FRITURA DE VINILO

Por: Gerardo Fernández

De la partida del long play y sus consecuencias sobre la forma de escuchar música trata esta pintura de época atravesada por la nostalgia de lo que difícilmente regresará. “Si los setenta tuvieron fritura de vinilo y los 90 fueron digitales, nuestra actualidad ya no es ni una cosa ni la otra; es la de la soledad, ese momento donde el que escucha por lo general lo hace solo y aislado del resto”, dice el autor.  Y se anima a una conclusión: “El tiempo de la música compartida ya es pasado”. Por Gerardo Fernández*

Yo vengo de otro siglo,
Con dos X y un tango
No pude ser un indio,
Destiño negro y blanco.

Yo vengo de otro siglo,
Con la voz en la cara,
Con la sombra de un bicho,
Y este gesto en la espalda
Y traigo de otro siglo,
La esencia de un ombligo,
Un sapo traicionero,
Anécdotas de perros,
Y un sueño retroactivo

No se sabe cuándo exactamente fue que desaparecieron los long plays, los de antes, los CBS, RCA, Phillips, Polygram, Microfon, entre otros. Tampoco, que en la década del sesenta la pasta era mucho mejor, y por eso aquellos viejos LPs suenan más “gordos” que los de los setenta, que se hacían con pasta reprocesada y venían con un surco más angosto, muy difícil de limpiar. Los sesentistas, más pesados y con un surco más ancho que posibilitaba un mejor limpiado y un ancho de sonido superior, servían para muchas cosas, por ejemplo, para saber cómo era políticamente una persona: no era lo mismo una pila de álbumes con Los Trovadores, Serrat y Alberto Cortéz que una con Percy Faith, Lafayette y Sótano Beat.

La época de los vinilos se caracterizó, entre otras cosas, porque el acceso al LP no era masivo. Por empezar porque nunca hubo grandes disquerías fuera de las grandes ciudades y las que había en los pueblos ofrecían solamente un puñado de títulos más taquilleros. Para quienes vivíamos lejos, venir a capital incluía como uno de los puntos altos del placer visitar disquerías. Recuerdo el monumental local del Centro Cultural del Disco que estaba en la calle Alsina, a metros de la avenida Entre Ríos, justo frente a donde luego estaría por años la Casa de la Amistad Argentino-Cubana. Aquel tiempo de vinilos tenía secretos: disquerías de barrio en Buenos Aires que acumulaban tesoros que nunca habían vendido. He conseguido joyas de Miles Davis a dos mangos con cincuenta.

La época de los vinilos se caracterizó, entre otras cosas, porque el acceso al LP no era masivo. Por empezar porque nunca hubo grandes disquerías fuera de las grandes ciudades y las que había en los pueblos ofrecían solamente un puñado de títulos más taquilleros.

En esa época era usual reunirse a escuchar música. Se elegía una casa, cada uno llevaba sus discos y nos pasábamos la tarde haciéndolos sonar en un tocadiscos sencillo, de sonido latoso. A veces sólo podías escuchar determinada canción si un amigo la llevaba entre sus discos. No existía la posibilidad de pescarlo luego en Youtube, lo más avanzado de aquellos años era la máquina de escribir eléctrica. Entonces escuchabas esa canción que te encantaba, tratando de memorizar cada detalle para guardarla en tu memoria. Se escuchaba muchísimo “Argentinísima”, el programa de Julio Marbiz por LR1 Radio El Mundo, que convocaba a los argentinos de abajo. También “Voces de la Patria Grande”, aquél espacio del gran Marcelo Simón. Y en los setenta arrancó “Flecha Juventud”, el programa de Juan Alberto Badía en Radio del Plata, que se transformó en una referencia del rock en aquellos años. Pero la constante fue que siempre la radiodifusión de las provincias tuvo un compromiso mayor con nuestra música que las de la gran ciudad. Cuando en los pueblos había festivales de verano aparecían familias “de las afueras” que pocas veces eran vistas en el centro. Podríamos arriesgar que en los 60/70 la música folklórica tenía un sesgo marcadamente de clase o, si se quiere, más populista. Pegaba muchísimo más en los sectores de abajo que en los medios, seguramente porque sus letras hablaban más de lo que le pasaba a la sociedad que a un amor de pareja aislado del contexto general.

En los 60/70 los trabajadores no compraban muchos discos, primero porque el tocadiscos nunca fue muy masivo, y segundo, y fundamental, porque la radio emitía nuestra música popular del interior durante las 24 horas. Horacio Guarany, Jorge Cafrune, Los Chalchaleros, Atahualpa Yupanqui, Aníbal Troilo o Los Cinco Latinos sonaban a cada rato, pero también grupos más elaborados como Los Huanca Hua, Cuarteto Zupay o Los Trovadores. Cuando estos grupos salían de gira por el pueblerío juntaban tanta gente como Los Chalchaleros y los éxitos tenían temáticas bastante distintas de las que se escuchan hoy en la fiebre festivalera donde lo social perdió terreno en relación a temáticas de lugares comunes del amorío pasajero. Fueron exitazos de aquellos años, por ejemplo, la versión de El Orejano que clavó Cafrune; Calle Angosta, que popularizó Carlos Torres Vila. El Corralero en versión de Hernán Figueroa Reyes. Aquí nos encontramos con un relato de altísimo perfil social (“El Orejano”) y la descripción de un paisaje pueblerino en Calle Angosta o el relato emocionante del hombre en momentos donde su flete se está muriendo.

En los 60/70 los trabajadores no compraban muchos discos, primero porque el tocadiscos nunca fue muy masivo, y segundo, y fundamental, porque la radio emitía nuestra música popular del interior durante las 24 horas.

Yo vengo de otro siglo,
Con un poco de todo,
Solo y sin acomodo,
Empuño moneditas y corro colectivos,
Arrastro de otro siglo,
Cierto autoritarismo,
Enojo prepotente y machismo,
Aunque en forma decreciente

Y traigo de otro siglo,
Baranda de fomentos,
Kerosén, eucaliptus, azufre,
linimento, chicles y ceniceros.

Y traigo de otro siglo,
Mi suerte capicúa,
Y abajo de la púa,
Fritura de vinilo.

Es que la radio de los 60/70 reproducía una música popular más afín a la cotidianeidad del trabajador. Es curioso que, a medida que surgen nuevos soportes para la difusión de música, aumenta el proceso de intimidad de su consumo. Con la tecnología actual cada uno se mete en su mundo, escucha lo que le place y no lo comparte con el compañero. Ahora tendemos a escuchar música en soledad a través de Spotify u otros soportes, no se socializa la escucha. Estamos frente a un cambio sustancial: el albañil ya no escucha en la obra junto a los compañeros, entre otras cosas porque la radio del presente es muy pop o muy hablada; por eso quien escuche con sus auriculares estará solo, con lo cual se extiende la inmensidad de soledades escuchando cada una lo que quiere, que generalmente es lo que las grandes usinas van proponiendo. Si antes en la obra se compartía la audición de Cafrune hoy cada uno escucha a Maluma o cualquier producto comercial del Pop. Con esto basta y sobra para entender la transformación que se ha generado.

Es curioso que, a medida que surgen nuevos soportes para la difusión de música, aumenta el proceso de intimidad de su consumo. Con la tecnología actual cada uno se mete en su mundo, escucha lo que le place y no lo comparte con el compañero.

Ya no está esa radio destartalada en un rincón de la obra reproduciendo música popular del interior, ya no está ese fenómeno auditivo y la socialización de los oyentes, ahora cada uno está en lo suyo. Y si se escucha radio es clavado que en esa obra en construcción hay buena cantidad de paraguayos que, con una fidelidad que asombra, siguen devotos de su música. Para ellos es una marca, una identidad: escuchar la música de su tierra y hablar en guaraní con el verdulero/carnicero en el “chino” es algo que se puede percibir todas las tardecitas en Buenos Aires y alrededores.

 

Yo vengo de otro siglo,
Me estoy acostumbrando,
Con dos X y un tango,
Perdón si no me ubico.

Yo vengo de otro siglo,
“ Toro serrano ”,
Vengo desde el olvido,
“ Con un dios escondido ”,
Y a yuyo de suburbio perfumando,

Yo vengo de otro siglo,
Hablando con mis muertos,
Y no porque estoy loco,
Porque si fuese un loco
Ni loco lo andaría diciendo.

Comprar un LP era toda una ceremonia, llegar a casa, cortar sutilmente el nylon que lo protegía, extraer el disco con los dedos apoyados en el borde y el centro, cosa de no ensuciar el surco con la grasa de los dedos y ponerlo a sonar, esperando en esos 2, 3 segundos que empezara el tema 1 del lado 1. Sentías que se iniciaba un ritual. Me pasó con El lado oscuro de la luna de Pink Floyd (en esa época se traducían títulos en inglés y se lograban verdaderos títulos rimbombantes como Ata una cinta amarilla al viejo roble), lo recuerdo nítidamente: me lo trajo mi hermana de su luna de miel. En aquél viejo Winco empezó a llegar como de lejos ese latido de corazón, luego esa caja registradora, esas voces, ese helicóptero, esos aullidos y la irrupción de la banda en Háblame, ¡mamita querida! Me sentaba siempre en mi sillita de escuchar discos y mientras el nuevo material iba sonando, releía una y mil veces la ficha técnica -cuando la tenía, ya que la industria discográfica argentina se caracterizó por el destrato a los músicos acompañantes, a los sesionistas y a todo lo que fuera información de la grabación-. Por eso uno tuvo que mover cielo y tierra para descubrir, por caso, quiénes fueron los que acompañaron a Hugo Díaz en sus discos memorables dedicados al tango. No se consignaban los arregladores, mucho menos los directores de orquesta.

Trabajar de disk jockey en aquellos tiempos era un laburo de culo en silla desde las 11 de la noche hasta las 5 de la mañana. Casi no existían los enganchados, hasta que apareció el glorioso Pato C, entonces se recurría a temas largos como Te hechizo, de Credence, que te daban tiempo para ir al baño y volver raudamente (me senté en la cabina del boliche de mi pueblo a los 15). También se ponía una parte del lado A de Abbey Road, que traía los temas ensamblados.

La “apertura” importadora de Martínez de Hoz  posibilitó el ingreso de equipos de audio sofisticados, también de las primeras caseteras, que permitían grabar bloques de media hora y hasta 45 minutos. Pero eso llegaría más sobre fines de la década del 70. Por supuesto que en el interior. Probablemente en Capital y otras ciudades eso sucedió antes.

Hubo álbumes célebres por contenido y repercusión. Se me viene ya mismo a la memoria La magia de Sandro, que trae Tengo, Así, Penas y Penumbras, verdaderos tanques en su discografía. Otro fue Mediterráneo, de Serrat, que dio mucho que hablar. En aquellos años -más en los sesenta- tallaba fuertísimo Raphael con himnos tales como Al ponerse el sol y se multiplicaban los Simples (1 o dos temas por lado) donde sonaban nombres como Nicola Di Bari, Salvatore Adamo, Leonardo Favio y tantos más. Había también músicos de la talla de Horacio Malvicino, que inventaron nombres de fantasía como Alain Debray, cuyos lps  le dieron más resultados económicos a “Malvetta” que toda su historia junto a Piazzolla y lo mejor del jazz argentino.

Se daban también hechos graciosos como el de esa señorita que le devolvió un LP de Carlos Barocela a su novio y para que estuviera reluciente le pasó quitaesmalte. Por supuesto que ese disco quedó inutilizable.

Tallaban fuerte las colecciones tipo“Música para soñar y reposar, que venían en cajas de a 10 y  fueron el antecedente de la New Age y todo ese mundo sonoro para el rélax (casetes con una hora de sonido de mar).

Alguien que durante años digitalizó Long Plays se asombraba de la cantidad de trabajadores que le entregaban discos de músicos a los que en principio, y para un clasismo de aprendiz, no deberían escuchar o acceder a ellos.

En los tocadiscos, se ponían monedas de 1 peso en el pickup del brazo para que la púa apoyara más hondo y sonara con más precisión (la tecnología de aquellos años era un atentado al buen gusto). No obstante, quienes supieron manipular long plays los conservaron hasta hoy con mínimas fallas, generalmente más originadas por el efecto de los cambios de temperatura sobre la pasta que otra cosa.

Alguien que durante años digitalizó Long Plays se asombraba de la cantidad de trabajadores que le entregaban discos de músicos a los que en principio, y para un clasismo de aprendiz, no deberían escuchar o acceder a ellos. Por ejemplo aparecían álbumes de Mozart o Beethoven, lo que no hace más que revelar cómo era medio siglo atrás la cultura musical de muchos trabajadores. Es que también había sellos pequeños que editaban música popular de calidad. Podemos nombrar Redondel, Cabal, Trova, Disc Jockey y luego surgiría Melopea, ese gran aporte a nuestra música que realizó Litto Nebbia. Parece mentira que hoy, cuando los costos de grabación bajaron sensiblemente, abunde la producción individual de cds -ya en retirada como soporte- pero no surja un sello que capitalice todo ese material.

El problema no es tanto que ya no haya vinilos para compartir, sino que en buena medida nos hayan extirpado las ganas de escuchar.

Foto 5-epigrafe

Con la partida del vinilo -está por verse si volverá o si se editarán sólo los tanques- se fue una época: si los setenta tuvieron fritura de vinilo y los 90 fueron digitales nuestra, actualidad ya no es ni una cosa ni la otra; es la de la soledad, ese momento donde el que escucha por lo general lo hace solo y aislado del resto. El consumo de música popular se individualizó lo que significa decir que el tiempo de la música compartida ya es pasado. Antes te prestabas con tus amigos un LP de Serrat, Los Quilla Huasi, Pink Floyd o Chick Corea. Pero eso desapareció, es pasado y con la desaparición de ese soporte -el vinilo- se fue un tiempo de socialización de la música popular con todo lo que implica. La extinción de sellos y emisoras no sujetas al tutelaje multimediático dio lugar a la imposición de una difusión de música centralizada que impone de manera unilateral qué se consume a lo largo y ancho del país. El problema no es tanto que ya no haya vinilos para compartir, sino que en buena medida nos hayan extirpado las ganas de escuchar.

Y traigo de otro siglo,
Platillos y poetas,
Colores de un equipo,
Dolores de bandera
Terapia de besitos.

Y traigo de otro siglo,
Mi suerte capicúa,
Y abajo de la púa,
Fritura de vinilo.

Yo vengo de otro siglo,
Me estoy acostumbrando,
Con dos X y un tango,
Perdón si no me ubico.

Yo vengo de otro siglo,
Me estoy acostumbrando
Perdón si no me ubico.
Con dos X y un tango.

 

Alejandro Del Prado

 

 

*Periodista- Blog Tirando al medio

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