. Yo decía que nunca lo íbamos a saber si no lo hacíamos. Porque antes se habla, se confrontan opiniones, se trata de encontrar algunos puntos de acuerdo y se convoca. Porque el comité central confederal bien podría haber dicho: acá estamos, somos el órgano máximo de la CGT, el más importante, el más representativo, allí por más que uno sea muy grande puede poner como máximo 3 representantes y el más chico puede poner 1 por más chico que sea. Y a lo mejor lo que se podría haber decidido allí era seguir hasta el final con el triunvirato como estaba.

 

-¿Es por sindicato? ¿Los regionales no participan?

 

JCS –No, porque los regionales dependen de la central obrera. Es como los sindicatos y las seccionales. Después, al estar la representación, porque no todos son de Buenos Aires sino que los hay de otros lugares, esa representación baja a las regionales y les baja, como quien dice, línea para que tengan un plenario. La conformación es: la central obrera, el consejo directivo, comité central confederal y debajo de eso está el plenario de delegaciones regionales, no al revés.

 

-Pero el ubaldinismo hizo del plenario de regionales su caballito de batalla. Se puede dar vuelta eso.

 

JCS –Pero nunca hizo pie en las delegaciones regionales, entre otras cosas porque no todo lo que brilla es oro, como se dice. ¿A ustedes no les llama la atención que no haya conflictos regionales? ¿Cuántas huelgas regionales hubo? ¿Paró la regional Rosario? Yo entiendo, nosotros no hemos hecho todo lo que las regionales esperaban, ahora, ¿por qué no paran ustedes? ¿Por qué no se junta la UTA, la UOM, todas las centrales industriales y van al paro?

 

-¿Y por qué no lo hacen?

 

JCS –Es una buena pregunta. Cuando yo se las hice no me supieron responder. Córdoba no necesitaba en los setenta que le dijeran que parara: paraba y listo. Puede haber conflictos sectoriales, puede haber conflictos puntuales que tengan que ver no tanto con las condiciones salariales, sino con la política, como por ejemplo el conflicto que está teniendo el sector aerocomercial. Pero de allí a que haya una conformación arriba, eso está desorganizado. Y en eso les doy la razón, no ha habido una voluntad manifiesta de las distintas conducciones de tener ordenadas las regionales. Yo les he dicho a los compañeros, vamos a las regionales. Fui a muchas. En algunos lugares me fue bastante bien, en otros no. Pero una cosa es que vos vayas y discutas con los compañeros, la conversa empieza con una crítica feroz y termina con otra consideración… ahora, si no vamos, toda esta impotencia sigue pasando. Fui a La Matanza, fui a San Martín, fui a Rosario. En Córdoba estuve al frente de 30 mil trabajadores que me pedían el paro. Me parece que esa es la manera de enfrentar la cuestión. Pero eso tampoco se quiso hacer. Y me parece que en un momento donde se aproxima el proceso electoral no va a haber novedades porque van a jugar todas las fichas a la contienda electoral. Pero mañana me dejan cientos de trabajadores afuera y yo no voy a esperar que lleguen las elecciones. Tiene que haber una voluntad manifiesta de separar los porotos. Una cosa es la construcción política y otra es el carril donde tenemos que defender lo que nosotros representamos. Eso es lo que yo pienso y como vi que no había demasiado margen no me iba a quedar eternamente, es demasiado desgaste sin posibilidad de hacer valer tu opinión. Hay algo que el gobierno hace con mucha habilidad porque está poniendo un inmenso regadero de guita en todos los sectores sensibles adonde a ellos geográficamente les interesa. Porque la guita no llega al Gran Tucumán ni a Formosa sino al conurbano bonaerense.Y ellos se diferencian en algunos otros temas donde antes los tipos decían ´que se vayan todos al carajo y estos no, aprendieron. ¿Si no cómo se explica que hoy las organizaciones sociales no estén en la calle? Yo no digo que hayan comprado a sus dirigentes ni mucho menos. Están negociando para que la gente tenga un pedazo de pan en la mesa en las fiestas.  Pero es un peligro porque esa domesticación siempre tiene un límite.

¿A ustedes no les llama la atención que no haya conflictos regionales? ¿Cuántas huelgas regionales hubo? ¿Paró la regional Rosario? Yo entiendo, nosotros no hemos hecho todo lo que las regionales esperaban, ahora, ¿por qué no paran ustedes?

-¿Ustedes no creen que hay un déficit más estructural en la capacidad organizativa del movimiento obrero hoy? Por un lado la metáfora del serrucho, también la idea de la democracia como límite. Porque cuando lo democrático se convierte en un freno a la conflictividad legítima, entonces se parece mucho a una extorsión: si luchás sos un golpista. Es lo que sucedía en los noventa. ¿No les parece que hay que diferenciar?: en 1976 hubo un golpe genocida; en 2001, lejos de una interrupción de la democracia, lo que pasó fue todo lo contrario.

 

Juan Pablo Brey – Yo creo que este gobierno está jugando exactamente ahí. Porque como dijo Juan Carlos, hiciste 4 paros, 3 movilizaciones y no conseguiste nada. En el caso nuestro, me refiero al conflicto aerocomercial, hicimos 3 asambleas con afectación del servicio y no conseguimos nada, ni siquiera una conciliación obligatoria para sentar a las empresas en el ministerio para dialogar y negociar. Entonces se produce el desgaste con los compañeros y, en el medio, los grandes medios de comunicación desgastando a los dirigentes. ¿Cuál es el límite? Llega un momento en que hasta los mismos compañeros te dicen pará, porque supuestamente terminás poniendo en juego la gobernabilidad.

 

-¿Y cómo se destraba eso?

 

JCS –Esa respuesta no se la pueden pedir al sindicalismo, esa respuesta tiene que ver con los diferentes niveles del sistema democrático. También tiene que ver con una cuestión generacional. El que vivió muy de cerca el Proceso responde con ese recuerdo y es posible que los que nacieron en otro momento no lo tengan tan presente. Pero no nos pueden pedir la gobernabilidad nada más que a nosotros. Cuando decimos que después de estos conflictos no ha habido ningún cambio, es porque en otro momento ya hubieran sido eyectados algunos miembros del gabinete nacional. Un tipo que dice una pelotudez como la que dijo Dujovne debería haberse ido. Pero ahora no ocurre y tampoco tiene repercusión en el parlamento. Dice Pichetto que no se le puede pedir todo al Congreso porque no tiene poder suficiente.

Tiene que haber una voluntad manifiesta de separar los porotos. Una cosa es la construcción política y otra es el carril donde tenemos que defender lo que nosotros representamos.

Entonces cerrémoslo, ¿para qué carajo está el Congreso? No puedo creer que un tipo que está ahí diga eso. No comparto esa interpretación. Entonces para mí el plano político no ha respondido, no existe una síntesis que permita a la resistencia del pueblo imponerle al ejecutivo que corrija el rumbo.-¿No es posible imaginar una conflictividad gremial y social que se despliegue con cierto nivel de autonomía respecto del proceso electoral, para evitar que ese embudo termine imponiendo condiciones muy moderadas o una democracia muy estrecha?

 

JCS –Eso tiene su cosa momentánea porque tarde o temprano se acaba escalando el conflicto. Lo que yo creo es que hay que debatir fuertemente qué vamos a hacer después de esta gestión económica porque nos va a dejar años de malaria. Y eso tiene que ver con la capacidad del sistema político de imponer cierta moderación sin terminar siendo desbordado. Porque la situación, después de este trazado económico, va a ser muy difícil. El otro día hablando con Lavagna, él sostuvo que de acá a 4 o 5 años va a haber una convivencia con los organismos multilaterales de crédito; la relación será de renegociación para ver cuánto menos se puede pagar, en función de tratar de recuperar lo proyectivo. Quien venga, va a estar muy limitado por esa cuestión.Y si el objetivo del plan económico que venga con esas condicionalidades continúa siendo quedarnos en un esquema de primarización de la economía, pues vamos a seguir teniendo estos niveles de desigualdad porque con este trazado económico la desigualdad no va a desaparecer nunca.

Dice Pichetto que no se le puede pedir todo al Congreso porque no tiene poder suficiente. Entonces cerrémoslo, ¿para qué carajo está el Congreso? No puedo creer que un tipo que está ahí diga eso. No comparto esa interpretación.

-Respecto de la discusión electoral, parece haber un polo en torno a Cristina, otro en torno a Picheto y Massa, ¿cómo piensan ustedes eso? ¿Hay que trabajar para la unidad?

 

JCS –Acá hay un solo denominador común: todos queremos que esta experiencia de plan económico termine. A partir de ahí hay que ver cómo se arma la unidad. Creo que el déficit que hay es que todo el mundo está discutiendo quién se va a sentar en la cima y nadie discute sobre qué se va a asentar todo esto. Yo quiero que aparezca esa discusión. Tenemos el endeudamiento más grande. ¿Cómo vamos a hacer? Tenemos trunco nuestro desarrollo industrial. ¿De qué manera lo vamos a abordar? Acá han aterrizado los chinos antes y ahora les tendimos la alfombra roja. ¿Esa es nuestra política exterior?

JPB –Lo urgente es ver cómo terminamos con este modelo, pero no podemos renunciar a pensar hacia adelante. Porque si terminamos con este modelo igual tenemos el problema adentro. Y el hecho de llegar a la unidad ya es difícil.

El martilleo de las economías de plataforma

Juan Pablo Brey es el Secretario General del Sindicato de Aeronavegantes. Un exponente de la renovación sindical que casi siempre pasa desapercibida. También es referente de la Juventud Sindical. Integró la Comisión Directiva de la CGT como Secretario de Juventud, hasta la renuncia de Juan Carlos Schmid.

 

Durante 2018, los sectores de actividad de Schmid y de Brey fueron blanco del macrismo. La Carpa de la Dignidad Portuaria resistió despidos y logró revertirlos. En los cielos el experimento es más complejo: por un lado, la permanente amenaza de desfinanciar a la aerolínea de bandera, sociedad anónima nuevamente estatal por decisión kirchnerista; por otra parte, el macrismo despliega una política aerocomercial de apertura hacia el modelo de negocios “low cost”, que busca seducir a los usuarios abaratando las tarifas de avión y reduciendo salvajemente los costos del sector, incluyendo la precarización de los trabajadores.

 

-¿Puede ser que en el conflicto aéreo el problema ya no sea solo sectorial sino que involucra al modelo como tal?

 

JPB –Sí, el tema es la política aerocomercial del gobierno. Nosotros creemos que hace falta repensar el sector pero con los trabajadores adentro. Y lo que está haciendo el gobierno es armar una industria paralela sin los trabajadores. Una empresa como Flybondi, que se funda con 6 mil dólares de capital, tiene a los trabajadores totalmente precarizados. Cobran menos de la mitad de nuestra escala salarial, ni hablar de las condiciones. Una empresa que tiene todo el apoyo de parte del gobierno, que tiene banca, que tiene subsidios, provinciales, nacionales y nadie lo denuncia, porque la están usando como punta de lanza para testear el modelo. Atrás vienen otras empresas que son más serias, pero las están usando para romper el modelo sindical y dejarnos afuera como gremio. Nosotros creemos que es necesario que intervengan nuevos actores, que se creen más puestos de trabajo, pero empleos de calidad y mucho más en una industria como la nuestra en la que todo repercute en la seguridad.

Una empresa como Flybondi, que se funda con 6 mil dólares de capital, tiene a los trabajadores totalmente precarizados. Atrás vienen otras empresas que son más serias, pero las están usando para romper el modelo sindical y dejarnos afuera como gremio.

La promesa del ministro de Transporte era que nos íbamos a sentar con las empresas que querían entrar para discutir las condiciones, pero eso no está pasando y, por el contrario, sufrimos persecuciones. Ya hubo despidos en Flybondi donde hemos logrado tener algunos afiliados. Es una persecución constante contra los sindicatos y nos están quitando el poder de representación. Están armando una industria paralela con sindicatos amarillos.-¿Se puede decir que tanto la base de aeronavegantes como la dirigencia tuvo cierta expectativa en la política de modernización que planteó el gobierno y ahora están desilusionados?

 

JPB –Yo creo que muchos de nuestros trabajadores votaron a este gobierno y en las bases hay una desilusión grande. Nosotros como dirigentes la verdad es que nunca nos ilusionamos. Siempre creímos que venían a hacer lo que están haciendo. Se está cumpliendo lo que siempre pensamos. Pero no pensamos que iba a ser de una manera tan acelerada. Y tuvimos siempre la ilusión de poder ingresar a esas empresas, de poder afiliar, de poder dar la pelea desde adentro. Hoy se nos está haciendo muy difícil. Para nosotros es complejo que la gente tome consciencia de lo que está en juego, más teniendo el laburo que tenemos nosotros. Para que te des una idea, estamos pensando hacer un paro y lo que más nos juega en contra es cómo le modifica el plan de vuelo a la gente nuestra en las fiestas o en el verano, porque algunos ya tienen pensado visitar a la familia.

 

-En los noventa el MTA impulsó un proceso de ruptura con el gobierno de Menem y fue una lucha muy política contra el modelo neoliberal. Conflictos como el aéreo actual, ¿no significan una oportunidad para salir de esa lógica que encapsula a las protestas e ir hacia una politización del movimiento obrero organizado?

 

JCS –Yo recuerdo cuando vino Macri a la CATT, todavía no era presidente, algo que muestra hasta qué punto son hábiles los tipos, por no decir falsos. Estábamos con Brey y todos los sindicatos del transporte. Cuando habló del sector aéreo dio la idea de que había que privatizar. Le dije: “Sería conveniente ingeniero que usted este tema lo converse con los compañeros del sector aéreo, porque nosotros hemos luchado fuertemente para que esto sea una línea de bandera”. ¿Qué quiero decir con esto? Los tipos han rebobinado todo. Dietrich al mes de asumir dijo “nosotros no vamos a privatizar nada”. Con lo cual el pensamiento para adentro de la sociedad argentina es que no quieren privatizarlo. Y no es muy claro de nuestra parte cómo se ha conducido el conflicto, ha sido zigzagueante. En los noventa había una sola consigna: salvemos aerolíneas. Ahora no está tan claro que encolumnes a toda la gente detrás de defender la aerolínea de bandera.

 

JPB –Hoy siguen diciendo que no la van a privatizar, porque son inteligentes. En cuanto eso, la estrategia de aeronavegantes es distinta a los otros gremios, tratamos de no pelear un día por esto y un día por lo otro, porque cuesta dejar a la gente abajo del aeropuerto por una cosa y por otra y no la terminás de alinear nunca. Nosotros salimos con la campaña con famosos diciendo que todos somos Aerolíneas. Y la consigna tiene que ser esa, los demás son conflictos menores.

 

-El problema que tienen en lo aéreo con las low cost es similar al que imponen Rappi y Glovo, que parecen ser las empresas testigo del modelo macrista. Es un debate que no solo remite a la devaluación del salario sino que incluye el reemplazo de trabajadores registrados por toda esta gama de trabajadores precarios, ¿el sindicalismo pone en agenda esta cuestión?

 

JCS –No está ese debate. De hecho los reclamos que ha realizado la CGT todo este tiempo han sido más bien acotados. No hemos sido claros en decir: “Queremos que se cambie este modelo”. Y por este camino nosotros no vamos a conseguir ni mejores salarios, ni parar la precarización y vamos a estar cada vez más atrasados en materia de desarrollo. Además, el abanico de propuestas que tira el Ejecutivo fragmenta todo de tal manera que vos no lográs unificar las luchas. Y vuelvo al ejemplo inicial: porque saben en el fondo que tenemos el serrucho. Y ese serrucho no es solo por los salarios, sino que implica la mentalidad del tipo que está metido ahí adentro, el nivel de organización que tienen, es el dibujo de desigualdad que tiene el país.

 

-Lo que uno comienza a ver en todas estas empresas de plataforma es que su rentabilidad no depende tanto de la actividad en sí, sino más bien de otras valorizaciones: la valorización financiera y la venta de datos para el big data. La pregunta es si el sindicalismo entiende que tiene que incorporar estas cuestiones cuando va a la negociación colectiva.

 

JCS –Hay compañeros de ahí que investigaron y comenzaron a bombardear a través de las redes de dónde venía su capital, llegaron hasta los accionistas, y lograron que se encuadraran dentro del convenio alrededor de mil tipos de Pedidos ya. Dentro del convenio de ellos, que no es de los mejores pero implica un marco de conceptualización distinto. Y lo hicieron con ese método que no es el más habitual.

La política desindicalizada

Entre lo social y lo político no existe una convivencia armoniosa. Desde la concepción liberal, lo social es una cosa y lo político es otra. Por eso muchas veces el mejor modo de descalificar a un sindicalista es decirle: estás haciendo política, algo que no correspondería al terreno estrictamente gremial. En Argentina el modo de imponer identidad trabajadora a la ciudadanía ocurrió con el peronismo movimientista: el de las ramas. Miles de dirigentes sindicales ocuparon cargos de las altas esferas ejecutivas y legislativas. También las mujeres de la Rama Femenina.

 

La entrevista cierra con algunas alusiones a este debate aunque la realidad se ubica en las antípodas ya que, como lo observa el propio Schmid, lo que se impone en sectores mayoritarios del sindicalismo es la tendencia a la moderación del conflicto durante el año electoral.

 

-Un mínimo balance de 2018 muestra al gobierno derrapando en una crisis fenomenal, mientras el sindicalismo aparece como anestesiado. ¿No es evidente que hace falta una renovación dentro del sindicalismo, pero en serio, no simplemente un cambio de dirigentes?

 

JCS –Totalmente. Ponémelo a mí y en mayúsculas. Yo creo en eso. Cuando hablo de la unidad con otros sectores que hoy no parecen estar fuera de lo que se concibe como sindicalismo, me refiero a los movimientos sociales y estoy tratando de meter esa discusión.

 

-¿Pero la unidad no es también una forma de dejar para más adelante el debate sobre la renovación, en el sentido de que tenés que unirte con los responsables de la crisis actual del sindicalismo?

 

JCS –No, si la unidad pone como eje fundamental la idea de renovación. Es imposible creer que si en los últimos años ingresaron cinco millones de nuevos trabajadores al circuito laboral, estos se van a quedar ahí sentados, diciendo “che, mirá que bien que hicieron todo estos que estaban antes que nosotros”. Yo estoy convencido de que eso no va a ser así y que se impone una renovación. Pero el problema del sindicalismo no es la Ley Sindical, son los estatutos de los gremios. En muchos sindicatos es más fácil llegar a ser presidente de la ONU que Secretario General, porque se imponen filtros tan poderosos que no podrías llegar nunca. En las uniones pasa mucho eso. Los estatutos son los que te fijan las condiciones para ir a la votación y el nivel de participación suele ser mínimo. Por eso hay gente que es una vergüenza que sigue estando al frente de los laburantes.

 

JPB –Desde nuestro lado tenemos que hacer un mea culpa importante. Por un lado, nuestra incapacidad para enfrentar con fuerza a este gobierno, que nos corre el eje siempre y caemos. Y también cuando hablamos de “la unidad” que a veces es para tapar lo otro, porque en nombre de la unidad se hace cualquier cosa. Nosotros tenemos otro estilo de conducción, en nuestras asambleas cualquiera toma el micrófono, hablamos y debatimos, y muchas veces eso deja expuestos a los dirigentes. Entonces, se utiliza la unidad para dejar afuera a quien nos deja expuestos; el tema es que de ahí es de donde viene también la renovación, y no nos puede pasar lo mismo que a esos gremios en donde no hay vida porque no hay una representación genuina de los laburantes.

 

JCS –El proceso de unidad tiene que ver con el pulso político. Tenés que sentarte con gente que te dice “nosotros no podemos ir a empujar a un gobierno si no tenemos alternativa política”. Esa fue una de las grandes discusiones que atravesó a la CGT: “No empujemos porque no tenemos dónde depositar nuestra energía de lucha”.Yo creo que es exactamente al revés y teníamos un número importante de compañeros que acompañaban, pero no eran los sindicatos grandes que son más conservadores en ese sentido. En alguna medida esto también involucra a los sindicatos grandes que sí son combativos, porque hay un llamativo silencio, ¿no? Supongo que ustedes lo están olfateando.

Esta es una de las grandes discusiones que atravesó a la CGT: “No empujemos porque no tenemos dónde depositar nuestra energía de lucha”. Yo creo que es exactamente al revés y teníamos un número importante de compañeros que acompañaban.

-¿Ustedes no ven el peligro de una deslegitimación aún mayor del sindicalismo desde la perspectiva de las bases que ven empeorar su situación y constatan que no hay capacidad de respuesta?

 

JCS –Si está tan deslegitimado el sujeto sindical, ¿por qué hay protestas tan bien organizadas que confluyen en paros generales y grandes movilizaciones? Lo segundo que digo es que nosotros nos tenemos que legitimar frente a un segmento de la sociedad que son los trabajadores organizados que obviamente no son la mayoría. Si juntamos entre la CTA y nosotros somos menos del cincuenta por ciento de la población económicamente activa. Ese otro cincuenta por ciento obviamente no me va a acompañar, ¿por qué van a defender algo que no conocen? ¿Y por qué nos van a acompañar si nosotros hemos hecho muy poco para sumarlos? Hasta ayer en el lado sindical se hablaba de “los planes descansar”. Entonces, la legitimación nuestra tiene que venir desde adentro de cada sindicato. Y con relación a los afiliados pesan mucho las estructuras. Te voy a dar otro ejemplo: a la salida de la convertibilidad, en pleno auge de los piqueteros, se decía que eran el nuevo actor social; hasta que se puso en marcha el aparato productivo y de nuevo los que se sentaron a la mesa fueron los grandes sindicatos que volvieron a formatear el conflicto. Me parece que cuando haya un repunte mínimo de nuevo van a estar. La discusión tiene que venir desde adentro de cada sindicato y algunas cosas se van dando.

 

-Está bien, hoy no están representados un montón de trabajadores que permanecen por fuera de convenio colectivo, ¿pero la CGT no debería apostar a expresar esa heterogeneidad?

 

JCS –Sí claro, porque hay gente trabajando en nuevas modalidades que tenemos que cobijar de alguna manera, con acuerdos marcos quizás, armando los sindicatos que terminen a la postre mejorando su situación inicial. Desde la CGT tendríamos que ir hacia todos esos nichos aunque tal vez no podamos incluirlos de una en el convenio que corresponde, y estoy diciendo algo polémico que no suele ser bien visto en los sindicatos. Primero abro la puerta y meto la pata y después voy abriendo más, es un proceso. Porque tenés que organizar a la gente ahí abajo. El otro día me comentaban de ocho compañeros que afiliaron en Campana y pasaban a ganar el doble, pero no se querían afiliar por miedo a que los echaran. Hasta hay un problema cultural en la gente. Entonces, yo creo que la CGT debería tener un departamento que estudie estas cuestiones y meta a los nuevos trabajadores adentro, más allá de cuál es el encuadramiento que corresponde. Una de las discusiones que está dando vueltas hace años es el tratamiento de las Pymes, porque ahí por cada trabajo en blanco hay cinco que están en negro. Bueno, ¿nosotros nos contentamos con aplicarle el convenio al que está encuadrado y dejamos que los otros cinco queden afuera? Es una gilada eso. Tenemos que buscar una manera de que ingresen, aunque no sea con las formalidades que desearíamos, y después vamos viendo cómo igualar ese serrucho del que hablamos.

 

-Otra forma que utilizó el peronismo en su momento fueron los Estatutos, que podrían garantizar un piso de derechos para trabajadores de plataforma y de la economía popular.

 

JCS –También, hay que buscar la forma de atacar ese problema. El sindicalismo se tiene que dar cuenta que estamos en la mejor parte del serrucho. Por lo menos todo el transporte está ahí. Nosotros nos tenemos que dar cuenta que eso atenta contra la forma organizativa y contra la solidaridad, porque siempre que haya aumentos yo voy a sacar más ventaja que quien está más abajo, y la brecha se aumenta cada vez más. Entonces, yo sé que esto también es polémico, pero habrá que ir hacia aumentos diferenciados. Los nuevos fenómenos de precarización no solo están en la economía popular sino que los tenemos ya dentro del sector transporte. Todo eso hay que discutirlo, por lo tanto el proceso de unidad tiene que ser claro en para qué.

 

-¿En qué quedó el intento de que ingresen a la CGT los movimientos sociales?

 

JCS –Yo tengo ahí la nota, se las pasé a los compañeros de los movimientos populares que obviamente me pasan la factura. Ahora se estancó, pero es cuestión de tiempo. ¿Vos pensás que la CGT va a poder seguir dándole la espalda con la malaria que se viene en los próximos años? La cantidad de acciones conjuntas que hicimos en estos dos últimos años no se habían hecho nunca. Y demostró que era una experiencia viable y posible, aunque los grandes sindicatos no estaban de acuerdo. Ellos forman parte de la clase trabajadora y se asumen como una organización sindical. No están pidiendo planes, están diciendo que quieren trabajo. Hay que darles por lo menos un estatus de participación. Lo cual para ellos también constituye un desafío, porque si van a formar parte de una organización sindical tendrán que cambiar el mate, evitar mirarnos de manera negativa y adaptarse a las formas que tenemos de funcionar.

 

-¿Cómo revisan la experiencia de vinculación entre sindicalismo y política partiendo de aquella historia de la Rama Sindical que exigía el 33 por ciento en las listas, o incluso de experiencias de gobernadores puestos por el movimiento obrero como Felipe Gallardo?

 

JCS –Bueno, fue el propio peronismo el que fue relegando al sindicalismo al fondo de la tabla de posiciones. Y lo tendría que volver a poner en debate. Además, si el gobierno que viene va a provenir de esa tradición tendría que involucrar al sindicalismo en la coalición para que después haya consenso en lo que hay que bancar, porque las tensiones que se están acumulando son muchas. Me niego a hablar de porcentajes, pero tiene que ser lo más abarcativo posible.

 

-La última pregunta es sobre el feminismo como movimiento que obliga a una renovación impostergable, más aún ahora que está tomando la forma de una fuerte denuncia pública contra dirigentes que ejercen la violencia contra las mujeres como atributo de su autoridad. Uno imagina que el sindicalismo está plagado de casos en ese sentido. ¿Logrará blindarse o tendrá que hacerse cargo?

 

JPB – En nuestro gremio el 70 por ciento son mujeres así que su protagonismo es algo cotidiano y natural.

 

JCS –El sindicato es una expresión de esta sociedad y lo que está en jaque es el patriarcado. Además del problema de los abusos, está en discusión también la igualdad de oportunidades, en los salarios, la jurisprudencia, la participación política, la relación en el ámbito privado. Es algo realmente nuevo en el sentido del protagonismo que ha cobrado, no tanto por su existencia porque son cuestionamientos que están planteados hace un par de siglos ya, por lo menos. Pero de verdad es un fenómeno que va a terminar con una sociedad que estuvo construida en función de la autoridad del hombre y ahora no va a ser más así. Creo que va a haber desbordes, ya te lo digo, hasta que encuentre un cauce razonable. El otro día leí algo de la antropóloga Rita Segato en Página 12 que decía algo muy exacto: “Ojalá que la mujer del futuro no sea como el hombre que estamos dejando atrás”.

 

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Pasó la tarde de un diciembre poco caluroso. ¿Recesión mata verano? El ritmo y los compromisos de fin de año no alteraron el plan de una charla con todas las letras y con todo el tiempo del mundo con dos dirigentes que renunciaron a una CGT que no logra encontrarle la vuelta al final de su tiempo y se queda existiendo así a la deriva, como un conjunto de rivalidades para quienes la separación es más simple o más pura, más confortable o más redituable que la reinvención de una forma capaz de vertebrar una realidad tan heterogénea.

 

Finalmente, la moderación del conflicto por los tiempos electorales – máxime cuando quienes gobiernan atacan de frente empleo y salarios – es la acción más dramática porque significa crear condiciones para un disciplinamiento desde adentro de las organizaciones de trabajadores, una suerte de desarme en tiempos de guerra.

 

Este Movimiento Obrero, con su innegable historia de acumulación, está hoy arrinconado bajo el mote descalificador de “aristocracia obrera”, con sus cuitas, sus agachadas, sus mil trenzas, ceñido a una representación de la cima del serrucho y también empujado cada vez más a estar espalda con espalda de una clase (nuestra antigua clase obrera) que fue pateada como un hormiguero.

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