ARISTARAIN LES MOJÓ LA OREJA

Por: Martiniano Cardoso

En un nuevo marzo que recuerda el golpe cívico militar que devastó a la Argentina entre 1976 y 1983, una revisión del rol que jugó Tiempo de Revancha, rodada en plena dictadura, confirma a la obra de Adolfo Aristarain como la película más audaz y representativa sobre los años del “Proceso”. El director propone un planteo inteligente, de disidencia, donde las “cosas prohibidas” se construyen con sugerencias. Por Martiniano Cardoso*

Pedro Bengoa es un hombre que quiere escapar de su pasado, aunque esto signifique traicionarlo. Es 1981 y la Argentina se encuentra, como dicen, en su noche. Bengoa consigue trabajo como dinamitero en una multinacional, su nuevo empleo lo obliga a mudarse al sur del país. Ha logrado borrar su historia reciente de trabajador combativo y este no es el mejor momento para sacar a relucir esas medallas. Además, Pedro se encuentra en un punto de su vida en el que se siente “de vuelta”. Tal vez, esta sea su última oportunidad.

 

Lo primero que hace después de ser contratado es ir a contarle la noticia a su padre, un viejo español que tranquilamente podría haber pertenecido al partido Republicano en la guerra civil española. Su padre repudia su nuevo empleo y le recuerda su pertenencia y conciencia de clase trabajadora.


Tiempo de Revancha se trata de la película más audaz y representativa sobre los años del “Proceso” en este país, hecha durante esos años del “Proceso”. Las condiciones de su producción son las condiciones del país.

Bengoa parte hacia el lugar en donde se radicará y con el transcurso de los días se da cuenta de las condiciones de precariedad y peligrosidad en las que se desempeñan sus compañeros de trabajo, y algo comienza a hacerle ruido. Como si fuera poco, Bengoa se reencuentra con Bruno Di Toro, un viejo amigo con el que se supone que ya compartieron una que otra revuelta en otros tiempos. Bruno le propone estafar a la compañía mediante un plan que no tiene fallas. Provocar una explosión en la cual éste quede atrapado y por el “shock que le produce” el siniestro se quede mudo. Apoya un cigarrillo prendido en su brazo y luego de apagarlo en su cuerpo le dice a Bengoa “¿Hablé yo? ¿Dije algo yo? Yo soy mudo Pedro”.

 

En un primer momento Bengoa rechaza la propuesta, las cosas están complicadas, no es el momento. Días después, un obrero muere en una explosión por negligencia de la empresa, Pedro decide callar y recibir un soborno.

 

Todo parece transcurrir en un cauce “normal” hasta que Bengoa recibe la noticia de la muerte de su padre y en el funeral algo se quiebra adentro suyo. La Patronal ha vuelto a ser su enemigo.

 

Al volver al sur decide llevar a cabo el plan de sabotear a la empresa junto a su amigo Di Toro, y por un error el que queda atrapado en medio de la explosión es él. Di Toro muere.

 

De todas maneras, sigue con el plan de hacerse el mudo y lo lleva hasta las últimas consecuencias. Un abogado de apellido Larsen será su cómplice mientras Bengoa se quede sin habla por tiempo indeterminado.

 

Así comienza Tiempo de Revancha, realizada en plena dictadura militar por Adolfo Aristarain y protagonizada por Federico Luppi. El año de la realización es clave: 1981. A la dictadura le quedaban pocos años, pero en su desenlace la guerra de Malvinas fue el último corcoveo para no dejar el poder. Aristarain propone un planteo inteligente, de disidencia, donde las “cosas prohibidas” se construyen con sugerencias. Sin embargo, el paso del tiempo permite actualizar cada vez más el “mensaje político” de la película y denotar la elementalidad de la aduana ideológica de la dictadura. Tuvo amenazas, no fue fácil su salida al público, pero finalmente se logró. Se trata de la película más audaz y representativa sobre los años del “Proceso” en este país, hecha durante esos años del “Proceso”. Las condiciones de su producción son las condiciones del país.

Lo que al principio parece ser un “western moderno”, con sus enormes planos generales y explosiones, se convierte en un thriller que muestra la opresión, el silencio y el clima de época.

[vc_single_image image=»3100″ img_size=»large»]Ese mismo año, Mario Sábato estrena El Poder De Las Tinieblas, una película basada en el libro de su padre Informe Sobre Ciegos. La película sugería más de lo que contaba, era una obra anterior y mucho más críptica que Tiempo de Revancha.

 

En 1980 Ricardo Piglia edita la novela definitiva sobre la dictadura militar: Respiración Artificial, donde la opresión es protagonista y el escritor trabaja su alter ego, Emilio Renzi. De todas maneras, el libro circula entre la elite ilustrada.

 

Tiempo de Revancha logra saltar todos los cercos y apela a un público masivo. Aristarain, un hombre de izquierda, maneja la sutileza y el trazo grueso en el film con una maestría que tal vez no esté presente en ninguna otra obra artística en la dictadura. Está más cerca de las acciones políticas del peronismo y la multisectorial comandada por Saul Ubaldini con el lema “Paz, Pan y trabajo” que a cualquier otra película, disco o libro realizado en esos años, aunque su protagonista sólo actúe de modo individual.

 

Lo que al principio parece ser un “western moderno”, con sus enormes planos generales y explosiones, se convierte en un thriller que muestra la opresión, el silencio y el clima de época. ¿Cuáles son las razones por las que Tiempo de Revancha continúa siendo una película que no ha envejecido ni un plano desde el día que se estrenó?

 

El género. El film se enmarca dentro de la estructura narrativa de un policial clásico que puede enmascarar los mensajes e ideas que contrabandea, debido a la trama.

 

Mantenerse mudo en una sociedad donde el silencio era salud reflejaba la actitud de buena parte de los argentinos. Bengoa no habla más, no arregla con la compañía y decide ir a juicio.

La escena final de la película en la cual Bengoa decide cortarse la lengua frente al espejo que usaba su padre despierta miles de significados posibles. Una vez ganada la batalla, ¿Bengoa prefiere callar? ¿Ya no tiene nada más que decir? ¿La clase obrera debe ser silenciada por su propio bien?

A medida que la historia avanza, el personaje de Luppi no sale de su cuarto y comienza a recibir grabaciones de las reuniones que mantiene en privado. Las escenas de Bengoa “atrapado en libertad”, tabicando el lugar que habita con las voces en off de los demás, provocan una sensación de ser vigilado las 24 horas, por más que nadie aparezca en cuadro. Una sensación muy similar a la que tenían algunos argentinos cuando daban vuelta la cabeza en plena calle al escuchar un par de pasos detrás suyo.

 

Bengoa finalmente gana el juicio y decide irse del país con su mujer lo antes posible.

 

La película llega a su clímax cuando, mientras camina por Buenos Aires, luego de comprar los pasajes y a plena luz del día, un testigo del juicio es arrojado de un Ford Falcon frente a él.

 

Un plano general desde arriba nos muestra a Luppi solo en su inmensidad, sin saber a dónde ir, aunque tiene claro que su único destino posible es Ezeiza.

 

La escena final de la película en la cual Bengoa decide cortarse la lengua frente al espejo que usaba su padre para afeitarse despierta miles de significados posibles.

Una vez ganada la batalla, ¿Bengoa prefiere callar? ¿Ya no tiene nada más que decir? ¿La clase obrera debe ser silenciada por su propio bien?

 

Como en los grandes clásicos del séptimo arte, Adolfo Aristarain deja en manos del espectador las múltiples respuestas que llegan hasta nuestros días. Por suerte, las preguntas siguen estando.

 

 

*Guionista. Editor de cultura en Revista Kamchatka.[vc_column][vc_video link=»https://www.youtube.com/watch?v=lS7wy8HkDTY»]

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