EL WOODSTOCK DEL PERONISMO

Por: Lucas Schaerer

Un desborde de pueblo tomó por asalto la Plaza de Mayo bajo el calor sofocante, con una notable resistencia al cansancio gracias a la alegría y mucha bebida. La masa organizada e independiente se entremezcló en una fiesta donde no hizo falta Policía.

“Me hace acordar al ’83, cuando fuimos a votar por Alfonsín. Era tanto el fervor y la alegría que lo siento igual. Ojalá que le vaya mejor que a él”. Con los ojos vidriosos de lágrimas contenidas y la voz entrecortada habló Cristina Herrera con La Nación Trabajadora, 65 años, jubilada de clase media baja, sobre sus palpitaciones por el regreso del peronismo a la Casa Rosada, de la mano de la dupla Fernández, Alberto y Cristina.

Ella llegó al ingreso a la Plaza de Mayo por el lado de Cabildo, donde sentía que corría un poco de aire, pero su amiga Norma le pedía ir más atrás por la multitud que por momentos la aplastaba. Al final se quedaron porque en cuanto terminó de hablar Cristina y Alberto regresaron en el subte A para Liniers, el barrio donde viven.

Alejandro García, 40 años, callejero, vendedor ambulante, con remera negra de Almafuerte, agitaba a los gritos con Perón a cualquiera que pasaba. Estuvo desde la mañana. Dice que se siente más que contento, “alegre de corazón y vida”, y refuerza su sentir no por los Fernández sino por votar un gobierno peronista que no deja a nadie tirado. Hace el gesto que acompaña sus palabras: la mano para abajo levantando al otro. Es un hippie heavy metal de pelo largo, un profesional de la cocina que también se la juega en la calle desde hace doce años. “Esto es la civilización verdadera porque salimos entre todos.»

A la mañana, los custodios del nuevo presidente fueron el movimiento obrero organizado y popular. Desde temprano, detrás de las vallas por entre las que pasó Alberto manejando desde Puerto Madero al Congreso, ellos y ellas habían copado las veredas de la calle Rivadavia, que rodea la plaza, luego la avenida de Mayo hasta el Congreso. También habían tomado por asalto el aire. Los globos y afiches callejeros tenían la firma de estructuras sindicales y sociales: primera estuvo la organización del pueblo, por la tarde llegó el desborde de los sueltos. La masa organizada e independiente bien entrada la tarde se entremezcló. La marea popular de este Woodstock peronista resistió a pura cerveza, vino y fernet con coca el calor sofocante y las horas de caminar para encontrarse o moverse. No alcanzaron los baños y ningún bombero se apiadó con chorros de agua. De fondo se mezclaba la cumbia, el rock, los cuartetos, algún pop y rap.

Una caribeña joven, nacida y criada ella hasta hace dos años en Puerto Rico, da su testimonio a LNT. Isis Caraballo, 20 años, estudiante de ciencia política, delegada del sindicato de Comercio, seccional Capital. Sentada en el piso por el agotamiento, nos contó que llegó a las doce del mediodía, y después de cinco horas de estar en la Plaza de Mayo sentía “esperanza, que vienen años más prósperos”.

Ezequiel, 35 años, pareja de una docente de escuela primaria en el Bajo Flores, tardó dos horas para encontrarse con su amada. “Fui y vine por el laburo, y esto reventó de gente suelta, el clima es alucinante, un flash. Desahogo, esperanza, asco por lo anterior”. En la vorágine popular, Ezequiel se aparta un poco para reflejarse en el pasado. La primavera camporista, que no vivió pero leyó, la de ir a buscar a los presos políticos a las cárceles, afirma, «me da esa sensación de ahora sí forros, ahora no nos van a tocar, aunque uno sabe que eso puede volver a pasar. Pero hoy es esta vibración”. Se hace una selfie con una foto grande de Néstor, esa imagen inmortalizada de Kirchner elegido presidente que sale de la Casa Rosada y choca con una cámara que le deja un poco de sangre en la frente.

Gretel, con aparatos en los dientes, ojos verde claro y pelo colorado, porteña y trabajadora en el Estado, tenía 8 años en 2003. Quiere esa foto porque fue el hito de sus inicios en la política. Es una herencia familiar, por su viejo peronista, que según relata se la jugó en la resistencia. Para el futuro ve “un gobierno popular e inclusivo. El pueblo está feliz, volvimos”. Está desde las 11.45 y no escuchó ningún discurso, no leyó las noticias.

Pablo López, 40 años, estudiante de psicología, miembro de UPCN en la Superintendencia de Riesgos del Trabajo, cree que “ esto es una fiesta que nos merecíamos por sufrir tanto los últimos cuatro años”. Su gremio copó los ventanales de los edificios de Diagonal Sur, ahí muy cerca del monumento a Julio A. Roca. En la calle el sindicato metió unas 20 mil personas, algo similar ocurrió con el resto de los gremios confederados de la CGT. Pablo vio el discurso de Alberto en el Congreso por compu y el sonido por radio. Desde su perspectiva, a las cinco de la tarde ya había de dos millones de personas por la zona de la Plaza.

Una pareja del Conurbano con cuatro heladeras de telgopor vendieron helados, a 20 pesos primero, luego rematando a 10. En 4 horas liquidaron los 200 helados. Una ganancia superior a los mil pesos. Él se muestra desencantado, pero ella un poco más contenta.

Stella Maris tiene 33 años y ayer fue a vender cervezas. Está difícil la vida, asegura. No quiere darle un cheque en blanco al nuevo gobierno: “soy más de un pensamiento de izquierda, con Alberto todo bien igual pero queremos el aborto legal y la cuestión de la pobreza». Aún no había sido el momento cúlmine de la jornada y ya había vendido 56 cervezas en tres horas y le reclamaban más.

Desde Mendoza, Adriana Orozco llegó con sus 54 años a las 7 am. Es una militante de remera estampada con una frase de Alberto. “Veo alegría pero temor a la vez, porque la gente ha sufrido mucho”, nos cuenta.

Un pibe alto, camisa colorada y flores amarillas. Dice que se llama Tomás Sánchez  y que es un salteño estudiante en la Plata. Está en el festejo porque “volvió el pueblo al gobierno, sigamos militando para quien lo necesita”.

Horacio prefiere no dar su apellido. Es un empresario nacional de 65 años, vecino de Puerto Madero. Dice que fue un día fantástico, histórico. Hasta los macristas tienen altas esperanzas con el gobierno de los Fernández, asegura, incluso algunos de los que fueron a la despedida de Macri. «Es increíble, pero gente que está del otro lado siente alivio. Son como los escorpiones que picaron a la rana, pero esperan no ahogarse y que la rana también se salve. No quieren que les vaya mal».

En el final, los fuegos artificiales se entremezclaron con los abrazos, los porros, los discapacitados en sillas de ruedas, las parejas con hijos chicos en hombros, las mujeres bancando el calor en corpiño. Ningún incidente, será porque no hubo policías a la vista.

La marea popular no se desagotaba más. La salida resultó asfixiante. Luego, los bares y pizzerías hasta las manos. El éxtasis popular se volvió en moto, en auto, en subte, tren y micro a puro cántico. También se volvió con el cansancio golpeando más que nunca, inflamando todo el cuerpo. Con todo a cuestas, con la más pura alegría, volvió el peronismo a la Rosada.

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