LA NUEVA DISTOPÍA TECNOLÓGICA DEL CAPITALISMO, ¿O LA CONTINUACIÓN DE LA LUCHA DE CLASES POR OTROS MEDIOS?

Por: Daniel Kostzer*

En muchos medios de circulación masiva se le dio gran difusión a la prueba con automóviles auto-tripulados que hizo una cadena global de pizzerías de envío a domicilio. Todos quedaron impresionados, no tanto por el ensayo en sí, sino por lo que prometía para el futuro. Taxis y camiones sin choferes, cargo distribuido por drones dirigidos por GPS y demás posibilidades del uso de la tecnología. El entusiasmo y las elucubraciones dejaron a 2001: Odisea del Espacio a la altura de una crónica pueblerina, pero hay una serie de factores que hacen de esas promesas una quimera. Por Daniel Kostzer *

Analizar la tecnología por sus ahorros en términos de supuestos costos laborales implica un desconocimiento, no solo de cierta lógica económica, sino también de procesos de organización del trabajo y la producción que hacen de algunas de estas supuestas promesas una quimera.

 

Más allá del deseo de quien pide pizza a domicilio, que la misma sea entregada en la puerta y no tener que ir a buscarla “abajo”, hay una serie de factores que tornan la propuesta en poco viable, al menos en el corto plazo. Analicémosla en clave económica.

 

El costo de un automóvil auto-conducido, que se estima viable cuando cuesta entre 8 mil y 15 mil dólares por encima del valor base de la unidad, requiere para la empresa una inversión inicial bastante considerable, al menos equivalente a la cantidad de motoqueros que en la actualidad distribuyen el producto. Con una diferencia sustancial: la cantidad de unidades está en función del pico de demanda que se enfrenta, digamos, un viernes a la noche, el día de mayor distribución de pizzas. La inversión no es divisible; no hay inversión part-time. Es como construir un puente. La capacidad instalada crece con forma de escalera, no es continua. Los que hacen el delivery pueden hacerlo en tiempo parcial, se puede incrementar de manera casi lineal conforme las estimaciones de demanda, y ajustar a la baja. El capital invertido  no, y el ajuste al alza involucra costos significativos. ¿De cuánto debería ser la cuota-parte que cada pizza debería contribuir para cubrir solo los costos de amortización?

El uso de nuevas tecnologías es tan viejo como el capitalismo o como la humanidad. Claro que en el contexto capitalista, toma dimensiones diferentes. En general, las innovaciones sustituyeron trabajadores, más que destruyeron puestos de trabajo.

Además de la amortización del capital, este stock de unidades implica una serie de costos fijos, independiente de la productividad, tales como el seguro o la estructura de mantenimiento, que también deben recibir su margen de contribución del precio de venta de cada pizza.Obviamente estamos en valores que más que decuplican el de la motoneta o bicicleta en la que se distribuyen las pizzas, muchas veces propiedad del trabajador, por lo tanto sin costo hundido para la empresa. Igualmente, la amortización no se atiende con propinas, muchas veces el salario sí.

 

El jovencito que distribuye pizzas o cualquier otra cosa es, además de distribuidor, mecánico. Repara las cosas que puede del vehículo que utiliza, o toma la decisión más oportuna para la estrategia comercial: ¿llevo la pizza caminando y después voy al taller? ¿Aviso que no llego y que manden otro con la pizza? Decisiones que, si bien parecen simples, no son fácilmente resueltas por la inteligencia artificial que puede constituir el cerebro del sistema.

 

Este mismo análisis se repite para el taxi autónomo, el bus autónomo, y muchas otras actividades que aparentemente son sustituidas por máquinas.

 

¿Destrucción o sustitución? Esa es la cuestión…

 

El uso de nuevas tecnologías es tan viejo como el capitalismo, o como la humanidad. Claro que en el contexto capitalista, toma dimensiones diferentes. En general, las innovaciones sustituyeron trabajadores, más que destruyeron puestos de trabajo. El tradicional ejemplo de la producción de alfileres de Adam Smith mediante la división del trabajo no redujo la cantidad de gente que se empleaba en la industria, sino que elevó la productividad de cada trabajador, lo que muchas veces se reflejó en una reducción del precio del producto al consumidor. Algo similar sucedió con la industria de la textil en la actualidad: se emplea más gente, pero ese empleo se movió hacia otras latitudes. Claro que hoy el precio de las indumentarias es, por unidad, mucho más bajo, pero al mismo tiempo las cantidades que se consumen son mayores que dos décadas atrás.

 

La aparición del cajero automático redujo la cola en los bancos, así como el personal que se ve en la institución, pero su funcionamiento requiere de otros trabajadores que atienden las tareas que en el pasado realizaba un solo individuo en contacto con el público. En este sector hay hoy programadores, repositores, service y mantenimiento, asistentes, tele-marketers, entre las diversas actividades que en el pasado se desarrollaban en el ámbito físico del banco.

 

Esta sustitución, como contraparte a la destrucción, puede darse en el seno de la misma empresa, como también en otras directa o indirectamente vinculadas a la actividad que sufrió el cambio. Puede existir una movilidad geográfica o sectorial, pero el resultado de puestos netos no solo varía poco, sino que a veces hasta se incrementa con la sofisticación del servicio prestado o bien producido.

Habilidades, destrezas y cambio tecnológico

En los ejemplos que hemos mencionado anteriormente, desde los alfileres de Adam Smith, hasta el cajero automático, se observa una característica central. Esta no es la reducción del número absoluto o relativo de trabajadores -sean éstos en la propia firma o en la integración vertical de la misma- sino en el “enangostamiento” o limitación de las habilidades requeridas al trabajador para cada tarea que se pasa a realizar.

La tecnología hay que analizarla con cierta dosis de candidez sin quedar encandilados por los ruidos y las luces que generan las máquinas. No puede ser evaluada en el contexto de la economía del mismo modo en que se lo hace en lo personal o familiar.

El artesano zapatero pre-capitalista hacía un par de calzados completos de principio a fin. El trabajador en serie de la fábrica de esquema fordista de división del trabajo pasa a especializarse en una tarea específica: corte de piezas, unión, maquinado, montado, acabado, pigmentado, etc. Muchas veces sin comprender o participar del proceso total. Tal como el personaje de Charles Chaplin en Tiempos Modernos ajustaba un par de tuercas.

 

El cajero del banco de antaño sabía cuánto cambio necesitaba al inicio del día, podía conciliar la caja con las boletas de depósitos, pagos y extracciones realizadas; clasificaba las boletas a los diferentes destinos; e inclusive guiaba al cliente en cómo llenar cada espacio de los formularios involucrados, y no siempre intuitivos. Adicionalmente, orientaba a quien se equivocaba de cola, podía ofrecer el nuevo producto del banco, y hasta charlaba del clima o de fútbol con el cliente.

 

Hoy, cada una de estas tareas está restringida a un trabajador o grupo de trabajadores. El que hace una, no puede hacer la otra. La diferenciación es notoria e inseparable. Lo mismo sucede en un número importante de sectores productivos no solo de bienes, sino también de servicios, y cada vez con más fuerza. Las destrezas no son intercambiables, son más bien casilleros fijos para los que se contratan los trabajadores.

 

Cómo acercarse al análisis del cambio y el futuro

La tecnología hay que analizarla con cierta dosis de candidez sin quedar encandilados por los ruidos y las luces que generan las máquinas. No puede ser evaluada en el contexto de la economía del mismo modo en que se lo hace en lo personal o familiar. Un lavarropas adquirido en un hogar reducirá el tiempo dedicado a dicha tarea o la asignación presupuestaria al objetivo de mantener la indumentaria limpia. Un nuevo televisor gigante con buena imagen y sonido tiene por misión sustituir o imitar el placer que da ir al cine. La tecnología en este caso “ayuda” al individuo y al grupo familiar. En el caso de la economía se torna en un juego suma-cero que en general afecta a los más vulnerables. Aspira, aunque no siempre lo consigue, a reducir los costos de producción unitarios, de un modo u otro. No tiene por objetivo el confort, la seguridad, o la facilidad del trabajador.

 

Adicionalmente, a través del discurso hegemónico, incide en los legisladores y los hacedores de la política, mientras juega como una espada de Damocles que pende sobre la cabeza de los asalariados, atemorizando y por sobre todo, disciplinando.

 

Hay empresas o sectores que son generadores de tecnologías y otros que son tomadores de nuevas tecnologías. Y por tecnologías aquí nos referimos tanto al ´hardware´ como el ´software´ o los nuevos arreglos organizativos u organizacionales.

 

Muchos sectores requieren de la tecnología para adaptarse al nuevo potencial de demanda. La industria automotriz necesita de los robots y las nuevas formas de producción (just-in-time, zero stock, robotización, sub contratistas in-house, etc.) para poder recuperar las tasas de ganancia de las grandes fábricas, a la vez que alcanzó la producción que, se estimaba, demandaría el mundo. Hoy se producen el triple de automóviles que en 1970 y el doble que en 1996. Sin el cambio de organización industrial hubiese sido imposible para la tradicional industria – tal como la concibió Ford con su modelo T-  atender esa demanda. Grandes depósitos de autopartes, costos financieros colosales, organización de decenas de miles de trabajadores, entre otros, hubiesen hecho inviable la estrategia. La industria demanda tecnología de otras áreas para poder producir: robots, diseños modulares, plataformas compartidas, etc. Pero por sobre todo, un gerenciamiento y una relación con los trabajadores totalmente diferente.

 

El sector textil de indumentaria y calzado apeló a las nuevas tecnologías para expandir su producción. Pero estas no fueron nuevas máquinas de coser, o el robot que hace una camisa. La tecnología de base sigue siendo una trabajadora, en general joven, que se sienta detrás de una máquina durante toda una jornada. A veces en una fábrica con cientos o miles de personas, otras a través de las cadenas invisibles de la tercerización y de la subcontratación.  Una mezcla de grandes fábricas con miles de trabajadores, con pequeños talleres diseminados mundialmente, muchos clandestinos, en los cuales la precarización de todas las condiciones de trabajo es la norma.

La tecnología de base sigue siendo una trabajadora, en general joven, que se sienta detrás de una máquina durante toda una jornada. A veces en una fábrica con cientos o miles de personas, otras a través de las cadenas invisibles de la tercerización y de la subcontratación.

En este rubro, los mayores cambios se dieron en actividades como el diseño, que con el uso de la computadora permiten avanzar más rápido el moldeo y corte –en lo que se denominó “fast-fashion”- , pero básica y centralmente en la nueva organización de la logística.Esto es lo que permitió multiplicar el número de países que subcontratan la producción para las grandes marcas, la llegada a los escaparates en tiempo justo, sin tener que acumular grandes stocks, y la posibilidad de liquidar los remanentes en corto plazo, al costo de producción, para poner en marcha la nueva rueda. Hoy entrar a una tienda de ropa de las grandes permite aprender de la geografía mundial con sólo mirar las etiquetas de las prendas.

 

El futuro no es lo que era…

Esta frase, atribuida a Paul Valéry en 1937, puede ser la de todos los que creyeron que, como el lavarropas en un hogar, el uso extensivo de las nuevas tecnologías permitiría una menor jornada laboral por el aumento de la productividad y, consecuentemente, más tiempo libre para los trabajadores.

 

Pero aparentemente tampoco lo es para los que vislumbraban un cambio drástico que llevaría a que la gran mayoría de los trabajadores pasaría a revistar en categorías no convencionales, con las nuevas formas tipo Uber, contratos transitorios, por pieza, por tarea, a distancia, “platform economy”, “gig economy”: lo que el Bureau of Labour Statistics de los Estados Unidos denominó como “Arreglos de empleo alternativos y contingentes”.

 

Precisamente el 7 de junio de 2018 el estudio que presento el BLS muestra que hoy, comparado con 2005, no solo no se percibe un aumento significativo de estas formas de contratación o arreglos, sino que éstas son menores que en 2017.

 

En los EEUU se observa que desde 2010, cuando el desempleo alcanzó su pico del 11%, hasta la actualidad, en que está a menos de la mitad, la economía vino creciendo. Seguramente esto generó dos situaciones: por un lado, los trabajadores pueden esperar y negociar condiciones laborales más convencionales, pero por otro, las empresas están dispuestas a ofrecer este tipo de puestos, ya que la expectativa es de crecimiento en las operaciones y la utilidad. En estos casos la flexibilización hacia formas no tradicionales dejaría de ser un amortiguador de la caída de las utilidades empresarias.

 

Claro, que en otros países, sobre todo aquellos que vivieron la burbuja financiera de fines de la primera década del siglo XXI, las tendencias se muestran del lado pesimista. Habrá que ver qué sucede en los periodos de expansión.

 

En los últimos tiempos, en una cantidad de foros e instituciones se viene expresando la idea de que este cambio en el mundo del trabajo requerirá de una profunda intervención estatal especialmente para proteger a aquellos que puedan quedar vulnerados. Claro que omiten decir que esta intervención nuevamente será aprovechada, directa o indirectamente por el Capital.

 

Asumen la visión de un mundo más productivo, pero con menos empleos, y con puestos que hoy no son imaginables. Aventuran un desempleo friccional enorme, y hasta calculan porcentajes de destrucción de puestos de entre un 30% y 50%.

 

Instituciones como el FMI o el Banco Mundial comienzan a hablar de la necesidad de un “ingreso básico universal” que mitigue los efectos del cambio tecnológico.

 

¿Qué andan tramando?

En principio, la alternativa suena como una implementación universal de un seguro de desempleo correctivo, pero también preventivo, para aquellos que no acceden a su primer trabajo. Esto no suena como irracional, incluso aunque países como Finlandia hayan suspendido recientemente las primeras experiencias piloto, con resultados aún por evaluarse.

 

De todos modos, lo primero que se observa es que esta alternativa que estipula un ingreso universal suficiente para sobrevivir, pero a la vez lo suficientemente bajo como para que un puesto en el mercado de trabajo siga resultando atractivo,  generaría una dualidad en la sociedad sumamente compleja. Un “ejército industrial de reserva” relativamente disciplinado, confinado a su hogar, precariamente protegido por un sub-estado de bienestar, y fuera de las calles y de los incómodos indicadores de desempleo. Permitiría la “inactivación” de segmentos importantes de la población, y mantendría la “lucha de clases” dentro de un cauce manejable y sin conflictos inmediatos. Los medios sociales electrónicos permiten hoy una supuesta participación en la comunidad sin la sensación del vacío que produce el desempleo, en especial si se cubren las necesidades básicas del individuo, incluida la conexión a internet que lo mantendría relativamente ocupado mientras el sistema no lo necesite. Si ser un beneficiario del Ingreso Básico Universal pasa a ser un “derecho ciudadano” e involucra a elevados porcentajes de la población en edad de trabajar, se reduciría el estigma de la desocupación. Si encima tiene una vía de escape individual, pero con percepción social, como lo son los “social-media”, la urgencia de la expresión política por los medios convencionales se ve reducida.El capital tendría a su disposición una enorme masa de trabajadores dispuestos a incorporarse al trabajo en las etapas de superproducción, pero sin afrontar el costo político y social de famélicos y rebeldes poblando las calles de las pulcras ciudades del futuro. Las colas de los comedores comunitarios y ollas populares desaparecerían dentro de los hogares. La lucha de clases se vería atenuada en el corto plazo por este esfuerzo para silenciar el conflicto.

La alternativa que estipula un ingreso universal suficiente para sobrevivir, pero a la vez lo suficientemente bajo como para que un puesto en el mercado de trabajo siga resultando atractivo,  generaría un “ejército industrial de reserva” relativamente disciplinado, confinado a su hogar, precariamente protegido por un sub-estado de bienestar.

Algunas reflexiones

En este contexto, se impone defender el trabajo como articulador social y factor de ciudadanía, especialmente en aquellos países donde existen una cantidad de bienes y servicios sociales que tienen una demanda no-evidente (no porque la necesidad no sea visible, sino porque sus potenciales demandantes no tienen suficientes ingresos),  tanto como reivindicar el rol del Estado como garante, generador y redistribuidor del empleo y el trabajo.

 

Proyectos comunitarios, integradores y flexibles, con remuneraciones que cubran las necesidades básicas de los individuos, son posibles, tal como experiencias pasadas lo mostraron. Éstos tienden a restituir el tejido social, embarcar a sus beneficiarios en proyectos colectivos, con efectos económicos multiplicadores y dinamizadores de las economías domésticas, a la vez que producen bienes y servicios que son apropiados por los mismos beneficiarios y sus familias.

 

Si bien suenan parecidos a los proyectos del ingreso básico universal, la principal diferencia es que en lugar de mantener a sus beneficiarios en sus casas aislados –práctica cada vez más enmascarada por el uso de las redes sociales- los sumarían a iniciativas de elevado valor social, y al margen de los avatares de decisiones basadas en las ganancias del capital, de corto plazo, y que muchas veces es –inclusive- independiente de la producción.

 

Estas acciones, si bien tranquilizadoras en cuanto a los individuos y sus ingresos, mantendrían vigentes y justipreciadas las características que Prasch definió para el trabajo en contraposición a otros mercados: El trabajo no puede ser separado de quien lo provee; el trabajo no puede ser almacenado para otro momento; el trabajo es un factor productivo que la mayoría desearía que sea bien remunerado (en especial el propio); pero por sobre todo, el trabajo encarna la cualidad de la autoconciencia del individuo. Esto último debe ser central en una sociedad más humanista y vivible.

 

*Daniel Kostzer es economista, investigador, fue representante argentino ante el Banco Mundial y coordinador del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD).

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