EL BASTIÓN MÁS DURADERO DEL MACRISMO

Por: Alejandro Caravario

Las elecciones en Boca Juniors ponen bajo la lupa a una gestión con contrastes. Superavitaria en sus balances pero deficitaria en campeonatos ganados, la administración de la dupla Macri-Angelici separó al club del barrio, convirtió el acceso a la Bombonera en una experiencia para pocos y a su público en mero espectador. De la mano de Riquelme algunos sueñan con que el club retome su espíritu. ¿Qué modelo se impondrá el 8 de diciembre?

Como en los clubes de fútbol la eficacia política se mide por la cantidad de trofeos cosechados (que deben ser más y mejores que los del rival del barrio), las elecciones del 8 de diciembre en Boca no caen en la estación más oportuna para el oficialismo. A falta de encuestas creíbles –una especie extinta–, las intuiciones de algunos avezados observadores del mundo boquense ven peligrar por primera vez el ciclo de predominio macrista inaugurado en el lejano diciembre de 1995. Aun cuando la derrota de River ante Flamengo arrimó un tardío consuelo, nadie olvida que el equipo de Gallardo fue un verdugo implacable, hace un año en Madrid y en la semifinal de la última Copa Libertadores.

El Tano Daniel Angelici, actual eslabón del linaje amarillo en la presidencia, propone a un hombre de su confianza como heredero: Christian Gribaudo, también de origen radical y  quizá de escaso carisma para la patriada que se le encomienda. Del lado de los opositores estarán Jorge Ameal, quien ya ocupó el despacho principal del club hace más de una década, y el empresario del transporte José Beraldi. Todos viejos conocidos.

Si los resultados deportivos tiran más que una yunta de bueyes, qué decir del máximo ídolo del club, Juan Román Riquelme. La adhesión del panteón boquense –glorias deportivas remotas o cercanas– cotiza en alza en fecha de elecciones. Cada candidato agita algún campeón que lo legitime. Pero Román… Román es otra cosa. Estratega político desde que usaba pantalón corto y pateaba tiros libres como nadie, el divino Riquelme construyó ladrillo a ladrillo su propia catedral. Promovido como futbolista por la chequera de Macri, cuyo proyecto hegemónico lo impulsó a comprar semilleros ajenos y formadores de cracks (Bernardo Griffa, Ramón Maddoni), el ex diez llegó desde Argentinos Juniors con su diestra prodigiosa y el pasmo en la mirada. Pura habilidad y mutismo. Pero, de a poco, dejó de cederle la voz a su representante Marcos Franchi en las entrevistas (“contestá vos”, le suplicaba) para administrar sabiamente los silencios, los monosílabos y las diatribas que lo convirtieron en líder. Y que inclinaron la tribuna de manera unánime hacia su lado en cada pelea de fondo: con Angelici, con Falcioni, con Maradona…

Estratega político desde que usaba pantalón corto y pateaba tiros libres como nadie, el divino Riquelme construyó ladrillo a ladrillo su propia catedral.

Ahora Román, tras haber solicitado en forma infructuosa la unidad de los candidatos –una alquimia por la que nadie daba un peso–, se subió a la lista de Ameal y Pergolini, en la que figura como vocal titular número 12 –un número muy significativo en Boca–, aunque, si los comicios son favorables,  será promovido rápidamente a una vicepresidencia. La decisión de Riquelme detonó la reacción del oficialismo y su séquito periodístico. Lo acusan de haber dado cada paso político por dinero. Hasta se barajaron cifras desorbitadas. Román minimizó la chicana con su media voz displicente.

Montada en los éxitos de Carlos Bianchi, de quien se decía que tenía línea telefónica directa con Dios, la dirigencia con perfil empresario –y simpatía por la gestión privada de las instituciones deportivas– sedujo a los socios, que avalaron con su voto una transformación cultural. En 2005, Macri dijo en una reunión con gente de negocios que, gracias a él, a Boca no se lo vinculaba más a lo “sucio” y “oloroso”. Que se había convertido en un club “fashion”. Algunos se lo tomaron al pie de la letra y leyeron en tal frase la condensación de un programa, cuando era solo una referencia jocosa. Se sabe, el presidente de la Nación tiene un singular sentido del humor. En rigor de verdad, su alusión a la cochambre bostera contenía un genuino orgullo. El quid de la cuestión, como se dice, es hacer valer ese pintoresco atributo orillero como el corazón ficcional de una liturgia que respeta otras coordenadas. Porque el pueblo y el carnaval no son los que coparon la Bombonera rediseñada ni encabezan las prioridades de un club orientado con criterio corporativo. Con sus particularidades, la mitad más uno es un mercado. Un vasto y fervoroso mercado.

En 2005, Macri dijo en una reunión con gente de negocios que, gracias a él, a Boca no se lo vinculaba más a lo “sucio” y “oloroso”. Que se había convertido en un club “fashion”.

“Macri primero y Angelici después modificaron la estructura interna del club. Cada departamento o comisión tiene asociada una gerencia, que es donde se toman las decisiones. Boca es una fortaleza más parecida a una sociedad anónima que a una asociación civil. Son mayores los gastos en seguridad que en cultura o deportes amateurs”. Lo dice Luciano Caldarelli, de la agrupación Boca es Pueblo, que apoya a Ameal. Según él, el bombardeo de esta prolongada gestión todavía en curso apunta a los cuatro pilares de la identidad boquense: el barrio, La Bombonera, los hinchas y los colores azul y oro. “La idea de Boca para una elite recrudeció con Angelici, que expulsó al barrio definitivamente del club, atacó la identidad futbolística y siempre quiso hacer un estadio-shopping.”

El pueblo y el carnaval no son los que coparon la Bombonera rediseñada ni encabezan las prioridades de un club orientado con criterio corporativo. Con sus particularidades, la mitad más uno es un mercado. Un vasto y fervoroso mercado.

La Bombonera, templo popular y escenario de iniciación insoslayable para cualquier futbolero, incluso de otros equipos, es un exponente de la estilización –digámoslo así– emprendida avanzados los años noventa del siglo pasado, con sus palcos para público considerado very important. Al mismo tiempo, la cancha quedó chica. La mitad de los socios (unos 100 mil) no puede ingresar, ya que su carácter de “adherentes” no los habilita para alentar al equipo in situ. Se podría decir que pagan por pertenecer –ya es un privilegio–, mientras esperan ser categorizados como socios “activos” y obtener así el pase al mitológico estadio que tiembla y hace temblar.

Alberto Félix Fernández, ex prosecretario de Deportes de Clarín y periodista cercano a Boca, recuerda que “poco a poco fueron subiendo los precios de las plateas, palcos, cuotas sociales y fueron desapareciendo los hinchas comunes de la tribuna popular.” El nuevo público, según Fernández, lejos de participar del tradicional ritual futbolero cuyo salmo predilecto reclamaba huevo-huevo-huevo, se entrega a frivolidades propias de otros ambientes. “En la platea de Boca hay espectadores, no hinchas. A muchos de los que van ahora a la cancha lo que más les interesa es llegar cerca de las figuras para sacarse una foto.”

La mitad de los socios (unos 100 mil) no puede ingresar, ya que su carácter de “adherentes” no los habilita para alentar al equipo in situ. Se podría decir que pagan por pertenecer –ya es un privilegio–, mientras esperan ser categorizados como socios “activos” y obtener así el pase al mitológico estadio.

Desde hace años se barajan proyectos para trasladar o ampliar la cancha. El último presentado en sociedad lleva la firma de un arquitecto esloveno e incluye la construcción de un paseo turístico. “El tema es quiénes tendrían acceso a la cancha en una hipotética ampliación. Porque hoy un abono a platea preferencial vale mil dólares. Hay que habilitar localidades accesibles”, apunta Sebastián Rollandi, de la agrupación La Bombonera y candidato a vocal en la lista de Jorge Ameal. Para Rollandi, Boca atraviesa “la crisis más profunda de su historia”. Pero no se trata de penurias económicas y financieras como en otros tiempos. “El club está bien administrado –admite-, la crisis es de identidad, de mística, de trato con los socios, de inserción en el barrio.”

Rollandi sostiene que Boca, a diferencia de otros clubes, entre otras deficiencias, no tiene instituciones educativas. Y que cuando se lo planteó a Angelici –la única vez que compartieron un mano a mano, aclara–, el presidente se limitó a desplegar su sencilla escala de valores: Boca es una institución deportiva y lo que recauda lo usa para comprar jugadores. Es decir, Boca es o debería ser un surtido de estrellas, cuya localización –el territorio, según enfatiza ahora la jerga política– es un asunto de relevancia secundaria y que podría variar sin afectar la potencia de la marca. Como una franquicia.

“Es notable cómo el espacio de la Bombonera oficia de shopping, es decir generando condiciones de comercio y de cultura hacia adentro, y no irradiando hacia el exterior. La teoría neoliberal del derrame una vez más no se cumple”, señala Antolín Magallanes, trabajador social que frecuenta desde hace años La Boca por sus tareas profesionales. Hay que decir que el club vecino del Riachuelo nunca se ocupó por desarrollar de modo firme la dimensión social que podría esperarse de una institución de origen y bases populares. Con el tiempo y los gobiernos gerenciales, esa desidia se ha vuelto lo deseable. Un estatuto.

Para Rollandi, Boca atraviesa “la crisis más profunda de su historia”. Pero no se trata de penurias económicas y financieras como en otros tiempos. “El club está bien administrado –admite-, la crisis es de identidad, de mística, de trato con los socios, de inserción en el barrio.”

“Boca ha influido y mucho en los nuevos desarrollos de la zona, traídos de la mano por la gestión en la Ciudad de Buenos Aires, pero nunca estableció con el barrio ningún tipo de empatía real, más allá de emprendimientos de tipo caritativos”, completa Magallanes.

Meter en la bolsa del “neoliberalismo” a Daniel Angelici, un hombre de acción cuyo norte es la acumulación y la rosca, suena a remilgo académico. Su módica autocracia no ha tenido brillo deportivo –culpa de Gallardo–, pero los balances dan bárbaro. El último, correspondiente al período 2018/19 presentó un superávit de 1.300 millones de pesos. Claro que los accionistas de la compañía auriazul prefieren los goles y las vueltas olímpicas a las planillas Excel. En esas elementales ceremonias se cifra la suerte de todas las elecciones y el destino político de un club. Si la pelota entra o pega en el palo: tales azares dirimen el porvenir.

“El socio sabe que el superávit está sustentado más que nada en cuotas sociales, tanto de activos como de adherentes, y en abonos a palcos y plateas. Es decir, está compuesto por el bolsillo de la masa societaria. En la mayoría de los clubes la televisión, la publicidad y la transferencia de jugadores son rubros que explican la mayor parte de los ingresos”. Así protesta Luciano Caldarelli. Rollandi agrega que el superávit, en una sociedad civil sin fines de lucro, “no habla del todo bien de la gestión; falta invertir.” Las críticas sobre el supuesto uso negligente de los fondos apuntan al fútbol, claro. Al oneroso equipo que, con Tevez como estandarte y la incorporación de una ex figura del calcio como Daniele De Rossi a modo de decoración multinacional, terminó jugando un fútbol conservador y eyectado de la Libertadores. Conducido por un entrenador atribulado, al que la marquesina le quedó holgada. Mucha pompa, mucho contrato dolarizado y divos itinerantes. Mucho centro de alto rendimiento e instalaciones del Primer Mundo, nadie lo discute. Pocas nueces. Durante sus dos períodos como presidente, Angelici ganó tres torneos de Primera División y dos Copas Argentinas. Un recuerdo que, comparado con las amarguras de reciente data, no le resulta conmovedor a ningún bostero.

“El hincha está hecho mierda”, diagnostica Rollandi. “Quiere ver jugadores con ganas de quedarse. Identificados con el club. Hay que trabajar en la formación de futbolistas. El macrismo tuvo ese proyecto al comienzo, pero ya no. En los últimos cuatro años compramos 70 jugadores.” El periodista Alberto Félix Fernández aporta nombres propios: “En la gestión de Angelici se ufanan de tener una tesorería con mucha guita pero faltan jugadores de categoría: se fueron Barrios, Nández, Pavón, el chico Cubas y otros mucho mejores que los actuales.” Y rescata como ejemplo de intervención feliz en el mercado a Alberto Jota Armando. “Invirtió para llevarse a los mejores en cada época.”

Las críticas sobre el supuesto uso negligente de los fondos apuntan al fútbol, claro. Al oneroso equipo que, con Tevez como estandarte y la incorporación de una ex figura del calcio como Daniele De Rossi a modo de decoración multinacional, terminó jugando un fútbol conservador y eyectado de la Libertadores.

¿Las elecciones nacionales, con victoria opositora, afectarán las decisiones del padrón boquense? Los distintos candidatos sostienen que no. Que el fútbol es un ecosistema con sus propias reglas, más próximo a una burbuja que a una caja de resonancia. Casi una abstracción. Veremos entonces qué dice el 8 de diciembre ese pueblo blindado.

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