FÉNIX, EL DESTIERRO SIN FIN

Por: Alejandro Caravario*

Un club al que la dictadura le confiscó el estadio, pasó de ser la expresión deportiva de Colegiales a convertirse en un equipo trashumante en busca de un territorio al que representar. Está cerca de logarlo, en unos terrenos adquiridos en el partido de Moreno, pero su historia es una historia de exilios barriales, convivencia villera, desalojos, gentrificación y supervivencia.

Al igual que San Lorenzo, el Club Atlético Fénix perdió su estadio durante la dictadura. A falta de hinchas de reputación internacional –el Papa y una estrella de Hollywood, nada menos– y de un peso popular capaz de presionar sobre el firmamento político, su historia no es muy conocida y sus posibilidades de recuperar los terrenos donde fue fundado son menos que escasas.

 

El club de Boedo, que tiene un confortable domicilio futbolístico desde 1993 en el Bajo Flores, logró sin embargo, legislatura porteña mediante, comprar los lotes donde se asienta Carrefour –sinónimo de oprobio para las huestes azulgranas– y recuperar así el territorio sagrado, del cual tendría que tomar posesión en los próximos meses. En cambio Fénix –al que también apodan Cuervo– ha deambulado por canchas diversas desde que fue expulsado del corazón porteño –el hoy distinguido barrio de Colegiales– y todavía sigue sin techo propio. Con el agravante de haber sumado un segundo desalojo, en Pilar, donde se había arraigado en un estadio municipal. Este año logró comprar dos hectáreas y media en Moreno y ya se iniciaron las obras de la nueva cancha, que los directivos esperan, tarde pero seguro, se convierta en el hogar definitivo.

Este año Fénix logró comprar dos hectáreas y media en Moreno y ya se iniciaron las obras de la nueva cancha, que los directivos esperan, tarde pero seguro, se convierta en el hogar definitivo.

Nacido en 1948, el club blanquinegro, que siempre compitió en las categorías de ascenso y actualmente lo hace en la Primera B Metropolitana, tenía, para los militares que lo condenaron al destierro en 1978, un problema insalvable: su cancha, edificada en un predio cedido por la Municipalidad en fecha remota, estaba rodeado por una villa. El proyecto urbano de la dictadura, encarnado por el brigadier Osvaldo Cacciatore–un aspirante a faraón obsesionado con las autopistas–, tenía entre sus pilares la erradicación de los barrios precarios y arrasó con la cancha del Cuervo y su vecindario en vísperas del Mundial. En ese mismo terreno hoy pueden verse un polideportivo, una escuela pública y una sede de la Universidad Católica. Y en las adyacencias, un barrio paulatinamente gentrificado, es decir transformado en forma radical según los designios e intereses del mercado inmobiliario.

El proyecto urbano de la dictadura, encarnado por el brigadier Osvaldo Cacciatore–un aspirante a faraón obsesionado con las autopistas–, tenía entre sus pilares la erradicación de los barrios precarios y arrasó con la cancha del Fénix y su vecindario en vísperas del Mundial.

“En 48 horas nos mandaron las topadoras”, recuerda Rodolfo Abedutto, vicepresidente primero de Fénix, quien en ese entonces era un joven socio con una incipiente participación política en la institución. “Es cierto que había que andar tres cuadras por la villa para llegar a la cancha. Pero no pasaba nada. Los micros de los equipos adversarios entraban y salían sin problemas. Nosotros hacíamos bailes de carnaval y nos íbamos con la plata a las 4 de la mañana y estaba todo tranquilo –describe el tiempo ido–. Los que vivían en la villa trabajaban en el barrio: en Manufactura Algodonera Argentina, en la calle Córdoba, y el Mercado Dorrego, que ahora es el Mercado de Pulgas. Pero los militares no querían saber nada con la villa.” Precisamente, muchos de los cientos de obreros que empleaba la Algodonera en épocas de pujanza industrial –los anales del barrio señalan que funcionaba las 24 horas en tres turnos– provenían de zonas rurales y su solución forzosa a la falta de vivienda fue establecerse a la que te criaste en las cercanías de la fábrica.

 

La mira infrarroja de la dictadura apuntó a Colegiales y a las villas de Retiro y del Bajo Belgrano. La cancha de Excursionistas formaba parte de la trama de esta última, pero el club consiguió comprar el terreno. Aunque tuvo que esperar hasta el siglo XXI para formalizar la escritura. Una larga temporada vivida bajo presiones, ya que, según se dice, se trata del club, después de River, con el metro cuadrado más caro del fútbol argentino. Y eso que juega en Primera C.

Los que vivían en la villa trabajaban en el barrio: en Manufactura Algodonera Argentina, en la calle Córdoba, y el Mercado Dorrego, que ahora es el Mercado de Pulgas. Pero los militares no querían saber nada con la villa.

De acuerdo con la bibliografía citada por Nahuel Lag en la investigación multiplataforma Papelitos,78 historias sobre un Mundial en dictadura, en 1976 había 224 mil personas que vivían en villas y asentamientos en la Ciudad de Buenos Aires, cifra que se redujo a la mitad dos años más tarde, luego de la Copa del Mundo. Los expulsados de sus casas eran trasladados sin ninguna planificación al conurbano, donde se reproducía el cuadro, pero ahora lejos del tinglado que los gobernantes querían mostrar limpio de pobres a los visitantes del extranjero. Por otra parte, agrega este mismo trabajo, el propósito cívico militar “era recuperar el espacio de la ciudad para el desarrollo inmobiliario privado.”

 

Antolín Magallanes, trabajador social y estudioso de la historia porteña, señala tres coordenadas rectoras de la acotada imaginación verde oliva para la Ciudad de Buenos Aires: orden, higiene y circulación. “El orden debía ser garantizado desactivando posibles focos de conflicto sindical y erradicando las villas, consideradas enclaves de degradación moral. Esto se enlaza con la idea de higiene urbana. Se crea el Ceamse para darle forma a un amplio anillo denominado cinturón ecológico, vertedero de la basura de la ciudad que, una vez tratada, conformaría áreas verdes. Las autopistas eran la tercera pata. Se planificaron nueve, de las cuales se concretaron solo dos, la 25 de Mayo y la Perito Moreno.”

Antolín Magallanes, trabajador social y estudioso de la historia porteña, señala tres coordenadas rectoras de la acotada imaginación verde oliva para la Ciudad de Buenos Aires: orden, higiene y circulación.

Los terrenos confiscados para ese plan fallido crearon extensas zonas fantasma. Cuadras de viviendas abandonadas que, revancha azarosa de los pobres, fueron ocupadas por los mismos villeros que los militares habían arrojado a los suburbios. Esto sucedió, por caso, en el trazado de la nonata Autopista 3, que iba a cruzar los barrios de Saavedra y Villa Urquiza, entre otros. Un libro de la fotógrafa Victoria Gesualdi indaga en las vidas de las familias trashumantes que se instalaron en el lugar.

 

Pero volvamos al fútbol y a Fénix, que no resurgió de las cenizas como el ave mitológica de la que tomó el nombre, pero se las rebuscó para sobrevivir. Mientras hizo de local en Ferrocarril Urquiza (actual UAI Urquiza), en Villa Lynch, la gente de Colegiales tenía de aliado al tren. En solo seis estaciones, llegaba a la cancha desde la estación Federico Lacroze. No era lo mismo que ir a pie y sobre la hora, como en el barrio, pero aquellos que no habían partido con la diáspora villera pudieron seguir los pasos del equipo.

 

Claro que, en la medida en que Fénix, con su marcha incesante, encontró canchas más distantes de sus orígenes, se fue quedando sin hinchas. Como testimonio de mejores épocas –y de que, en rigor, se trata de un club de barrio– permanecía la sede social, en la calle Concepción Arenal, donde los socios realizaban algunas actividades deportivas y, más que nada, se trenzaban en maratónicas partidas de naipes.

En la medida en que Fénix, con su marcha incesante, encontró canchas más distantes de sus orígenes, se fue quedando sin hinchas.

“Yo me crié en esa sede, es triste pasar ahora y ver que hay edificios”, se lamenta Rodolfo Abedutto. Más acá de nostalgias legítimas, fue la venta de esa codiciada propiedad lo que permitió comprar los terrenos de Moreno donde por fin dejarán de ser fugaces inquilinos.

 

Fénix pasó de ser la expresión deportiva de una zona para convertirse, a la inversa, en un equipo en busca de un territorio al que representar. Recreó así las expectativas de los pioneros del fútbol argentino, quienes, un siglo atrás, primero decidían, siempre entre amigos, el escudo y los colores, y después salían a conseguir cancha, por lo general provisoria. A muchos, los años los fueron llevando bastante lejos del bar donde habían macerado sus sueños deportivos.

Fénix pasó de ser la expresión deportiva de una zona para convertirse, a la inversa, en un equipo en busca de un territorio al que representar. Recreó así las expectativas de los pioneros del fútbol argentino, quienes, un siglo atrás, primero decidían, siempre entre amigos, el escudo y los colores, y después salían a conseguir cancha, por lo general provisoria.

Esa instancia embrionaria atraviesa Fénix. Debe construir su hinchada. Seducir a un barrio. Hacerse adoptar. Parece tarde, parece que en todas partes ya tienen sus preferencias deportivas. Parece, muchas veces, que hay más equipos de fútbol que habitantes. Pero no. Luego de décadas de hospedarse en canchas variadas como Excursionistas, Defensores de Belgrano, Acassuso, Ferrocarril Urquiza y siguen las firmas, el Cuervo se estableció en Pilar, donde logró echar raíces o algo así. Allí jugó, desde 2004, en el estadio municipal Carlos Barraza, a instancias del consultor en comunicación César Mansilla, que por entonces controlaba el fútbol profesional de Fénix. Años después, más precisamente en 2017, Mansilla, de ágiles contactos con el gobierno de Macri, fundaría Real Pilar. Y obtendría una vertiginosa afiliación a la AFA que habilitóa su flamante club para competir en la Primera D. Desde 1977 que el fútbol argentino no incorporaba instituciones a su restrictivo listado.

 

La permanencia en Pilar finalmente generó un vínculo con el público. Dicen que, en 2013, cuando Fénix logró el ascenso a Primera B ante Deportivo Español, había 3 mil hinchas propios en las tribunas. Tres mil almas cosechadas en Pilar.

 

Pero el club sufriría el segundo desalojo en menos de 40 años, todo un karma, debido a las desavenencias –digámoslo de modo elegante– entre los dirigentes y César Mansilla. El paso por Pilar coincidió con las más importantes conquistas deportivas de la institución. La estabilidad le sentó bien. Pero hubo que volver a embalar las pertenencias y encaminarse a otros horizontes. A otra barriada con una vacante deportiva en el corazón de sus vecinos.

 

Las tratativas con los municipios de Exaltación de la Cruz y de San Antonio de Areco fracasaron. Así que, luego de una asamblea de socios, se resolvió vender las joyas de la abuela, la vieja sede de Colegiales. Con los dólares frescos, Fénix estuvo en una posición de fortaleza relativa. Ya no tenía que avenirse a negociar con el poder político de ninguna localidad para obtener cobijo. Y, tras jugar de prestado en Deportivo Español y Deportivo Merlo, compró la propiedad de Moreno, donde todos esperan que concluya el laberíntico peregrinaje que comenzó en 1978, propulsado por las topadoras de Cacciatore.

 

Además de evaluar las condiciones del terreno y la conveniencia de su precio, la directiva mensuró oferta y demanda, como una empresa a punto de lanzar un producto. Dice Abedutto: “En Moreno hay 600 mil habitantes, con que agarremos el 1 por ciento estamos contentos. Moreno es el único municipio de los que atraviesa la línea Sarmiento que no tiene club afiliado a la AFA.”Otra particularidad geográfica suena estimulante: por la Ruta 25, en menos de media hora de bondi se llega desde Pilar. De manera que quizá el club conserve parte del capital de hinchas conseguidos en los recientes años de apogeo.

Dice Abedutto: “En Moreno hay 600 mil habitantes, con que agarremos el 1 por ciento estamos contentos. Moreno es el único municipio de los que atraviesa la línea Sarmiento que no tiene club afiliado a la AFA.

En la ciudad de Buenos Aires, solo queda una oficina en la calle Tronador, donde se tramitan asuntos administrativos. Nada que ver con el deporte. Ni siquiera con los naipes y el vermú. Lejos de la masiva y súper promocionada movida que le franqueó a San Lorenzo el camino de regreso a Boedo, en Fénix prefieren archivar esa ilusión. “Reclamamos, por medio de abogados, la devolución del terreno donde estaba la cancha. Nos dijeron que como habíamos abandonado el caso muchos años atrás, habíamos perdido la oportunidad. Y no nos llevaron el apunte”, recuerda Abedutto.

 

Pese a todo, todavía quedan 400 socios. Suficiente acompañamiento para empezar de nuevo.*Periodista

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