LAS TRES FUENTES DE AMMAR

Por: María de las Nieves Puglia*

  Georgina Orellano, la secretaria general de la Asociación de Mujeres Meretrices de Argentina (AMMAR), primero fue peronista, después sindicalista y por último feminista. Hoy está convencida de que la lucha es en los tres planos. Su apuesta es que el feminismo avasallante de los últimos tiempos llegue también a tonalizar el sindicalismo. Por María de las Nieves Puglia*. Fotografía: Mayra Llopis Montaña

Georgina hace carne un síntoma de época, el feminismo que se cuela en el sindicalismo. Expresa la relación entre el anclaje en lógicas sindicalistas y un feminismo que cala en los huesos de las orgánicas tradicionales.

Hoy renueva su candidatura para la primera vocalía titular en la mesa nacional de la Central de Trabajadores de la Argentina (CTA) que conduce Hugo Yasky. Sus 30 años recorren desde una infancia peronista y su iniciación en la prostitución hasta la conducción de un sindicato, el desempeño de un cargo en la estructura de la central sindical y una voz ineludible dentro de un feminismo renovado y joven que les abrió las puertas a las trabajadoras sexuales.

Los padres de Georgina decidieron casarse un 17 de octubre. Fieles a la lealtad peronista, su padre fue militante en los años 80. En su casa siempre se habló de política, se miraban los noticieros, se leían los diarios. Se hablaba de Perón y de Evita. Su madre, empleada de casas particulares, y él, operario de una fábrica, relataron una y mil veces cómo conocieron en su infancia las zapatillas gracias a Eva.

Cuando Georgina se enteró de que estaba trabajando para una prostituta, fue a un cyber y buscó todo lo relacionado al tema. En internet solo encontró contenido académico aburrido y prejuicios.

El mandato familiar era ser peronista y trabajar en el polo industrial de Pilar. Georgina decidió quedarse con el peronismo pero no con la tradición laboral de la familia. Le incomodaba que la contratación estuviera terciarizada por una agencia de recursos humanos que se quedaba con un porcentaje de su trabajo, hasta que la efectivizaran. “Me parecía que no iba a poder adecuarme”, asegura.Por eso decide empezar en 2006 el CBC en Psicología y en paralelo trabajar como niñera para los 4 hijos de una mujer que le pagaba por semana, lo que le permitía tener autonomía económica. Un año después descubriría que esa mujer ejercía la prostitución. “Y ella fue la que te hizo volverte puta”, dice ahora Santino, el hijo de 10 años de Georgina para quien AMMAR y la CTA son sus espacios de socialización y que participa de nuestra conversación con la seguridad de un niño que sabe quién es su madre y que es maternado para reflexionar acerca de la sexualidad y de la política.

Cuando Georgina se enteró de que estaba trabajando para una prostituta, fue a un cyber y buscó todo lo relacionado al tema. En internet solo encontró contenido académico aburrido y prejuicios. Nada de lo que leía y pensaba se condecía con lo que ella veía todos los días: una mujer madre y trabajadora, una jefa de hogar que no se perdía un solo acto escolar. Por eso la admiraba. Podía sostener una casa con 4 hijos, una niñera, vestirse bien y participar activamente de la vida de sus hijos.

Ahí empezaron las conversaciones más lindas que tuvo en su vida. Aprendió mucho sobre economía del hogar, sexualidad, clientes, exclusividad sexual. Su empleadora le decía que la única diferencia entre ellas es que una cobraba y la otra no por las relaciones sexuales casuales que mantenían.

Llevó un año de conversaciones y deconstrucción de los prejuicios hasta que se le presentó una oportunidad que tuvo que pensar mucho. Había un cliente interesado en contratar una acompañante. Dio mil vueltas hasta que aceptó. Tenía 19 años y sin querer allí empezó un camino que, según Santino, “hizo que naciera la secretaria general de todas las putas”.

Quiso seguir trabajando y entró como “prima” de su confidente en el barrio de Villa del Parque. Ahí pudo conseguir su esquina y empezó a aprender los códigos de la calle. Por accidente terminó rompiendo uno de esos códigos y salió con un cliente que las compañeras desaprobaban por problemático. No solo resultó un conflicto personal para ella, sino que además, al haber sido vedado como cliente por parte de todas las trabajadoras sexuales de la zona, él se encargó de organizar una junta vecinal para desplazarlas a todas del barrio.

De repente eran las culpables de todos los problemas del barrio: inseguridad, drogas, vergüenzas. Lidiando con este problema conoció a AMMAR. Frente a la amenaza de los puestos de trabajo de todas las compañeras, organizaron un escrache en el barrio pegando carteles identificando a esa persona con nombre y apellido y nombrándolo como histórico cliente. El barrio se horrorizó. La persona que presidía el espacio de organización de los y las vecinas era responsable. Cuando la vergüenza ya no puede depositarse en la figura histórica del mal de la sociedad, las putas, cuando ya no está afuera sino bien adentro, la cosa cambia. Algunas vecinas fueron a pedirles disculpas personalmente a las putas.

La organización salvó sus puestos de trabajo y dio vuelta la ecuación de la vergüenza en el barrio. Pero aun así la afiliación no era una opción para Georgina y sus compañeras. Sus familias no sabían de su oficio y circulaba el fantasma de que quienes se afiliaban quedaban registradas en algún sistema que podía saltar al hacer una compra como si fuera un Veraz de la sexualidad.

Pero entre la resistencia a afiliarse y más tarde pasar a ocupar un lugar protagónico en la asociación, hubo un punto de inflexión: el Encuentro Nacional de Mujeres (ENM) de 2010 en Paraná. Asistió junto a sus compañeras de la zona de trabajo a contar su experiencia. En aquella época las trabajadoras sexuales no tenían su propia mesa multitudinaria como en años recientes, sino que participaban del taller Mujeres y Organizaciones Sindicales.

Cuando tomaron la palabra en el taller enseguida se produjo un murmullo y la interrupción no tardó en llegar. Georgina estaba convencida de que existía una comunidad de intereses que afloraba de forma espontánea por compartir su doble condición de mujeres y sindicalistas, pero no era el caso. Lo que ignoraban es que en 2010 la agenda política y feminista argentina estaba atravesada por una profunda asociación de la prostitución a la trata de personas con fines de explotación sexual. Desde 2009 nuestro país tenía una legislación para combatir la trata de personas que se actualizaría en 2012.

En medio de esa discusión aparecieron las trabajadoras sexuales a dar un debate en un ambiente hostil. Allí escucharon por primera vez las palabras abolicionismo y patriarcado. Les decían que ellas no podían ser trabajadoras, que eran víctimas de un sistema que las prostituía y que su discurso estaba aleccionado por la CTA. Un espacio histórico de mujeres expulsaba a estas mujeres y negaba su subjetividad política. Decidieron no volver por un tiempo.Ese fue el momento en el que decidió volver a casa y salir a hacer territorio y a militar las escuelas, las universidades, las organizaciones sociales, los sindicatos. Ahí descubrió que AMMAR estaba en otras provincias y que la situación de las trabajadoras en el interior era mucho peor que en Buenos Aires. Vivían aisladas de esos contextos y las discusiones feministas también se sentían enfrascadas mientras la sociedad machista seguía vivita y coleando.

Les decían que ellas no podían ser trabajadoras, que eran víctimas de un sistema que las prostituía. Un espacio histórico de mujeres expulsaba a estas mujeres y negaba su subjetividad política.

Hoy tienen el taller más grande de todo el Encuentro Nacional de Mujeres y hacen explotar las aulas que les adjudican cada año. ¿Qué cambió? Se produjeron dos profundas transformaciones en el feminismo que abrieron las puertas a las trabajadoras sexuales. La primera, la renovación que llevaron adelante las pibas que no son herederas de ciertas posiciones históricas del feminismo argentino. Las pibas no se quedan con lo que escuchan, ni siquiera del mismo feminismo que hoy acuerpan. Georgina está segura de que tienen otra mirada respecto de la sexualidad y otra apertura a escuchar y compartir y no cerrarse en posturas ideológicas, históricas y teóricas heredadas de cierto sector del feminismo. La teoría se agota frente a la insurgencia de sujetos políticos acallados a los que las jóvenes están dispuestas a escuchar.

Pero también se produjo una ruptura en el movimiento feminista respecto de la categorización de la mujer víctima. Allí confluyen con el repudio histórico que las trabajadoras sexuales han hecho de esa identidad que ha anulado su capacidad de decisión, sus experiencias y sus historias de vida. La nueva agenda del feminismo que conecta los problemas de la violencia de género, el femicidio, el acoso callejero y el aborto con un rechazo de la victimización se conjuga con una vieja lucha de las trabajadoras sexuales por desterrar la noción de víctima. El rol del Estado se desplazaría de salvador y rescatista a garante de las decisiones que las mujeres tomen sobre sus propios cuerpos y sobre sus propias vidas. Existe un desplazamiento de un feminismo que cuenta muertas a un feminismo que empodera a mujeres, travestis, lesbianas y trans.

La nueva agenda del feminismo que conecta los problemas de la violencia de género, el femicidio, el acoso callejero y el aborto con un rechazo de la victimización se conjuga con una vieja lucha de las trabajadoras sexuales por desterrar la noción de víctima.

Esa misma irrupción se produce en el sindicalismo. Georgina encarna eso. Primero fue sindicalista y luego tuvo que aprender a ser feminista, pero las trabajadoras que se unieron a AMMAR en los últimos años tienen una trayectoria invertida, son feministas que aprenden lentamente a pensarse en una lógica sindical. Ese encuentro de lógicas distintas es lo que está enriqueciendo las centrales obreras, según Georgina. La CTA les dijo compañeras desde el principio y eso hizo que las putas sean parte de algo, pero ahora viene un desafío ulterior.

La participación sindical cuesta porque está pensada como una construcción masculina del obrero fuerte que hace el trabajo forzoso y la trabajadora sexual no cumple ninguno de esos parámetros. Primero, porque no son “el obrero”. Segundo, porque no están inscriptas en la relación obrero-fábrica-patronal-Ministerio de Trabajo que tiene por sujeto sindical central al trabajador industrial. El trabajo sexual como parte de la economía popular tiene otros interlocutores: la policía, los vecinos, los vendedores ambulantes y un Estado totalmente ausente.Pero además los sindicatos y las centrales se organizan de forma masculina, los referentes militan y vuelven a su casa y tienen todo resuelto, el pibe bañado, dormido, con la tarea hecha, la comida caliente, la toalla para bañarse. “¿No saben que todo eso lo sostienen las mujeres?”, se pregunta Georgina. Ese es el desafío en los partidos políticos y en el sindicalismo. Hacia ese lugar tiene que apuntar también el feminismo.

Los sindicatos y las centrales se organizan de forma masculina, los referentes militan y vuelven a su casa y tienen todo resuelto, el pibe bañado, dormido, con la tarea hecha, la comida caliente, la toalla para bañarse.

No se trata de que el sindicalismo vaya para un lado y el feminismo para el otro. Feminismo, peronismo y sindicalismo confluyen en un deseo profundo de justicia social y allí pueden articularse. De lo que se trata es de que el feminismo se da en todas partes: en la casa, en la escuela, en la cama, en la universidad, en la calle, en el congreso, en el sindicato, en la orgánica de militancia. Si bien Georgina está convencida de que los varones no deben protagonizar pero sí acompañar, se niega a darles el plan de lucha de deconstrucción patriarcal. “No somos sus madres”, no debemos reproducir el rol históricamente asignado a la mujer de hacer las tareas que deberían compartir con los varones. Que reflexionen y encuentren sus propias formas de desandar sus privilegios, algo que Georgina expresa en jerga precisa: “que encuentren sus propias formas de deconstrucción”.

Justamente por desarmar lugares tradicionales, los planes de Georgina y sus compañeras no pasan por ocupar los lugares donde solo se habla de mujeres y de cuidados. Ni una secretaría de Género ni una secretaría de Acción Social. “Nosotras no necesitamos una secretaría de género para militar el género porque lo militamos todos los días”, proclama. Confiesa un deseo: que algún día sea una compañera mujer la que asuma la secretaría general de una central de trabajadores y trabajadoras.

*Socióloga, Magister en Antropología Social, docente e investigadora IDAES/CESE/UNSAM

MÁS
NOTAS

TU OPINIÓN CUENTA

Nos gustaría que nos cuentes sobre tu experiencia en el sitio y sobre todo, acerca de nuestros contenidos.




    Suscripción