AQUELLA CGT

Por: Paula Abal Medina

Peronismo, sindicatos y trabajadores: fuerza exponencial y amargos desencuentros, tiempos heroicos y grises. La CGT, unida o enfrentada, fue columna vertebral, rama del movimiento y “el otro poder”. Con solo 25 años Gustavo Béliz escribió sobre momentos determinantes del sindicalismo nacional. Nada volvió a ser como entonces. El próximo sábado Azopardo será escenario de la conmemoración del 17 de octubre #75Años. La pandemia impone el no lugar de la virtualidad para desplegar una movilización que ojalá tenga Movimiento y no solo Partido. ¿Es posible sacarles más jugo a los mismos símbolos? ¿Qué fue de aquella CGT?

La mirada de Gustavo Béliz

Algunas veces encontrás un libro valioso décadas después de su publicación. Da bronca. Más cuando refiere a esa sublime construcción colectiva que es “el sindicalismo nacional”.

Encontré CGT, el otro poder de Gustavo Béliz hace unos meses, pleno verano, en una librería de usados. El rubro tiene dos formatos: las librerías que requieren mucha paciencia porque tenés en la misma pila Los beneficios del té verde y el Tratado de la naturaleza humana y aquellas que son como templos de la clasificación meditada. Estuve en una sobre la porteña calle Larrea, transición entre Once y Barrio Norte, enrolada en el segundo tipo.

“Ubaldini y su época están ahí”– me dijo una señora de unos bien llevados 70 años, a cargo del pequeño lugar.  Y agregó algo en un registro amargo sobre aquellos tiempos difíciles del país. Seca y precisa al comienzo, cálida y confidente al final. Quedé cautivada por el lugar.

En 1988, cuando se publica este libro, Gustavo Béliz tenía 25 años. Se presentaba como abogado y periodista del diario vespertino La Razón. Había publicado un par de años antes Argentina hacia el año 2000. Dos décadas después de aquel futuro ocupa la Secretaría de Asuntos Estratégicos que depende directamente de Presidencia de la Nación. En el medio, como todos sabemos, ocurrieron demasiadas cosas injustas en su vida y en el país.

Si Saúl Ubaldini es el protagonista de esta investigación lo es en medio de la gran escena de un sindicalismo atravesado por la dictadura, el alfonsinismo y el triunfo de la renovación peronista en la provincia de Buenos Aires. Béliz se concentra en los años que van desde 1981 hasta el final de 1987. Pero no construye una cronología lineal sino que avanza y retrocede, vuelve sobre un hecho y agrega un dato más, una interpretación nueva, un remate inesperado. Pienso en algún momento que escribe con la misma fascinación que produce leerlo. Elige justo los tiempos de un sindicalismo en carne viva.

El de Béliz es un libro construido entre la intimidad de Azopardo y los vericuetos de la política partidaria. Los diálogos y caracterizaciones resultan no sólo verosímiles sino además focos imprescindibles para comprender un modo de dar vuelta la página de la historia. Porque también somos aquello que otros quisieron archivar.

Pero estas líneas no quieren ser una invitación al archivo ni, como me advierte un amigo, a las pasiones tristes. Más modestamente, se trata de pensar la actualidad con conocimiento de causa. Por eso me propongo recorrer ese libro sorprendente a la luz de las rupturas que nos colocan de lleno en el siglo XXI.

Paz, Pan y Trabajo

El 7 de noviembre de 1981 un sol generoso ilumina la jornada: “No hay duda de que Dios está con los trabajadores”. Lo dice Ubaldini. Concentran en Liniers. Son cerca de 10 000 manifestantes. La zona está atestada de policías. “Un curita se aferró a un micrófono y gritó con toda su fe: que nuestra marcha no se detenga, que sea como la vida”. La convocatoria había sido realizada por la CGT Brasil bajo la consigna “Paz, Pan y Trabajo”. En la homilía de la parroquia de San Cayetano dicen varias veces justicia social. Termina la misa, se busca la desconcentración pero “de pronto, la tensión acumulada estalló”: los manifestantes entonan la marcha peronista. Cuenta Béliz que también cantaban curas y monjas. Represión con gases, guardia de infantería. Corridas y golpes. Y en ese momento por primera vez se escucha: Se va a acabar/se va a acabar, la dictadura militar. “Las estrofas, recién estrenadas, se transformarían en el himno contra un régimen que dos años después debió resignar el poder”.

El peronismo fracturado

Durante la noche del 30 de octubre de 1983, en el búnker peronista los resultados adversos eran resistidos. En medio del recuento, con nerviosismo, se repetía una pregunta: “¿Cuándo llegan los votos del cinturón industrial?”.

Como si alguien preguntara hoy con idéntico estupor: ¿Cuándo llegan los votos de La Matanza? A veces las preguntas que pueden formularse lo dicen todo.

No fue porque sí que la caja PAN estaba a punto de consagrarse… de la mano de Alfonsín. Los módicos cimientos del orden democrático: leche en polvo, fideos, arroz, porotos, harina, carne enlatada, aceite.

Gustavo Béliz documenta meticulosamente la caída del empleo industrial, el cierre de un 12% de establecimientos, la desconcentración de trabajadores por lugar de trabajo, la relocalización geográfica de industrias. La dictadura en números.

Y el aluvión de los cuenta propia. Casi medio millón: 491 000 nuevos cuentapropistas. Agrega Béliz: “Una cifra prácticamente idéntica al número de provincianos que entre 1936 y 1943 había llegado al Gran Buenos Aires para incorporarse al proceso productivo peronista (…) Se trató de obreros que sufrieron una condición disfrazada y precaria de contratación, sin cobertura social, sin contrato laboral, sin seguridad para su grupo familiar”. De ese medio millón, alrededor del 40% pertenecía a la actividad de construcción.

La historia del obrero industrial convertido en pobre. Cada diciembre, desde el 2001, se teme menos el hambre que la amenaza de desgobierno que provoca. La democracia llega “raspando”. Este 17 de octubre carga con su peronismo fracturado y la misma pregunta: ¿qué puede ocurrir durante el diciembre pandémico?

“Saúl no va a joder a nadie”

Había nacido un 29 de diciembre de 1938, en Mataderos. Se llamaba Saúl Edolver. Cuenta Béliz que el segundo nombre se lo debe a un personaje de radioteatro de la época. Su madre era costurera y su padre trabajaba 15-16 horas diarias como mozo en un restaurante. El único día franco era el jueves. Lo aprovechaba para ir con su único hijo a ver los partidos de Huracán.

En quinto grado fue elegido mejor alumno. Le entregaron una medalla en el Teatro Colón. El premio era un viaje a Mar del Plata. Viajó con su mamá: “Todavía hoy recuerda el número de la habitación donde se alojaron en el hotel Nogaró: la 301. Y rememora no sin timidez: ‘Los primeros días, con mi madre, caminábamos asustados en medio de semejante hotel’. Aquel viaje inolvidable contribuiría a forjar su identidad peronista: lo hizo gracias a la Fundación Evita”.

Me gustó enterarme de que Ubaldini era un milonguero empedernido, bailaba tango y jazz en clubes como Nueva Chicago, Social Rivadavia, Sportivo Buenos Aires y el Premier.

“Confesaría convencido en momentos de intimidad: hay dos cosas que se deben conocer en la vida para saber lo pequeño que somos, lo hermanados que tenemos que estar: el hospital y la cárcel. En el hospital me ha sacado la chata gente que no conocía, y yo también. En la cárcel gente que no sabía quién era me tiró un pucho para seguir adelante”.

A los 23 años comienza su carrera gremial. Rito de iniciación de una generación: la gran toma del Frigorífico Lisandro de la Torre. Del Pacto Roca-Runciman a la nacionalización con Perón. En 1959 el “desarrollismo” quiso privatizarlo. El frigorífico tenía 9000 trabajadores. El flaco era delegado ahí y emocionó con su intervención en la asamblea.

Solía repetir una frase de Juan XXIII, a quien admiraba mucho: “Para dar no se necesita ser rico, sino ser bueno”. La misma figura sobre la que Perón había dicho: “Estamos ante un Papa revolucionario”.

Sin embargo, en el anecdotario del vínculo entre Gremialismo y Vaticano también figura la “ruptura del libreto” acordado en ocasión de la visita de Juan Pablo II a la Argentina. Saúl traspasó los tiempos asignados y modificó líneas completas enfatizando justicia social en detrimento de “reconciliación social”, y remató con la consigna Paz, Pan y Trabajo.

Saúl jodía en general. Tanto que la gran moraleja de los grandotes de la CGT fue “Nunca Más gobernará la CGT un gremio chico”. Peronista, integrante de la raza de sindicalistas con campera de cuero en tiempos en que la preferencia política por el lado radical y cafierista era un sindicalismo de saco y corbata (de clases medias) o un sindicalismo ilustrado. Vivió en la más absoluta austeridad. Fue un dirigente que encarnó desde aquella condición una conducción con principios organizativos ortodoxos. Ubaldini no fue “un basista” ni avalaba el encumbramiento de “los combativos”. No se plegó a motes puristas. Sin embargo, asumió que su tiempo era de confrontación y movilización callejera. Se destacó por una concepción federal que se puso de manifiesto en los plenarios históricos de Paraná y Corrientes. En el libro se transcribe la apreciación de Jorge Triaca sobre estos plenarios: “Eso es una muestra –dijo– de un gremialismo horizontalizado que es lo que quieren los enemigos del movimiento obrero. El gremialismo, por el contrario, debe manejarse con entidades centrales”.

Béliz transcribe un consejo de los equipos de campaña de Cafiero: “Puede ser que apelen a Ubaldini, figura muy representativa para expresar las demandas de los trabajadores pero muy frágil a la hora de una elección. Su imagen reclamante está totalmente alejada de la propuesta y mucho más de la confiabilidad para gobernar, que el peronismo necesita como el agua”. Es otra anécdota que grafica el cisma entre peronismo y trabajadores. Remata el informe sobre el mismo personaje: su doctrina de clara inspiración cristiana (léase católica), “tema que espanta a vastos sectores de la clase media, más preocupados por su cuerpo que por lo sagrado”.

El mote de piantavotos para referir a sindicalistas se convertiría en un cliché de la época incluso en filas propias. Para Béliz, las elecciones de 6 de septiembre de 1987 marcarían el triunfo del sector político del peronismo que se manejaba con independencia de criterio frente al sector gremial. Parafraseando a Perón, los peronistas podían afirmar: “En 1983, con el apoyo de todo el sindicalismo, perdimos; en 1987, sin el apoyo, ganamos”.

El trauma de la boina blanca

Béliz reconstruye el trauma originario del radicalismo, al que llama “síndrome Illia”. 1964 es el año maldito del país radical. Los sindicatos ocuparon en un mes alrededor de “11 000 fábricas, involucrando 4 millones de obreros”. La acción es vandorista, una demostración de fuerzas de contundencia extraordinaria. Los establecimientos industriales pertenecientes a empresas que ocupan los primeros lugares en el ranking y con mayor concentración de trabajadores y de ventas son el escenario privilegiado de las tomas.

El secretario general de la presidencia de Alfonsín se llama Germán López y es el ideólogo de la arremetida inicial contra el sindicalismo peronista. Entre 1963 y 1966 se había desempeñado como subsecretario de Trabajo de Arturo Illia y antes como director general de Trabajo de la Revolución Libertadora.

El Dr. López estaba convencido de la oportunidad de crear un sindicalismo radical; creía que el voto sindical replicaría el voto civil: “Las bases peronistas siguen siendo indoblegables en los gremios industriales pero en los de saco y corbata Alfonsín está arrasando”.

Antonio Mucci, entonces ministro de Trabajo, intentaría materializar esta idea. Lo que sigue es conocido. La Ley de Reordenamiento Sindical es presentada en el Parlamento: aprobada en Diputados, rechazada en el Senado. Entre otras intromisiones en la vida sindical, pretendía imponer minorías en los órganos ejecutivos. Pero la avanzada tenía contempladas otras acciones, también impedidas, como la de suprimir la administración sindical de las obras sociales, que entonces brindaban cobertura a 20 millones de personas con un presupuesto de alrededor de 2500 millones de dólares.

Béliz transcribe numerosas declaraciones de López y Mucci sobre el sindicalismo, que vale la pena revisar a fondo. Una muestra de la descalificación, en palabras de Mucci: “Este régimen oprobioso tergiversó toda la vida nacional. A los Ubaldini, a los Miguel, a todos esos patoteros los vamos a sacar les guste o no. Hay que terminar con esa banda que nunca trabajó y que siempre le escapó a las elecciones democráticas”. Tras un gigantesco proceso electoral en unas 700 organizaciones, que contó con mucha participación, “el peronismo se quedó con la secretaría general de todos los grandes sindicatos y uniones. Su dirigencia logró la legitimidad de la que carecía desde muchos años atrás”.

CGT modelo 86

¿Cuántos afiliados tiene cada uno de los sindicatos confederados? ¿Cuáles son los sindicatos que integran Azopardo? A ciegas. El misterio de la correlación de fuerzas interna lleva varias décadas.

Pero en septiembre de 1986 hubo una foto nítida: encabezaba, desplazando a la histórica UOM, la Confederación General de Empleados de Comercio.

En uno de los anexos del libro surge una data fundamental: un listado de organizaciones sindicales confederadas con la cantidad de afiliados, número de delegados que integran el Congreso y el Comité Central Confederal. Cuatro columnas y 210 filas que permiten comprender la configuración sindical de la posdictadura.

Con más de 100 000 afiliados las siguientes:

  1. Confederación General de Empleados de Comercio: 408 000
  2. Unión Obrera Metalúrgica: 267 000
  3. Confederación de Obreros y Empleados Municipales: 250 000
  4. Confederación de Trabajadores de la Educación: 188 854
  5. Unión de Obreros de la Construcción: 186 614
  6. Federación de Asociaciones de Trabajadores de Sanidad: 170 900
  7. Asociación Bancarios: 156 070
  8. Federación Trabajadores de Industria de la Alimentación: 148 703
  9. Unión Ferroviaria: 143 304
  10. Unión del Personal Civil de la Nación: 133 188

La vida interna de la confederación se organiza en base a tres instancias: el Congreso Nacional, el Comité Central Confederal y la Comisión Directiva y Secretariado.

El Congreso Nacional es el órgano máximo y tiene la potestad de elegir las autoridades: el Consejo Directivo y el Secretariado. En 1986 lo integraron 1442 congresales. El 47% correspondía a los diez sindicatos más grandes que enumeramos más arriba (con 638 delegados). El 10% del total al gremio de trabajadores de comercio que entonces, y desde entonces, conduce Armando Cavalieri.

Si el Congreso tiende a reproducir los pesos específicos de cada organización de acuerdo a la cantidad de cotizantes, el Comité Central Confederal estrecha las diferencias entre gremios chicos y grandes, aunque sus prerrogativas tienen menos envergadura.

En cuanto al Consejo Directivo,en 1986 fue ratificado Saúl Ubaldini como único secretario general. Los 21 integrantes elegidos son varones. Tenían en promedio 45 años. El integrante más joven era Víctor De Gennaro, con 37, entonces secretario general de ATE.

En su libro, Béliz señala un detalle más, muy importante para comprender el cuadro sindical completo de la posdicatdura: la inorganicidad gremial y el caos organizativo fueron parte de la estrategia de los distintos gobiernos de facto para quebrar el poder sindical. Por ejemplo, el Decreto 2739 de febrero de 1956 “derogó las disposiciones que permitían la agremiación conjunta del personal técnico, de supervisión y vigilancia, con el personal obrero”. Desde entonces proliferaron los sindicatos de técnicos y profesionales en el sector público y privado. Más tarde, en tiempos de la Revolución Argentina, se otorgó, entre 1967 y 1972, “un número récord de personerías gremiales: nada menos que 153”. A las pruebas se remite citando un artículo periodístico del propio Roberto Alemann sobre la última dictadura, quien reconoce el método: “Atomización de los sindicatos por triplicación de su número, como consecuencia de una legislación que favorecía la formación de sindicatos chicos”.

¿Qué ocurre hoy en Azopardo? Algunas de las modificaciones de aquella decena de sindicatos “gordos” son evidentes, como la de CTERA, gremio que hoy no integra la CGT, o ATE, que figuraba en el puesto 11, inmediatamente después de UPCN.

Además de los sindicatos que se fueron de la CGT, también conocemos la tendencia general a la fragmentación que involucra entre otros a los municipales, entonces en el tercer lugar. Por supuesto que el proceso de privatizaciones que encaró el gobierno de Carlos Menem produjo cambios notables, pensemos por ejemplo en Luz y Fuerza. Finalmente, otro rasgo significativo para evaluar la configuración sindical es la tendencia, que afecta en especial a algunas actividades, a reemplazar trabajadores por tecnología, como pasa con los bancarios. Poderes menguados en términos generales y, además, cambios de posición.

Tratemos de imaginar ahora el grado de superposición entre la CGT y el conjunto de los trabajadores. Como si fueran diagramas de Venn, pensemos la extensión de la zona común, la intersección: no tendríamos más remedio que constatar el achicamiento, la menor eficacia de su capacidad representativa. La economía popular –el movimiento obrero originado en la conversión de obreros a pobres– es una medida concreta y palpable del extenso mundo que quedó a la intemperie. Se estima que son entre 4 y 5 millones los trabajadores con ocupación principal o complementaria sin patrón, de ingresos muy bajos. Por su parte, la creación de la UTEP, el sindicato de esa economía, confirma la obstinación argentina por reconstruir dignidad desde la condición de trabajadores. Si la UTEP obtuviera un reconocimiento estatal equivalente a la realidad que representa se convertiría en el sindicato más numeroso de la CGT. ¿Qué ocurriría si además regresaran los que se fueron? Pongamos colores a los asientos de los delegados enviados al Congreso de la confederación –tal como se hace con las bancas para reflejar el resultado de una votación legislativa–. Entonces veríamos cómo predominan las maestras, las trabajadoras del cuidado, las promotoras ambientales y recicladoras de residuos junto a trabajadores de comercio y bancos, trabajadores de industria, sanidad, construcción, transporte, camioneros, municipales y ferroviarios, entre tantos más. Un Congreso sindical constituido por la muchedumbre trabajadora organizada del país real.

Armando Oriente Cavalieri

Es el mandamás de comercio. Gustavo Béliz apunta varios detalles poco conocidos de su vida. En el libro se mencionan las prisiones de muchos dirigentes sindicales durante la última dictadura, como la de Lorenzo Miguel en el Buque 33 Orientales y después en el Penal Militar de Magdalena.

Protesta, represión, cárcel, una secuencia adherida a la trayectoria de militantes, delegados y dirigentes sindicales.

Sobre Cavalieri, dice Béliz: “Porteño, de 48 años. Alguna vez asesor de Casildo Herreras y del General Roberto Eduardo Viola. Su pasado era cuanto menos confuso: conocía de cárcel y procesos judiciales. Siendo vocal primero de la Federación de Empleados de Comercio, el vespertino La Razón lo había lanzado a una indeseable como repentina popularidad. El 6 de septiembre de 1971 lo mencionaba en una nota titulada: ‘Nuevas prisiones se ordenaron en el proceso por la fabulosa estafa contra la Caja de Industria y un gremio’, donde se comprobaron coimas de hasta 50 millones de pesos. Aquella noticia daba cuenta de la prisión preventiva en su contra por defraudación y estafas reiteradas a la administración pública”. No iba a ser esa la última oportunidad en que tuviera que afrontar problemas con los jueces: “En mayo de 1986 sería denunciado por falsificación de avales. Ya vivía para entonces su alianza con el nosiglismo capitalino”. Esa alianza le permitiría varias cosas, pero en especial verse repuesto en la conducción: “El 2 de septiembre de 1987, la Corte Suprema de Justicia anuló (con los votos de Belluscio, Fayt y Bacqué) el Congreso de la Confederación de Empleados de Comercio, que en diciembre de 1985 había desalojado a Cavalieri de la conducción”.

Miremos sus pertenencias político-gremiales: integró la primera mesa de la Comisión de Gestión y Trabajo (CNT) creada en abril de 1978 y conocida por su “contundente inclinación al diálogo… pronto sus integrantes serían habituales huéspedes de las oficinas oficialistas, compartirían el sabor del café con los funcionarios castrenses y hasta estrecharían una amistad personal con varios de ellos. El punto de inflexión en esta divisoria de compromisos se dio en ocasión de disponerse la primera huelga general, en abril de 1979. Ese hecho marcó conductas y escribió con tinta imborrable la postura asumida por unos y otros”.

Integró “Los 15” y, dentro de este grupo, el ala que estrechó contacto con los llamados “Capitanes de la Industria” (Pérez Companc, Bridas, Macri, Alpargatas, Bunge y Born, Techint, Aluar, Celulosa Jujuy, entre otros). Béliz incluye en este subgrupo (además de Cavalieri) a Jorge Triaca, Oscar Lescano y Carlos Alderete. Este último, recordemos, fue ministro de Trabajo de Alfonsín por 168 días: la fugaz aventura radical-sindical que tuvo lugar entre el 31 de marzo y el 15 de septiembre de 1987.

Desde la Revista Unidos, Mario Wainfeld recorta un rasgo que será determinante del sindicalismo que vendrá: intereses sectoriales matan movimiento obrero, las partes contra el todo. Dice Wainfeld:

“No más ascenso compartido. El ‘sálvese quien pueda’ llega al sindicalismo. Algunos todavía pueden mojar… de los otros se ocupará Ubaldini. La división entre Ubaldini y Los 15 de la que Alfonsín saca ventaja no es invento suyo. La inventan Los 15 y antes Martínez de Hoz. Son mucho más corporativos que Ubaldini, representan siempre su interés propio y casi siempre el de los afiliados a sus gremios. No piensan en ‘la clase trabajadora’ o el ‘movimiento obrero’. Obran en función de intereses supersectoriales y no de abstracciones… La propuesta de Los 15 establece un nuevo corte: no es el viejo antagonismo entre participacionistas y combativos, inaplicable en un momento de legalidad y bastante limpieza sindical. Tampoco es una división proveniente de la dictadura (conviven Triaca y Cavalieri con Rodríguez y Guillán, que no fueron precisamente blandos). El corte básico separa a los que pueden participar del reparto y a los que quedan afuera. Los telefónicos, los plásticos, el SMATA, pueden desarrollarse en la Argentina dual y constituir una aristocracia obrera”.

El broche precursor: a dos semanas de la elección de 1987 Cavalieri criticaría frente a Bernardo Neustadt y Mariano Grondona “la actitud confusa de Antonio Cafiero, y como contrapartida elogiaría la política coherente llevada adelante por el ingeniero Alsogaray”.

El pueblo concreto

En la contratapa se ve una foto del entonces periodista, hoy pieza clave del gobierno de Alberto Fernández, con su máquina de escribir. Los noventa no habían llegado todavía, pero ya los anticipaba la afirmación de Cavalieri.

En estos días el 17 de octubre coincide con el cronograma de estudios de mi hijo mayor. Revolvemos la biblioteca para elegir El 17 de octubre, uno de los cien números de la colección del Centro Editor de América Latina (CEAL): “La historia popular. Vida y milagros de nuestro pueblo”.

Leemos en voz alta el relato vívido, teatral, de Hugo Gambini. Son poco más de 100 páginas de los días más cargados de adrenalina del siglo XX argentino. Mientras estamos casi parodiando a Mercante, Cipriano Reyes, Eduardo Colom y también a Vernengo Lima y al General Ávalos (entre otros), ya sé que estas lecturas serán un gran recuerdo nuestro.

En algunos pasajes llegamos a reírnos mucho por la solemnidad absurda de algunos personajes y, en el otro extremo, por la picardía y audacia de miles de buscas que pasaron a la historia pese al sinfín de impedimentos.

En pocos meses Perón había incluido dos millones de personas al régimen jubilatorio, creado los Tribunales de Trabajo y el Estatuto del Peón de Campo. Forzado a renunciar por la reacción, le pide a Farrell autorización para despedirse. El 10 de octubre, en una intervención magistral, intercala en las frases del adiós: “Dejo firmado un aumento de sueldos y salarios que implanta, además, el salario móvil, vital y básico”. Dice Gambini, con lógica, que la despedida se transformó en una convocatoria: el decreto jamás se pondría en práctica si Perón se alejaba del gobierno. Para reafirmar la idea, en su quinta edición el diario peronista La Época sacaba el decreto completo por el cual, decía, “le han pedido la renuncia a Perón”.

El libro sindical de Béliz tiene una anécdota sobre el 17 de octubre: “Esperá que me saco el traje –dijo un muchacho de 18 años, que seis meses antes había comenzado a trabajar en la fábrica. No hay tiempo, venite como estás, le contestaron a los apurones desde la columna que ya estaba partiendo rumbo a la Casa Rosada. El muchacho se miró el traje marrón flamante, recién comprado. Dudó un momento pero antes de que lo pensara dos veces era uno más gritando: ‘Los que sean de Perón, que se arrimen al montón’. Con el cuello apretado, con una elegancia no apropiada para la ocasión, con su único traje puesto encima, Lorenzo Miguel no lo sabía pero era cierto: acababa de tomar la decisión más importante de su vida”.

De todas formas, la movilización del 17 no fue tan masiva como nos gusta decir. Y el antiperonismo fue mucho más amplio que la caricatura que solemos hacer y tuvo también hitos de movilización callejera como, por ejemplo, la Marcha de la Constitucióny la Libertad del 19 de septiembre. Aunque es evidente que nadie en este país conmemora esta última fecha.

Hoy, y seguramente siempre, la mejor conmemoración del 17 de octubre es la que reconoce al pueblo concreto. Sólo que hoy, cuando pocos tienen resto para esperar, ese reconocimiento vale más que nunca.

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