“EL TIGRE VERÓN”: LA SUMA DE TODOS LOS PREJUICIOS

Por: Lorena Álvarez

La serie producida por Pol-Ka trabaja sobre los estereotipos del mundo sindical para crear un dirigente malo, pero empático con el público, un empresario villano y una heroína judicial. La TV cae nuevamente en la tentación de construir un relato lleno de clichés y preconceptos en el que ni la política ni el Estado aparecen en escena.

“Todos tenemos prejuicios” debería haber sido el título original de «El Tigre Verón», la ficción producida por Pol-ka y Tuner Internacional Argentina emitida por canal 13 los miércoles a las 22:45 y por Flow de forma completa.

 

Hijos, esposa, ex esposa y un grupo de laderos muy particulares, son el mundo que rodea a este “líder sindical” del gremio de la carne, Miguel Ángel Verón, una especie de Tony Soprano alla argenta, interpretado por el histriónico Julio Chávez, cuya vida entremezcla conflictos  domésticos con asuntos laborales.

 

Montada en los prejuicios de buena parte de la sociedad hacia el “mundo sindical”, la historia en sus primeros tres capítulos es la suma de todos los estereotipos: camperas de cuero, barrabravas, fierros, patrimonio de origen dudoso, cuadros y bustos de Perón y Evita, drogas y  siempre pocas pulgas para resolver cualquier conflicto. Además, la familia de la familia del Tigre que siempre le suma tensión a su ajetreada vida de caudillo gremial; y digo “caudillo” porque así comentó Chávez que moldeó a su criatura en una entrevista radial, “con ribetes caudillescos”, subrayó.

 

Los peligros que rodean al Tigre son dos, la Justicia, representada por la fiscal Lorena Raimundi (Muriel Santana) obsesionada en demostrar que Verón es un delincuente y “El Chaqueño Morán”, interpretado por el extraordinario actor Manuel Callau, que hace de un oscuro empresario dueño del frigorífico. Y es ahí precisamente, en ese duelo entre el Sindicalista y el Empresario, que la trama se vuelve más intensa y menos previsible, y uno puede hundir la lectura política con más sutileza. De hecho, hay dos ausencias en la trama de la serie que se hacen notables: ni Estado ni política.

La historia en sus primeros tres capítulos es la suma de todos los estereotipos: camperas de cuero, barrabravas, fierros, patrimonio de origen dudoso, cuadros y bustos de Perón y Evita, drogas y  siempre pocas pulgas para resolver cualquier conflicto.

Esas ausencias quizás son el motivo por el cual la serie tampoco levantó más polvareda. Diríamos que la polémica estuvo en su packaging inicial, que incluyó el simpático paso de comedia judicial que intentó Hugo Moyano, en un mix de ofensa e ironía amenazando con un juicio por plagio, argumentando que le copiaban su vida.

 

Pero lejos de una biopic en versión libre, la ficción está montada en todos los clichés que nuestra  amplia clase media maneja en su cotidianidad. Los sindicalistas son brutos y violentos, los empresarios nacionales también, la policía solo come pizza y nadie, cuando se trata de dinero, tiene escrúpulos.

 

Por eso más que un retazo de la vida política y económica del país, “El Tigre Verón” termina siendo una copia de las películas sobre mafiosos hollywoodenses, pues incluye la empatía que genera el personaje principal, sus compañeros y su familia, en especial el hijo mayor, Fabito, un Sonny Corleone del Conurbano. Y en ese contexto es imposible no querer que el Tigre gane su pulseada a pesar de sus prácticas non sanctas contra ese otro “Don” más villano, el empresario, y contra una heroína solitaria, como la fiscal, a la que jamás se le comprende la obsesión de meterlo preso, aunque no se cansa de repetir que solo quiere justicia.

 

La historia entonces, lejos de calar en el ánimo preelectoral, como sí lo hizo en su momento la serie “El puntero”, es vista como la lucha de dos antihéroes, un gremialista y un empresario de dudosa moral.

Más que un retazo de la vida política y económica del país, “El Tigre Verón” termina siendo una copia de las películas sobre mafiosos hollywoodenses, pues incluye la empatía que genera el personaje principal, sus compañeros y su familia, en especial el hijo mayor, Fabito, un Sonny Corleone del Conurbano.

Por eso en ese enjambre de preconceptos, solo el Estado y la política parecen correrse y dejar a la “chusma” arreglar sus asuntos a los tiros. Y el Poder Judicial, a su vez, queda reducido y elevado a una heroína clásica de los policiales de industria, cuya estética de jean, botas y camisa sobrias nos remiten a la responsable Olivia Benson de “La ley y el Orden”  o a las especialistas femeninas de todos los “CSI”.

 

En definitiva, con esos guiños locales reconocibles y trucos de serie o película americanas, “El Tigre Verón” acaba siendo un leve entretenimiento para convencidos y la serie política perfecta para los que no gustan de la política y mantienen sellado a fuego la suma de todos sus prejuicios.

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