A SOLAS CON LA “GRAN CAPITANA DEL NORTE” Y LAS MUJERES DE LA TÚPAC

Por: Virginia Manzano

  Encerrada y rehén en la trama política provincial, Milagro Sala no se arrepiente del su condición de “basista”, la misma que la llevó a participar junto a los suyos en el acampe que terminó con su detención, hace casi tres largos años. De una cálida conversación con la lideresa de la Túpac Amaru, y el encuentro con detenidas en el penal de Alto Comedero trata esta crónica, construida en el trajín del traslado entre dos lugares de confinamiento en la Jujuy controlada con actitud imperial por Gerardo Morales. Por Virginia Manzano*. Fotos: Silvana Lanchez.

Conocí a Milagro Sala, la lideresa de la Organización Barrial Túpac Amaru, una calurosa tarde del mes de marzo de 2018 en la casa donde cumple prisión domiciliaria desde mediados de 2017, rodeada de fortificaciones y puestos de control de la Gendarmería Nacional, en el departamento jujeño de El Carmen, corazón del área tabacalera de la provincia. Era la primera vez que me encontraba con ella personalmente. Hasta ese momento nuestras direcciones se habían cruzado: en el año 2014, cuando pasé bastante tiempo en Jujuy compartiendo la cotidianeidad con quienes daban vida al movimiento Túpac Amaru, la Flaca o la Flaquita, como frecuentemente la llamaban sus compañeras y compañeros, estaba de viaje en Buenos Aires. En 2016, cuando retorné por otro largo período, Milagro estaba en prisión en el penal de Alto Comedero, había sido arrestada en el mes de enero bajo la acusación de instigar al “tumulto, delito y sedición” debido a un acampe en la plaza Belgrano, frente a la sede del gobierno provincial, para reclamar la continuidad de miles de puestos de trabajo en cooperativas de construcción de viviendas ante el cambio de la alianza gobernante en el estado nacional y provincial.

El 29 de enero de 2016, Milagro obtuvo el cese de su detención con motivo del acampe, pero una nueva causa caratulada como “Asociación Ilícita, Extorsión y Fraude a la Administración Pública”, impidió que recupere su libertad. Junto con ella también perdían la libertad otros seis miembros de movimientos sociales jujeños, cuatro mujeres y dos varones.

El colectivo que partió de las cercanías de la antigua terminal de ómnibus de San Salvador de Jujuy hacia El Carmen tomó la ruta nacional 9, bordeamos el penal de Alto Comedero, lugar a donde regresaría al día siguiente para visitar a las otras mujeres presas de la Túpac Amaru. Después del penal, pasamos junto a la rotonda de ingreso a esa extensa área de la ciudad que lleva el nombre de Alto Comedero, autoconstruida e intervenida mediante planes de viviendas estatales desde el año 1986 hasta el presente. En el corazón de esa urbanización popular se inscribió la gran obra de los miembros de la Organización Barrial Túpac Amaru, quienes contaron hacia 2004 con un subsidio del Programa de Emergencia Habitacional: un barrio de 3000 viviendas; fábricas metalúrgicas, textiles, de bloques, adoquines y caños; un puesto de salud y el Centro Modelo Integral de Rehabilitación (CEMIR); canchas de rugby, fútbol y básquet; las escuelas primaria Bartolina Sisa y secundaria Olga Arédez; un moderno centro cultural con salas de teatro y cine; el símil del Templo de Kalasasaya, en  tanto centro político y ceremonial, a cuyos pies funcionaba un parque acuático y otro con réplicas de animales prehistóricos. Con el tiempo, el movimiento Túpac Amaru se fue implantando en otras partes de la provincia, además se construyó la sede central en una calle céntrica de San Salvador de Jujuy, donde se brindaban distintos servicios, especialmente en materia de salud, y el edificio de la escuela terciaria.

Visitar a Milagro es una tarea costosa en varios sentidos. Para llegar hasta la casa donde cumple prisión domiciliaria se precisa del trasbordo en varios puntos del trayecto e, invariablemente, se debe contratar un servicio de remise o disponerse a caminar por varios kilómetros para hacer el último tramo desde la terminal de El Carmen hasta la casa empotrada en una de las laderas que caen hacia el dique La Ciénaga. Esta peripecia resulta excesivamente onerosa para economías populares nuevamente empobrecidas. Quienes antes trabajaban en cooperativas, fábricas o servicios brindados por la Túpac Amaru, ahora procuran distintos modos de ganarse su sustento, en su mayoría hacen changas en la construcción, cumplen tareas en servicio doméstico, o venden empanadas y ropa en puestos callejeros. Algunos conservaron el beneficio de 5000 pesos mensuales como parte de los denominados “planes de capacitación”, para lo cual realizan labores en escuelas, en la sede central de la organización o en instituciones distantes a donde fueron trasladados cuando los separaron y desnaturalizaron de los lugares de apego vinculados a su movimiento. La magnitud de este tema solo puede apreciarse si se tiene en cuenta la historia. En el año 1999, Milagro, en su calidad de Secretaria gremial de la Asociación de Trabajadores del Estado -Central de los Trabajadores de la Argentina- se entregó a la tarea de organizar a las personas desocupadas en los barrios populares a través de copas de leche. A partir del 2004, cuando comenzaron a construir viviendas, la organización se fue convirtiendo paulatinamente en la tercera empleadora de la provincia detrás del sector público y la agroindustria azucarera.

Quienes antes trabajaban en cooperativas, fábricas o servicios brindados por la Túpac Amaru, ahora procuran distintos modos de ganarse su sustento, en su mayoría hacen changas en la construcción, cumplen tareas en servicio doméstico, o venden empanadas y ropa en puestos callejeros.

Asunción es una de las mujeres que conservó el plan, para lo cual presta tareas de limpieza en la sede central de la Túpac. Tiene 59 años de edad y una historia de movilidad entre zonas ecológicas y productivas jujeñas extremadamente similar a la de numerosas personas que conocí en la provincia, para muchas de las cuales el movimiento se había convertido en una parada relativamente estable.

Asunción nació y vivió durante su infancia en el norte, en el departamento de Santa Catalina en la región de la Puna, partió desde allí con su marido siendo ambos muy jóvenes, primero para la zafra, anduvieron por Ledesma, según cuenta. Él trabajaba cortando caña y ella hacía las tareas de pela, después su marido se empleó en una constructora, pero también anduvo por fincas de tabaco para finalmente ingresar a la municipalidad: “Ahí fue por política, trabajamos para el peronismo y entró a la municipalidad  pero después se pegó a la bebida, por las malas influencias de los compañeros de la municipalidad y lo jubilaron por junta médica,  tiene una pensión de 5000 pesos, nomás”. Entre sus andanzas, Asunción se incorporó a una copa de leche de la Túpac en el barrio de Punta Diamante, para luego ingresar a trabajar en una de las cooperativas para la construcción de viviendas.

Asunción nunca había visitado a Milagro ni tampoco a las compañeras presas en Alto Comedero. Ella decía que algunas de sus compañeras habían ido pero no estaban inscriptas en la lista para ingresar puesto que siempre se da prioridad a los que vienen de “afuera”. Además, su propio hijo le advierte “no vayas, para qué, es feo ir a una cárcel”. A las razones económicas, como encarar un viaje sin saber a ciencia cierta si se concretará la visita, se suman el peligro y el riesgo que encierran esos encuentros. La visita implica exponerse a ser vistas en un contexto provincial donde toda proximidad a personas, objetos y símbolos asociados con la Túpac puede volverse en condena, represión y reprobación social. Además, se trata de un encuentro extremadamente corporal con fuerzas de seguridad, comenzando por el propio acto de la requisa y el pasaje por los puestos de control. Será por este cúmulo de adversidades que admiré profundamente a dos mujeres, antiguas delegadas de copa de leche, que salían de la casa del dique La Ciénaga cuando llegó mi turno de visita. No pude acercarme a ellas porque los gendarmes gritaron mi nombre para dar comienzo a la revisación de mis bolsos y, posteriormente, autorizar mi ingreso a una especie de tienda de campaña en cuyo interior, una joven gendarme dormitaba en uno de los dos camastros mientras que la otra palpaba mi cuerpo para finalizar el control.

Entre un puesto y el otro divisé a Laurita, venía subiendo despacio y visiblemente agotada la última cuesta del camino, hasta alcanzar la puerta principal de la casa, cargando una enorme bolsa gris de nylon sobre su espalda.

La visita implica exponerse a ser vistas en un contexto provincial donde toda proximidad a personas, objetos y símbolos asociados a con la Túpac puede volverse en condena, represión y reprobación social.

Conocí a Laurita en 2014, en ese entonces ella estudiaba en la escuela terciaria de la Túpac Amaru, su pasado no había sido muy distinto al de Asunción, también había migrado desde la Puna y pasado un buen tiempo viviendo por las calles de San Salvador de Jujuy con el resto de su familia. Tras el arresto de Milagro, Laurita se transformó gradualmente en el cuerpo visible de la Túpac Amaru, en cada video o noticia que se difunde desde Jujuy se la puede ver ondulando las banderas, cantando o vociferando palabras de aliento hacia Milagro y el resto de las compañeras presas cuando llegan a los tribunales para declarar en los juicios. Laurita, además, tenía la faraónica responsabilidad de mantener en pie la sede central de la organización, misión para nada fácil teniendo en cuenta las intervenciones represivas del Estado.

A pesar de esta adversidad, Laurita estaba lejos de amedrentarse, con sumo orgullo hablaba en clave de un nosotros, los tupaqueros, que reconocen en Túpac Amaru lo milenario, en el Che Guevara lo revolucionario y en Evita la ayuda al pueblo.

Cuando los gendarmes abrieron la puerta de la casa, ingresé junto con Laurita y otra compañera de Buenos Aires. Un perrito juguetón vino a nuestro encuentro y tras de él venía Milagro. Laurita se fundió en un abrazo con ella, y entre afectos y juegos, la tomó por la cintura para columpiarla hacia arriba, despegándola unos buenos centímetros del piso.  Milagro parecía disfrutar de ese juego, se abrazaban y reían. Luego nos miró y con una actitud serena nos dio un beso a cada una acompañando el saludo con un “hola compañeras”.

Los tupaqueros reconocen en Túpac Amaru lo milenario, en el Che Guevara lo revolucionario y en Evita la ayuda al pueblo.

Formamos un círculo entre las cuatro para observar cómo Laurita quitaba de la bolsa un sinnúmero de regalos que le enviaban a Milagro: cojines de emoticones y ropa que parecía usada a la que Milagro medía con el tamaño de su cuerpo.Milagro nos invitó a sentarnos en unas sillas dispuestas alrededor en una mesita debajo de un galería, nos ofreció tomar algo fresco o mate, también insistía en que probáramos las tortas que habían ido dejando las visitas del día. Comenzamos una ronda de mates, que ella cebaba, y nos encontramos en una hermosa conversación.

Tupaquera

La vida de Milagro, quien nació el 20 de febrero de 1964, tuvo sus narradores y sus libros, quienes retrataron las particularidades de su nacimiento y niñez, su identificación con la causa de los más humildes, y su dedicación a la crianza de muchos hijos del corazón junto con sus dos hijos biológicos. El casamiento con Raúl Noro en septiembre de 2006, un periodista jujeño y militante del Partido Humanista bastante mayor que ella, también ocupa parte de los hitos de su vida, será por sus trayectorias tan opuestas en términos de pertenencias clasistas y étnicas. Mientras compartíamos mate no dejaba de observar sus movimientos, su simpatía, su delgadez, su color de piel tan contrastante con mi blancura extrema, su estatura, sus posturas adolescentes para sentarse, su voz que entremezclaba el tono de los pibes de barrio y las pausas reflexivas para explicar sus proyectos, sus ideas políticas y sus creencias profundas. Me tentaba acariciar su cabeza, lo que finalmente hice, porque me trasmitía ternura y no podía dejar de identificarla con alguna joven alegre, vital, rebelde y, por eso mismo, encerrada y rehén en la trama política provincial y nacional.

Milagro estaba visiblemente emocionada con la visita de las dos mujeres que habían salido antes que yo ingresara: “Me contaron que cuando estaba la Túpac habían podido comprar heladera, hasta una licuadora, como si la licuadora fuera algo tan raro, y ahora nada. También vinieron a contarme algo lindo, que gracias a la Túpac, que había dado becas de estudio, uno de sus hijos se había recibido de técnico; y ahora los hijos, que tiene tres, son los que la ayudan a ella, por eso pudo venir a visitarme”. Mientras Milagro me contaba sobre esa charla volvían a mi memoria las decenas de historias similares que había tenido la oportunidad de escuchar y compartir cuando la Túpac estaba en pleno funcionamiento, especialmente cuando relataban que sus familias no creían que en tan pocos años, como parte del movimiento, hubiesen logrado un trabajo, una vivienda, muebles, y el disfrute de compras y paseos. Al calendario del cobro salarial del personal estatal, que en Jujuy se difunde a través de la radio, la televisión y los diarios, se sumaba el comentario sobre el día que cobraban “los tupaqueros”. Tal como escuché estando allí, los choferes de colectivo comentaban: “hoy cobran los tupaqueros”. Y eso era una señal para montar a lo largo de la calle de la sede central puestos de venta de comida, bebidas, DVDs y juguetes infantiles.

Milagro, durante nuestra conversación, me dijo que ella era basista: “Muchos pueden pensar que hay que preservar a la dirigencia y que se movilicen las bases, yo no soy así, yo no voy a abandonar a la gente de las bases y guardarme, yo salgo también”.

Hacía muchísimo tiempo que no escuchaba la palabra basista o basismo, término de un largo recorrido pero que viene a significar una política emanada de las bases. Algo profundo sentí cuando pronunció esa palabra, como un fogonazo en la noche a partir del cual se me ordenaron en un nuevo cuadro imágenes dispersas.

Durante nuestra conversación, Milagro me dijo que ella era basista: “Muchos pueden pensar que hay que preservar a la dirigencia y que se movilicen las bases, yo no soy así, yo no voy a abandonar a la gente de las bases y guardarme, yo salgo también”.

Volvieron a mi mente personas ajenas a la Túpac Amaru pero que quieren y cuidan a Milagro, diciéndome “es una cabeza dura, le decíamos que deje el acampe y que se vaya a jurar como diputada del Parlasur, pero ella se quedó ahí, y de ahí se la llevaron”. También recordé las inagotables anécdotas sobre los vínculos de proximidad con Milagro que me habían contado una y otra vez: en las primeras reuniones de delegados había pocas sillas, entonces Milagro proponía que todos juntos se sentaran en el piso para que no hubiera ninguna diferencia; compartían la comida mientras charlaban y se aconsejaban; bebían y bailaban en las fiestas de fin de año; pintaban las paredes de las primeras viviendas. Era una cercanía en la que Milagro ejercía una pedagogía particular sobre el cuidado de los cuerpos, el respeto de sí y la dignidad del reclamo, como lo volvería a repetir en nuestra conversación: “Yo siempre le decía a los compañeros, por más que sean pobres no pueden estar sin dientes, tienen que estar limpios, y así siempre jodíamos”.

Al calendario del cobro salarial del personal estatal, que en Jujuy se difunde a través de la radio, la televisión y los diarios, se sumaba el comentario sobre el día que cobraban “los tupaqueros”. Era una señal para montar a lo largo de la calle de la sede central puestos de venta de comida, bebidas, DVDs y juguetes infantiles.

Era esa mezcla entre enseñanza y atmosferas de comicidad la que recordaban aquellas y aquellos que habían integrado la Túpac Amaru, como Luci y Karina: “Te acordás cuando Milagro le dijo a X que tenía olor a transpiración y lo mandó a comprarse un desodorante. Él se fue, compró un desodorante, y volvió para joder a la Milagro, quería que ella lo oliera. La Flaca jodía, le decía salí de acá, y ella se mataba de risa y todos nos matábamos de risa”.Dentro del área de salud, uno de los servicios más activos era el de odontología, era una obsesión para Milagro que todos y todas tuvieran sus dientes. Era común que en el recuerdo de esas experiencias muchos o casi todos dijeran que Milagro les había enseñado. Entre esas enseñanzas se contaba el entrenamiento en oficios de la construcción; la culminación de la escolarización formal; las habilidades organizativas; y, especialmente, maneras de usar el cuerpo en una forma menos desigual: “Ella nos decía que nunca tenemos que agachar la cabeza y bajar la vista, que siempre tenemos que mirar a los ojos a la persona con la que se habla”, contaba entre lágrimas Azu cuando Milagro ya estaba encarcelada. Cuidar el cuerpo y reconstituir a las personas era una apuesta central para entrar y afirmarse en aquellos lugares que hasta ese entonces sentían vedados como oficinas públicas, despachos de la administración de ingenios azucareros para lograr algunas hectáreas para construir piscinas, shopping, heladerías u otros sitios de esparcimiento en la centralidad jujeña.

Juancito, un joven de Perico, me dijo una vez: “Yo andaba en cosas malas, en la calle, tirado, robando y después verme de traje, porque a veces nos hacía poner traje para las fiestas, mis amigos me veían que salía del barrio y no entendían nada. Aparte tenía que estar prolijo porque tenía que hablar con los ingenieros, los arquitectos. Y eso de ver que les podían hablar, que te respetaban, eso que me dio Milagro, esa oportunidad es invalorable.”

Cuidar el cuerpo y reconstituir a las personas era una apuesta central para entrar y afirmarse en aquellos lugares que hasta ese entonces sentían vedados como oficinas públicas, despachos de la administración de ingenios azucareros.

Raúl, la pareja de Milagro, reflexionaba que los cholos en Jujuy están molestos, ellos piensan que se esforzaron mucho, quieren ser blancos e invirtieron mucho para ser blancos y Milagro les vino a recordar lo que eran, entonces tienen miedo de perder los lugares a los que habían llegado, y dicen “a estos de la Túpac le dan todo sin esfuerzo”. Y era justamente la lucha y el esfuerzo todo aquello que yo había aprendido en la Túpac Amaru, especialmente la lucha tenaz de mujeres y los jóvenes a fines de los noventa, cuando montaban carpas en señal de protesta frente a la casa de gobierno, manifestaban por las calles, y realizaban distintas tareas para recaudar dinero y sostener copas de leche, como cortar el césped a domicilio o preparar empanadas para vender.  En tanto que el “sacrificio” se asociaba principalmente con el trabajo duro en las obras de construcción de viviendas. Fue la memoria de esa experiencia vital la que volví a sentir cuando fui hacia el penal de Alto Comedero a visitar a las presas de la Túpac.

Minutos antes de partir hacia el penal, repasé que en mi bolso estuvieran guardados dulces, revistas, papel higiénico, frutas y retazos de tela para regalarles a las compañeras. Los retazos de tela eran importantes porque una antigua integrante de la Túpac Amaru había conseguido máquinas de coser para que ellas pudieran confeccionar bolsos con esas telas, entregárselos a sus familias para que los vendieran y con ese dinero lograr algo de sustento. Ahorraré extenderme en la descripción de todo lo que implica una requisa para ingresar al penal.

Raúl, la pareja de Milagro, reflexionaba que los cholos en Jujuy están molestos, ellos piensan que se esforzaron mucho, quieren ser blancos e invirtieron mucho para ser blancos y Milagro les vino a recordar lo que eran, dicen “a estos de la Túpac le dan todo sin esfuerzo”.

Una vez que traspasamos la última reja, nos esperaba Mirta Aizama, quien con una sonrisa serena y afectuosa nos dio la bienvenida. Caminamos hacia un quincho donde las mujeres aguardaban por sus familias y otras simplemente estaban sentadas alrededor de una mesa en soledad. Gladys Díaz, otra de las mujeres presas, esperaba en la mesa contigua a la de Mirta y cuando nos vio vino hacia el encuentro.Ellas esperaban por la llegada de sus familiares con mucha ansiedad, entre tanto conversamos un largo rato, yo no las conocía personalmente pero sí había visto material audiovisual que en breves minutos contaba sus vidas.  La esperanza de ellas era obtener la prisión domiciliara para aguardar el momento del juicio en sus casas, ya que estaban en prisión desde la mitad del año 2016 y las causas judiciales avanzaban lentamente. Estaban afligidas por la suerte que corrían sus familias, Gladys por la persecución hacia sus hijos y por la crianza de su pequeño nieto. Mirta por su hijo de 17 años. Temía que tome caminos en la vida que lo pusieran en peligro, “él era muy mamero”, repetía. Cuando ellas dedicaban el día entero de sus vidas a la Túpac veían muy poco a sus familias, por lo general saludaban a sus hijos antes de las ocho de la mañana y se volvían a encontrar entre las once y las doce de la noche, porque era un ritmo muy intenso de trabajo sostener todos los servicios que se brindaban en la sede central. Ahora que están en prisión dependen casi exclusivamente del apoyo de sus familiares, como diría Graciela, otra de las presas: “Cuando estamos presas está presa toda la familia”.  En el caso de Mirta y Gladys quizás se asoma algo de decepción frente a lo que consideran como desagradecimiento de muchos a quienes ayudaron a través del movimiento. Sin embargo, crearon un ambiente sumamente dulce, hermoso y de camaradería cuando recordaron las experiencias de lucha y sacrificio que vivieron juntas y junto a la Túpac.

Mirta cuenta que a fines de la década del noventa era inquilina y no le alcanzaba el dinero, su hijo nació en el año 2000 y ella lo llevaba a todas las marchas, eso le valía alguna que otra tensión con su pareja, quien le decía: “para qué lo llevas, puede ser peligroso”. Después comenzó a trabajar en las obras en construcción y fue parte de la primera tanda de personas propuestas para la asignación de las nuevas viviendas.

Gladys, a fines de los noventa, participaba de algunas actividades de la Asociación de Trabajadores del Estado, y estrechó sus vínculos con Milagro cuando se movilizaron para impedir el cierre del Hogar Escuela en la provincia.

Ahora que están en prisión dependen casi exclusivamente del apoyo de sus familiares, como diría Graciela, otra de las presas: “Cuando estamos presas está presa toda la familia”.

Tras esa movilización, Milagro la invitó a armar una copa de leche, ella participó de una pero estaba preocupada por “entrar a los planes”. Cuando finalmente entró, se dividían el monto de dinero de ese beneficio entre más de un compañero, para que todos tengan aunque sea algo de dinero, a la vez que buscaban lugares para la contraprestación como centros de salud o escuelas. En eso andaban, Gladys y Mirta cuando la Flaca viajó a Buenos Aires a ver a Alicia Kirchner para reclamar el aumento en el número de planes. “Ahí ellos le dicen – recuerda Gladys: ‘No te vamos a dar planes, te vamos a dar proyectos de construcción de viviendas. Vos sabes construir ¿no?’, y la Flaca dijo: sí, sí.”. Las dos ríen recordando ese acto de atrevimiento que pasó a ser una hazaña colectiva.

La construcción de las primeras 148 viviendas, en pocos meses, se transformó en un reto descomunal. Mirta y Gladys relatan cómo se encerraron días enteros en la sede de la organización para armar proyectos, a los que rehacían constantemente porque recibían siempre alguna objeción formal de parte de las oficinas públicas encargadas del asunto. Después vino la titánica tarea de emparejar terrenos porque “eran feísimos, bajos, llenos de yuyos”, dice Mirta. Diariamente se organizaban para ir desmalezando, limpiando y combatiendo variedad de animales.  Más adelante, se esforzaron para aprender a construir. Gladys cuenta que le enseñaron los maestros mayores de obra esas artes y que un día ella estaba contenta porque había terminado de colocar cerámicos y uno de ellos le dijo que estaban torcidos, había que sacar todo y hacerlo de vuelta pero, cuidar que no se rompa ningún cerámico “porque lo teníamos contado”. También había que hacer guardias durante la noche para cuidar del predio y los materiales, sin luz eléctrica, en medio de la oscuridad. Mirta giró las palmas de sus manos hacia arriba y me dijo “Así lastimadas teníamos las manos, me sangraba por el fino”. Ese encuentro entre Mirta y Gladys me recordó a muchos otros que había tenido con otras mujeres de la Túpac Amaru, quienes entre ellas movían sus cuerpos imitando la forma en que cargaban a sus hijos pequeños en las manifestaciones callejeras o el acarreo de material durante la construcción de viviendas. Narraban dolencias corporales implicadas en la construcción de viviendas: lastimaduras en las manos, golpes, cortaduras o molestias en cintura y espalda. Mirta identificada en la profundidad vital de esa gran construcción de ciudad, de afectos y relaciones sociales dijo: “Por eso me da bronca cuando me dicen les dan las casas, nos ganamos nuestras casas con todo el sacrificio, con todo lo que trabajamos.”

Al día siguiente de la visita a la prisión de Alto Comedero, volví a la sede central de la Túpac Amaru. Como me ha sucedido desde 2016 en adelante, no puedo dejar de entristecerme cuando allí quedan sobre las paredes los distintos cuadros con imágenes que atestiguan los momentos gloriosos de la organización. Eusebia estaba barriendo, manteniendo la limpieza como podía, le pregunté por Norita, me dijo que no estaba y me hizo una seña para que me sentara. Eusebia es alta, con pómulos marcados, muy delgada, de cabello largo color negro azabache, presumo que tiene una descendencia guaraní.  De a poco, iniciamos y continuamos una hermosa conversación, me contó que de muy chica se quedó sola, en medio del campo, más lejos y más adentro que la zona azucarera de San Pedro, allí abrió una iglesia evangélica y el pastor le dio pistas para interpretar muchas cosas de su mundo. Cuando migró a San Salvador comenzó a trabajar cama adentro en la casa de jueces, fue a través de esas personas que logró el acceso a una vivienda social en un sector de Alto Comedero justo frente a los terrenos donde años después construiría viviendas la Túpac. Cuando comenzaron las obras ella preparaba y vendía empanadas todos los mediodías a quienes trabajaban en las cooperativas; fue así que se hizo de amigas y amigos, por eso le solicitó a Milagro trabajo y fue entonces cuando ingresó a trabajar en tareas de limpieza en la sede central, a la vez que comenzó a cursar los estudios primarios en la escuela del movimiento. Con tono sereno pero decidido, Eusebia me dijo: “Yo aguanto por doña Mirta que era la encargada de la sede y por la Milagro, por la Flaca.  Es re buena doña Mirta, tranquila, dulce, a las que limpiábamos nos venía a saludar todos los días, después nos decía chicas vayan a tomar el té, nos mandaba a comprar el pan para el té. Re buena era ella. Por doña Mirta yo me quedo, no la puedo dejar, ojalá salga pronto”. Tras mi primera conversación con Eusebia, después vendrían muchas más, tuve un deseo enorme de volver al penal de Alto Comedero pera decirles a Mirta y Gladys que muchos no las visitan pero que Eusebia las está esperando.

Las mujeres de la Túpac narraban dolencias corporales implicadas en la construcción de viviendas: lastimaduras en las manos, golpes, cortaduras o molestias en cintura y espalda: “Por eso me da bronca cuando me dicen ‘les dan las casas’. Nos ganamos nuestras casas con todo el sacrificio, con todo lo que trabajamos”, dice Mirta.

Cuando terminó el turno de mi visita en la casa de la Ciénaga ya era noche cerrada, Milagro nos acompañó hacia el portón y quedamos en que volvería a visitarla porque ella estaba interesada en conversar conmigo, por mi profesión de antropóloga, sobre pueblos originarios. Para ella a Jujuy iban los del gobierno a tomar espiritualidad, robaban la espiritualidad y pasaban cosas malas como inundaciones y aludes.“Nosotros tenemos ancestralidad”, sostuvo Milagro, “y siempre digo que le alquilamos la tierra al blanco pero ellos la vienen a sacar”. Nos fundimos en un abrazo con promesas de retorno cuando uno de los gendarmes abrió la puerta e indicó mi salida, mientras que otro me devolvía mi documento de identidad retenido durante la visita. Milagro miraba desde la rendija del portón, agradeciendo y mostrando gestos de cariño.

Una vez en el auto hacia Jujuy recibí una fotografía que me había tomado con Milagro minutos antes, sin dudarlo se la reenvié por mi teléfono móvil a mis amigas de San Francisco Solano -sur del Gran Buenos Aires, quienes desde las década de los años ochenta vienen luchando por el acceso a la tierra, por la construcción y mejora de sus barrios, y por impedir que sus hijos “caigan”en el consumo de drogas o en manos del narcotráfico. Ellas siempre habían estado atentas a la Túpac Amaru, incluso algunas pocas habían viajado a Jujuy para participar de la Constituyente Social en 2008. En un intercambio de mensajes, Estela escribió una frase que me conmovió en la noche jujeña: “Mandale un abrazo a esa gran mujer, la gran capitana del Norte”. Sentí como un torbellino el enlace de espacios y de tiempos, de luchas ganadas y perdidas, de una historia popular en cuya intimidad se encontraban mis amigas del Gran Buenos Aires, con Milagro y las mujeres de la Túpac. Me acarició el recuerdo de la voz de Mónica Pantoja, una artista jujeña, cantando Juana Azurduy en un acto por la libertad de Milagro Sala en 2016. Por eso me gustó la síntesis de Estela en reconocimiento del título de Gran Capitana del Norte a esa Milagro simpática, tierna, juvenil, rebelde y basista.

*Es Doctora de la Universidad de Buenos Aires, área Antropología Social. Facultad de Filosofía y Letras.

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