PERÓN: ¿HAN VISTO ALGUNA VEZ UN DÓLAR?

Por: Mariana Luzzi y Ariel Wilkis

La moneda estadounidense y el mercado cambiario fueron los jefes de campaña de casi todas las gestiones presidenciales desde 1955 hasta 2001 y vuelven a serlo en el final de otra etapa neoliberal para la Argentina. La Nación Trabajadora reproduce uno de los capítulos del libro El dólar. Historia de una moneda argentina, de lxs sociólogxs Mariana Luzzi y Ariel Wilkis, quienes construyeron una radiografía de la popularización de la divisa norteamericana en las vidas de generaciones de argentinos y argentinas.

El desarrollo de la Segunda Guerra Mundial dejó bien en claro el rol que durante las décadas siguientes iba a desempeñar Estados Unidos en el sistema político global. En 1944, la conferencia de las Naciones Unidas reunida en Bretton Woods vino a darle sustento normativo a esta pretensión a través de una serie de acuerdos sobre el sistema financiero y monetario internacional. El empuje para poner a Estados Unidos en el corazón de este sistema se dio al validar el patrón oro-dólar. Además de crearse el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial, en aquella conferencia se reservó a la moneda norteamericana la exclusividad de la convertibilidad con el oro: el dólar adquiría así el estatus de moneda de referencia internacional.

 

En la posguerra, los países beligerantes comenzaron a enfriar sus importaciones y a volcar sus esfuerzos para recuperar y aun aumentar niveles anteriores de producción. Después de gozar durante los años de la contienda mundial de  un saldo positivo, en 1947 se agudizó el déficit de la balanza comercial argentina. .

 

Para sostener el desarrollo de la industrialización, el gobierno peronista intentó proseguir con un esquema de triangulación ya probada en el pasado. De la exportación a Gran Bretaña y Europa continental se obtenían divisas que compraban bienes y equipos ofertados por Estados Unidos. Como las exportaciones no crecieron a la par de las importaciones, en 1947 y 1948 la balanza comercial con Estados Unidos se tornó altamente deficitaria. El drenaje de las reservas del Banco Central acompañaba y registraba este proceso: de 1686 millones de dólares en 1946 habían bajado a 1100 millones en 1947 y a casi la mitad de ese número en 1948.

 

En junio de 1947, La Prensa publica su editorial “Envío de oro a EEUU”. El diario de los Paz pone en contexto el cambio producido por el fin de la guerra y el nuevo lugar de Estados Unidos en el comercio exterior:Lo cierto que nuestro país realiza compras cuantiosas en los EEUU. Pero para que ellas puedan hacerse efectivas es menester contar con dólares, sean estos en forma de divisas o de depósitos acreditados en bancos de ese país. Las divisas, como los créditos, se obtienen mediante la venta a los comerciantes de esa nación. Los dólares para comprar en EEUU no se obtienen más que vendiendo a aquella nación, lo repetimos, pues la conversión de la libra esterlina a moneda de los EEUU es todavía un problema cuya solución no parece hallarse cerca.Al mismo tiempo, en el Congreso Nacional, el diputado Justo Díaz Colodrero, del Partido Demócrata Nacional, pedía un informe sobre las remesas de oro enviadas al exterior y sobre el movimiento de la cuenta de divisas. En junio de 1947 se anuncia la suspensión de permisos para importar automóviles. También se suspenden la importación de champagne, whisky e hilados de rayón. Y se establece un nuevo tipo de cambio preferencial para la importación de vehículos de pasajeros. Frente a los rumores de desvalorización del peso que estas suspensiones generan, el Banco Central comunica que “estas medidas fueron adoptadas en un caso, en virtud de hallarse asegurado el abastecimiento de una cantidad substancial de vehículos automotores que permiten atender las necesidades del país durante un plazo prudencial y, en otros, por el carácter suntuario de la mercadería que no hacen imprescindible su importación.” (Clarín, 21/6/47).

 

Estos fundamentos no son compartidos ni consensuados por todos. Un editorial de La Nación del 18 de junio había subrayado: “Cabe insistir que no se trata de un lujo: el automóvil es elemento indispensable para médicos, comerciantes, e infinidad de personas que ganan la vida con actividades que se hace forzoso un medio rápido de transporte”.

 

La ocasión era propicia para que el propio general Juan Domingo Perón se pronunciara. En el discurso del 23 de junio en la sede del Sindicato de Empleados de Comercio para celebrar la firma de un convenio colectivo, el Presidente insiste sobre la necesidad de lograr la independencia económica, porque “mientras ella no sea efectiva es inútil que trabajemos más, es inútil que enriquezcamos más al país, porque desde afuera lo llevarán todo”. Y agrega:Dicen que no tenemos divisas y por eso cerramos la importación a los perfumes, whisky, seda y autos de lujo. Tenemos la experiencia de la terminación de la otra guerra. Si comparamos con el ‘18 aquello era un juego de niños frente a lo que está sucediendo hoy en el mundo… Durante esos dos años todo lo que habíamos acumulado con nuestro trabajo, se fue al extranjero y ahora quieren que nosotros con esos mismos procedimientos lleguemos a la misma situación del año ’20, en el cual en lugar de comprar máquinas, vapores y ferrocarriles nos gastamos el dinero en perfumes, en whisky, en vino, etc.”[…]

 

No haremos empréstitos para obtener divisas. Y es lógico que lo censuren quienes negocian con las divisas. Hoy hay un respaldo de la moneda que carecíamos antes. Nuestro peso tiene un respaldo de 151 % de oro, situación que no tiene precedente entre nosotros. Hasta llegar a reducir ese respaldo a 33 %, como lo mantenían ellos, tenemos mucho oro para entregar. Se dice que no debemos sacar el oro y yo me pregunto: ¿Si viniese un periodo de hambre se va a comer el oro? […] ¿Qué hace el Estado con las pilas de oro que hay en el Banco Central? Si las dejase donde se encuentran de aquí a 5 años estarían sin rendir beneficio alguno. ¿No es mejor cambiar un par de esas pilas por vapores que se pagan con sus fletes en cuatro años?” (“Discurso pronunciado por el General Perón en el acto de la firma del convenio para los obreros de la Alimentación”, Presidencia de la Nación, Secretaría de Informaciones, Dirección General de Prensa, 23/6/1947).

En el discurso del 23 de junio en la sede del Sindicato de Empleados de Comercio para celebrar la firma de un convenio colectivo, Perón insiste sobre la necesidad de lograr la independencia económica, porque “mientras ella no sea efectiva es inútil que trabajemos más, es inútil que enriquezcamos más al país, porque desde afuera lo llevarán todo”.

Durante los días siguientes se anuncian nuevas suspensiones de importaciones. Y el Banco Central comunica que las existencias de oro y divisas que son el respaldo de la moneda argentina continúan reduciéndose. En siete meses la disminución de las reservas fue importante: se pasó de 6007 a 4924 millones de pesos. La Nación resalta el 16 de junio que la garantía del circulante “no habría de tener repercusiones desfavorables” si “la utilización del oro y de las divisas tuviesen por objeto la adquisición de bienes para mejorar el rendimiento de las plantas productoras” y “facilitar los múltiples artículos que necesitan los habitantes”.

 

Un mes más tarde, La Nación tiene una vez más oportunidad de expresar una preocupación que no cesa ante la continuada mengua del nivel de las reservas: “Es evidente que nuestro régimen monetario sufre perturbaciones profundas. Crece la circulación monetaria y se reduce el oro y las divisas que le sirven de respaldo”. El editorialista de ese 15 de julio halla el origen de los problemas de escasez en una “política económica equivocada que se inicia con el régimen de control de cambios”. También La Prensa discute la cuestión, aunque la considera desde otro ángulo. En el editorial “El dólar, moneda escasa”, la insuficiencia de la divisa norteamericana es un problema de la economía internacional: si golpea a la Argentina, sus golpes son más duros para las economías europeas en proceso de reconstrucción. Esta admisión no frena las críticas del diario para con la política gubernamental, que pone de manifiesto el primer párrafo del editorial: “Las dificultades en que nuestro Banco Central se halla en materia de divisas –dificultades que debieron y pudieron preverse fácilmente- son, en realidad, un capítulo del problema monetario internacional, que la escasez de fondos utilizables en los Estados Unidos ha hecho aparecer en todas partes.”

 

Los debates continuarán a lo largo de 1948. Durante la primera mitad de ese año,  casi todas las intervenciones públicas de Perón serán ocasión para retomar y responder las acusaciones sobre la “escasez de divisas”. Quienes ponían a circular estos “rumores” eran “saboteadores” y “agitadores”: líderes de una “campaña” contra la “independencia económica” del país, declarada solemnemente por el propio Presidente el 9 de julio de 1947 en San Miguel de Tucumán. Y había una arena privilegiada, un campo de batalla específico para difundir y amplificar esos “rumores”: el mercado de cambios.

 

Un año después de haber puesto en marcha el Primer Plan Quinquenal, la falta de dólares era interpretada por Perón en el marco de la estrategia gubernamental para promover la industrialización y mejorar las condiciones de vida de los trabajadores. “Por eso no tenemos dólares, pero tenemos los vehículos y las maquinarias”, sostenía el Presidente en su discurso ante una delegación de dirigentes gremiales el 16 de junio. “Hablan de la falta de poder adquisitivo y que el peso ha bajado. Lo que falta son divisas. ¡Qué importa, si nosotros no compramos ni el pan ni la leche ni el vino con divisas extranjeras!”  La escasez de divisas sólo podía preocupar entonces a algunos grupos específicos: ‘Que en el mercado no hay dólares’; ‘que en el mercado negro los cobran a 6 pesos’. Pero si esos dólares los compran los que van a pasear. Entonces, que los paguen. […] De manera que todo eso es una campaña interesada”.

En su discurso ante una delegación de dirigentes gremiales el 16 de junio, Perón sostenía: “Hablan de la falta de poder adquisitivo y que el peso ha bajado. Lo que falta son divisas. ¡Qué importa, si nosotros no compramos ni el pan ni la leche ni el vino con divisas extranjeras!”

Según Perón los responsables de esa campaña “interesada” eran quienes “viven de esas divisas”, “señores que salen de sus casas a la diez de la mañana, que es la hora en que acostumbraban a levantarse y recorren todos los círculos [diciendo]: -‘No hay dólares, ¡qué cosa bárbara! ¡Así estamos!’” (Discurso de Clausura de la Asamblea del Personal Civil de la Nación del 28 de junio). Pero “¿qué influencia pueden tener para nuestros créditos las maniobras agiotistas de unos cuantos negociadores clandestinos en la ‘bolsa negra’ de moneda extranjera?”, se preguntaba después el Presidente ante sus camaradas de armas (“Discurso en la Comida Anual de Camarería de las Fuerzas Armadas” del 5 de julio).  El 21 agosto, frente a los obreros ladrilleros, el General Perón retomaría este argumento y le daría fuerza a una frase que con el tiempo se volvería célebre:

 

Dicen algunos traficantes que existen dentro del país, que no tenemos dólares. Yo les pregunto a ustedes, ¿han visto alguna vez un dólar? La historia de los dólares es, simplemente, la presión externa para que nosotros no aseguremos nuestra independencia económica.

 

 

Las monedas anti-peronistas

“Cuando no existía el problema de las divisas”, titulaba el diario La Prensa su editorial del 14 de enero de 1949. Los primeros párrafos buscan ilustrar al lector sobre los problemas cotidianos que generan la “falta de muchas cosas y el alto precio de otras. Que se explica al público por la falta de divisas o de cambio”. El artículo no se detiene en este inventario. Da un paso más para enfatizar el problema profundo asociado al malestar que reina en los comercios. “Los jóvenes se muestran sorprendidos cuando las personas de edad mediana les dicen que antes no se conocía en la República Argentina el problema de las divisas.” “Las nuevas generaciones”, continua el editorial, “se van formando dentro de una especie de pupilaje que, por lo menos en el orden económico, va borrando hasta el recuerdo de los derechos individuales.”

 

La Prensa, diario opositor al peronismo, que pronto sería expropiado, identificaba el año 1931 como  divisoria de las aguas y límite que marcó en la Argentina la pérdida de libertad individual. A juicio de los editorialistas, a partir de ese momento se inició un “descenso gradual del nivel de vida de la población argentina”: la “escasez de divisas” se vinculaba entonces directamente a la pérdida de derechos individuales. Desde que “la República Argentina está sometida a un régimen de ‘control’ de cambios”, concluía el editorial, “el desarrollo nacional se entorpece por falta de divisas, y las divisas faltan porque desde hace 18 años los gobiernos, en forma cada vez más severa, las toman de sus dueños naturales.”

La atención creciente que se prestaba al dólar seguía sin embargo subordinada al problema, más general, de la “escasez de divisas”. En el teatro de revista, esta tensión económica y política era la que había subido a las tablas del Maipo con el estreno de La risa es la mejor divisa.

Durante el peronismo, esta disputa le otorgaba centralidad pública al mercado de cambios. La posición del diario La Prensa se enmarcaba en las controversias sobre qué monedas tenían impactos reales en el bienestar de la población y el desarrollo del país. La atención creciente que se prestaba al dólar seguía sin embargo subordinada al problema, más general, de la “escasez de divisas”. En el teatro de revista, esta tensión económica y política era la que había subido a las tablas del Maipo con el estreno de La risa es la mejor divisa.

 

A principios de septiembre de 1949, el Poder Ejecutivo envía al Congreso su proyecto de reforma de la carta orgánica del Banco Central. Entre los puntos más controvertidos, proponía modificar la relación entre la masa monetaria y las reservas. La idea, sintetiza el historiador económico Marcelo Rougier, era eliminar la limitación de tenencias de divisas al 20% del total de las reservas que respaldaban la emisión y suspender la necesidad de una reserva en oro y divisas equivalentes al 25% de la masa monetaria circulante para mantener el valor del peso. El ministro de Finanzas, Gómez Morales, explicó a la prensa los objetivos de la proyecto de reforma:

 

Cuando se realiza un convenio bilateral de compensación se obtienen no divisas sino poder de comprar. […] En esas condiciones no podemos crear divisas, pero sí lograr materias primas, maquinarias […], pero nos vemos en dificultades para la creación de reservas monetarias o divisas. […] En esta situación el Estado necesita disponer de un régimen monetario suficientemente plástico, desarrollando la política monetaria preocupándose de mantener la ocupación de sus brazos de labor […] El poder adquisitivo no depende de la masa de oro que se disponga sino del mantenimiento del Estado de orden interior que dan el presupuesto equilibrado y el trabajo próspero […] Suspender la garantía es suspender un requisito que no tendrá ningún efecto sobre la emisión […] La medida es precautoria, está sujeta los vaivenes de las condiciones comerciales del mundo.  (Clarín, 9/9/49).

 

Y, precavido, agregaba el funcionario peronista: “no escapa a nadie que la medida puede tener repercusiones de carácter psicológico”.

A principios de septiembre de 1949, el Poder Ejecutivo envía al Congreso su proyecto de reforma de la carta orgánica del Banco Central. Entre los puntos más controvertidos, proponía modificar la relación entre la masa monetaria y las reservas.

En el Congreso, el diputado radical Arturo Frondizi, futuro presidente de la Nación, solicitó que se postergara el tratamiento de la iniciativa para poder estudiarla. En su alocución, sostuvo: “En el proyecto existe un artículo por el cual se suspende la vigencia del respaldo que existe en oro y divisas. Se trata de 50 y pico de artículos para dejar sin efecto el respaldo de nuestra moneda.” Y continuó luego: “Este proyecto persigue dos finalidades fundamentales. En primer lugar, la de tener el Poder Ejecutivo las manos libres para gastar el poco oro y divisas en manos del Banco Central y en segundo término la de quedarse con las manos libres para seguir emitiendo monedas sin limitación de ninguna clase.” (Clarín, 9/9/49).

 

Para el editorialista de La Prensa se llegaba a esta iniciativa con muy poco oro en el Banco Central. El público “tiene derecho a saber por qué sus pesos han perdido tanta proporción de valor y qué les espera en el futuro”, decía el 10 de septiembre. La Nación, por su parte, coincidía con el argumento de Frondizi: las modificaciones proyectadas no tenían otro objetivo que “facilitar al gobierno el libre uso de las divisas que hoy conserva aún como garantía.”

 

La propuesta llegó a la Cámara de Diputados y la prensa se hizo eco largamente del debate, que se extendió durante 29 horas. En el tratamiento de la reforma del Banco Central, el diputado peronista Eduardo Rumbo expresó que “la concepción del gobierno es la de una moneda como expresión política y no de una moneda mercancía, una moneda que está al servicio público”.  Por su parte, el diputado Frondizi confirmó que su bancada no iba apoyar el proyecto. Cuando el ministro de finanzas Gómez Morales, tomó la palabra lo hizo retomando los argumentos (y la retórica) del propio Presidente: “Se dice que despilfarramos nuestras divisas […] El país ha podido repatriar deuda pública, nacionalizar servicios públicos, formar una poderosa marina mercante, equipar la industria de transporte, ¿qué otro camino convenía al país?”.  Finalmente, tras más de un día de debate, la reforma fue aprobada.

 

La realidad internacional reservaba nuevos cimbronazos para la economía local. En septiembre, el anuncio de la devaluación de la libra esterlina en un 30% hizo que se suspendiera la cotización de las divisas. Luego de una reunión del Presidente con sus ministros, un comunicado oficial informó que no se iba a desvalorizar el peso y que, por lo tanto, los argentinos “no [debían] dejarse sorprender por la acción de los especuladores” (Clarín, 20/9/49).

 

A pesar de estas declaraciones de los funcionarios, en las esferas bancarias y bursátiles circulaban versiones que afirmaban una próxima modificación de los diferentes tipos de cambio. Y mientras las operaciones continuaban suspendidas, crecía la expectativa. Finalmente, el 1 de octubre los rumores fueron confirmados: un comunicado oficial difundía la fijación de nuevos tipos de cambio y el reordenamiento de las “clasificaciones cambiarias” para los productos de exportación y de importación. Cuatro categorías de tipo de cambio se fijaron para los compradores, mientras que fueron dos los tipos vendedores o para importaciones. Los objetivos del control de cambios se mantenían: defender al consumidor y proteger el trabajo nacional al encarecer con los mayores costos la compra de  bienes suntuarios.

Cuando el ministro de finanzas Gómez Morales, tomó la palabra lo hizo retomando los argumentos (y la retórica) del propio Presidente: “Se dice que despilfarramos nuestras divisas […] El país ha podido repatriar deuda pública, nacionalizar servicios públicos, formar una poderosa marina mercante, equipar la industria de transporte, ¿qué otro camino convenía al país?”

En octubre, La Prensa vuelve a la carga con sus críticas al control cambiario. Para el diario, “un régimen que se estableció para que el país no se quedara sin divisas ni dólares es el que ha conducido a la carencia de todo”.

 

Hacia fines de 1949, Perón responderá a estas críticas en varias intervenciones públicas. Las controversias y disputas sobre la importancia de las monedas seguían siendo centrales:

 

Los problemas de divisas, agitados políticamente, son totalmente ficticios. Dicen que el peso vale poco, pero a mí qué me importa que valga poco el peso con relación al dólar o a la libra esterlina si acá yo no compro ni vendo nada en el orden internacional en pesos. Todo lo vendo y lo compro en dólares y en libras esterlinas.

 

[…] El peso sirve al mercado interno. Para comprar en el mercado internacional tampoco empleamos nosotros ni libras ni dólares; empleamos trigo y carne, que no se desvaloriza en todos los tiempos.

[…]

Se ha hablado y se habla de divisas. El agro necesita de divisas. Estoy de acuerdo. Pero lo que yo pregunto es: ¿Cuándo le dieron divisas al agro? Porque si se las hubieran dado, hace 50 años que el campo estaría mecanizado y no produciendo como se producía hace cuatro siglos. Antes las divisas se las entregaban a los señores que se paseaban por Europa. Algunos de ellos iban en transatlántico en el que llevaban hasta la vaca, para tomar el café con leche. Esos eran los que gastaban las divisas que no entregaban al agro. Se las gastaban en los cabarets de Francia, mientras se morían de hambre nuestros pobres agricultores y peones del campo. (“Discurso de Apertura del VI Congreso Agrario Argentino”, 8/11/49)

 

 Indisociable de estos argumentos es la discusión sobre las monedas del comercio internacional, tensionada por el fin de la guerra:

 

 “Algunos dicen que el dólar cuesta quince pesos. ¡Muy serio! Y yo digo: [¿] a quién les cuesta quince pesos el dólar? A cualquiera que vaya a los Estados Unidos. Pues, que no vaya a Estados Unidos. A mí no me cuesta nada el dólar, porque yo no compro.

 

Ahora, cuando la República tiene que comprar o vender al exterior nosotros no utilizamos monedas que se desvalorizan. Nosotros compramos con trigo, carne, cueros, que se valorizan siempre. No vamos a emplear monedas con patrón oro, porque esas se desvalorizan. Ya conocemos el juego: es cuestión de revalorización del oro. Nosotros pagamos con lo que produce nuestra tierra y nuestro trabajo, que no se desvaloriza jamás en el mundo.” (“Discurso pronunciado por el presidente de la Nación, General Perón, en el acto realizado por la Unión Ferroviaria”, 19/12/49).

 

En los años siguientes, este tipo de argumento nunca perdería un lugar central. Mundo Peronista fue una revista quincenal,  que se publicó entre 1951 y 1955, y que tenía que funcionar como un gran difusor de alcance nacional. Junto a  secciones fijas como el “Calendario Justicialista” o “Tu página de pibe peronista”, la revista incluía páginas de humor. Entre ellas, la viñeta Mister Whisky and Soda. Su caricaturesco protagonista era el periodista de una “agencia noticiosa” extranjera al que le tocaba cubrir como reportero la Argentina de Perón. Además de mostrarlo alcohólico y errático en sus interpretaciones de la realidad, Mister Whisky and Soda tenía como característica cobrar su sueldo en divisas. Esta referencia no era neutra: las divisas que recibía como salario movilizaban los imaginarios peronistas (y ayudaban a sedimentarlos). La asociación con las monedas extranjeras contribuía a la definición de un personaje claramente anti-peronista.

“Cuando la República tiene que comprar o vender al exterior nosotros no utilizamos monedas que se desvalorizan. Nosotros compramos con trigo, carne, cueros, que se valorizan siempre. No vamos a emplear monedas con patrón oro, porque esas se desvalorizan”, decía Perón.

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