LA RECONSTRUCCIÓN DE LA CGT CHAQUEÑA

Por: Paula Abal Medina y Julia Izumi

Graciela Aranda es la única mujer a cargo de una delegación regional de la CGT. Cuando inició su mandato el espacio era una ‘tapera’. Aranda lo transformó en un edificio de varios pisos plagado de actividades. Está orgullosa de esta conversión y también de la unidad lograda aunque admite que está pendiente la integración de la Economía Popular. Por su historia esta exclusión resulta más paradójica ya que comenzó a trabajar a los 9 años vendiendo facturas en la calle. Se enoja cuando habla de la CGT nacional porque el vínculo con sus regionales es inexistente. Su mayor preocupación son los efectos contantes y sonantes de la crisis económica que golpea la provincia con una escalada de cierre de comercios y despidos. Por Paula Abal Medina y Julia Izumi.

“Nosotros hicimos caso omiso a la división de arriba, entonces hicimos una sola CGT”. La que habla es Graciela Aranda, secretaria general de la delegación regional del Chaco de la Confederación General del Trabajo desde 2014 y titular del Sindicato de Empleados Judiciales de la provincia (SEJCh)  desde 2007. Habla con orgullo del edificio de la central sindical, en Resistencia, que logró inaugurar en septiembre de 2015, y que había recibido en tan malas condiciones un año antes que no duda en describirlo como una “tapera”. Sin proponérselo, traza un paralelismo entre ese proceso de reconstrucción y la forma en que se normalizó la delegación regional, con una estrategia de unidad sin mezquindades. Esa idea la obsesiona. Fue la razón de su ascenso de secretaria Adjunta a secretaria General por acuerdo de todos los gremios, cuando a nivel nacional la CGT estaba dividida en tres con Hugo Moyano, Luis Barrionuevo y Antonio Caló.

 

Graciela cuenta que el mandato de la conducción de la que era delegada Adjunta desde 2008 se  terminaba en 2012. El secretario general de la regional era del gremio Telefónico (SUTACh) y perdió las elecciones en su sindicato. Contra lo que podía suponer, su sucesor le propuso asumir la titularidad de la regional. Fue a verla con dirigentes de los otros sindicatos que integraban la regional: “Bueno, Graciela, nosotros queremos que vos te quedes al frente. Sutach va a dar un paso al costado para atender las necesidades propias de su gremio, como recién gana las elecciones y es nuevo, pero siempre y cuando vos sigas al frente”. Se invirtieron los roles y el secretario general de SUTACh pasó a ocupar la delegación Adjunta, mientras Graciela, del gremio judicial, asumía como titular.

La estrategia de unidad sin mezquindades la obsesiona. Fue la razón de su ascenso de secretaria Adjunta a secretaria General por acuerdo de todos los gremios cuando a nivel nacional la CGT estaba dividida en tres con Hugo Moyano, Luis Barrionuevo y Antonio Caló.

“A partir de ahí se empieza a construir algo distinto, por lo menos con mucha más actividad. Y mucho más cuando tuvimos nuestra sede, en el 2015, digamos como que tuvo movimiento de nuevo la CGT, antes vos pasabas y era como un edificio vacío en pleno centro de Resistencia, era un edificio muerto. Ahora es un lugar espectacular. Y a partir de ahí nosotros empezamos a tener vida, porque tenías que hacer un edificio de 5, 6, o 10 pisos, y tener departamentos para la gente del interior, tener oficinas, talleres de capacitación, porque nosotros siempre pretendimos que la CGT Nacional tenga una mirada más profunda, más interesante, o que se interese digamos, mucho más por las Regionales…acá tenemos muchas propuestas, pero con la CGT nacional no hacemos nada”.

 

Fueron años de negociar con Coqui Capitanich y Domingo Peppo –por entonces candidato a la gobernación- los fondos para la construcción de la sede, y con el “Barba” Gutiérrez, la normalización de la regional que se concretó en 2016.

 

Trata de no explayarse sobre la relación con la Central Obrera, que percibe centralista y sin mirada hacia las regionales, pero advierte: “En los años que he estado jamás me enteré de un llamado de CGT Nacional que me diga ‘ésto lo podemos combinar para hacer, o que venga alguien a decir ‘vos estás al frente de una Regional, ¿cuál es tu situación?”.

 

Graciela confiesa que desde el primer minuto soñó con las capacitaciones, tanto de formación sindical, como profesional, con salida laboral: “Para mí el eje central y fundamental del sindicato son las condiciones laborales, el salario, la dignidad del trabajo, pero la dignidad del trabajador también tiene que ver con la dignidad de él, de su familia, y que él esté capacitado”, asegura, y vincula directamente la posibilidad de formación con el progreso del núcleo familiar: “Acá todos los días tengo mamás, papás, abuelos que no saben qué hacer…que sus hijos ya son padres, que ya tienen un hijo encima, que quieren constituir una familia y ninguno de los dos tienen trabajo”.

 

Conoce la situación porque la vivió en carne propia y ella misma es el resultado de una fuerte disputa por el acceso a la educación.

“En los años que he estado jamás me enteré de un llamado de CGT Nacional que me diga ‘ésto lo podemos combinar para hacer, o que venga alguien a decir ‘vos estás al frente de una Regional, ¿cuál es tu situación?”.

Dice que la idea de militar sindicalmente le surgió de “la injusticia” y su “naturaleza”. Se asume peronista “desde niñita”, de esa relación construida entre su familia humilde y la unidad básica que proveía desde colchones hasta mercaderías para la subsistencia cotidiana. “En mi niñez entendí perfectamente que esa gente me representaba a mí como humilde, como trabajadora. Jamás me identifiqué ni con los radicales ni con ningún otro partido. Para mi eran los peronistas, la doctrina peronista, de Justicia Social, de distribución de la riqueza…de tener la mirada en la necesidad del trabajador, del pobre”.

 

“Me crié en un lugar demasiado humilde y fui empleada doméstica desde muy chiquitita, mi mamá era soltera, entonces me llevaba a mí también a la casa de las familias a limpiar… entonces yo barría la vereda, mi mamá lavaba los platos… planchaba, yo la ayudaba. Después mi madre se casó, tuve un padrastro… tuve hermanos, entonces yo hice de madre también de mis hermanos, trabajaba de empleada doméstica, vendía cosas en la calle, vendía flores”. “Lo primero que vendí en la calle fueron facturas, las vendía en un barrio que quedaba del otro lado del Puente del Río Negro, era un barrio de indígenas de la comunidad Toba. Gracias a dios nunca nadie me faltó el respeto, me compraban las facturas para el mate y yo juntaba mi moneda así”.

 

De esa época le queda la marca por la discriminación, y la determinación de dedicar su vida a cambiar las cosas. “Yo me iba a la primaria a la mañana, dejaba mi hermanito en la guardería y me iba a la escuela…de la escuela llegaba a mi casa 12:30 y me iba para el trabajo…y mis patrones no me dejaban la comida para mí. Entonces vos tenías que comer lo que había, si sobró algo de la olla, raspar la olla, y si no me hacía un cocido de lo que ellos comieron mientras lavaba los platos. Pero esa señora que no me guardaba la comida, esa misma señora fue la que sostuvo a mi mamá cuando nadie la quería tener con una hija a cuestas…y ella me daba a mí la fruta cuando me iba a la escuela…o sea, también tuve cosas buenas”, se consuela.

“Lo primero que vendí en la calle fueron facturas, las vendía en un barrio que quedaba del otro lado del Puente del Río Negro, era un barrio de indígenas de la comunidad Toba. Gracias a dios nunca nadie me faltó el respeto, me compraban las facturas para el mate y yo juntaba mi moneda así”.

La pregunta se impone por el origen laboral de Aranda: ¿tienen vinculación con las organizaciones de la economía popular? En otras regionales se nombraron como “delegados fraternales” a dirigentes de la CTEP. Graciela explica que no y el motivo: “Acá nosotros tenemos algunos hombres que son muy tradicionalistas dentro del gremialismo. Creen que solamente existe el trabajador formal, que solamente existe el trabajador que tiene una dependencia laboral”.

 

Graciela empezó a trabajar a los 9 años, y aunque pudo terminar la primaria, sus deseos de continuar chocaron con un obstáculo: “No me dejaban en mi casa, sobre todo mi padrastro, porque yo tenía que trabajar en dos casas de familia. Y yo quería estudiar. Soñaba con tener la secundaria, porque para mí era muy importante, y por eso yo ahora soy muy insistente, con las capacitaciones”, recuerda. El estímulo de sus maestros y una preceptora, la convicción de que tenía la capacidad para continuar y la presión de comunidad religiosa a la que había comenzado a asistir lograron que a los 14 años iniciara la formación media. “Toda la iglesia fue a verlo a mi padrastro a decirle que me firme, porque tenía que ir a hacer la secundaria”.

“Acá nosotros tenemos algunos hombres que son muy tradicionalistas dentro del gremialismo. Creen que solamente existe el trabajador formal, que solamente existe el trabajador que tiene una dependencia laboral”.

En quinto año se recibió de dactilógrafa, y con esa formación y su título de Perito Mercantil ingresó a trabajar al estudio de una abogada. Allí aprendió todo lo que terminó vinculándola con el mundo judicial: desde redactar un oficio, hasta descubrir el trabajo en negro que caracterizaba a su actividad: “Queríamos formar un sindicato de Estudios Jurídicos, porque si realmente hay negreros, son los abogados…” asegura.

 

Una inspección previsional a varios estudios de abogados que empleaban trabajadores “sin papeles” y la forma en que su “patrona” negó la relación laboral con ella, marcaron de algún modo su destino sindical. “Esa fue una de las cosas que más me rebeló”, confiesa. Luego, el despido de los trabajadores que intentaban crear un sindicato de “Estudios Jurídicos” –entre los cuales ella era una activa militante- la llevó a ingresar al Poder Judicial. Un año después, en 1986, ya era delegada. En 1994 pasó a integrar la comisión directiva del Sindicato de Empleados Judiciales, de la que cinco años más tarde los dirigentes de su propio gremio la expulsarían por promover decisiones en disidencia con la conducción. Aranda regresa al sindicato a través de un recurso judicial y un mandamiento para que la reincorporen. Como los mandatos estaban vencidos, se queda “en el llano” por tres años durante los cuales arma una lista opositora. Dos años después ingresa por la minoría. “Entre los mismos dirigentes que estaban en el oficialismo, y las minorías me ofrecieron la secretaría General, armamos la lista, y así fue como hace diez años que soy secretaria general”, rememora.

 

Graciela asegura que los mismos niveles de injusticia que padeció como empleada doméstica se reproducen en el Poder Judicial. “Hoy hace 33 años que estoy en la Justicia, te puedo asegurar que en la Justicia hay discriminación, violencia laboral, hay maltrato laboral, hay una elite que está por encima…y al que está por debajo no es que lo tengo que mirar, lo tengo que pisotear”.

 

También advierte que tanto en el Poder Judicial como en el sindicalismo hay machismo y anticipa que está pensando en convocar a un encuentro de mujeres sindicalistas. “Yo les digo a mis compañeros: ‘traigan a sus mujeres’ y te miran de costado, como diciendo ‘ésta cree que porque le dimos lugar a ella tenemos que darle a todas las mujeres”. Radiografía de un machismo intacto.

 

Graciela cree que la responsabilidad de un dirigente sindical es buscar el equilibrio y la de los gobernantes “aprender a escuchar al movimiento obrero”. Advierte que si fuese una irresponsable y especulara con alguna cuota de poder a fuerza de tirar de la cuerda “viviría todo el año de paro”. “Sin embargo estoy cuidando acá el equilibrio, porque quiero tener la puerta abierta para mantener un diálogo, para ver que más conseguimos para los trabajadores”, explica.

“Yo les digo a mis compañeros: ‘traigan a sus mujeres’ y te miran de costado, como diciendo ‘ésta cree que porque le dimos lugar a ella tenemos que darle a todas las mujeres”. Radiografía de un machismo intacto.

“El poder político, gobierne quien gobierne, tiene que atender al Movimiento Obrero”, sostiene. pero cuando alude a la coyuntura aclara: “No es lo mismo dialogar con un gobernante que sabés que tiene principios dentro del Movimiento Popular y Nacional, que un gobernante neoliberal de derecha, que no tiene conciencia de clase, ni le interesa que el Estado ayude a nadie, que quiere manejar al Estado como una empresa”.

 

La evaluación que hace la delegada de la Regional chaqueña de la CGT sobre la situación provincial no se diferencia de la que haría cualquier dirigente sindical de cualquier rincón del país: cierre de comercios y empresas, despidos, precarización laboral, freno de la construcción y la obra pública, y los mismos sectores que se beneficiaron del modelo neoliberal reclamando flexibilización laboral y responsabilizando al trabajador del alto costo impositivo que deben afrontar.

 

“A mí me preocupa la indiferencia del pueblo argentino. Como que el pueblo no reacciona…y los que queremos más o menos reaccionar tampoco estamos organizados porque cada uno quiere jugar su juego, y entonces eso hace que no nos organicemos. Acá con unidad y una organización del movimiento obrero…ahí sí vamos a poder salir adelante. Me preocupa, no mi futuro, mi presente yo ya lo tengo…yo tengo 35 años de antigüedad, en dos o tres años más me jubilo, tengo mi casa, tengo mi auto, no quiero más nada en lo material, ¿pero mis hijos? ¿Mis nietos? ¿Los hijos de los que hoy no tienen futuro, de los que no tienen trabajo? ¿Qué hacemos con eso?”.

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