HONESTIDAD BRUTAL

Por: Lucía Álvarez

En su autobiografía Peronismo, pampa y peligro, Felipe Solá expone en carne viva su recorrido particular por la política sin omitir buenas y malas decisiones, dudas, temores, debilidades, frustraciones y aciertos. Una apuesta poco común para una figura que se prepara para disputar la carrera presidencial. Cuando los manuales indican seguir las tradiciones, el candidato pone sobre la mesa las encrucijadas, las controversias y hasta los sinsentidos de sus prácticas en el poder. Por Lucía Álvarez*

La política real suele ser, para todos aquellos que no se dedican a ella pero que la siguen con interés, un mundo conocido y no. Se conversa, se debate, se lee; nos empapamos cotidianamente de política. Pero esa familiaridad puede funcionar a la vez como un obstáculo para el conocimiento profundo de sus reglas de juego. Se trata de una familiaridad cegadora -describió alguna vez el sociólogo Pierre Bourdieu- una familiaridad que hace que comprendamos todo sin comprender demasiado.

 

Hay políticos que prefieren, en cambio, romper con esa cerrazón, que ponen sobre la mesa las encrucijadas, controversias y hasta sinsentidos de sus prácticas en el poder. Exponen así las dimensiones paradójicas de su quehacer. Felipe Solá es uno de ellos. Un dirigente que se atreve a las respuestas “fuera de juego”, que revela en sus relatos el carácter vívido de esa vocación. Su biografía “Peronismo, pampa y peligro” (Ariel, 2018) es, en ese sentido, la continuidad de un estilo cultivado durante años.

 

Quizá por eso no termina de ser sorpresivo el gesto audaz, o incluso, “sincericida”. Felipe Solá construye sus memorias desde un presente ficcional, imaginándose un jubilado de 93 años fuera de competencia. Pero la realidad es exactamente opuesta: la descripción de esa trayectoria zigzagueante -con buenas y malas decisiones, con indecisiones, debilidades, frustraciones y aciertos-  se publica justo cuando enhebra su precandidatura a la Presidencia de la Nación.

 

Se trata de un recorrido de treinta años en la función pública, que atraviesa cargos y experiencias de lo más variadas: Ministro de Asuntos Agrarios de Antonio Cafiero; Secretario de Agricultura, Ganadería y Pesca de la Nación de Carlos Menem; compañero de fórmula de Carlos Ruckauf para la gobernación de la Provincia de Buenos Aires; Gobernador de ese distrito en tiempos de Eduardo Duhalde y Néstor Kirchner; y desde 2007 hasta hoy, diputado nacional por el Frente para la Victoria, Unión Pro, el Peronismo Federal y el Frente Renovador.

Felipe Solá construye sus memorias desde un presente ficcional, imaginándose un jubilado de 93 años fuera de competencia. Pero la realidad es exactamente opuesta: la descripción de esa trayectoria zigzagueante -con buenas y malas decisiones, con indecisiones, debilidades, frustraciones y aciertos- se publica justo cuando enhebra su precandidatura a la Presidencia de la Nación.

No es este, por eso, el típico texto de un candidato. Más allá de la experiencia acumulada, no se desprenden de su lectura razones obvias para votarlo, y mucho menos en el río donde Solá espera la ganancia de pescador, aquel sector del peronismo más proclive al uso de categorías como “leales” y “traidores”. Por esa razón, la honestidad es el mérito indiscutido del texto, una honestidad que pone de manifiesto el valor que Solá le otorga a otra cualidad política: tener agallas, asumir lo propio. Y si hace falta, ser un poco compadrito.

 

Lo es al punto de convertirse en el elemento central de su voz autoral. Porque esa es otra de las virtudes del texto. Solá es narrador, no solo protagonista: construye escenas y diálogos, es agudo en los detalles, desarrolla una mirada, un humor y una sensibilidad propia. A diferencia de otros países, Argentina no se destaca por sus memorias políticas, y eso a pesar de la densidad de su historia y sus liderazgos. Esta biografía representa una apuesta a un género en potencia. Pero también establece un piso demasiado alto para quienes sigan el llamado. Propone un arrojo imposible de hacer a medias y un cuidado por la estética y la escritura poco usual para un mundo en el que esas cosas suelen ser cuestiones de segundo, tercer o cuarto orden.

La P faltante

 

El título es, además de atractivo, tan poco obvio como la propia biografía. Casi un acertijo que acompaña la lectura: Peronismo, pampa y peligro. Son al menos dos las maneras de interpretarlo. ¿Se trata de tres elementos de igual peso en la vida política de Solá o es, en cambio, una descripción sobre el modo en que éste experimenta al peronismo, es decir, en que ese movimiento condensa su atracción por lo nacional y por el riesgo?

 

En definitiva, el peronismo fue, durante su juventud, la manera en la que pudo conciliar dos mundos en tensión: una infancia de estancia en la provincia de Buenos Aires y un deseo de pertenecer a la efervescente bohemia porteña. De un lado, la tierra, los montes, los caballos y los criollos. Sobre todo eso, la convivencia y el tuteo con los aparceros y las noches de asados y acordeón. Del lado urbano quedaba todo lo nuevo, el anhelo de cambiar el mundo, la preocupación por la muerte del Che Guevara, los cruces con el Pepe Firmenich y los diálogos con Jorge Taiana.

Peronismo, pampa y peligro. ¿Se trata de tres elementos de igual peso en la vida política de Solá o es, en cambio, una descripción sobre el modo en que éste experimenta al peronismo, es decir, en que ese movimiento condensa su atracción por lo nacional y por el riesgo?

Fue Taiana, de hecho, quien le presentó a Solá la posibilidad de unir esos territorios. Lo hizo un 29 de mayo de 1969. “Es la izquierda nacional”, le dijo frente a la necesidad de descifrar al Cordobazo. Sin embargo, Solá evitó en esos años dejarse atrapar por la épica militante de la Tendencia, entre otras razones, por el miedo a morir y a matar: “Tenía adhesión a la violencia teórica, pero en la práctica no hubiera soportado ver morir a un tipo, me hubiera asqueado, me hubiera ido. A los 22 años me gustaban Perón, las minas y el sol”, cuenta, descarnisado.

 

Si la honestidad es la máxima virtud del libro, el relato de los años de dictadura es el tramo de mayor densidad. Varios militantes de los sesenta y los setenta, en retrospectiva, le adjudican al miedo un rol clave en su negativa a participar de las organizaciones armadas. Pero Solá va más allá, narra el miedo y sus consecuencias: “En el ‘76 me enmascaré”. Así explica su alejamiento de la militancia, el pasaje hacia el mundo privado y el refugio en el caserón aristocrático de la novia de ese entonces.

 

Por eso, con el regreso de la democracia, su reincorporación a la vida pública fue como  especialista en un área clave del desarrollo económico argentino, pero que pocos dirigentes peronistas conocen, y que también por eso, muchas veces consideran secundario. Mantenerse en el limbo agropecuario, cuenta, lo alejó de los problemas de la Argentina durante los años alfonsinistas, la deuda, la crisis, los levantamientos militares, la batalla sindical; así como más tarde, en su función como Secretario de Menem, la modernización del campo a través de la siembra directa y el uso de la soja transgénica (a la que le dedica uno de los capítulos más técnicos) lo dispersó del giro conservador, los indultos y los efectos nefastos de la convertibilidad.

El relato de los años de dictadura es el tramo de mayor densidad. Varios militantes de los sesenta y los setenta, en retrospectiva, le adjudican al miedo un rol clave en su negativa a participar de las organizaciones armadas. Pero Solá va más allá, narra el miedo y sus consecuencias: “En el ‘76 me enmascaré”.

También en ese limbo se fue macerando una carencia que Solá decide no ocultar y que explica en parte su devenir luego de la derrota de Antonio Cafiero, quizá su único referente político: el gusto por andar solo, en la suya, olvidando muchas veces a la construcción colectiva, las bases, el territorio. Rasgo que con los años fue complementándose con otro: el deseo de obtener prestigio por gobernar y administrar bien, por ser hombre de Estado.

 

En ese sentido, la vocación de poder, la “p” faltante en el título, parece ser otra variable explicativa de un recorrido que atraviesa ideologías, partidos, funciones, y que, siguiendo la máxima weberiana, estuvo siempre más cerca de la ética de la responsabilidad que de la ética de la convicción.[vc_column][vc_single_image image=»3057″ img_size=»large»]

Por la política

 

Las memorias de Solá son un retrato del mundo político sin despojarlo de pasiones e intereses, pero dando cuenta al mismo tiempo de los elementos altruistas que (casi) toda vocación política contiene. Justamente por eso no todo en el libro resulta fácil de aceptar o de entender. Y esa incomodidad da cuenta del otro gran logro, la capacidad para superar aquellas matrices que clasifican a ese mundo en términos dicotómicos: bueno y malo, moral e inmoral, hegemónico y subalterno. Sus memorias desbordan la lógica del deber ser, escapan de los puntos de partida dorados, mezclan aquello que nuestro vocabulario separa.

La vocación de poder, la “p” faltante en el título, parece ser otra variable explicativa de un recorrido que atraviesa ideologías, partidos, funciones, y que, siguiendo la máxima weberiana, estuvo siempre más cerca de la ética de la responsabilidad que de la ética de la convicción.

En ese sentido, su lectura es un llamado a esquivar los prejuicios que, desde hace siglos, existen sobre la política, la idea de que es fraudulenta, engañosa, interesada, mezquina. En un texto breve, titulado ¿Qué es la política?, Hannah Arendt señalaba que en nuestro tiempo si se quiere hablar sobre la política, se debe empezar por los prejuicios que todos nosotros albergamos contra ella: “Estos prejuicios confunden la política con aquello que acabaría con ella”, advertía.

 

El aviso es significativo si se tiene en cuenta que gran parte del arco histórico que atraviesa el libro coincide con un proceso de desinterés y desconfianza por la política institucional o partidaria. Se trata de período marcado por la pérdida de fe de los ciudadanos en las instituciones, así como de la crisis y transformación de los parámetros tradicionales de la lucha política-ideológica. Pero más significativo es aún en estos tiempos, en los que ese discurso antipolítica parece haber retornado con fuerza, buscando destruir a su paso todo lo que se había cosechado y todo lo que aún faltaba germinar.

Sus memorias desbordan la lógica del deber ser, escapan de los puntos de partida dorados, mezclan aquello que nuestro vocabulario separa. En ese sentido, su lectura es un llamado a esquivar los prejuicios que, desde hace siglos, existen sobre la política, la idea de que es fraudulenta, engañosa, interesada, mezquina.

* Socióloga (UBA),  maestría en antropología en la Universidad Nacional de San Martín, periodista.

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