GOL DE MUJER

Por: Alejandro Caravario

La revolución feminista llegó al fútbol profesional y amenaza con profundizar los cambios que ya logró imponer. Por ahora, visibilizó una actividad despreciada por la mirada patronal de los varones, pero con una mayor inyección de dinero el paso siguiente será que el fútbol femenino sea tomado como un trabajo. Macarena Sánchez abrió esa puerta y son muchas las que quieren entrar. 

«Siempre dijimos que íbamos a ser la gestión del fútbol inclusivo, la gestión de la igualdad de género.” Así, el presidente de la AFA, Claudio “Chiqui” Tapia, prologaba un anuncio hecho con gran pompa el 16 de marzo pasado: el fútbol femenino será profesional. No tan profesional como el de los varones, pero por algo se empieza.

En la próxima liga se dará literalmente el puntapié inicial de la competencia rentada. Por el momento, con modestia. La AFA derivará a los clubes 120 mil pesos mensuales, fondos con los que se afrontarán los contratos de las futbolistas, quienes cobrarán un salario de 15 mil pesos y tendrán obra social. De este modo, se equipara a las mujeres con las remuneraciones de la Primera C, la cuarta categoría del fútbol masculino. Embalado con las buenas nuevas, Tapia prometió a su vez que se ayudará a los clubes que no tengan cancha y que se creará un torneo semejante a la Copa Argentina para garantizar un fútbol federal entre las chicas.

Milagro de estos tiempos caldeados por el vendaval de pañuelos verdes, hasta una fortaleza conservadora como la AFA se avino a ajustar su discurso y su perspectiva de la actividad que comanda. Las voces feministas –las únicas que han agitado las aguas en una sociedad más bien aterida– llegaron a los vestuarios blindados de los muchachos y, aunque lejos están de tomar el cielo por asalto –tiempo al tiempo– comenzaron por hacer audible una actividad despreciada por la mirada patronal de los varones. Esto es, cristalizada como rareza de tono lésbico o decoración.

Milagro de estos tiempos caldeados por el vendaval de pañuelos verdes, hasta una fortaleza conservadora como la AFA se avino a ajustar su discurso y su perspectiva de la actividad que comanda.

Ahora se sabe, se publica, por caso, que en el fútbol femenino hay 16 equipos que compiten en Primera A, y 22 en la B. Y que, a pesar de la centralización congénita de la Argentina, existen algunas plazas fuertes en el interior. El mapa se expande y presiona sobre las estructuras organizativas –las distintas ligas–, de reflejos voluntariamente lentos. Todo, gracias a la perseverancia en la lucha. Ese ha sido el principal sponsor. El único.

La síntesis perfecta en este sentido es la selección argentina, un modelo inmejorable de lo que significa transpirar la camiseta, dentro y fuera de la cancha. Apenas un año y pico antes de la clasificación al Mundial de Francia, el panorama era desolador. Y las chicas tuvieron que ir al paro en reclamo de las condiciones elementales para entrenar y jugar. Por entonces, la AFA apenas les pagaba un viático mínimo –mínimo de verdad, 150 pesos por cada día de práctica– y en el predio de Ezeiza les mezquinaban las canchas. En la Copa América de 2018 (terminaron terceras), la protesta fue más elocuente y por lo tanto rebotó en algunas de las páginas más concurridas de la prensa. Las chicas hicieron la Gran Topo Gigio –como había hecho Riquelme por mucho menos–, y esa imagen del plantel con la mano en la oreja logró lo que no habían logrado mil palabras.

Desde entonces, aunque sin exageraciones, el seleccionado femenino recibió una atención más respetuosa de parte de AFA. Al mismo tiempo, el equipo concentró una adhesión –mayoritariamente femenina, claro– sin precedentes. Entre el fanatismo futbolero y el gesto político, más de diez mil personas acompañaron al equipo nacional –por suerte aún no lleva el apodo de ningún animal de la selva– que goleó a Panamá en cancha de Arsenal y abrió las puertas del Mundial. La marea verde viraba eventualmente a albiceleste.

Soplan vientos de cambio, es cierto. Pero todavía la Argentina está a distancias siderales de los primeros planos. Cuestión de dólares, además de la formación y organización deportivas. Última muestra: la gira de la selección por Oceanía, preparatoria para la cita mundial de Francia. Fueron tres derrotas, diez goles en contra y cero a favor. Percances inevitables para un equipo amateur cuando pisa los grandes escenarios. Quienes padezcan el prejuicio de superioridad que supo irradiar el fútbol masculino –y que ahora está tan falto de fundamento– deben abstenerse de seguir los pasos de las mujeres, que todavía están en la ardua etapa inicial de un proyecto.

Macarena Sánchez iluminó la precaria relación de los clubes con sus futbolistas. Cuando la UAI Urquiza, último campeón y potencia en fútbol femenino, le comunicó su despido, lanzó un rápido contragolpe por vía judicial y exigió que se la reconociera como trabajadora. En los tribunales, la cosa va lenta, pero su gesta –en la que enfrentó amenazas explícitas– levantó polvareda y precipitó los anuncios que, con bombos y platillos, hizo Claudio Tapia.

Macarena Sánchez iluminó la precaria relación de los clubes con sus futbolistas. Cuando la UAI Urquiza, último campeón y potencia en fútbol femenino, le comunicó su despido, lanzó un rápido contragolpe por vía judicial y exigió que se la reconociera como trabajadora.

Al igual que sus colegas, Macarena celebra el cambio de estatuto para su actividad, pero entiende que es insuficiente. En principio, el subsidio de AFA prevé entre ocho y once contratos profesionales por institución. Los planteles, que actualmente rondan las veinte futbolistas, estarían forzados a la discriminación. O a raspar la olla para estirar la remesa enviada desde la calle Viamonte. “¿Qué va a pasar con las chicas que no firmen contratos profesionales? ¿Van a seguir sin obra social? Sería bueno que se fueran sumando contratos con el correr de los torneos. Hay que seguir trabajando y reclamando cosas. También estaría bueno apostar al fútbol femenino infantil y juvenil”, dice la futbolista.

La inyección de (pocos) pesos proclamada por la AFA contribuirá a que también el fútbol de las mujeres sea tomado como un trabajo. O en vías de ser un trabajo. La presencia  de Sergio Marchi, líder de un sindicato exclusivamente masculino, el día de la conferencia de Tapia, aportó simbólicamente a la hora de los anuncios. Tarde pero seguro, el gremio asomó la cabeza. Es de esperar que no haya sido mero libreto protocolar.

La inyección de (pocos) pesos proclamada por la AFA contribuirá a que también el fútbol de las mujeres sea tomado como un trabajo. O en vías de ser un trabajo.

Lo que el dinero ni Mastercard pueden comprar es el cambio cultural necesario para que las chicas que patean la pelota sean consideradas, incluso dentro de sus propios clubes, tan seriamente como sus colegas varones. Eva Gadano, jugadora de Excursionistas (primera división) traza el panorama cotidiano: “Hasta hace unos meses, las cosas eran dificilísimas. Entrenábamos en plazas dos veces por semana y una en la cancha. Pero nos daban una hora (¡una hora de cancha semanal!), a las once de la noche, los viernes. Nos volvíamos solas entre la medianoche y la una de la mañana. No teníamos micro para ir a los partidos, ninguna comodidad. Con suerte, pelotas. Por parte de la AFA, lo mismo: nos ponían partidos entre semana a la tardecita, cuando todas trabajan, y perdíamos los puntos. Se han suspendido partidos porque no había ambulancia o porque la médica se olvidó la credencial.”

Ahora, agrega, la actividad logró un poco más de orden y apoyo porque se arrimó una empresa privada “que se está ocupando de la gerencia y poniendo guita”. Una leve corrección porque, según Eva, “las cosas siguen bastante mal en otros clubes”. La pregonada profesionalización todavía no pasó de los titulares de los diarios. Habrá que ver. “Lentamente, la situación parece ir mejorando; sin embargo los dirigentes siguen siendo varones y los profes también. Se sigue priorizando al fútbol masculino siempre y se ve al femenino como un capricho que va a pasar. Los partidos son gratuitos y suelen ir familiares y amigos, no mucho más.”

“Lentamente, la situación parece ir mejorando; sin embargo los dirigentes siguen siendo varones y los profes también. Se sigue priorizando al fútbol masculino siempre y se ve al femenino como un capricho que va a pasar” (Eva Gadano).

Más acá del fútbol de elite, las canchas de los barrios, cita semanal de señores de edades y barrigas diversas, empezaron a llenarse de chicas que solo buscan un recreo deportivo. Con plena conciencia, eso sí, de que invaden un coto consagrado como propiedad privada del macho. Con ese placer adicional, esa módica (¿módica?) conquista política. Mónica Santino lidera el equipo feminista La Nuestra, que  arrancó hace 12 años en la Villa 31. Rechaza el fútbol profesional masculino como espejo porque le parece una “picadora de carne”. Su norte, en todo este tiempo, ha sido muy distinto. “Somos un grupo de mujeres de entre seis y cuarenta años con una forma de vivir y jugar al fútbol. Nos empoderamos todas. Jugadoras y entrenadoras. Para las mujeres del barrio es el mejor gol de nuestras vidas. Comprender y sentir que las transformaciones son colectivas, que las mujeres no nacimos solamente para las tareas domésticas. Somos visibles en los espacios públicos más importantes de los barrios, que son las canchas de fútbol”.

Mónica Santino lidera el equipo feminista La Nuestra, que  arrancó hace 12 años en la Villa 31. Rechaza el fútbol profesional masculino como espejo porque le parece una “picadora de carne”.

Deconstruir, el verbo patentado por Derrida y clave en las reivindicaciones feministas vigentes, también se aplica en el picado barrial. La pelota permite, según Mónica, una revalorización del cuerpo y sus potencias. “La práctica del fútbol ayudó a deconstruir los discursos con respecto a nuestros cuerpos. Vemos que una piba que pasa por esta experiencia tiene más herramientas para combatir la violencia de género cotidiana que se ejerce de múltiples formas. Un cuerpo que toma nota de que puede correr, saltar, cabecear, meter un codazo, tira abajo una montaña de prejuicios. Y rompe las barreras de los conceptos masculino-femenino inscriptos en la cultura desde hace siglos.”

En el taller de fútbol del Encuentro Plurinacional de Mujeres convocado el año pasado en Trelew, surgió la Coordinadora Sin Fronteras de Fútbol Feminista. Integrada por mujeres de distintas zonas del país, reconoce como hecho fundante la concurrencia masiva a la cancha de Arsenal el día del partido ante Panamá referido líneas arriba. La organización está despegando, pero promete “mantener visibles nuestras perspectivas y reclamos”.

En el taller de fútbol del Encuentro Plurinacional de Mujeres convocado el año pasado en Trelew, surgió la Coordinadora Sin Fronteras de Fútbol Feminista.

Acaso una causa a enfocar es el magro lugar de las mujeres en el mapa oficial del fútbol nacional. De las 230 ligas afiliadas a la AFA, solo 69 cuentan con un torneo de mujeres. El semillero formativo tampoco tiene desarrollo, ni siquiera en los clubes con horizontes de género un poco más amplios que la media.

En los colegios se hizo poco para democratizar la práctica del fútbol, reconocida también en el ambiente educativo como patrimonio masculino. “Voy al Carlos Pellegrini, donde históricamente los deportes en la clase de educación física se dividen por género. Y, por supuesto, las mujeres no podíamos jugar al fútbol.” Lo cuenta Juanita Woscoboinik, estudiante de quinto año del turno vespertino del afamado comercial. “Eso cambió recién en 2017 por los reiterados reclamos estudiantiles.

De las 230 ligas afiliadas a la AFA, solo 69 cuentan con un torneo de mujeres. El semillero formativo tampoco tiene desarrollo, ni siquiera en los clubes con horizontes de género un poco más amplios que la media.

De todos modos, no me parece que haya igualdad, ya que los docentes de los varones están claramente más capacitados en el deporte y sus clases son más serias. Se avanza en cuestiones técnicas y tácticas que nosotras no vemos.” Como si les hubieran dado el fútbol para que no jodieran más, con nulas expectativas pedagógicas. Una conducta similar a la de esos compañeros que se creen eminencias de la Premier League y las miran de soslayo en el campo de deportes. Las miran con sorna, desde un trono que –deberían hacérselo saber sus mayores– ha empezado a crujir.

*Periodista

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