RAÚL CARNOTA: VANGUARDIA Y RAÍZ

Por: Gerardo Fernández

Un reconocimiento, a cinco años de su muerte, para quien fue una de las figuras más potentes, innovadoras y transgresoras que dio la cultura argentina. Autor de Grito Santiagueño, Salamenqueando pa’ mi y Coplas sin luna, aportó a la nuevas generaciones de folkloristas un repertorio vanguardista pero anclado en las raíces. Evocó en canciones su pertenencia a la JP, y en el auge de los noventa advirtió: “Ya no existen derechos donde hay necesidades”, una frase que cobra tremenda vigencia casi treinta años después. Por Gerardo Fernández.

Raúl Carnota llegó casi a destiempo o, si se quiere, al límite que separa los años de oro de los grandes creadores y la irrupción del folklore industrial que no busca mucho más que el poncho revoleado en los festivales veraniegos, a costa de olvidar la razón de ser de nuestro canto. Raúl empezó su carrera profesional tocando con Adolfo Abalos y la fue dejando haciéndolo con el armoniquista Franco Luciani y produciendo el primer CD de la excelsa Luna Monti. Estamos hablando de un músico esencial para la última conexión de nuestra música popular. Músicos vigentes como Lilián Saba, sin ir más lejos, lo reconocen como el último gran maestro.

 

Sus tropiezos para, por ejemplo, grabar el famoso disco que incluye Grito Santiagueño y Salamanquendo pa’ mi determinaron que su vida artística fuera de lucha. La disquera Polygram entendió que tanto Raúl como Suna Rocha (por entonces su pareja) no tenían, allá, a comienzos de los años ochenta, suficiente chapa como para editar sendos discos solistas, por eso ese álbum se editó con el Lado A dedicado a Carnota y el B a Suna. Lo importante, empero, es que es ese disco el que presentó en sociedad al trío (Carnota, Eduardo Spinassi en piano y Rodolfo Sánchez) y no debe ser una exageración decir que esa formación ha sido el punto más alto de desarrollo instrumental en nuestra música popular. Alguna vez Norberto Minichilo dijo que ese trío le competía a cualquier otro del mundo, y no se equivocaba: el nivel de sincronización que tenían asombraba. Tocaban de taquito con una premisa: divertirse e innovar. Así es que en el CD Sólo los martes, la versión en vivo de la chacarera La casi trunca arranca con una base funky increíble y de a poco se le va filtrando la chacarera. Cosas de tres tipos comprometidos sólo con la creación.

 

De ahí que nunca será tarde para hacer un reconocimiento obligatorio a su figura, de lo mejor que le pasó a nuestra música popular en las últimas cuatro décadas y quizás lo fundamental de su obra fue modular en su punto justo la tradición con la experimentación, algo que, sin dudas, es lo más difícil en la música popular. Aquellos que desconozcan los cimientos de una determinada construcción musical, muy probablemente incorporarán reformas que terminen por tirar al piso todo. Raúl, al igual que el Chango Farías Gómez, tensó la cuerda pero siempre sabiendo hasta qué punto y su música nunca dejó de tener la tierra necesaria para trascender y ser ya hoy, a casi 5 años de su muerte, un clásico de esos a los que se recurre toda vez que hay que mostrar cómo es nuestra música popular sometida a fuertes procesos de investigación.

Quizás lo fundamental de su obra fue modular en su punto justo la tradición con la experimentación, algo que, sin dudas, es lo más difícil en la música popular.

Era un tipo con una información musical muy amplia: amaba a Frank Zappa y escuchaba de todo. Aún recuerdo las tardes cuando lo visitaba con discos del Poncho Sánchez, un conguero chicano de Los Ángeles, de lo mejor en la escena californiana del latin jazz.Era un gran burlón. En su famosa chacarera Salamanqueando pa’ mí se mofa de la solemnidad mística con que el folklore aborda el mito de la Salamanca, este lugar sagrado de las tradiciones paganas de nuestras poblaciones de Santiago de Estero. Una de sus últimas composiciones fue la Chacarera del pensador, donde también se ríe de esa tendencia de sectores “progresistas” a detenerse más de la cuenta en ciertos debates. Como buen peronista, llegaba un punto en que quería más acción y menos cháchara.

 

Bien tempranito arranco,
desde mi catre viejo,
dale que dale sin parar
meta pensar Canejo!

 

Desde el primer álbum que grabó con el trío en 1983, compartiendo cartel con Suna Rocha, hasta su CD final, si algo lo caracterizó fue una línea muy alta en términos de calidad. En lo personal, me parece que uno de sus discos más logrados fue “Entre la ciudad y el campo”, de 1987, un trabajo que contiene muchas obras propias que lo transformaron en uno de los músicos más interpretados. Se destacan Coplas del rencoroso, con letra del poeta Jorge Calvetti; Ña polí o la pureza de la gente como usted, compuesto con Teresa Parodi; Pecado de juventud (un homenaje estremecedor a su generación jotapeísta de los setenta) El salar, la murguita Hasta el otro carnaval, La casi trunca, en un trabajo parejo de comienzo a final.

 

Un disco que injustamente pasó muy desapercibido es Contrafuego, grabado en 1992/93 y editado por Melopea en 1994. Si una marca registrada de Carnota fue juntarse siempre con quienes tocaban “fenómeno”, adjetivo que usaba con devoción, en este disco la sumatoria es alucinante. La base está en Rodolfo Sánchez, a cargo de la percusión, Lilián Saba en piano y Marcelo Chiodi en flautas y saxo.Pero los invitados van desde Oscar Giunta a Beto Satragni. En este álbum hay obras maravillosas, comenzando por la que le da título, compuesta nada menos que junto a Jorge Cumbo.

Si una marca registrada de Carnota fue juntarse siempre con quienes tocaban “fenómeno”, adjetivo que usaba con devoción.

Hay una vidala estremecedora, El salitral, de Carlos Marrodán y una zamba tremenda como Camino hacia Quimili, una chacarera de clima tenebroso como La aclaradora, una gran versión del Gatito de Tchaikovsky, de Adolfo Abalos (para quién Tchaikovsky habría sido santiagueño ya que en quechua Chai significa cuánto y Cosqui, dinero). Otra belleza es Pa’l amigo, otro gatito divino.

 

Al sur de la vergüenza
no hay camino posible
ni amor que no se estrelle
contra un tiempo infeliz.
Se gastaron los dogmas
como torpes fusibles
y la vida transcurre
de desliz en desliz.
Ya no existen derechos
donde hay necesidades,
se acabó la justicia
de espalda a la razón.
Y esos privilegiados
que crecimos a golpes
hoy somos los fantasmas
de un tiempo que pasó.

 

Si en 1987 había cantado Con la ilusión como fusil entra el chango a la vida, evocando la JP, en plena derrota noventista, en el punto más bajo y cruel de la desmovilización popular, se lamía las heridas como parte de una generación maldita. “Ya no existen derechos donde hay necesidades” cantaba, mientras la Convertibilidad se llevaba todo puesto y “los mercados” se hacían un festival como nunca en la historia nacional. Por eso en 1995 se fue a Los Ángeles a explorar nuevos caminos, ya que prácticamente se había quedado sin trabajo acá. Al año y medio regresó. No había pasado nada. Al poco tiempo hizo una serie de presentaciones los martes en Oliverio junto a sus grandes compinches, Rodolfo Sánchez y Eduardo Spinassi. Acqua Records editó más tarde un CD que recoge una muy buena selección de esas tocadas, cuyo título es Solo los martes, ahí retomaron viejos arreglos y probaron nuevos caminos, como siempre lo habían hecho.

“Ya no existen derechos donde hay necesidades” cantaba, mientras la Convertibilidad se llevaba todo puesto y “los mercados” se hacían un festival como nunca en la historia nacional.

Soportó estoicamente el boom del denominado “folklore joven” y siguió siempre en la misma. Así, como al pasar, digamos que fue el productor musical del primer disco de una cantante desconocida como Luna Monti, y quien le hizo escuchar y conocer a Juan Quintero.En el verano de 1995 fui a tomar unos mates a su casa y me dice “Escuchá cómo frasea este loco”. Era “Caracol”, uno de los mejores cantores de Tango de los últimos años. “Lo estamos produciendo con el Tato Finocchi”, me comentó. Un año antes me había prestado un CD de dos correntinos absolutamente desconocidos en Argentina editado por Radio Francia: eran Rudy y Nini Flores. Acá no los conocía nadie, al menos en la ciudad de Buenos Aires. Bancó siempre a los que venían de abajo, como Lilián Saba, Laura Albarracín, Roberto Calvo y tantos más.

 

Era un convencido de que lo suyo no era masivo y lo reflejaba en las entrevistas, con una muy alta dosis de displicencia, que quienes lo conocimos bien sabíamos que era la armadura con que disimilaba la profundidad de su penar. Es que sin duda fue el autor más cantado por las nuevas generaciones de músicos que se arriman al folklore no comercial y, con justicia, sabía que se merecía mucho más.

 

Dejó temas que se cuelan entre lo mejor de nuestro cancionero como la zamba “Grito santiagueño”, el Huayno Solo luz, el Gatito e’ las penas, la chacarera Salamanqueando pa mí, Coplas sin luna y Pecado de juventud, por nombrar sólo una pocas.Como intérprete dejó versiones memorables de clásicos como Cuando muere el angelito, el Gatito de Tchaikovsky o Debajo de la morera, donde respeta fielmente a Carmona, y canta “pasaría la vida entera”, en lugar del brutal “pasária” de tantas versiones olvidables.

Sin duda fue el autor más cantado por las nuevas generaciones de músicos que se arriman al folklore no comercial y, con justicia, sabía que se merecía mucho más.

Protagonizó incontables juntadas de días de semana siempre con grandes músicos. Se me viene a la memoria Daniel Maza, ese inmenso bajista uruguayo que, entre otras cosas, nos sigue debiendo un disco con boleros solamente. De esas últimas juntadas nos quedó, por suerte, el CD del Proyecto SANLUCA, junto a Rodolfo Sánchez, otro que se nos fue y del que hay que escribir mucho, y el imprescindible Franco Luciani.

 

Hace casi cinco años partió para sumarse a esa zapada que seguro debe haber en algún lugar y el mejor homenaje a su memoria es recopilar su obra discográfica: ahí está explicada nuestra música popular del último medio siglo. Fue el que corrió los límites lo justo y necesario, porque al igual que los grandes vanguardistas, siempre supo que todo lo que está por hacerse se lo encuentra en las raíces.

 

Y ya me largo a la huella
mi amigo disculpemé,
en décimas hilvané pensamientos
como estrellas.
Si mi  filo no se mella
pelearé con la esperanza,
y si la vida me alcanza
sé que he de ver algún día
alegre y en armonía
a éste, mi pueblo que avanza.

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