UNA GRAN BANDA DE PEQUEÑOS MÚSICOS

Por: Alejandro Caravario

En tiempos en que los clubes suelen enfocar la totalidad de la energía en el fútbol profesional, la Orquesta Vamos Los Pibes de Atlanta recupera la dimensión social y barrial de las instituciones deportivas. La iniciativa de Hugo Lobo, líder de la banda de ska Dancing Mood y socio del Bohemio, es una bocanada de aire fresco y un ejemplo de contención amorosa a través de la música.

Centro Cultural Los Bohemios Osvaldo Miranda: así de largo es el nombre de este refugio en el club Atlanta, debajo de la platea, que alberga las actividades artísticas de la institución. Una de esas dependencias que, en la mayoría de los clubes, es una trastienda desangelada donde se monta, por caso, el gimnasio de boxeo, al amparo de la luz fría de los tubos. Pero este es un espacio amable, ambientado con fotos de socios solidarios, un piano y una biblioteca que le rinde homenaje a la máxima gloria literaria de Villa Crespo, Juan Gelman. Hincha del Bohemio culto y políticamente combativo, como para compensar la ligereza del galán y eximio comediante Osvaldo Miranda, que fue durante décadas la cara más famosa en las gradas del estadio León Kolbowski.

Es jueves y los preparativos para los ensayos de la banda son parsimoniosos pero decididos. De a poco, los chicos y las chicas se acomodan detrás de los instrumentos. Una nena de unos once años empuña el bajo eléctrico, el percusionista luce un gorro de lana hasta las cejas, hay flauta, trompeta, dos teclados y un trío de cantantes. El profe Ariel Brukman, como todos los profes del mundo, debe levantar la voz para imponerse al murmullo infantil y explicar que harán una parte instrumental y un segundo movimiento en el que entrará el coro. Sin resignar el clima de juego, pero con la concentración necesaria, la orquesta interpreta “Juntos a la par”, la canción grabada por Pappo en 2003 que los chicos eligieron, del mismo modo que eligen cada obra que abordan. La versión requiere algunas repeticiones para ajustar la entrada de las voces y otros detalles, pero finalmente sale. Logro más que suficiente para decretar el ansiado intervalo. Los músicos se lanzan en malón a la mesa con los jugos y las galletitas de la merienda. El reposo de los artistas.

La Orquesta Vamos Los Pibes se reúne dos veces por semana y, en sus ocho años de existencia, permitió que centenares de chicos de entre siete y catorce años se acercaran a la música y a una ingente variedad de instrumentos en forma gratuita. En tiempos en que los clubes suelen enfocar la totalidad de la energía en el fútbol profesional –allí parecen agotarse los programas– esta rara escuela de música recupera la dimensión social de las instituciones deportivas. Por empezar, su pertenencia a la trama del barrio. De todas maneras, la iniciativa de la orquesta no fue de Atlanta, que cede el lugar de buena gana, sino de uno de sus hinchas caracterizados, que así se les dice a aquellos que han logrado despegar del anonimato. Hablamos del trompetista Hugo Lobo, líder de la banda de ska Dancing Mood y socio del Bohemio desde las remotas épocas en que su abuelo lo llevaba de la mano a los tablones de la calle Humboldt. Durante mucho tiempo, Lobo se las ingenió para hacer confluir sus amores y llevaba la trompeta a la tribuna, dándole al aliento de la hinchada afinación y estilo. Las exigencias de la profesión lo obligaron a deponer el hábito del fin de semana, pero dejó un legado. Aún sigue escuchándose algún heredero que sopla con talento en la cabecera que apunta a la avenida Corrientes.

La Orquesta Vamos Los Pibes se reúne dos veces por semana y, en sus ocho años de existencia, permitió que centenares de chicos de entre siete y catorce años se acercaran a la música y a una ingente variedad de instrumentos en forma gratuita.

Según dice, Lobo encaró el proyecto de la orquesta en cuanto consiguió vivir de su arte merced al crecimiento de Dancing Mood. Hizo memoria emotiva de la infancia, cuando el club era un segundo hogar para muchos niños, y se propuso reproducir esa contención amorosa a través de la música. “Me parece que los chicos son el futuro y siento que mi deber es devolverle a la música lo que me dio. La música es un canal increíble y puede ayudarlos en muchos aspectos”, asegura. Estuvieron junto a él en la fundación el psicólogo Gastón Gelblung, quien revista en la Fundación Petisos, especializada en la “promoción y restitución de derechos” de la infancia, y Julio Winnicki, un socio emprendedor y desinteresado que murió hace poco.

Aunque hay chicos que descubren en la orquesta su vocación musical y la desarrollan luego en ámbitos académicos, la idea no es formar expertos instrumentistas sino que los chicos se apropien del espacio. “Al principio hasta teníamos partituras, pero después las dejamos. Son etapas que van marcando los propios chicos. Para nosotros lo más importante es que sea un lugar para jugar”, dice Brukman, cuyo perfil pedagógico es el del adulto cómplice y protector. Sabe que su rol no es otro que coordinar la diversión, no exenta, claro, del fomento del oído y la creatividad.

“Al principio hasta teníamos partituras, pero después las dejamos. Son etapas que van marcando los propios chicos. Para nosotros lo más importante es que sea un lugar para jugar”, dice Brukman.

“Nuestro orgullo es haberles permitido a muchos chicos encontrarse con la música y salir de la calle”, señala Gelblung. Y aclara que en la orquesta se borran las clases sociales. “Hay chicos y chicas en situaciones precarias, chicos de clase media. De todo. Acá comparten juegos, cumpleaños…” Gelblung, desde su lugar de hincha, añade una función involuntaria pero benéfica del emprendimiento: “La orquesta también es una manera sana de hacer hinchas. Muchos, cuando se acercaron, no sabían ni de qué color era la camiseta de Atlanta, y ahora son socios y van siempre a la cancha. Tiene que ver con un sentido de identidad.”

También los mayores se arriman al Centro Cultural Osvaldo Miranda y se ofrecen para alguna tarea. Apuntalar actividades, algunos; cebar mate en la ronda que se arma los días de ensayo, otros. La comunidad en torno a la música se expande. Se ve que, aun en épocas egocéntricas, de guardarse y de mirarse el ombligo, si alguien llama, cierta gente responde. También responden los que donan instrumentos: los hay de viento, percusión y cuerdas, como para satisfacer los gustos más diversos y afrontar cualquier género. No faltan los que hacen llegar comida para la merienda. Y, todo hay que decirlo, incluso el Gobierno de la Ciudad autorizó un subsidio para ayudar a la orquesta. Desde el primero hasta el último del equipo de colaboradores aporta su tiempo y su oficio ad honorem. Por eso a veces cuesta conservar a los profes, que se ven obligados a conseguir horas pagas para sobrevivir.

La comunidad en torno a la música se expande. Se ve que, aun en épocas egocéntricas, de guardarse y de mirarse el ombligo, si alguien llama, cierta gente responde.

Contar en la dirección con un músico de la trayectoria de Hugo Lobo permite algunos lujos. Como que parte de la farándula del rock se avenga a difundir a Vamos Los Pibes. Sin ir más lejos, se puede ver en YouTube a la cantante Patricia Sosa solicitar donaciones de instrumentos. También le ponen el hombro al proyecto Vicentico, Fidel Nadal, Nito Mestre, Vero Vera, Ayelén Suker y siguen las firmas. El acceso a escenarios consagrados ha sido otra de las prerrogativas de los chicos, en calidad de teloneros informales de Dancing Mood. Así, han tocado nada menos que en el Luna Park y en la Muestra Música, realizada en la Rural. La última presentación fue en el Congreso Internacional de la Infancia. De todas maneras, no hay concierto ni público numeroso que los haga pensar en la orquesta como algo más que un modo –acaso el mejor– de hacer amigos.

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