EL SEÑOR TELEVISOR EN LA LARGA NOCHE

Por: Lorena Álvarez

Aunque a la televisión de la dictadura suele asociársela a la censura y las listas negras, sus efectos en los consumos culturales familiares dejaron una huella que continuó hasta avanzada la democracia. Así, en los años 80 se registraron más continuidades que cambios, y a lo sumo, hubo revisión de estéticas antes que de enfoques ideológicos. Con excepciones, algunos formatos se sostuvieron hasta hace pocos años, cuando la irrupción de la Tablet, el Smartphone, las plataformas de streaming y on demand revolucionaron nuestra relación con las pantallas. Por Lorena Álvarez.

Después del golpe de estado del 24 de marzo de 1976, cada fuerza tomó el control de un canal. El 9 quedó en manos del Ejército, el 13 de la Armada,  el 11 de la Fuerza Aérea y Canal 7 siguió perteneciendo al Estado pero con influencias del Ejército, aunque denominándose ATC, Argentina Televisora Color.

La televisión que a mediados de los 60 había logrado ascender de ampuloso y fornido decorado hogareño a miembro fundamental de la familia, ahora estaba en poder -como todo- de la dictadura.

¿Qué hizo entonces ese nuevo e “incómodo familiar” con nuestras vidas? Es una pregunta que nunca hemos respondido claramente.

A 43 años del golpe la televisión de esos años sigue siendo descripta como el período de las listas negras y la censura, un tiempo donde la cultura y el ocio fueron adormecidos, estrangulados. Una etapa que se imprime en la historia con punto y aparte.

Pero, ¿qué tan real es esa pintura de época? ¿Cómo fue la cotidianidad televisiva no en términos informativos sino culturales? ¿Qué mirábamos para distraernos? Basta analizar con detenimiento la programación de esos años para constatar que, restituida la democracia en el país, fueron más las continuidades en el contenido que los cortes abruptos. Que el rating mandó, soberano, sin oír el veredicto de las urnas.

A 43 años del golpe la televisión de esos años sigue siendo descripta como el período de las listas negras y la censura, un tiempo donde la cultura y el ocio fueron adormecidos, estrangulados. Una etapa que se imprime en la historia con punto y aparte.

Podría incluso decirse que las modificaciones de los años democráticos estuvieron más  ceñidas a un cambio estético que a un destierro de lo que se produjo en ese entonces (la famosa “patota cultural alfonsinista” versus la programación “grasa” encabezada por los conductores Sergio Velasco Ferrero y Quique Dappiaggi).

Censura y criterio

La literalidad y la falta de conocimiento en el metier televisivo de los nuevos directivos de los canales produjeron los más insólitos dislates en materia de programación y censura.

Por ejemplo, en 1981 las autoridades de Canal 11 rebautizaron como “Mariana” la telenovela mexicana “Los ricos también lloran” protagonizada por Verónica Castro, ya que el título original les sonaba muy comunista y ofensivo para las clases altas.

A su vez, ATC no tenía problemas en emitir el 22 de junio de ese mismo año un especial titulado “La mujer del Cholo” cuyo guión pertenecía a la talentosa, efectiva y certera Aída Bortnik, que lejos de armar un  simpático relato costumbrista como el título podía ameritarlo, se había despachado con una historia profundamente amarga con ribetes feministas, una feroz crítica al lugar sombrío de muchas mujeres en esa época. Todo sin nombrar nada, claro está, pero mostrando la vida de una ama de casa que para sostener la estructura familiar se olvida de su propia salud y hasta el final de sus días es fundamental engarzando la vida de todos de forma silenciosa e imperceptible, a tal punto que el eterno  compañero de trabajo de su marido se da cuenta el día de su entierro que no sabía siquiera su nombre, siempre había  sido “la mujer de”.

En 1981 las autoridades de Canal 11 rebautizaron como “Mariana” la telenovela mexicana “Los ricos también lloran” protagonizada por Verónica Castro, ya que el título original les sonaba muy comunista y ofensivo para las clases altas.

También sucedió que, mientras a Alberto Olmedo las autoridades del canal lo levantaban del aire el 3 de mayo de 1976  por simular la muerte de su personaje Rucucu, a Osvaldo Terranova  le permitían desde “Los especiales de ATC”  recrear obras de los autores más destacados de nuestra cultura popular. Desde “Mateo” de Armando Discépolo hasta “Los chicos crecen” de Camilo Darthes y Carlos S. Damel pasando por “El viejo Hucha” de los mismos autores.

Por eso es muy difícil mantener un hilo conductor de calidad y comprender qué parámetros manejaron. Como en el tango Cambalache, “la Biblia estaba junto al calefón” y esa tele producía desde el primer trueque televisado, La gran ocasión, conducido por Sergio Velasco Ferrero – donde el público llevaba dos baldes y podía cambiarlos por una raqueta-, hasta una  versión en 1978 de Cumbres borrascosas protagonizada por Rodolfo Bebán y Alicia Bruzzo, pasando por Romeo y Julieta versionada por Andrea del Boca y Daniel Fanego y las bio épicas de Anastasia y Bernadette también estelarizadas por la ex niña prodigio.

Pero el gran cimbronazo llega cuando irrumpen las primeras “latas”, como se llamaba entonces a las telenovelas o series que venían del exterior montadas en el mismo “deme dos” que pulverizó nuestra economía productiva. La tele, como industria nacional, no resultó indemne, padeció también el comienzo del desmembramiento de la ficción en pos de abaratar costos.

El gran cimbronazo llega cuando irrumpen las primeras “latas”, como se llamaba entonces a las telenovelas o series que venían del exterior montadas en el mismo “deme dos” que pulverizó nuestra economía productiva.

Por eso muchas series, culebrones y miniseries coparon el aire, desde Los Ángeles de Charlie y SWAT  hasta la exitosa saga familiar de esclavos africanos Raíces, pasando por sucesos como la tira brasileña La esclava o la mexicana Soledad, con el detalle de que ésta era protagonizada por nuestra compatriota Libertad Lamarque, estrella absoluta en aquel país.

Pero si algo quedaba claro en los ítems de la tele de la dictadura era que el amor debía ser rosa y la familia, esencial en los argumentos.

Por eso tantas comedias familiares invadieron la programación desde Los hijos de López a Los hermanos Torterollo de Hugo Moser, sin olvidarnos de María, María y María donde las trillizas de Oro eran criadas por su tía, la inmensa Beatriz Bonnet, que pocos años después quedó en la historia de la televisión gracias a su bocadillo “¡pero qué bochorno!” en la democrática redacción de Mesa de noticias.

Dos matrimonios se convirtieron en padres y madres de la patria. Nora Cárpena y Guillermo Bredeston, que con sus comedias rotativas de los viernes era Los Beltrán o Paloma y Doris del Valle y Emilio Disi que compartían a regañadientes el techo en la comedia de enredos Departamento de comedias.

Pero si hay una prueba fehaciente sobre qué poco cambió el contenido de la tele entre los años de la dictadura y la democracia es Crecer con papá, el boom de 1982 que lanzó a la fama a nuestra a pequeña Drew Barrymore, la carismática Lorena Paola. Se trataba de un joven y atractivo viudo criando como puede a sus tres hijas. ¿Les suena? Sí, claro. Nueve años más tarde se repone en pantalla y rompe el rating su remake, Grande pá.

Pero lo que no se reversiona continúa. Así entonces no dejan de emitirse Domingos para la juventudPolémica en el bar, dueño de una audiencia que a veces pasa la friolera de los 60 puntos de rating, ni tampoco se discontinúa el suceso de No toca botón o el ameno Cordialmente conducido por el multifacético Juan Carlos Mareco. Tampoco deja de emitirse ni abandona la pantalla el musical tanguero por excelencia “Grandes valores del tango de hoy y de siempre”, aunque con los años se limita a Grandes Valores.

Tampoco Calabromas deja el aire, aunque su sketch estelar Batman y Robin es reemplazado  por Aníbal y Johnny Tolengo, el furor de los segundos ochenta. Claro que El Contra se mantiene intacto. Como La peluquería de Don Mateo con su galería de chicas con poca ropa.

El corte tampoco fue letal entre las caras de los noticieros. Salvo José Gómez Fuentes, Daniel Mendoza y Nicolás Kasanzew, que participaron del verdadero “hecho maldito” de la televisión de esos años – la guerra de Malvinas, tema imperdonable para los espectadores-, el resto siguió y con más éxito que antes. Las dos caras de la Verdad fue el noticiero de los primeros años de la democracia con 40 puntos de rating diarios. Silvia Fernández Barrio (Co conductora junto a Gómez Fuentes de 60 minutos antes de la guerra) y Juan Carlos Pérez Loiseau (que armó dupla con  Ramón Andino en Realidad 80,81,82, el noticiero estrella del mediodía de canal 13) eran los “nuevos” rostros de lo verídico post elecciones.

La calidad insólita de ciertos  programas también son rarezas para destacar Nosotros y los miedos, un unitario multiestelar encabezado por Miguel Ángel Solá y dirigido por Diana Álvarez, que antecede al democrático Atreverse de Alejandro Doria y Compromiso, que con Ricardo Darín, Susú Pecoraro y un reparto de luxe debuta el último año de la dictadura y sigue en democracia. Al igual que la tira infanto juvenil Pelito, con un pequeño debutante que años después haría historia en la tele: Adrián Suar.

Por eso podemos aseverar con el paso de los años que la televisión de ese período nos atiborró de programas de toda índole, desde el “Venga a bailar”, una especie de “Bailando por un sueño” de gente común que competía por un módico premio hasta “Sonrisas Once”, donde hizo sus primeros pininos Jorge Corona, sin olvidarnos de “El Rafa” con Alberto de Mendoza, donde un padre competía por el amor de una vecina con su hijo, o la histórica “Hombres en pugna” estrenada en 1980 con Rodolfo Ranni interpretando a Urquiza, ni “Proceso a cuatro monjas “ con Betiana Blum y Graciela Duffau, un drama sobre los efectos de la guerra en un convento. Empero  “Un mundo de veinte asientos”, donde un colectivero se enamoraba de una chica bien también se llevó todo el rating de 1978, aunque se cortó debido a la muerte de su protagonista Claudio Levrino.

Hasta “Carozo, Narizota y el profesor Gabinete” atravesaron las urnas y se instalaron entre los niños al igual que la troupe de Martín Karadagian.

Como hija dilecta de la televisión es terrible reconocer que nada cambió demasiado a posteriori en términos de contenido. Es más, legó sus daños. Por cuestiones morales limitó la industria de la telenovela que tenía un perfil propio, adelantadísimo a su época: abortos, infidelidades, violaciones, y restringió por cuestiones presupuestarias la ficción. Una cuestión que Romay en los 80, y Telefe y Canal 13 a principio de los 90, intentaron modificar y revertir, pero lo lograron a medias.

Ese “incómodo familiar”, podemos concluir, se quedó ahí sentado sin ningún otro cambio que el devenir del  progreso durante los últimos 43 años, ahora casi dormitando, como un tío borracho, aburrido y solo, ante la llegada de los prepotentes nuevos integrantes de la familia: los jóvenes tablets, celulares, Youtube y Netflix. Antes veíamos la imagen de una familia frente al televisor, aunque todos mirando la misma pantalla. Ahora vemos la imagen de una familia en la que cada uno mira su propia pantalla.[vc_video link=»https://www.youtube.com/watch?v=TELUzokkgwU»]

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