PASEANDO CON PEDRO SABORIDO

Por: Sebastián Rodríguez Mora

A propósito de Una historia del conurbano, su nuevo libro de relatos, una charla sinuosa sobre el peronismo de la Provincia, el capitalismo desmemoriado y la inseguridad. Algunas ideas del guionista de Peter Capusotto y Todo Por Dos Pesos sobre la política que hace además de decir y cómo se relaciona con la vida privada.

“¿Me acompañás a caminar?”

Hacía un par de días que intercambiábamos por WhatsApp para encontrarnos y hacer una entrevista. No nos poníamos de acuerdo. Los mensajes de uno llegaban cuando el otro no estaba atento al celular, y así. Hasta que Pedro propuso una esquina del barrio de Belgrano, casi Coghlan.

La razón original es la salida de Una historia del conurbano, el tercer libro de esta serie que edita Planeta. Veinte relatos que intervienen sobre todas esas construcciones narrativas que manejamos sobre el tan mentado AMBA, entre referencias al rock sesentoso y el humor absurdo con aguda lectura social.

Lo que sigue son fragmentos de una charla caminando por la calle. Una charla que por momentos quiso tratar sobre este libro pero, como el conurbano mismo, desbordó y terminó en cualquier lado. Como cuando te pasás con el colectivo y no sabés exactamente dónde te bajaste.

Carga con ese peso

Hay uno de los capítulos del libro que trata sobre un tipo que quiere ponerse un local tipo Las Cañitas, pero en Lomas de Zamora. 

En Las Lomitas, que también es una zona cheta.

Bueno, me quedé con una frase que dice que «…las fascinaciones y los sueños se llenan enseguida de gente». Y uniéndolo con otros momentos del libro, se podría decir que el conurbano es el lugar donde el sueño es real, con lo bueno y lo malo de eso.

El conurbano, al menos como lo viví yo, es una cuestión de aceptar cómo es vivir en Argentina, en Buenos Aires. Aceptás, a pesar de que estamos todo el tiempo invadidos por un pasado mejor según liberales o peronistas. Quienes fuimos gringos de conurbano, hijos de inmigrantes italianos y europeos, crecimos en una aceptación de esta realidad. Que al mismo tiempo es un lugar de oportunidades, porque para el que vino de Europa, de Tucumán o de Paraguay es un lugar para sobrevivir y hasta mejorar. Pero a la vez no es un lugar soñado, siempre hay un lugar mejor que el conurbano.

Me pareció muy potente que haya un ideal posible, pero que en el conurbano se ve de más lejos.

En todo caso, al ideal tenés que hacerlo ahí. Después en el libro está China, que es todo lo contrario al conurbano, ordenada y planificada. El conurbano crece y va haciendo lo que puede.

Quienes fuimos gringos de conurbano, crecimos en una aceptación de esta realidad. Que al mismo tiempo es un lugar de oportunidades, porque para el que vino de Europa, de Tucumán o de Paraguay es un lugar para sobrevivir y hasta mejorar. Pero a la vez no es un lugar soñado, siempre hay un lugar mejor que el conurbano.

Cuidado, que viene un auto. Esa sensación de que no haya plan, ¿no lo hace un poco sistemático?

Sí, evidentemente se empiezan a repetir hábitos, formas, que surgen de que la vida va más rápido que el plan. Entonces hay recurrencias, cosas que se resuelven del mismo modo en La Matanza, Quilmes o Carapachay. El conurbano es gigantesco, ¿pero por qué hay dos casas iguales en Gerli y en San Martín? Esto no deja de ser en gran medida tributario de CABA, porque el conurbano es una consecuencia de la Ciudad. El conurbano no se hizo a sí mismo. Culturas, ritos, sea la clase que sea: la zona comercial, el barrio residencial, las segundas marcas, la fábrica abandonada. El universo y la historia le provocan lo mismo a cada lugar. Yo veía algo de eso en Gerli. Me animo a decir que a finales de los ochentas y principios de los noventas empezó un cambio de hábitos en los vecinos: con la inseguridad vinieron las rejas, las persianas bajas.

Sobre la inseguridad, está ese pasaje del libro en el que un tipo de Capital logra el récord mundial de tiempo con el recto comprimido por el miedo que le provoca estar en el conurbano. Más allá de lo gracioso, desde esos años que nombrabas existe una tradición de discurso punitivista: Ruckauf, Aldo Rico, ahora Grindetti en Lanús.

Berni. 

Hay como una tradición del sheriff.

Yo viví los ochentas en Gerli y veo que esto empezó con un Estado que no se mostró del todo presente. Me acuerdo en la campaña de Scioli para presidente que una persona me dice «No lo puedo votar a Scioli porque en estos años me afanaron cinco veces, me pusieron un chumbo en la cabeza». ¿Cómo no va a ser posible que ese tipo se haga fascista? Hay decisiones que vienen de traumas, no es simple elección ideológica. Ahora estamos caminando por acá y a nuestro garantismo nos lo asegura este señor.

(Pasamos por al lado de un policía en la puerta de un banco Nación. “Buen día”, lo saluda Pedro).

Es algo que se invisibiliza en Capital.

Claro, pero pasa que si una señora tiene que llamar al marido para que vaya a esperarla a la parada del colectivo… Yo no me atrevo que esa persona esté exagerando, ni le puedo pedir que si la chorean entienda que es por un «emergente social». 

«Es más complejo, señora».

Y el tipo ocho cuadras cada día caminando hasta la parada del colectivo… Entonces bueno, eso te demanda alguien que te haga sentir seguro. Un sheriff. Una cultura de superhéroes. O pasa que escuchás a una empleada doméstica que trabaja en Capital y vive en Provincia que es más racista que sus empleadores. Labura para unos progres, ponele, pero a la señora le hicieron viviendas sociales a cuatro cuadras de la casa y dice que le trajeron a los negros. La que está en la frontera es ella. Con esto no justifico nada. Pero si solo nos indignamos, no podemos modificar nada. Si pensamos que está mal que la gente se ponga contenta porque hay un patrullero dando vueltas… Después la cana revienta un pibe porque sí y te querés pegar un tiro en las pelotas. Pero la gente no siente que los están vigilando a ellos, sino a los otros. ¿Nos estamos metiendo a revisar el garantismo? No, por favor. Pero digo: loco, capaz deberíamos tratar de entender un poco más.

Me acuerdo en la campaña de Scioli para presidente que una persona me dice «No lo puedo votar a Scioli porque en estos años me afanaron cinco veces, me pusieron un chumbo en la cabeza». ¿Cómo no va a ser posible que ese tipo se haga fascista? Hay decisiones que vienen de traumas, no es simple elección ideológica.

Aquí, allá y en todas partes

El capítulo que más me gustó del libro es el de los peronistas del conurbano y La Matanza. También el del Luna Park lleno de gente para encontrar al homo conurbanus perfecto. El peronista conurbano es una esencia que inventamos para contenerlo, para creer.

Toda tarea necesita crear una mística para sostenerse y ser atractiva, tiene que darte un valor. Entre uno que atiende una mesa de entradas y un bombero, tiene más épica el bombero. El valor de algo tiene que ver con lo que vos podés contar sobre eso. Si no sirve en una cita o en un asado, pierde un poco de valor a veces. En el caso del peronista del conurbano, del militante, está relacionado con lo que es difícil, lo necesario, con que algunos lo ven mal. «Mirá, él trabaja en el barrio». En un mundo de místicas peronistas, lo que está relacionado con los lugares picantes, profundos y humildes mide mejor. Algunos viven haciéndose los pelotudos y otros no, necesitan todo el tiempo mostrarse. El peronista del conurbano se siente re pistola, y el de La Matanza es el más pistola de todos. Lo que hay son narraciones.

¿Hasta qué punto esa esencia y esa tradición que compone al peronismo es transmisible a las generaciones más jóvenes? 

Algunos se podrán sumar y otros no, como en todas las épocas. Hoy Ofelia Fernández está en el Frente de Todos. Te pueden decir que no es peronista, pero está. A veces el peronismo se ve totalizante. Ahí viene otra vez el pragmatismo: ¿por qué estás en el peronismo? Porque puede ganar y puede cambiar la realidad. Si no gana no cambia y queda en algo declamativo, que está muy bien. Pero acá necesito la mayor cantidad de gente para ganar. Por ahí preferís ganar y después ver. No es lo ideal, pero es lo que tenemos, es la realidad. No es tan fácil tampoco, porque a veces aceptar se convierte en conformarse. Para modificar algo tenés que aceptar. 

Es un poco lo que pasa cuando llegás a cierta adultez.

Sí, sin que eso signifique resignación, porque son todas cosas parecidas.

Podemos solucionarlo

Hay un pasaje del libro en el que hablás de Rodolfo Kusch, sobre el problema del ser y el estar. Y pareciera que bajo esos términos, el peronismo es el que mejor entiende ese desencuentro.

Creo que el que soluciona, gana. Más allá de entender. El tipo o la mina que quiere encabezar un proyecto de poder, se da cuenta de que para cambiar las cosas precisa poder, y para tener poder precisa cambiar las cosas. Ahí aparece el peronismo en las intendencias: resolver para que te sigan votando para seguir resolviendo, y así. Acá siempre aparece lo del clientelismo, eso de «no tienen convicciones, votan porque les solucionan los problemas». ¿Y qué, tengo que votar a alguien que no haga nada? ¿Por qué maneja él? Porque tiene los mismos ideales que yo. ¿Pero sabe manejar? No. Capaz mejor tener a alguien que no piensa tanto como yo pero sabe poner primera, frenar en la esquina. A qué voy con esto: el peronismo entiende el juego entre lo ideal y lo pragmático. Si te pasás de rosca con lo pragmático, cagaste, es una política cocainómana. Y si te pasás de rosca con lo ideal, sos de faso, no hacés una goma. Remitámonos a esto que estamos haciendo: me decís de hacer la nota, te la pateo, hasta que te digo de hacerla caminando. Yo tengo que caminar porque tengo que bajar de peso porque me puedo morir. Vos por ahí no estás pensando en eso. Salgo a caminar porque necesito caminar siete kilómetros por día y no tengo ganas de ir a un gimnasio. No es lo ideal, podríamos estar en un bar. Pero es lo que tenemos.

Acá siempre aparece lo del clientelismo, eso de «no tienen convicciones, votan porque les solucionan los problemas». ¿Y qué, tengo que votar a alguien que no haga nada?

¿Estás preocupado?

Me divierte poder morirme. Me divierte poder resolverlo, ocuparme. Frente a un fantasma lo mejor es convocarlo, anotar, tener claro qué es y ver qué hacés para que se diluya. Vos podés tener una adicción a tener miedo que igual te vas a morir. Pero no ahora. Es como con la pandemia: te dicen «eh, igual te vas a morir»; sí boludo, pero más tarde. Ponelo en términos de eficiencia capitalista: ya que viví, quiero vivir muchos años. Otros lo ven al revés: ya provocás gastos porque sos grande y viejo. Un anciano totalmente asistido puede tener el costo de cinco pibes. 

Bueno, ¿pero cuánta riqueza generó ese tipo en su vida?

No importa, porque ya la generó. Nadie piensa en la riqueza que generó una sucursal, se cuenta la que genera ahora. El capitalismo no tiene ayer. Eso lo puede hacer un humano, «oh, este negocio que abrió mi padre, vamos a bancarlo aunque dé pérdida». O tal que se le ocurre no cerrar la sede central por un tema de marketing, que es algo parecido a los sentimientos. Es como un hincha de fútbol, ¿cuánto podés vivir del pasado? ¿Cuánto puede vivir un matrimonio del recuerdo de cuando estaban enamorados? Ahí es donde el capitalismo no tiene piedad, no le importa el ayer. Es un Excel. No tiene piedad, sino no habría pobreza. La justicia no prohíbe la pobreza. Que alguien genere pobreza no es un delito. Ves gente durmiendo en la calle y no hay un culpable. Ahí aparece gente que dice «es el gobierno» o «es él, que es un vago». No hay lugar para la vagancia tampoco. Nos fuimos a la mierda, boludo. Después tenés que desgrabar esto…

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