EL FEMINISMO ESTÁ IMPARABLE: ¿LA HORA DE LOS SINDICATOS?

Por: Tania Rodríguez

La politóloga Tania Rodríguez advierte en este ensayo que las movilizaciones feministas empujan transformaciones adentro de los sindicatos. Pero el punto de partida es el infierno: cuando hay mujeres en las comisiones directivas, los estereotipos de género definen cuáles ocupan. Hay tareas para los referentes gremiales y “tareas para las compañeras”. Autora: Tania Rodriguez* Foto: Paula Abal Medina

La reunión de comisión directiva de una federación sindical transcurrió en mayo de este año. En la mesa oval se sentaron quince personas, tres de ellas mujeres. Enfática, una de las dirigentes reclamó que no había que esperar al final de la reunión para pronunciarse por #NiUnaMenos y que el secretariado debía levantar esa bandera como símbolo de la jornada que continuaba con un plenario abierto a lxs afiliadxs. Mientras la distracción de los celulares se llevaba la atención de la mesa, una de las autoridades se interpuso restringiendo la moción: “Acá estamos todos de acuerdo, compañera” y dio por superado el tema al agregar: “Está en el orden del día, antes hay diez compañeros anotados para hablar”.

En el lapso de tiempo que va del Paro Nacional de Mujeres de octubre de 2016 al 8 de marzo de 2018, las secretarías de género, comisiones, asambleas, pañuelazos de trabajadoras, sindicalistas y sindicalizadas se multiplicaron y congregaron demandas del campo gremial y experiencias de luchas por la igualdad de género como estrategia de visibilización interior y de ejercicio de poder. En las movilizaciones se escucharon relatos de mujeres gremialistas que comparten el recorrido con frases como: “Tenía que llegar nuestro momento”, “es difícil adentro de la organización pero es un tiempo histórico”.

Invertir la carga de la prueba

En Argentina hay 10 millones de trabajadorxs registradxs según datos del Ministerio de Trabajo, de los cuales 4 millones están afiliadxs a un sindicato. Dentro del universo de trabajadorxs sindicalizadxs, 1.240.000 son mujeres. En este contexto, solamente Susana Rueda, dirigente gremial de Sanidad, alcanzó en 2004-2005 la secretaría general de la CGTRA en el marco de un triunvirato de conducción.  Más allá de ella, ninguna otra compañera llegó a conducir una central sindical y menos del 5% llega a conducir un sindicato.

La participación de las mujeres en los sindicatos argentinos puede rastrearse desde comienzos del siglo XX y sin embargo, un siglo después, las estructuras organizacionales de los gremios mantienen una rotunda conducción masculina. Pese a que la Ley de cupo sindical en Argentina (N° 25.674), sancionada en 2002, establece un 30% de los puestos en las listas de autoridades, sólo el 18% de las secretarías están ocupadas por mujeres. Tampoco se garantiza el cupo en las actividades ‘feminizadas’ donde las trabajadoras son mayoría, como en salud y educación.

Si hilamos más fino, a partir de las cifras de la Subsecretaría de Políticas, Estadísticas y Estudios Laborales, del Ministerio de Trabajo de 2017 constatamos que el 74% de las secretarías sindicales ocupadas por mujeres están vinculadas con problemáticas asociadas a “lo femenino”: género, mujer y familia, acción social, discapacidad[1]. Por eso las divisiones de tareas que se establecen al interior de los sindicatos suelen reforzar estereotipos de género en las identidades individuales: hay secretarías y hay “secretarías para las mujeres”, tareas para los referentes sindicales y tareas “para las compañeras”.

En Argentina hay 10 millones de trabajadorxs registradxs según datos del Ministerio de Trabajo, de los cuales 4 millones están afiliadxs a un sindicato. Dentro de ese universo, 1.240.000 son mujeres. Ninguna llegó jamás a conducir una central sindical y menos del 5% llega a conducir un sindicato.

En este sentido, cuando la representación en los espacios sindicales es como resultado de políticas afirmativas o cupos, quienes llegan a integrar las listas y cargos se enfrentan al deber de tener que reconfirmar su posición a través de acciones que las legitimen, exigencia que no se manifiesta para con los liderazgos masculinos y que cristaliza en una carga extra: “Tener que demostrar que podemos”.

La invisibilización de las mujeres en el mundo del trabajo productivo, a partir de la división sexual del trabajo, se materializaó en leyes e imaginarios culturales masculinos que no se vieron alterados con la incorporación masiva de trabajadoras al mercado laboral asalariado.

Aún cuando se trata de un colectivo laboral con fuerte presencia de trabajo femenino, la participación de mujeres en espacios de toma de decisiones genera resistencias frente a las cuales las compañeras deben tener determinación. La virtud de saber ocupar lugares es una práctica que se adquiere con la confrontación, la retórica, la negociación, en general, atributos que se asignan a los varones.

La falta de reconocimiento de las mujeres en el espacio público y, por tanto, en las esferas de poder, se traduce también en dificultades para poder investirlas y que éstas puedan hacerlo con otras -“hacer piecito a otras”- para que el propio poder pueda reproducirse. Se necesita la legitimación masculina.

Con regularidad se escuchan en la voz de mujeres que intervienen en una reunión política mixta, preámbulos como: “Voy a ser breve”, “lo mío es muy cortito”, “quería agregar una cosita”. Ser concreta, sucinta y concisa es una estrategia de supervivencia en ámbitos que suelen ser estrechos y expulsivos para quienes no encarnan el sujeto universal hegemónico a la hora de explayar discursos.

Nadie nace dirigente, se llega a serlo. Se aprende en recorridos diversos, con práctica sostenida en el tiempo para lo que se requiere dedicación. Las dificultades con que algunas mujeres interpretan su voz en reuniones políticas revelan estos síntomas y ponen de manifiesto sociabilidades sexistas y machistas que alejan a las trabajadoras del sindicato que suele ser visto como un “espacio de rosca” donde “no te dejan meter bocado” y en general “son todos jefes”.

La presencia de mujeres en las estructuras sindicales desafía la valoración construida en torno a qué se consideran atributos políticos con características aceptadas y visibiliza un sistema de relaciones de alianza entre varones que se adecúan a relaciones de jerarquías hacia un otro, en este caso, hacia las mujeres. Las jerarquías no representan necesariamente lógicas de organización del sindicato sino que se traducen en modos cotidianos de habitar los espacios y reflejan disponibilidades para ocuparlos.

Tanto delegadas de base como directivas comparten un punto de vista: “Las limitaciones del hogar nos impiden estar en todas las reuniones”. Las responsabilidades de cuidados definen en gran medida las trayectorias y carreras laborales y sindicales.De ahí que muchas sindicalistas inicien su recorrido en los márgenes del campo sindical y logren avanzar en la medida en que se abren intersticios que vuelven permeables, tanto el sindicato como sus propias vidas, a la agenda de las mujeres.

Las divisiones de tareas que se establecen al interior de los sindicatos, con frecuencia refuerzan estereotipos de género en las identidades individuales: hay secretarías y hay secretarías para las mujeres, tareas para los referentes sindicales y tareas para las compañeras.

De casa al trabajo, del trabajo a las calles

Si hablamos de feminización del ajuste a partir de que el impacto de políticas de recesión, flexibilización laboral y despidos afecta en mayor medida a las mujeres, podemos decir también que hay una feminización de la resistencia al neoliberalismo. En lo que va del año, las protestas más masivas fueron las convocadas por el sindicalismo y por el movimiento de mujeres: 500.000 mujeres, lesbianas, travestis y trans en las calles el 8 de marzo, 500.000 el 4 de junio por Ni Una Menos, 1.000.000 de personas el pasado 13 de junio en apoyo a la legalización del aborto. A este calendario, debemos agregar las protestas de las organizaciones sociales que nuclean a trabajadorxs de la economía popular.

La presencia de las organizaciones sindicales en todas las movilizaciones mencionadas ha avivado las tensiones entre viejas y nuevas lógicas de participación sindical, en particular por las demandas de las bases y del movimiento de mujeres. Por un lado, el carácter diverso y heterogéneo de estas protestas y del propio movimiento obrero en la Argentina actual, desafía al modelo tradicional de organización y dirigencia sindical y dificulta una síntesis de liderazgos que encarne los reclamos. Por el otro, el protagonismo político del movimiento de mujeres, lesbianas, travestis y trans constituye un acto transgresor para los sindicatos.

Trabajadoras de la industria, de servicios, estatales, cooperativistas, trabajadoras domésticas, rurales, de la economía popular constituyen un heterogéneo universo de identidades y experiencias organizativas que articulan acciones de resistencia y reclaman el derecho a la aparición.

¿Llegará la marea feminista hasta los sindicatos para empujar un proceso profundo de democratización?

*Politóloga (UBA), Mg. en Sociología Económica (IDAES/UNSAM), doctoranda en Ciencias Sociales. Investigadora en temas de género y sindicalismo.

MÁS
NOTAS

TU OPINIÓN CUENTA

Nos gustaría que nos cuentes sobre tu experiencia en el sitio y sobre todo, acerca de nuestros contenidos.




    Suscripción