FREUD SE DETUVO EN TAPIALES

Por: Alejandro Caravario

Dejó el psicoanálisis para dedicarse al fútbol como DT del Club Atlético Lugano. Trabaja con el equipo utilizando técnicas de su profesión para reforzar la autoestima y la solidaridad en el plantel. “En este deporte, para lograr el sueño personal tiene que haber un sueño colectivo”, les dice a sus jugadores. Matías De Cicco los convenció de librar un combate desigual contra el discurso dominante sobre la Primera D, y ahora todos enarbolan la misma bandera. Por Alejandro Caravario*

Matías De Cicco, el entrenador del Club Atlético Lugano, de la Primera D, decidió, apenas arrancó la pretemporada, pegar un faltazo de diez días. No fue una licencia que se concedió a sí mismo en forma intempestiva, sino, digamos, un procedimiento pedagógico. Pretendía que sus jugadores, al tiempo que se preparaban intensivamente para la competencia oficial, asumieran el destete. Que aprendieran a arreglárselas sin más tutela que los preparadores físicos (tienen dos, lujo kuwaití en la divisional) y el ayudante de campo. El trabajo ya estaba planificado al milímetro.

 

La experiencia casi termina en un motín del plantel, que no entendió la finalidad formativa del asunto. Y, por el contrario, interpretó la actitud de su líder como una deserción más que inoportuna. Justo cuando el equipo se debía poner a punto. Eso fue lo que le dijo el capitán cuando estuvieron cara a cara. Finalmente, en una reunión grupal, a vestuario cerrado, el DT dejó en claro sus razones con la energía suficiente como para extinguir hasta el último reproche: quería verlos madurar, entrenar sin más vigilancia que la propia conciencia. Eso dijo.

 

Los futbolistas asimilaron la filípica como estudiantes aplicados y comprendieron que, así como ese particular entrenador que empezaban a conocer y que no se parecía a ningún otro, los invitaba al diálogo permanente, también los sometería a algunas sorpresas. Es que De Cicco –40 años, tres hijos y un pasado de futbolista amateur–llegó a la dirección técnica de Lugano luego de ejercer como psiquiatra y psicoanalista (disciplinas que dejó por la pelota, pero que aún lo incitan a escribir a menudo). Y aspira a que algo de su arsenal académico sirva como herramienta para el desarrollo de los futbolistas.

 

Si uno lo ve –como lo vio este cronista– de jogging y gorra, con el silbato colgado del cuello, cargado de carpetas con, suponemos, detalles tácticos, conduciendo en una mañana soleada los ensayos con pelota parada, se inclina a pensar que ese hombre nació para dirigir. Y que esa escena en la cancha de Tapiales, con su módica platea de seis filas pintadas de naranja y su fondo de galpón ferroviario, es apenas una página de su nutrido legajo en el fútbol de ascenso. Pero De Cicco hizo su debut absoluto como director técnico el año pasado, acá en Lugano, donde aterrizó con su atípico proyecto bajo el brazo sin haber terminado siquiera el curso online que dicta la Asociación de Técnicos del Fútbol Argentino (ATFA).

De Cicco llegó a la dirección técnica de Lugano luego de ejercer como psiquiatra y psicoanalista (disciplinas que dejó por la pelota, pero que aún lo incitan a escribir a menudo). Y aspira a que algo de su arsenal académico sirva como herramienta para el desarrollo de los futbolistas.

Sin embargo, las novedades de su librito –explica Matías para aventar prejuicios– no son tantas. Acaso porque toda su vida, al igual que los veteranos con décadas de vestuario en el lomo, se consideró un hombre del fútbol. Solo que estaba en otro lado. Con un guardapolvo y atendiendo afecciones mentales. “En lo físico y táctico, hacemos lo mismo. Pero por ahí hay una charla semanal del grupo, en la que hablamos de diferentes cosas. No es terapia, pero sí tocamos aspectos que tienen que ver con el objetivo colectivo”, detalla. “Te doy un ejemplo: me daba cuenta de que Lugano es un equipo al que le cuesta afrontar el protagonismo porque está integrado por jóvenes. Le cuesta cerrar los partidos. No son pillos para meterse en ese barro. Y son demasiado inocentes. Veía que luego de perder un par de partidos necesitaban mucho del otro lado. Entonces les hice buscar la palabra adversidad. Y hablamos de eso. Alguno la buscó en el diccionario, otro en internet o en un libro. Y uno, además de buscar el significado, contó una experiencia personal sobre la enfermedad de su madre. Cómo había enfrentado esa situación y cómo había salido adelante. La idea es permitir cierto espacio donde se puede hablar de otra cosa. Pero después eso sirve para lo que hacés dentro de una cancha.”

 

Mucho después de pasar por las inferiores de Chacarita y de Argentinos Juniors, de haber jugado en los seleccionados de Gimnasia y Esgrima de Buenos Aires (asegura que era un muy buen número cinco), y también mucho después de afrontar los libracos que lo convirtieron en médico, De Cicco tuvo una suerte de epifanía. Una revelación que lo condujo, cuando ya acreditaba una trayectoria como psiquiatra –en el Hospital Rivadavia y en el Borda, entre otras instituciones–, de regreso a la cancha. “Un día vi que mi vida iba a ser ir a la clínica y al consultorio y empecé a sospechar. Dije: no voy a poder hacer esto siempre”.

 

Así que empezó a darle vueltas a un proyecto que ligara su experiencia en la psiquiatría con el deporte. Como había practicado tiro al plato, primero elaboró un programa de entrenamiento que presentó en el Tiro Federal. “Hay mucho de concentración, motivación, respiración en el tiro”, aclara Matías. Era un caldo propicio para sus intereses. Pero mientras defendía su plan ante uno de los entrenadores, en la confitería del club de Núñez, vecino de River, levantó la vista y vio, nítido y enorme como una tentación ineludible, el estadio Monumental. “Y de repente me dije: por qué no hago esto con el fútbol. Si lo mío es el fútbol.”

“Un día vi que mi vida iba a ser ir a la clínica y al consultorio y empecé a sospechar. Dije: no voy a poder hacer esto siempre”. Así que empezó a darle vueltas a un proyecto que ligara su experiencia en la psiquiatría con el deporte.

Como su padre conocía al doctor Luis Seveso, el entonces médico de River, golpeó esa puerta. Aunque no encontró más que desaliento. Su visión “abarcadora” –así la define Matías– de la preparación de los futbolistas recibió elogios, pero se le dijo que, en un ámbito conservador como el fútbol, era poco menos que letra muerta. Le advirtieron, con cierta resignación, que el técnico es el único psicólogo que se admite.

 

Los papeles descansaron en el cajón hasta que en 2011 o 2012 –la memoria de Matías vacila– se topó por accidente, en Aeroparque, con quizá su máximo héroe deportivo: Marcelo Bielsa. “Lo tengo que saludar, decirle algo”, pensó como buen fan. “Resultó ser un tipo macanudísimo. Estuvimos hablando como una hora. Le conté del proyecto y me dijo que iba a tener que hacerme técnico o tener un amigo técnico para poder armarlo.” Al poco tiempo, junto a un amigo, inició el curso de entrenador.

Su visión “abarcadora” de la preparación de los futbolistas recibió elogios, pero se le dijo que, en un ámbito conservador como el fútbol, era poco menos que letra muerta. Le advirtieron, con cierta resignación, que el técnico es el único psicólogo que se admite.

En paralelo, De Cicco se había metido con éxito en otro mundo tal vez no tan lejano a la medicina: los negocios. Desde locales comerciales hasta desarrollos inmobiliarios, repartió sus ahorros en ventanillas variadas. De modo que a la hora de dedicarse a su berretín histórico y calzarse full time el buzo de DT, gozaba de un pasar desahogado. De hecho, la Primera D es una categoría amateur en la cual los futbolistas cobran apenas un viático. De Cicco, dada su posición y su entusiasmo, no solo trabaja gratis sino que le paga de su bolsillo al cuerpo técnico: un ayudante de campo, un entrenador de arqueros y dos preparadores físicos. Además invirtió en pertrechos indispensables para el entrenamiento y hasta en el sistema de riego de la cancha. Matías es su propio sponsor. “Si hubiera agarrado Arsenal, por decir un club, no hacía falta ese gasto. Pero en Lugano se necesitaba. Si no, no puedo darle fundamento a lo que quiero hacer”.

De Cicco, dada su posición y su entusiasmo, no solo trabaja gratis sino que le paga de su bolsillo al cuerpo técnico: un ayudante de campo, un entrenador de arqueros y dos preparadores físicos.

Dice que su esposa tomó con naturalidad su inmersión en las profundidades del fútbol. Conocía su fanatismo por este juego y su espíritu emprendedor. “A esta altura, diez años de casados, ya está acostumbrada. Tuve un restaurante, fui manager de una banda de rock, hago un programa de radio… Le pareció raro lo de Lugano, pero no tanto.”

 

La charla técnica previa al primer partido al frente del equipo se tituló “Compromiso, felicidad y sueños”. Fue una pieza oratoria sencilla que apuntaba a reforzar la autoestima y la solidaridad: “Los sueños son importantes en cualquier estrato social y el cualquier división del fútbol. Si no, no vivís. Pero en este deporte, para lograr ese sueño personal tiene que haber un sueño colectivo”, sintetiza ahora su discurso inaugural. Si en algo insiste el entrenador, según confiesan sus dirigidos, es en los propósitos grupales. El sueño debe ser unánime. Por eso, agregan en el plantel, no hace diferencias entre titulares y suplentes. También por eso, la rutina de juntarse para hablar de todo. Para hacer de cada tema, un tema comunitario.

La charla técnica previa al primer apuntaba a reforzar la autoestima y la solidaridad: “Los sueños son importantes en cualquier estrato social y el cualquier división del fútbol. Si no, no vivís. Pero en este deporte, para lograr ese sueño personal tiene que haber un sueño colectivo”.

Alan Ríos (24), marcador central y capitán del equipo ratifica la dinámica del grupo: “Sí, todo se conversa. Y de ese modo establecimos normas de convivencia: siempre es más importante lo colectivo que lo individual.” A su lado, a la salida del entrenamiento, suma su voz Nicolás Tapia, también defensor, de 23 años: “Matías te da mucha libertad. Pero libertad con compromiso. Al principio fue extraño porque el jugador está acostumbrado a que le digan lo que tiene que hacer. Con el tiempo nos acostumbramos. Matías te convence.”

 

No solo se trata de arengas motivadoras inspiradas en su conocimiento de la psicología. De Cicco se convirtió en un entrenador hecho y derecho, con las ambiciones de cualquier colega. Su aventura en el club de Tapiales no es un experimento pequeñoburgués, sino la primera estación de una nueva carrera. “Si me llamara ahora un equipo de Primera, iría. Me siento capacitado. Mi idea es llegar lo más lejos posible en esta profesión”, sostiene.

 

Admira al alemán Jürgen Klopp, actual DT del Liverpool, otro tipo que, según De Cicco, pudo al igual que Bielsa “convivir en la elite sin renunciar a sus principios”. También le gustan “algunos aspectos” del Cholo Simeone: su presión en mitad de cancha, por ejemplo. Aunque admite que el juego que propone es un tanto “cuadrado” y que a su faceta de líder le falta “abstracción”: es más “de huevo y de guerra”. Guardiola es otro apellido con el que comulga. De todas maneras, prefiere no suscribir doctrinas ajenas. Recién empieza, pero como la confianza en sí mismo no es algo que escasea entre sus rasgos constitutivos, aspira a una escuela propia. “Me gusta la pelota al piso, la circulación, los relevos, la posesión. Y no soy especulador. Mi equipo va al frente”, se presenta.

Su aventura en el club de Tapiales no es un experimento pequeñoburgués, sino la primera estación de una nueva carrera. “Si me llamara ahora un equipo de Primera, iría. Me siento capacitado”, sostiene.

Tal ideario puede sonar a lugar común en las grandes ligas, pero en las ásperas canchas de la Primera D es más bien ilusorio. Ahí se juega a la fricción, el forcejeo y a los pelotazos a la bartola en busca de un guiño del azar. Táctica de trinchera, a la que, según dicen, más temprano que tarde se rinden entrenadores y futbolistas. Y, los que las tienen, envainan para ocasiones más propicias sus pretensiones de jugar al toque y hacer del fútbol una puja de habilidades.

 

“Yo no concibo que un entrenador me diga que le gusta jugar con la pelota al piso, pero que en la D no se puede –se queja De Cicco–. Yo, hace una rueda y tres partidos, el tiempo que estoy en el club, que intento. Y recién en la última fecha vi lo que quiero dentro de una cancha. Me llevó todo ese tiempo. Perdimos, pero no importa. Veo que el mensaje llega. Y el técnico del rival, Argentino de Rosario, me felicitó por el partido que hicimos.”

 

Sus jugadores sostienen la misma bandera. Son sus discípulos, en combate desigual contra el discurso que domina. Contra la razón pragmática con tufo a conformismo. Dice Lucas Tiedemann, delantero de Lugano y veterano de la categoría a sus 34 años: “Lo de Matías es un proyecto. La mayoría son chicos, acá en el club y en la D en general. Y hay que hacer escuela. Este es el modo, pero hace falta tener paciencia”.

Sus jugadores sostienen la misma bandera. Son sus discípulos, en combate desigual contra el discurso que domina. Contra la razón pragmática con tufo a conformismo.

Al momento de escribirse esta nota, Lugano ocupa el undécimo lugar en la tabla. El objetivo inmediato del equipo es clasificarse al torneo reducido para subirse al barco de dos plazas de los que ascienden a la C.El sueño que promueve De Cicco en sus homilías de vestuario contempla sin embargo horizontes más promisorios. Él y sus muchachos parecen bien encaminados hacia ese destino.

 

*Periodista y escritor

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